Él nunca quiso ser Romeo
img img Él nunca quiso ser Romeo img Capítulo 4 Inestable
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Capítulo 6 Un último acto de amor img
Capítulo 7 Segundo corazón de papel img
Capítulo 8 (Des)ahogo img
Capítulo 9 La sombra de un comromiso img
Capítulo 10 Demandante fraudulento img
Capítulo 11 Xantofófica navidad img
Capítulo 12 El veredicto img
Capítulo 13 La resurrección de las mariposas img
Capítulo 14 Extra img
Capítulo 15 Epílogo - Nunca más img
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Capítulo 4 Inestable

Eliot se le quedó viendo hasta que volvió a trotar hasta ella cuando no vio un auto que casi la atropelló. La mujer cubrió su rostro con ambas manos luego de que el conductor le echara una insultada, ella estaba fuera de sí. Al parecer, la reciente discusión había sido más fuerte de lo que aparentaba.

-Déjame ayudarte -Eliot le puso una mano en en hombro y pasó saliva cuando sintió que ella empezaba a llorar del estrés-. Oye... No tengo auto para llevarte a tu casa, pero hace muchísimo frío y tú no estás bien abrigada -suspiró-. Deja que al menos te invite a un café.

Tras meditarlo unos segundos, la mujer se dejó llevar por él, ninguno dijo nada, sólo cruzaron la calle y se adentraron al starbuk al que él iba a entrar antes de verla. Eliot pidió por la mujer al ver que ella simplemente fue por una mesa, luego él se sentó frente a ella.

-Espero que te guste el descafeinado -le dijo con algo de pena-. No vaya a ser que más tarde no puedas dormir y...

-Está bien -ella le dedicó, lo que pareció ser, la sombra de una sonrisa-. Gracias.

El castaño simplemente asintió y envolvió la taza con sus manos enguantadas antes de calentar su interior con el líquido. Ella hizo lo mismo, limitándose a mirar a las personas pasar por la ventana.

Él la detalló, no era de olvidar caras, y le pareció que la había visto en algún momento. Quitándole los ojos hinchados y el cabello un poco despeinado, consiguió reconocerla.

-Ya decía yo que te había visto -mordió el interior de su mejilla-. Eres Arantza, ¿no? Me acompaste el otro día a La Intemperie.

Ella repiqueteó los dedos sobre la taza y lo miró detenidamente. También lo reconoció.

-Sí -asintió-. Sí, ya lo recuerdo.

-Gracias por ser mi guía.

Ella hizo una mueca, alzando el café como respuesta.

-Pues, supongo que no hay nada qué agradecer -sonrió un poco.

Él le dedicó una pequeña sonrisa y se limitó a calentarse con la bebida, en silencio. Ella parpadeó, pasando el dedo índice por el borde de la taza y decidió dialogar un poco para distraerse de todo el desorden de hace unos minutos.

-¿Pudiste encontrar a la mujer que buscabas? -lo miró.

-¿Eh? -Eliot pareció confuso, no se esperaba que ella fuese a hablar de nuevo- Ah, sí. Sí pude verla.

-Me da gusto saberlo -ella le sonrió con sinceridad.

Después de otros minutos de más silencio, Eliot se tomó el atrevimiento de indagar en el asunto que había interrumpido.

-¿Puedo preguntar?

No tuvo que decir más, ella entendió a qué se refería. Meditó unos cuantos segundos, él la había salvado de una discusión que, de no haber llegado, habría pasado a ser una pelea en la que ella tendría todas las de perder; sin conocerla, se preocupó porque un auto casi se la llevaba por delante, y también la había salvado de la hipotermia.

Parecía un buen sujeto, como mínimo merecía aclararle la duda.

Arantza dio un sorbo al café antes de dejarlo a un lado para contarle.

-Es el papá de mi hija -explicó-. Es un hombre casado, fui su amante por más de un año y me abandonó cuando quedé embarazada -negó con la cabeza mientras suspiraba-. Cuando su mujer se enteró de que tenía una hija conmigo, prácticamente lo obligó a quitarme a la niña para criarla con ella, sino le pediría el divircio. Desde entonces está empecinado con quitármela, ya ni siquiera sé cómo impedirlo -su voz se quebró.

Eliot se quedó un momento sin saber qué decir, aquello le pareció totalmente injusto. Antes de que él pudiera opinar, Arantza volvió a hablar.

