Él nunca quiso ser Romeo
img img Él nunca quiso ser Romeo img Capítulo 3 Enigma de un cigarrillo
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Capítulo 6 Un último acto de amor img
Capítulo 7 Segundo corazón de papel img
Capítulo 8 (Des)ahogo img
Capítulo 9 La sombra de un comromiso img
Capítulo 10 Demandante fraudulento img
Capítulo 11 Xantofófica navidad img
Capítulo 12 El veredicto img
Capítulo 13 La resurrección de las mariposas img
Capítulo 14 Extra img
Capítulo 15 Epílogo - Nunca más img
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Capítulo 3 Enigma de un cigarrillo

De: eliot_marin.v@gmail.com

Para: mia.nashira@gmail.com

(Sin asunto)

Te amo, Mia. Sé que no tengo moral, mucho menos palabras para desmentir todas las razones que tuviste al irte. Deseo que puedas superar todo el daño que te hice sin querer, tenía la mente tan bloqueada que jamás fui capaz de detenerme a pensar en tu dolor.

Han pasado sólo cuatro días desde que te fuíste para continuar tu vida lejos de mí, como debe ser... no te escribo para que regreses, a pesar de que no puedo negarte que espero que el destino no sea tan mier*da como yo y decida juntarnos más adelante. Deseo que seas feliz y que consigas todo lo bueno que mereces, que de alguna forma recuperes el tiempo que perdiste conmigo... pero te suplico que no me olvides.

Sé que te hice daño, no sé cuánto, eso sólo lo sabes tú. Mia, perdóname, el sentir tu ausencia me ha enseñado que fui el sujeto más estúpido de la faz de la tierra al desaprovechar a una chica tan excepcional y maravillosa como tú.

No escribo esto para reprocharte el haberme negado una oportunidad que, estando yo en tu lugar, tampoco me la habría dado. Sólo lo escribo como un hasta luego, porque aunque he aceptado tu decisión de marcharte, no digo que no es tentadora la idea de buscarte más adelante, donde quiera que estés. Sana, yo estaré arreglando lo que hizo que te fueras.

Esta no es una despedida. Aunque no me contestes, o independientemente de lo que digas al recibir este correo; no volveré a buscarte sin antes eliminar de mí todas las actitudes tóxicas e inapropiadas, todo aquello que implique no tenerte.

Por favor, no me olvides. Demostraré que he llegado a amarte respetando tu distancia. Te amo, Mia.

De: mia.nashira@gmail.com

Para: eliot_marin.v@gmail.com

(Sin asunto)

Sin rencores, Eliot. Mi corazón sigue sin poder perdonar tus engaños, pero mi razonamiento acepta la idea de que quizás en algún futuro pueda existir algo sano y real entre nosotros. Por favor, no vuelvas a buscarme hasta que no te sientas lo suficientemente maduro como para dar la cara a un pasado que me incluye.

El tiempo es quien tiene la razón.

Por los momentos, no creeré eso de que me amas, aunque espero que cumplas lo que dices y lo demuestres al respetar mi distancia. ¿De verdad me amaste? No lo sé, y supongo que jamás lo sabré, porque no podías amarme mientras me hacías sentir que no lo hacías.

Hasta algún día, Eliot.

Mia estaba releyendo aquellos mensajes una y otra vez en su laptop mientras velaba el inestable sueño de su abuela, quien estaba en medio de la balanza de la vida y la muerte, y eran sus nietas quienes debían decidir a qué lado colocar más peso. Mia intentó evadir esa decisión al cambiar el sesgo de sus pensamiemtos. Comenzó a sentirse culpable a medida que recordaba su compromiso, sinceramente se había olvidado de esa especie de promesa que le hizo a Eliot la última vez que hablaron antes del -para ella- inesperado reencuentro, había dado a entender que aceptaría volver con él si sanaba, y lo hizo... pero ahora ella había tomado otros planes con respecto al amor.

Cerró sus ojos y soltó un bufido insonoro. Estaba siendo parte de dos corazones, el problema era que ninguno merecía ser roto para que el otro se completara.

