―¿Quieren que se quede aquí?
―Si no es mucha molestia.
―Para nada. Puede quedarse aquí el tiempo que quiera ―respondió Vadim con la vista clavada en esa hermosa gi-tana.
―Gracias.
―No hay problema, saben que cuentan con nosotros pa-ra lo que sea. Mirko, ¿puedes llamar a mi tía Dima, por fa-vor?
―Claro. ―Mirko fue enseguida.
―¿Eres hija única? ―le preguntó el rey a su invitada.
―No, tengo cuatro hermanos hombres, pero ellos ya tie-nen su vida hecha, querían que me fuera a vivir con ellos, pero yo no quise. No quiero molestarlos.
―Claro... ¿Y te gusta Antofagasta?
―La verdad es que no la conozco, nunca vinimos para acá.
―Sí, no te había visto.
―Espero no ser una molestia.
―Por supuesto que no, quédate tranquila, aquí te recibi-remos muy bien.
―Yo le estoy muy agradecida, la muerte de mis padres... ―La joven no pudo continuar, el llanto se apoderó de ella.
―Tranquila, sé lo que es perder a los padres, te apoyare-mos en todo ―le dijo Vadim con ganas de acercarse y abra-zarla. Esa muchacha lo había flechado con la primera mi-rada.
―Muchas gracias, Vadim, Gyula estaba seguro de que la apoyarías ―agradeció Kavi.
―Claro que sí, siempre apoyaré a mis hermanos y qué-dense tranquilos, que aquí la cuidaremos muy bien.
―¿Me llamabas, Vadim? ―Dima entró a la carpa.
―Sí, mira, ella es Jofranka, se va a quedar aquí en el campamento, ¿tú podrías acogerla mientras tanto?
―Pero claro, niña, yo vivo sola, así es que me vendría muy bien un poco de compañía.
―Muchas gracias ―respondió ella con la voz rota por el llanto.
―Venga. ―Dima la abrazó con cariño y la levantó―. ¿Me la puedo llevar?
―Claro, claro ―aceptó Vadim, feliz de que Dima la hu-biera aceptado de buena gana, Dima sabía de inmediato si alguien era bueno o malo y nunca se equivocaba y, si había tratado así a esa muchacha, era por algo.
―Yo me voy entonces, les pediré a algunos jóvenes que me ayuden a bajar sus cosas ―dijo Kavi observando con agrado cómo Vadim admiraba a Jofranka.
―¿No te quedas unos días? ―preguntó el rey luego de despertar de su ensoñación.
―No, la verdad es que debo volver, tengo muchos com-promisos que cumplir. Se agradece tu hospitalidad.
―De nada, cuando quieras, eres bienvenido. Dale mis sa-ludos a Gyula.
―Se los daré en tu nombre.
Kavi se fue a su camioneta y, ayudado por Bavol y Mir-ko, bajaron las cosas de Jofranka.
Vadim se quedó pensando en esa chica tan hermosa. Lo había prendado de inmediato, reconoció en su corazón que ella era el amor de su vida y, si no era correspondido, no podría amar a otra mujer. Eso se lo había dicho el palpitar diferente de su corazón.
No tardaron en comprometerse. Jofranka también se ha-bía enamorado de él en cuanto lo vio. Esperaron solo el tiempo de luto de ella y se realizó el matrimonio. Los gitanos de Arica llegaron en caravana al gran festejo. También al-gunos de Mejillones y Tocopilla.
Nueve meses después, nació Branko, un hermoso niño de más de cuatro kilos. Sus padres estaban felices.
―Gracias por este hermoso regalo ―le dijo Vadim a su esposa, con inmenso cariño y gratitud.
―Gracias a ti, me haces tan feliz y este bebé llenará nues-tro hogar.
―Así es, mi vida. ¿Cómo quieres ponerle?
―¿Quieres que decida yo? ―preguntó sorprendida.
―Tú lo tuviste.
―Me gustaría que se llamara Branko.
―Así será. Branko será el niño más amado.
―Sí.
Branko fue creciendo entre los mimos y cariños de sus padres y del campamento.
Cuando el niño tenía poco más de tres años, para Fiestas Patrias, se les escapó a las ramadas que se encontraban cer-ca de ellos, en el preciso momento en el que un conductor borracho pasó a toda velocidad. Jofranka corrió y empujó a su hijo para salvarlo del atropello, pero el automóvil la al-canzó a ella y le pasó por encima.
El griterío no se hizo esperar. La gente corrió a ver lo que había sucedido y Vadim fue avisado de inmediato. Se en-contró a Branko llorando en brazos de su hermana Kira, quien también lloraba.
―¿Qué pasó? Jofranka...
Se arrodilló al lado del auto, donde, debajo, se encontra-ba su mujer. Llegaron los bomberos, la ambulancia para llevarla al hospital.
―¿Puedes quedarte con Branko? Voy con ella.
―Claro, hermano, ve con ella, yo cuido al niño ―respondió Kira, conmocionada.
―Gracias.
El hombre se subió a la ambulancia al lado de su mujer. Iba inconsciente. Tomó su mano y fue rogando todo el ca-mino por ella.
Llegaron y la pasaron de inmediato mientras él entrega-ba sus datos. Poco rato después, llegaron Mirko y Bavol.
―¿Cómo está? ―preguntó Mirko.
―No sé, se la llevaron para adentro y todavía no me di-cen nada.
