Él nunca quiso ser Romeo
img img Él nunca quiso ser Romeo img Capítulo 5 El humo como un buen confidente
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Capítulo 6 Un último acto de amor img
Capítulo 7 Segundo corazón de papel img
Capítulo 8 (Des)ahogo img
Capítulo 9 La sombra de un comromiso img
Capítulo 10 Demandante fraudulento img
Capítulo 11 Xantofófica navidad img
Capítulo 12 El veredicto img
Capítulo 13 La resurrección de las mariposas img
Capítulo 14 Extra img
Capítulo 15 Epílogo - Nunca más img
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Capítulo 5 El humo como un buen confidente

El cuerpo de Mia se sentía pesado, tanto que la sensación de tedio la abrumaba hasta más no poder. Se sentía incómoda, odiaba que su piel estuviera reacia a las caricias de su prometido, odió que ya no le transmitieran calor ni serenidad, más bien las encontraba insípida.

La culpabilidad la carcomía hasta la médula, porque un par de noches antes había estrechado la mano de Eliot y sintió que levitaba en una nube de paz y armonía.

Su alma lloró en silencio mientras intentaba corresponder el amor que le daba Éber, el hombre al que debía amar. Todo habría sido muchísimo más sencillo si el huracán de cabello castaño no hubiese regresado a desordenar su vida, lo peor era que Mia deseaba que ese desastre fuese quien la besaba en ese momento.

El nombre de Eliot hizo eco en sus recuerdos, ecos que se escuchaban cada vez más fuerte, tanto sintió miedo de gritarlo mientras que otro hombre le hacía el amor.

-Te amo -pronunció Éber, besándole el cuello, mientras sus suaves manos recorrían la espalda desnuda de Mia.

El mundo de ella ensordecido, sólo podía oír la voz que recopilaban sus recuerdos. Sabía que era incorrecto lo que estaba deseando, imaginando, pero es que ella no quería sentirse más culpable de lo que ya era... Así que, jurando que se llevaría ese secreto a la tumba, se dejó caer en la fantasía de que era Eliot quien se movía despacio sobre ella, robándole gemidos suaves y causándole éxtasis a toda su piel, a toda su alma.

***

Estaba presa en el insomnio, su mente divagaba entre una encrucijada de pensamientos sin sentidos.

Se quitó de encima el brazo de su prometido y se deslizó lentamente hasta quedar fuera de la cama. Cubrió su delgado cuerpo con una fina sábana blanca y se dejó caer sobre el sillón que se situaba a un lado de la ventana de la habitación. Observó con melancolía la noche bañada de estrellas, eso la hizo buscar inconscientemente una pequeña caja de madera que había escondido durante varios años debajo de su cama.

Le sacudió la densa capa de polvo y dejó la tapa sobre su regazo. Desdobló la pequeña hoja de papel que estaba buscando y delineó cada letra con su mirada, a pesar de que ya conocía perfectamente lo que tenía escrito.

"Quisiera darte todas

las estrellas, pero tú

ya brillas más que ellas"

La acercó a su rostro, aspirando un su aroma ficticio. Tuvo toda la intención se regresarla a su caja, y mandarla al olvido, donde había estado durante todo ese tiempo. Pero no fue capaz, ¡joder! ¡no pudo! Sacó un anillo de plástico azúl, su alma se transportó a aquella mina donde él se lo había regalado con la propuesta de ser su novia, el mismo día que había dado su inocente primer beso.

Entonces, corrió la primera lágrima.

Un leve temblor llegó sin invitación a sus manos, obligándola a regresar torpemente las cosas a su caja. Su naríz se colapsó al instante, entonces tuvo que caminar hacia el baño mientras respiraba por la boca. Sacó del tanque del excusado el frasco anaranjado de escondía con insistencia y se llevó una cápsula blanca a la boca, luego abrió el grifo y se llenó la mano con agua para beberla.

Se miró en el espejo, se dio asco. Su propia cara le repugnó después de ver a un lado de su reflejo al hombre que dormía plácidamente en su cama.

-Inmoral -se dijo a sí misma.

Había odiado a Eliot por buscar a alguien más en ella, la primera vez; pero se permitió imaginar que él le hacía el amor bajo las caricias de otro hombre. Cada día deseaba con más ganas hablar con el protagonista de su pasado, con cada una de sus acciones dejaba de juzgarlo por los daños causados.