Es muy sencillo aparentar ser fuerte cuando tu debilidad está muy lejos. A Mia le había funcionado la distancia, pero su debilidad regresó y comenzó a hacer estragos hasta en su existencia.

En la vida de Mia, Eliot podía significar tanto serenidad, como caos.

Los pensamientos abrumadores de Mia fueron interrumpidos por la voz de su hermana mayor, quien acababa de entrar en la habitación.

-Ve a descansar un rato, yo me quedaré con ella -le dijo y señaló hacia afuera con una sonrisa empática.

Mia sólo asintió y salió al estacionamiento sin decir una sola palabra, a pesar de que el cansancio era evidente en su semblante, sabía que no era capaz de dormir por la angustia.

Avanzó entre los escasos transeúntes que se paseaban por las afueras de la clínica a esas horas de la madrugada, al ver a simple vista las banquetas húmedas por la reciente llovizna de hacía un par de horas, optó por recostarse de las puertas laterales de una ambulancia. Al llegar al lugar que sería muy significativo para su propósito de descanso, se encontró con su pareja, quien permanecía fumando un cigarrillo a ojos cerrados.

-¿Todo bien? -inquirió él al sentir su aroma hecho presencia.

El silencio de la chica fue suficiente respuesta para él atraerla hacia su anatomía.

Mia se quedó viendo el cigarrillo entre sus dedos, durante su superación personal aprendió a ser más observadora, y los pocos años que llevaba en su universidad la enseñaron a sacar cualquier incógnita ante cualquier cosa existente, literalmente, a cuestionar la obviedad. ¿Por qué los fumadores encuentran al cigarrillo como un consuelo? ¿Acaso aspirar la nicotina es más reconfortante que el oxígeno puro? ¿Acaso soltar el humo se siente como drenar los problemas de tu cuerpo, y engañarse con que ese humo se convierte en angustias que se disipan en el aire? Angustias que contaminan a todo aquel que esté cerca.

Fumar es como intentar sobrevivir en una jaula con un depredador ambriento, sabes que en algún momento saltará sobre ti y te convertirá en un exquisito banquete y, aunque tienes las llaves para salir, tientas a la suerte y prefieres saborear el elíxir de la adrenalina.

El cigarrillo acelera el cáncer que habita en todas las personas, tiene un sabor amargo, un olor poco agradable y hace más daños si aspiras su humo, que si lo sueltas. Los fumadores, aparte de ser prezosos suicidas, son egoístas con los de su entorno. Es imposible encontrar consuelo en algo que sabes que te está matando.

Éber Briceño era una persona impecable, de buena familia y un excelente profesional. En pocas palabras: con una ficha de vida impecable.

Los análisis de Mia arrojaron dos preguntas que quedarían como un misterio semipermanente en su cabeza:

¿Qué co*ño tenía James Duke por cerebro?

2) ¿Por qué Éber sentía que su paz dependía de la nicotica, cuando también lo hacía su mala salud?

Éber era el hombre con los hábitos más irónicos que Mia había conocido en si vida, esa fue una de las cosas que la animaron a caer en el amor una vez más.

-Ha entrado en coma -musitó la pelirroja al cabo de un par de minutos, con el ceño fruncido por estar nadando desnuda en el océano primitivo que era su mente.

Éber arrojó al asfalto el cigarrillo que tenía por la mitad, luego lo pisó con la suela de su zapato y sacó de su bolsillo una cajetilla de mentas para llevarse una a la boca. Estiró el brazo hacia su novia, ella se acercó sin dudar y se acurrucó junto a él.

-¿Crees que...? -Mia intentó formular una pregunta, pero ésta quedó en el aire cuando su prometido la interrumpió.

-No -soltó él, automáticamente adivinando lo que ella estaba por decir, luego suspiró-. Cariño, te aprecio muchísimo, pero como tu pareja me veo en la obligación de decirte lo que pienso de ti -relamió sus labios y ladeó su cuerpo para que ambos pudieran verse a los ojos-. Me desagrada que la mayoría del tiempo necesites la aprobación de los demás para no entrar en una crisis. Te quiero... Oye -agarró con suavidad su mentón cuando ella intentó desviar la vista-. No estoy a favor, pero tampoco en contra. Por primera vez, has lo que a ti te parezca mejor. Es algo personal, yo estaré para darte fuerzas en lo que decidas, pero hazlo tú.