-Es tan imbécil -frunció los labios con molestia-. Se llena la boca diciendo que ama a su esposa, pero no desaprovecha ninguna oportunidad para ir a metérsela a cualquier otra -rodó los ojos-. No me arrepiento -negó con la cabeza-, no lo hago porque tuve a mi hija, quien es el amor de mi vida, pero sinceramente sí me arrepiento de tener que compartir algo con él.

-Puedes ganar su custodia completa, yo te ayudaría -ella puso una mueca-. Mira, no soy abogado ni nada de eso, pero aquí tienes un testigo. Además, mi mejor amiga sí es abogada, podría hablar con ella y jamás se negaría. Además, no te cobraría nada, lo haría simplemente por ayudarme a ayudarte -le sonrió.

-Aprecio mucho tus intenciones -sonrió un poco y cerró sus ojos con fuerza antes de volver a mirarlo-. Pero él tiene muchos contactos, me la quitará en menos de un día apenas consiga una mínima prueba de que no soy capaz de cuidar a la niña. Y más siendo consciente de su condición -resopló-, tiene síndrome de Asperger.

-Mi oferta sigue en pié- reiteró Eliot.

-Él no está de acuerdo con la pareja que tengo, digamos que... está resentido porque cuando volvió ya yo estaba con otra persona. Obviamente eso no es suficiente para demandarme, pero anda buscando hasta debajo de las piedras cualquier defecto, está esperando que yo cometa cualquier error para llevarme a la corte.

-¿Y él no tiene hijos con su esposa?

-No, precisamente por eso está así.

Él miró inconscientemente el reloj que reposaba en la pared de la entrada.

-Son poco más de las diez, puedo acompañarte a tu casa -dijo, terminando de tomar el café que ya estaba tibio.

-No es necesario -ella hizo lo mismo.

-No te lo estaba preguntando -le sonrió, ella rodó los ojos con una expresión burlona. Ese hombre le caía bien.

Ambos agarraron un taxi y platicaron sobre la hija de Arantza durante casi todo el trayecto. Ella estaba sacando las llaves de su bolsillo cuando habló, antes de que Eliot se despidiera de ella.

-Vamos, pasa -le digo, abriendo la reja y procediendo a hacer lo mismo con la puerta.

-No te lo estaba preguntando -ella le regresó la jugada, ambos pasaron.

Era un departamento común, la sala estaba conectada con la cocina, habían muebles de madera, un pasillo con tres puertas y una pequeña terraza que daba vista a una parte de la ciudad.

-Sientate, prepararé algo de comer.

Eliot se sentó en el mueble y agarró una muñeca de trapo que había en el suelo, estaba hablando distraídamente con Arantza cuando una voz infantil se escuchó por encima de la suya.

-¿Madrina? -una pequeña niña salió de una de las puertas con un pijama de Masha y el oso, se frotaba un ojo con el puño.

-¿Sah? -la mujer dejó lo que estaba haciendo cuando la escuchó - Hija, ¿qué haces fuera de la cama a esta hora?

-Escuché la puerta, pensé qué había sido madrina...

-Cielo... -iba a decirle que fuera a dormir, hasta que se acordó de su invitado-. Cielo, ven -la condujo a la sala-. Eliot, ella es mi hija, Sahara. Cielo, él es...

-¡Ahhh! -la pequeña lo vio con una mueca de horror y salió corriendo a encerrarse en su habitación. Arantza estuvo a punto de ir a regañarla, hasta que se volvió hacia Eliot y se dio cuenta de su error.

-¿Hice algo malo? -se levantó cuando la mujer lo miró con algo de arrepentimiento -Debería irme...

-No, Eliot, no eres tú -se llevó la mano a la frente mientras regresaba a la cocina para terminar de prepararle un sandwich-. Sahara sufre de Xantofobia, lo siento, había olvidado comentartelo. Fue mi culpa, no te presté atención, yo...

-¿Qué? -Eliot la interrumpió al no entender nada de lo que decía.

Ella terminó de preparar el sandwich y se lo ofreció para luego sentarse junto a él en el mueble.

-Xantofobia es miedo al color rojo... Por eso reaccionó así cuando te vio.

Eliot entreabrió los labios, y los cerró sin saber qué decir.

-¡Mami! -la niña llamó a Arantza desde su habitación.

-¡Ya voy, cielo! -miró a Eliot -Ya vuelvo.

Él, sin dejar de sentirse culpable, se quitó el suéter y lo escondió debajo de un cojín del mueble, sin importar que el frío golpeara su piel. Se atrevió a acercarse a la habitación de la niña y tocó la puerta abierta con los nudillos para avisar de su entrada.