Dejó todo en su sitio y se volvió a meter en la cama, estiró el brazo hacia Éber para sentir su calor, pero se limitó a abrazarse a sí misma, no se atrevería a verlo como si fuera otra persona, no otra vez. Éber no merecía ser tratado como ella lo fue hace unos años.

A pesar de que la píldora le estaba haciendo efecto, sus ojos no dejaron de estar opacos por la culpabilidad y la tristeza. Se estaba convirtiendo en el monstruo que detestó, sólo que ella sí quería gritar la verdad.

No fue capaz de conciliar el sueño.

Fueron pocos los minutos que se quedó mirando el techo. Volvió a levantarse de la cama, fue por otra pastilla y se tumbó sobre el sillón mostaza una vez más, pensando en cómo coño haría para regresar al pasado sin desquebrajar su presente.

Recordó lo rápido que se había disparado su pulso cuando tuvo a su prometido y al que deseaba en el mismo espacio reducido, la incomodidad la había hecho estar pequeña y silenciosa en el asiento de copiloto mientras Eliot y Éber conversaban de lo más normal sobre cosas que ella ni siquiera pudo escuchar por estar sumida en su mundo de la decepción.

Hubo una ocasión donde su prometido le había tomado la mano para conducir tranquilamente con la otra, se relamió los labios con algo de decepción hacia sí misma cuando le echó un vistazo al retrovisor y pudo ver con claridad cómo Eliot apartó la vista en ese mismo instante.

Mia regresó de la cocina después de haber salido un momento, sus manos se calentaban por la taza de té verde que tenía entre las manos. Se quedó mirando el humo con un poco más de tranquilidad por el efecto de las pastillas.

Ella pensaba que el humo del cigarrillo era algo asqueroso, pero el fumador no lo veía así. Su taza de té también soltaba humo, uno que a ella le reconfortaba. Aunque uno sea dañido y el otro no, llegó a la conclusión de que el humo podía ser la mejor compañía para un alma que vagaba en la tristeza de su sus sombríos pensamientos.

Luego de beber su té de manzanilla, regresó a la habitación y no miró al hombre en su cama para evitar sentirse culpable por lo que estaba a punto de hacer mientras abría la puerta de su closet.

***

Esa misma noche, Eliot también observaba las estrellas. Se había arrepentido de no haber llevado consigo a su guitarra, pues se le ocurrían unas buenas líricas para dedicarle una sonata a las constelaciones.

-... Sí, deberías venir, hay parques bonitos y muchas tiendas de ropa, lo que no te gusta -Eliot puso los ojos en blanco, comentadole a su amiga a través del teléfono qué tal le parecía la ciudad.

-Ando ocupada con un caso, pero faltan pocos días para que se termine, sólo estamos esperando el veredicto del juez, en realidad. Luego de eso, podría viajar hasta allá y pasar los días que te faltan, ¿cuando dijiste que te venías?

Eliot exhaló, algo decepcionado, pues llevaba casi dos semanas en la ciudad y no había cumplido su propósito.

-Entonces vendremos después, porque me iré como en tres días -confesó.

Se hizo un silencio abrumador en la línea, su mejor amiga sabía lo que eso significaba.

-Ella es feliz, Bea. Supongo que merezco lo que está pasando, desaproveché mi oportunidad -suspiró, rendido.

-Que tenga pareja no significa que esté siendo feliz -opinó la mujer.

-Está comprometida, Bea. Se va a casar. No me había dado cuenta hasta que estreché su mano hace unas noches porque... -sacudió la cabeza-. Es una larga y confusa historia, el punto es que tiene un anillo de compromiso y ya conozco al tipo y todo, es un médico.

»Cambiando de tema, creo que sí deberías venir. Tengo una amiga a la que le quieren quitar a su hija, creo que podrías defenderla si el tipo intenta llevarlo a asuntos legales.

Eliot caminaba de un lado a otro en su habitación, se mantuvo serio en todo momento, y más cuando vio su suéter rojo dentro del cesto de basura, prometió no usar más ese color y lo había cumplido. Tan sólo recordar a Sahara le hacía querer hacer cualquier cosa para que no la alejaran de su mamá.

-¿Qué amiga es esa? ¿Ya me conseguiste reemplazo? Eres un sucio infiel -Bea rió.

-Es en serio -él puso los ojos en blanco-. Necesito que la ayudes.

-Está bien, pero me debes mil explicaciones cuando llegue. Siento que hay más cosas que no me has contado. Ahora cambiando yo de tema, ¿Piensas pasar navidad allá?

Él estuvo a punto de contestar cuando unos toques a su puerta traspasaron el silencio. ¿Quién podía ser a esa hora? Eran casi las dos de la madrugada.