A ella ya comenzaban a temblarle los labios, entonces rompió la poca distancia que los separaba y escondió el rostro en su pecho para no sentir que se desmoronaba ante la idea de perder a la única figura materna que la había querido de verdad, tal vez lo abrazó para buscar apoyo, quizás para que él no la viera llorar... A lo mejor pafa convencerse de que debía continuar con los planes que tenía y, aunque también fuese injusto, encender el fuego del rechazo para calcinar las cenizas del pasado.

Éber le pasó una mano por la espalda, mientras que a su vez le besaba el cabello con ternura. Ella le mojó la camisa con unas cuantas lágrimas, pero ninguno quiso romper el abrazo.

-Te entiendo, cariño. Yo tampoco sabría qué decidir -murmuró él, aunque no sabía si ella lo estaba escuchando, pues estaba ocupada soltando pequeños gimoteos-. Soy médico, cariño. Tengo conocimiento de que es una situación complicada, sé que hay pocas posibilidades de que despierte, pero también sé que, muchas veces, esas posibilidades juegan a favor de la vida, haciendo que el paciente despierte.

Él continuó murmurándole cosas alentadoras y mostrando su empatía, al cabo de unos minutos, ella pareció tranquilizarse un poco con sus palabras y se limitó a relamerse los labios, quitar con los dedos el rastro de sus lágrimas, y a apoyarse de nuevo contra las puertas de la ambulancia para regresar la vista al frente.

-¿Puedes llevarme a casa? -preguntó con un hilo de voz.

-Sí -contestó él, automáticamente-. No avisé el final de mi guardia, sólo déjame entrar a firmar mi salida y nos vamos.

Ella asintió levemente mientras él se adentraba a la clínica. Mia suspiró profundamente, tenía muchos problemas encima, y lo más agobiante era el no saber cuál de todos pesaba más. Sacudió la cabeza y, al final, cerró sus ojos y se limitó a esperar.

***

En otro lugar de la ciudad -aunque no muy apartado-, Eliot se encontraba caminando un par de calles con las manos enguantadas dentro de sus bolsillos. Observaba con nostalgia los árboles cobrizos por la estación presente, su mirada se cristalizó un poco por el remordimiento que lo embargaba cada vez que se detenía a ver a su alrededor por esas fechas. Si la culpabilidad lo carcomía durante todo el año, en otoño, absorvía hasta sus ganas de vivir.

El recuerdo de las palabras de Mia, dicha unos años atrás, bailaba por su mente, como si no fuese suficiente con que su imágen apareciera cada noche en sus sueños, que más bien sentía como pesadillas al despertarse y no tenerla en la realidad.

«-Finalmente lo he visto; te enamoraste de mis flores, no de mis raíces... Y ahora que ha llegado el otoño, me queda más que claro».

Claro estaba que la estación la había utilizado metafóricamente, pero igual la memoría le ardía porque el otoño fue muy significativo en su relación.

Cuando Eliot notó que en realidad la amaba en todas y cada una de sus estaciones, ya había hecho crugir las hojas secas «su corazón» en otoño, solo... solo esperaba que se hubiesen reconstruído con la ayuda de la primavera «la distancia» ¡¿Pero por qué el destino se empeñó que otro regara sus flores?!

Eliot relamió sus labios al ver que a unos cuantos metros, había un starbuks. No supo si fue psicológico, pero de pronto sintió que el frío se colaba por su suéter y decidió acercarse al local para reconfortarse con una bebida caliente. Continuó caminando entre los demás transeúntes que pasaban aquí y allá, volteó hacia el otro lado de la calle sólo por mirar y frunció el ceño cuando vio que una mujer empujaba a un hombre más alto que ella, la mujer a simple vista lucía histérica.