-Sahara, lo siento mucho -pronunció una disculpa sincera-. Te prometo que jamás volveré a usar ese color tan horrible.

La niña se encontraba acostada en su cama con el ceño fruncido, su expresión no cambió al oírlo.

-Cielo, fue un accidente -su madre, a su lado, le acariciaba el cabello con suavidad-. No fue su intenció asustarte.

Sahara siguió mirando al techo con recortes de golosinas, ni siquiera parpadeó durante casi un minuto, pero al menos se sentó en la orilla de la cama y se quedó observando a Eliot con una mirada indescifrable.

-Mamá -pronunció con seriedad y serenidad a la vez, pero sin desviar la vista-. ¿Cómo me dijiste que se llama tu amigo?

Arantza suspiró disimuladamente, casi con alivio, pues a Sahara se le hacía difícil tener relaciones sociales por su síndrome. La mujer le agradeció internamente a Eliot antes de contestar la pregunta de su hija.

-Se llama Eliot, mi amor.

La niña se levantó sin abandonar su postura vacía y extendió su pequeña mano hacia el aludido.

-Te perdono, Eliot -ambos se estrecharon las manos-. Me llamo Sahara, pero por ser amigo de mi mamá, puedes decirme Sah, como la sombra de Aquía.

-Cielo -su madre emitió una pequeña risa-. No creo que Eliot haya leído...

-Athara vità salveh kha -él la interrumpió, pronunciando una frase importante de ese libro que conocía de principio a fin.

Sahara pareció estar encantada con que él conociera su libro favorito. De pronto olvidó que era prácticamente un desconocido, y que la había asustado minutos atrás, ella simplemente ladeó la cabeza y le dijo:

-Eliot, ahora eres mi mejor amigo.

El susodicho entreabrió los labios con asombro, como si a la infante le hubiese salido un tercer ojo. Pero al final sonrió y se sentó junto a ella en la cama.

Los dos se quedaron hablando un buen rato sobre la historia, resultó que era la favorita de ambos. Los dos estaban tan ensimismados en la conversación, que ni siquiera notaron cuando Arantza fue a darse un baño y regresó con el pijama puesto. Eliot disfrutó de hablar con esa niña que, con cada minuto que pasaba, se convencía más y más de lo espectacular que era; era una pequeña genio de seis años, tenía la inteligencia de alguien de doce años y la capacidad mental de un adulto, ¡Sabía leer braille!

-Hija, ya es hora de dormir -Arantza los interrumpió, apoyada en el umbral de la puerta.

-Cinco minutos más, anda -la niña la miró con su semblante tranquilo, pero queriendo insistir por su tono de voz.

-Sahara, son casi las dos de la mañana -su madre le hizo saber, ladeando la cabeza.

Entre una discusión donde ambos argumentos eran demasiado válidos, Eliot se limitaba a permanecer en silencio. Al final, Arantza suspiró en señal de rendición y se fue con Eliot a la sala para tomar otro café mientras que Sahara se comprometió a ver un poco más de caricaturas para luego irse a dormir.

Hablando de una cosa y la otra, Eliot comenzó a contarle a Arantza un poco más sobre el motivo su estadía en la ciudad, le comentó sobre su obsesión de adolescente, de sus visitas al psicólogo y su superación. Él acababa de contar lo que había sucedido en el reencuentro con la mujer que buscaba.

-Lo siento mucho... -Arantza se levantó del sofá y se acercó a Eliot con cautela, él estaba recostado de la encímera, aún son el torso desnudo porque la niña seguía despierta y no quería asustarla de nuevo.

-Bueno, supongo que hay que esperar, ¿cierto? A que me rechace o... no lo sé -la última frase de indecisión le salió casi en un susurro.

-Eliot... -Arantza se aclaró la garganta-. Dices que ella tiene pareja y que, por lo que hablaron, no tiene intenciones de regresar contigo. Pero también estás seguro de que cambiará de opinión cuando vea tu expediente, tu avance psicológico... Las posibilidadea de que cumplas con tu objetivo estan a un cincuenta por ciento, lo cual, aunque no lo creas, es bueno.

-Y el otro cincuenta por ciento es que ella haya olvidado de quererme y que simplemente haya decidido desechar todos nuestros recuerdos -él resopló-. ¿Sabes? Temo que, aunque me rechace de una manera dulce, termine por olvidarse de mí en un futuro.

-Si el amor es verdadero, tarde o temprano sus representantes terminarán juntos. No seas pesimista.