-No sé, supongo que nos quedaremos mientras se resuelve el caso de la niña -contestó mientras caminaba a la puerta.

-Bueno, entonces...

Pero él dejó de escucharla apenas abrió la puerta. Mia lo miró directamente a los ojos mientras se tronaba los dedos, él esperaba de todo corazón que ella lo buscara antes de que decidiera regresar a Zacatecas, pero no pudo negar que estaba sorprendido de verla ahí. Su fe había comenzado a marchitarse luego de verla en el auto junto a su futuro esposo, quería que lo tragara la tierra cuando entendió que ella sí había podido seguir adelante mientras que él se atormentaba por la culpabilidad después de superar su obsesión.

-¿Eliot? ¿Aló? ¡¿Me estás escuchando?! -fue la misma voz de su amiga la que lo regresó a la actualidad.

-Sí, Bea. Hablamos después -colgó, sin esperar respuesta.

Mia apretó los labios, reprimiendo el saludo que ni siquiera podía pronunciar por los nervios. Eliot se hizo a un lado para que ella pudiera pasar y cerró la puerta tras de sí para después encender la luz.

La invitó a tomar asiento en el borde de la cama mientras encendía la calefacción. Los dos tenían muchísimas cosas para decirse, pero ambos se sentían extraños al estar solos, entre cuatro paredes, después de tanto...

Ella decidió romper el silencio, haciendo acopio de su coherencia al recordar que no salió tan tarde de su casa sólo para estar ahí, simplemente existiendo.

-Lo quiero, pero... no he podido dejar de desear que seas él desde que llegaste a la clínica -confesó, jugando con las mangas de su gabardina-. He leído tantas veces tu expediente psicológico, que ya hasta me lo sé de memoria -suspiró, un pequeño sollozó le impidió seguir hablando de inmediato, así que se tomó unos segundos para continuar-. ¿Por qué ahora, Eliot Marín? ¿Por qué tan tarde?

-Lo siento -se disculpó el castaño con un tono desorientado-. Necesitaba esas pruebas para que entendieras que no regresaría con intenciones de volver a mentirte. Tengo que admitir que no siempre fuiste tú, que sí fui un enfermo al utilizarte como la sustituta de un fantasma, pero luego de eso comencé a sentir la necesidad de tu presencia, yo... -se llevó los dedos a la sien, estresado-. Ya ni siquiera tenía ganas de recordarla a ella, era tu imágen la que se cruzaba por mi mente, y hasta el recuerdo de lo más insignificante me carcomía las ganas de vivir siendo independiente de tu amor.

»Yo sabía que ya no se trataba de mi hernanastra, sino de ti. Pero no ibas a creerme, yo tampoco lo haría considerando el daño que te hice. Pese a saber que ya no tenía ningún desequilibrio mental, fui al psicólogo para poder reunir esos resultados y enseñártelos algún día; porque de otra forma no creerías que, con mi regreso, tendría todas las intenciones de amarte completa y únicamente a ti.

Mia guardó silencio, no había tensión, simplemente una nube de drama los envolvía a los dos. Ella sabía que Eliot tenía razón, sin esas pruebas, ni siquiera habría considerado aceptarlo de nuevo en su vida. No pudo contradecirlo.

-Pero, ¿por qué ahora y no antes? -quiso reprocharle muchas cosas con sólo una pregunta.

-Estabas herida, no me habrías aceptado ni aunque te trajera unas pruebas de El Vaticano donde dijeran que me hicieron un exsorcismo.

En otra ocasión, aquello le hubiese hecho gracia a la pelirroja. Pero en ese momento sólo pudo meditar las explicaciones en silencio.

Ambos ya habían soltado todo lo que tenían para decir, ahora sólo faltaba que Mia tomase una decisión... A pesar de que ella ya tenía más que claro dónde quería estar, a dónde quería regresar, sus pensamientos repletos de mil contradicciones apuñalaron su mente y la culpa que había estado sensible esos últimos días.

Se sentiría súper mal por lo que tenía que hacer, pero la verdad era que nadie podía ser feliz sin que otra persona sufriera por ello.

Mia debía romper un corazón, y ya había decidido a cuál dañar.

-La nana está en coma -rompió el silencio después de unos cuantos minutos-. No sé qué hacer, Eliot -susurró lo último, sintiendo cómo las lágrimas calientes comenzaban a correr por sus mejillas.