Eliot miró hacia los lados, nadie parecía darles importancia, pero él sí que lo hizo cuando notó que el tipo le daba a ella unos cuantos empujones. Se acercó a paso apresurado, sintió alivio cuando el semáforo cambió a rojo y no tuvo que esperar para cruzar la calle.

Cuando estuvo a pocos metros, se detuvo a pensar en qué hacer para que siguieran discutiendo, su único plan había sido acercarse para defender a la mujer por si al tipo se le ocurría golpearla, pero sintió que debía hacer algo más que esperar por un golpe. Agudizó el oído cuando estuvo a una distancia prudente para poder oír la discusión. El tipo hizo el ademán de abrir la puerta de su auto, pero la mujer la cerró abruptamente, negándose a que la discusión muriera ahí.

-¡Ya te he puesto la denuncia, te aseguro que no podrás salirte con la tuya! -bramó el tipo-. Vete despidiendo de ella, porque pronto estará donde debería estar desde hace mucho tiempo, en un lugar de verdad.

-¿Qué vas a saber tú de hogar? -ella soltó en un tono irónico -Si vas por doquier presumiendo tu vida promiscua y actuas como un sumiso cuando llegas a casa con tu esposa. ¡Ni en fotos dejaría que vieras a mi hija, infeliz!

-¡Tengo tanto derecho como tú, zorra!

-¡Derechos que me paso por...!

-¿Todo bien? -Eliot se vio a sí mismo interrumpiendo el diálogo violento -¿Pasa algo?

-Sí pasa algo, pero te aseguro que problema tuyo no es -contestó el tipo, sin siquiera preocuparse por darle la cara.

-Pues no, no es mi problema -suspiró-. Pero no voy a permitir que sigas empujando a esta mujer, y mucho menos voy a tolerar que la llames zorra, te recuerdo que tú estás vivo por una mujer.

De pronto Eliot tuvo toda la atención del brutal desconocido.

-Me importa una grandísima mierda lo que toleres o no, imbécil -le dedicó una mirada capaz de helar el infierno-. Es mejor que te vayas...

-Grandísima mierda será lo que tienes por cerebro -le repicó, alzó la barbilla y se cruzó de brazos para hacerle entender al tipo que no le intimidaba su tono, ni su porte-. Déjala en paz, o...

-¿O qué, estúpido? ¿O qué?

Eliot exhaló, apesadumbrado.

-No acudo a la violencia -le hizo saber, sereno-. Me memoricé en menos de un minuto la matrícula de tu coche -señaló el vehículo con la cabeza-, la cual no se me va a olvidar ni aunque me revientes la cabeza a golpes. Tú decides si te pongo la denuncia por agresión a un individuo, o dos -enarcó una ceja-. También podrías irte y hacer que mágicamente se me borre la placa de la mente.

-Serás... -intentó volver a insultarlo, pero cerró la boca cuando Eliot de verdad empezó a pronunciar el serial-. ¡Bien, me iré! -señaló a la mujer como advertencia-. Esto no acaba aquí.

Echó una última mirada impotente a Eliot, pero no tardó ni dos minutos en subirse al auto y desaparecer de ahí.

Eliot se giró hacia la mujer, quien se había mantenido al márgen. Tenía las manos en la cabeza por la frustración, y respiraba por la boca al tener la nariz tapada por las lágrimas y el aire gélido.

-Gracias por intentar defenderme -le murmuró-, pero eso me traerá consecuencias graves. Él nunca se queda sin hacerme pagar hasta lo más mínimo -negó con la cabeza-. Nunca.

Ella le dio una última mirada indescifrable y le dio la espalda, Eliot se había quedado pensativo antes de que ella se alejara, entonces avanzó entre la gente y logró alcanzarla de nuevo, tomándola por la muñeca.

-Es casi imposible que te conozca, porque no vivo aquí -pronunció-. Pero tengo la leve impresión de que te he visto en alguna otra parte.

-No lo creo -ella se soltó de su agarre y renaudó su caminata, sin siquiera preocuparse en pronunciar alguna especie de despedida.

            
            

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