Él negó en desacuerdo.

-Antes dependía de un enfermizo recuerdo, tanto que utilicé a una chica inocente como la sustituta de un fantasma para así alimentar lo que yo creía que era estabilidad emocional. Terminé dañando a la primera y única chica capaz de amarme sin límites. Aunque tuve ayuda profesional, terminé dependiendo de la esperanza de que ella escribiría un segundo libro como la continuación de nuestra historia, pero ella simplemente ha encontrado otro protagonista oara su vida. Arantza, siento que estoy escribiendo algo sin sentido, sin un final específico. A pesar de que ella dice que me ha perdonado y simplemente ha cerrado el libro de nuestra primera vez, temo insistir y causar que ella lo queme y que haga como que si jamás hemos existido.

»Soy inestable. Dejo de depender de alguien para luego hacerlo de otra persona. Lo único que me mantiene a flote es que no he recibido su respuesta, pero también temo que su silencio termine por hundirme en el olvido.

Arantza se detuvo a pocos centímetros de él con una expresión empática, a pesar de que los ojos de Eliot no daban señales de cristalizarse aún, su nariz había comenzado a teñirse de un tono rojizo, indicando que las lágrimas se avecinaban. Ella había notado que era inestable desde que había insistido tanto en ayudarla esa noche, pues descifró que la intención oculta en su amabilidad era la necesidad de convencerse de que no era una mala persona, que no era egoísta como lo fue en un pasado.

Él era inestable porque ahora quería recuperar algo que fue completamente suyo y dejó ir, era inestable porque sentía que era un patético al regresar y mendigar un amor que ya no le pertenecía. Mia era inestable, se sentía culpable por amar a una persona y descubrir que también seguía amando a otra, era inestable porque tenía que decidir entre la vida y la muerte de la mujer que la había cuidado toda su vida. Arantza era inestable, vivía con una presión constante de aparentar ser una madre perfecta porque cualquier paso en falso la obligaría a dejar de serlo, tenía que cuidar a una niña que no era como los demás infantes de su edad, que requería de un cuidado especial.

Todas las personas son inestables, sólo que unos fingen mejor que otros. Jamás puedes llegar a imaginarte que ese hombre que te cedió su asiento en el bus, tiene problemas financieros; no sabes si esa chica que viste en la fila del supermecado se suicidará al llegar a casa; no tienes ni la menor idea de la batalla interna de cada persona. No tienen ninguna palabra que hará que las personas se sientan mejor.

Arantza, a pesar de tanto cansancio que cargaba encima, invitó a pasar a un desconocido a su casa porque notó que ella no era la única que la estaba pasando mal. Arantza sabía que tenía muchos más problemas que Eliot, pero no los vociferó para minimizar los de él, ella simplemente lo escuchó, le ofreció café sin importar que ya era tarde.

Arantza era todo lo que estaba bien en esta vida. Probablemente la persona más pura que Eliot conocería. Porque los ángeles o demonios internos no determinan la personalidad de una persona, sino su trato al exterior.

Ella acunó el rostro de Eliot entre sus manos, él cerró los ojos ante su tacto. Ambos agradecieron la compañía del otro sin emitir palabra alguna, el destino les estaba quitando algo importante a ambos, pero a su vez les obsequiaba un amigo al otro para mantenerse en pié y afrontar lo que sea, juntos.

Antes de que cualquiera fuese capaz de decir algo, un portazo rompió el silencio y los dos se separaron para ver de quién se trataba a esa hora.

Los ojos de Eliot casi abandonaron sus cuentas por el asombro y la pena cuando Mia lo miró con el ceño fruncido mientras dejaba las llaves en la encímera.

El hombre fue, en ese momento, la mismísima vergüenza hecha persona. Arantza vio a la recién llegada con una sonrisa, mientras que el pobre de Eliot no hayaba qué coño hacer.

Lo que más lo sorprendió, fue que Mia no mostró molestia por haberlo encontrado con una mujer, solos en una sala, semidesnuda y con ella muy cerca de su rostro. Eliot Marín incluso se sintió decepcionado porque ella no presentó ni un diminuto atisbo de celos.

-Mia, lo que s-sea que estés pen-ssando, es mentira -balbuceó, preso de la timidez.

-Okey -se limitó a contestar la aludida, dejando su abrigo en el perchero.

-Quiero decir... No sé por qué estás aquí, pero ha sido una simple casualidad que nos encontraras de esta manera. Arantza y yo... -se quedó pensativo por unos segundos, cuestionándose si sería correcto lo que estaba por asegurar-. Arantza y yo somos amigos, solamente amigos.