―Hay que esperar ―dijo Bavol.
―Sí, no tenemos más opción ―respondió con frustración.
―Las mujeres se quedaron pidiendo por ella ―le informó Mirko.
―Se veía muy mal, no creo que se salve ―indicó, los pa-ramédicos lo habían dicho en la ambulancia.
―No pienses así.
―No puedo pensar de otra forma. Decían que estaba desecha por dentro.
―Ella es fuerte ―dijo Bavol.
―Ella salvó a nuestro hijo ―meditó Vadim.
―Sí, fue muy valiente. Brankito se hubiera muerto ―le di-jo Bavol.
―Sí, le salvó la vida. ¿Él quedó bien? ―preguntó, no se había dado cuenta de que no había preguntado por él.
―Sí, quedó con Kira, estaba tranquilo. Se rasmilló la rodi-lla, nada más.
‹‹Familiar de Jofranka Lemunich››, llamaron por el alta-voz.
Vadim se levantó de un salto y corrió hasta la entrada a los boxes.
―Soy el esposo ―le dijo a la guardia.
La mujer lo hizo pasar y adentro lo esperaba el médico.
―¿Cómo está, doctor?
―La señora está grave. Ahora está despierta, puede pa-sar y estar con ella, no le queda mucho.
Los ojos de Vadim se aguaron.
―Pase por acá ―le dijo el médico, afectado, no era fácil para ellos dar ese tipo de noticias.
Vadim se acercó a la camilla, su mujer lo esperaba con los ojos abiertos, estaba adormilada.
―Hola, amor.
―Hola ―respondió apenas y dejó caer unas lágrimas.
―No llores, mi vida, tienes que estar tranquilita para que te mejores.
―No me voy a mejorar. Cuida a nuestro pequeño, dile que lo amo mucho, que es el niño más amado por su mamá.
―Se lo dirás tú, mi vida.
―Sabes que no será así. Te amo. Siempre te amé y te amaré más allá de la muerte.
―Yo también te amo, mi vida, te amo y siempre te amaré ―le dijo él soltando las lágrimas, ya sabía que no sacaba nada con fingir, el amor de su vida lo iba a dejar solo―. Tú has sido lo mejor que la vida me dio, agradezco que hayas llegado a mi lado y por el regalo que me dejas, nuestro pe-queño Branko.
Él le dio un beso en los labios y tomó su mano.
―Los amo ―dijo ella y dejó de respirar.
El silencio llenó la estancia. Nadie hizo nada. Ya no ha-bía nada qué hacer.
―Mas tarde entregaremos el cuerpo ―le dijo el doctor con pesar―, como va a ser feriado largo, no tiene sentido que la mantengamos aquí hasta el lunes, si quiere, vaya a hacer los trámites, ¿tiene quien lo acompañe?
―Sí, sí, hay dos amigos afuera.
―Bien. Vaya a hacer los trámites y yo me encargaré de que le entreguen el cuerpo lo antes posible.
―Muchas gracias.
―De nada y lo siento.
Vadim asintió con la cabeza al tiempo que los sollozos llenaron todo el lugar.
El doctor lo abrazó de los hombros, debería estar acos-tumbrado, pero nadie se acostumbra a la muerte ni al su-frimiento.
Para el funeral, asistieron gitanos de Arica, incluso su rey. Fue muy doloroso para todos. Jofranka era muy queri-da, pese a haber estado poco tiempo en el campamento, era una mujer muy especial.
―Ahora deberé aprender a llevarla en mi corazón... ―le comentó Vadim a Gyula, su par en Arica―. Aunque quisie-ra tenerla conmigo.
―Será un proceso difícil, sobre todo con Branko tan chi-quito.
―Sí, él pregunta por su mamá, no entiende que ya no es-tará. Anoche lloró hasta dormirse porque quería a su mami.
Vadim lloró al contar aquello.
―Tienes que estar tranquilo, tu hijo te necesita fuerte ―le dijo el hermano mayor de Jofranka.
―Sí, por él lo seré. Ella lo hubiese querido así.
―Tienes gente que te quiere y que está contigo, tu her-mana Kira lo cuida como si fuera su propio hijo.
―Sí, él y Lazlo son muy unidos, son casi de la edad, así que se criarán como hermanos, espero que siga así por siempre ―asintió Vadim.
―Así será, sabes que nosotros somos una gran familia.
―Sí. Agradezco cada día ser gitano, solo no habría sabi-do que hacer. Cuando perdí a mi madre y después a mi pa-dre, nadie me dejó solo. Ahora también siento el cariño y apoyo de todos.
Branko llegó en ese momento de la mano de Kira.
―Quiere estar contigo, hermano ―le dijo la mujer con tristeza.
Vadim tomó a su hijo en brazos y lo abrazó fuerte.
―¿Mami? ―preguntó el niño con un puchero.
―No está la mami, hijo.
―Mami. ―El niño iba a llorar.
―Mira, ven.
Lo llevó hasta el ataúd.
―La mami está durmiendo, ahora la llevaremos en el co-razón, porque ella ya no estará más con nosotros, ¿ya? Ella te cuidará siempre desde el Cielo.
―Mami... ¿Mendo?
―Sí, la mami está durmiendo.
Branko le tiró un beso a su mamá y apoyó su cabecita en el hombro de su papá. El rey de los gitanos no supo si su hijo había entendido algo, pero no podía mentirle. Ella ya no volvería.