El aludido mantuvo su silencio, limitándose a sentarse a su lado y a estrecharla entre sus brazos. Abrió sus piernas para que Mia pudiera acurrucarse junto a él, la pelirroja se permitió cerrar los ojos al sentir un poquito de tranquilidad. Ella creyó muchas veces que se sentía a salvo bajo los brazos de Éber, pero esa noche, estando con Eliot, se sintió realmente segura, como si de pronto nada más podría dañarla.

-¿Cómo le arrebato la vida a la mujer que cuidó la mía? Son muy bajas las posibilidades de que despierte. Me dolerá en el alma ser cardióloga y tener que decir que no pude salvar a mi abuela. ¡Ella siempre estuvo para curar mis enfermedades! ¡Me siento como una maldita inútil al no poder hacer nada!

Eliot le acariciaba los hombros, intentando ser fuerte. A él también le afectaba saber lo de la señora Gertrudys, ella lo había integrado en su reducido círculo familiar apenas visitó su casa por primera vez. Pero la situación era demasiado fuerte, era casi imposible que pudiera mantener su escudo cuando tenía a el amor de su vida llorando entre sus brazos, y a su abuelita postiza en estado de coma.

Con las lágrimas bailando en sus retinas, Eliot recopiló varios de los momentos que vivió junto a la anciana. Cuando le mandaba con su nieta esas exquisitas galletas de canela que sólo ella sabía hornear; cuando cumplió sus ochenta años y él se los celebró como si fueran quince, bailando el vals en medio de la sala; cuando la ayudaba a regar sus plantas cada tarde después de llegar del colegio, a veces hablaban durante horas y horas como comadres chismosas mientras arrancaban la maleza. Lloró aún más al recordar la emoción de la señora al verlo llegar después de varias semanas, él estaba apenado porque había tenido una discusión fuerte con Mia y pensó que la nana estaría molesta con él, pero ella igual lo abrazó como que si no había pasado nada. A veces hasta pensaba que lo quería más a él que a su propia nieta.

-Nacemos para verlos morir -pronunció Eliot con la voz quebrada-. No pienses que serías una egoísta, simplemente acabarías con el dolor de la desesperanza de ir a verla cada día y no encontrar mejoría. Ella ya vivió lo que tenía que vivir, si llegase a salir del coma, seguiría sufriendo por todos los problemas que se presentan a su edad.

»Justo ahora, ella no está sufriendo, solamente duerme sin estar soñando. Más bien estarías demostrándo tu último acto de amor hacia ella al dejarla ir sin que le duela.

Mia se alejó un momento de su anatomía para mirarlo a los ojos.

-¿Y si luego su alma me odia?

Él, en medio de su tristeza, le regaló una pequeña sonrisa empática.

-Su corazón está frágil, sí, pero sigue siendo tan grande como para perdonarte. Ella no te odiaría ni aunque fuese su último deseo.

»También me dolerá, Mia, porque yo era su nieto putativo. Y quizás ella se vaya, pero te seguirá amando desde el cielo. Y estará orgullosa al ver que pudiste seguir sin ella, porque sólo así sabrá que hizo un excelente trabajo como madre.

Ella volvió a abrazarlo, aspirando el olor a jabón de avena que emanaba su piel.

-Tenemos muchas otras cosas por hablar, pero justo ahora sólo quiero dormir -murmuró ella.

Él fue a apagar la luz mientras Mia se quitaba la gabardina para quedar con su pijama puesto. Morfeo la recibió al instante en que su cuerpo entero tocó el colchón, Eliot sonrió mientras le colocaba una sábana encima y se ubicaba a su lado para descansar también.

-Gracias por iluminarme de nuevo con tu luz... -susurró, aunque sabía que ella no podía escucharlo-. Mi alma vaga se habría perdido eternamente entre la oscuridad de tu ignorancia.

La mirada inestable de Eliot cayó en el cajón abierto a su lado, justo donde yacía la soga con la que acabaría con su vida al finalizar la llamada con su mejor amiga, pues de ella era la última voz que quería escuchar antes de suicidarse.

Mia tocó la puerta como un ángel que llega en el momento justo. Mia impidió que aquella llamada fuese un adiós, ella le dio vida con su perdón.

Eliot cerró el cajón en medio de un suspiro aliviado antes de acomodarse bajo las sábanas. Le dio una última mirada al perfil del amor de su vida, grabándo cada facción de su rostro para admirarla un poco más en sus sueños.

Cerró los ojos y durmió con una sonrisa.

Él ya no moriría huérfano de su amor.

                         

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