-Que bien -musitó la pelirroja, de lo más tranquila. Quitándole bastante relevancia a la explicación de él.

-O sea...

-Eliot, stop -lo cortó-. Te creo, ¿bien? No es necesario que intentes darme explicaciones que ni siquiera me debes -se sintió algo mal por haber dicho eso último-. Estoy muy cansada, he tenido un día bastante complicado, mis problemas parecen infinitos. Es... -suspiró-. Es un gusto verte. Sé que Arantza y tú jamás estarían juntos -resopló, como si eso fuese bien absurdo-. Así que puedes estar tranquilo porque, en este momento, no pienso nada malo de ti.

Eliot abrió su boca para contestar, pero otra voz habló por encima de ellos.

-¿Madrina? -Sahara apareció en la sala y se detuvo frente a Mia. A pesar de que no podía demostrar emociones, de que incluso era bastante difícil de creer que siquiera pudiera sentir algo, Mia supo que la niña estaba feliz por su presencia.

-Hola, pequeña -la alzó entre sus brazos y le dio un sonoro beso en la mejilla para volver a bajarla.

-Mira, ven. Te presento a mi amigo -le agarró la mano-. Él es Eliot; Eliot, ella es mi madrina, Mia.

Los dos lucían bastante confusos por el término que la niña había acabado de usar para referirse al otro, los dos se miraron a los ojos y se estrecharon las manos para no dejar mal a la pequeña Sah. Cuando sus manos hicieron contacto, ambos sintieron una especie de corriente, como si sus dedos llevasen todos esos años ansiando tal reencuentro. No despegaban los ojos del otro, incluso se tocaron durante casi un minuto.

Arantza era quien lucía más desconcertada por lo que había pasado antes de que su hija apareciera, pero prefirió mantenerse al margen. Por lo bobos que se habían puesto Mia y Eliot, hasta la niña de seis años se dio cuenta de que tenían una conexión.

-Cielo, creo que ya es hora de que te vayas a dormir -la voz de Arantza regresó a todos a la realidad. Eliot y Mia se giraron hacia ella.

-Vine por unos papeles que Cyia me pidió que le llevara, ¿tú sabes cuáles son? -Mia se dirigió hacia Arantza.

-Ya es tarde -opinó la otra mujer-. Deberías quedarte a dormir y se los llevas mañana a primera hora.

-No, Éber me está esperando abajo con el auto -explicó, incómoda por pronunciar tal nombre frente a Eliot.

Odió sentirse incómoda por ello, claramente no debía.

-¿Tú sí te quedas a dormir, Eliot? -inquirió Sahara, más como una petición que como una pregunta.

-No, linda. Tomaré un taxi, pero prometo visitarte otro día -le sonrió.

-Ya es tarde, a esta hora abusan con las tarifas -comentó Arantza, rascándo su nuca-. Lo siento, tampoco puedes quedarte, hay una sola habitación y los muebles son incómodos... Mia, ¿crees que puedas llevarlo con Éber a su hotel?

La aludida abrió los ojos exhageradamente. Sabía que tenía que hacerlo, no podía dejar a Eliot vagando por una ciudad que desconocía. Su prometido no tendría ningún problema en hacer ese favor, pero.. Mhmmm... Tampoco era que le agradara la idea de estar sola, con ellos dos, en un espacio tan cerrado.

-Claro -tuvo que aceptar, aunque sin ganas.

Eliot lo notó, pero supo que era la única oportunidad que tenía de llegar al hotel rápido y seguro.

Arantza fue por la dichosa carpeta que había armado esa incómoda escena, Mia la agarró y se dirigió con Eliot a la salida, después de despedirse.

-¿Eliot? -Sahara lo llamó antes de que pudieran abrir la puerta.

-¿Te irás así? Hace mucho frío.

Por un momento había olvidado que llevaba el torso descubierto. Él rascó su cabeza, indeciso, sabía lo que podía causar si se colocaba el suéter. Sahara pareció leer sus pensamientos, porque cerró los ojos para que él pudiera vestirse. Eliot se colocó su suéter rojo, sintiendose aliviado por el calor que le dio, y se dirigió otra vez a la salida.

-Bueno, hablamos luego -pronunció, mirando a madre e hija.

-Hasta pronto, Eliot -musitaron al unísono antes de que él cerrara la puerta del pequeño departamento.

            
            

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