De esos embarazos nacieron cuatro princesas al Rey Ándraco, quien ya ni le importaba sus propios hijos, los príncipes, tampoco les importaba menos las madres de estas, o sea el Rey Ándraco ya no visitaba a ninguna de las mujeres que antes tenía, vaya que le salió el tiro por la culata a estas mujeres asesinas y malévolas.
Asi envejecerian sin ser tocadas, a menos que se arriesgaran a tirarse unas canitas al aire, pero eso se consideraba traición y muerte.
Victoria, la sirvienta leal de la Reina Teya era quien se encargaba directamente del pequeño príncipe ahora de tres años, ella no los reunía con el resto de los hermanos, tampoco los presentaba a las fiestas recreadas para el resto de los hijos del Rey Ándraco, esto era por que ella había visto el odio en la mirada del Monarca que al día de hoy, tres años después de la muerte de su Reina Teya, seguía sufriendo su ausencia.
El pequeño príncipe tenía rasgos mezclados a sus dos padres, tenía la tez blanca como su madre, sus ojos eran semi rasgados de tono miel dorado. Una guapura en miniatura. Victoria, ahora convertida en su institutriz, no permitía siquiera que nadie lo viera, lo escondía, según era para restarle el mal de ojo. Si, ella creía en todo ese rollo de hechicería y maldad.
Ella sabía perfectamente que su Reina había sido envenenada, y ver que nadie pagó por eso la hacia hervir su sangre. Odiaba a las mujeres de aquí, eran huecas y frívolas. No admitían ser derrotadas en el amor y usaban artimañas solo por lograr el poder. Por eso las odiaba.
Un día de tantos en el que el Rey Ándraco paseaba solo por los jardines de su Palacio, vió correr a un pequeño que vestía con una capa que cubría toda su cabeza, lo cuál no le permitía al Rey Ándraco ver el rostro de aquel niño.
El intentó alcanzar al pequeño, pero le fue imposible, el niño era ágil y saludable, corrió tan rápido cómo pudo y se introdujo entre los arbustos del jardín del palacio.
No le dio mucha importancia, pero se dijo a sí mismo que lo atraparía en otro momento y vería su rostro. Y así fue, dos semanas después, el Rey volvió al mismo lugar del jardín encontrando a un niño jugando Solo, él lo observó por varios minutos, este pequeño brincaba lo más alto posible trepaba los árboles, hasta Incluso se cayó, pero no lloró, se sacudió, se limpió por su cuenta y luego prosiguió a su juego. Era un pequeño encantador, debía saber quién era. Hasta este punto el rey no conocía ninguno de sus hijos, pues se había negado a tratar con ellos. Sabía que tenía hijos, pero no los conocía. Sintió algo de nostalgia al mirar a ese pequeño, era como tener a su Esposa la Reina Teya junto a él.
Cuando el Rey Ándraco volvió a reunirse con sus súbditos, por primera vez preguntó por sus hijos, los consejeros y súbditos se extrañaron, pero ordenaron traer a todos los hijos del Rey ante sí.
No obstante, el Monarca Ándraco, notó que su hijo con la reina Teya no se encontraba entre el resto, él sintió molestias, más no dijo nada, porque no estaba seguro de quererlo ver. Aunque muy en su corazón se sintiera molesto por excluir a su príncipe.
Por que él todavía veía al niño como que fuera el culpable por la muerte de su amada, él seguía Siempre sin querer mirarle la cara al pequeño.
Desde lo lejos, Victoria, la institutriz observó al pequeño mirar la fiesta con el resto de niños, ella sintió dolor al ver esto y murmuró, "princesa Teya, si vieras como trata a tu pequeño hijo, volverías a morir de rabia, dicho esto tomó de la mano al pequeño y se marchó en la parte más alejada con el pequeño.
Días más tarde, el Monarca seguía curioso y llegó al lugar donde había visto al pequeño y espero la llegada de él, tardó mucho, pero el pequeño no apareció, por supuesto eso lo hizo sentirse con rabia, algo le decía que ese pequeño era su hijo con Teya su amada.
Asi pasaron las Semanas, meses y llegaron los años, uno tras otro, hasta que un invierno tras otro, y una primavera tras otra, los jóvenes príncipes llegaron a su etapa adulta.
Mirando hacia el bosque, un apuesto joven con cabellos encolochados suaves, una mirada tierna y profunda estaba a la caza de un venado, su nana o institutriz le había pedido comer carne de venado, él había venido a este pequeño bosque para hallar un venado, le transpasaría su arco y flecha para hacerle caer y luego se lo llevaría a su institutriz para que ella se saciara con su carne.
La institutriz no le había hecho saber muchas cosas al joven acerca de su vida y su estatus, pues había visto que el Monarca nisiquiera había preguntado por su hijo, le daba lo mismo que existiera o no, por ello la institutriz quería salir del rincón de este palacio donde se había refugiado en irse a las tierras de Morrison, el pueblo natal de su reina Teya.
Asi cuando el príncipe traía a cuestas el venado en su hombro, aparecieron diez hombres custodiando a tres jóvenes a caballo. Estos no eran otros que los hijos del Rey Ándraco.
Ellos venían entre risas y conversaciones, tenían una vida magnífica, al ver al joven cargando un venado a cuestas los tres príncipes lo detuvieron e hizo preguntas.
-¿Quién eres?-El príncipe, hijo de la Reina Teya y el Monarca Ándraco, titubeó un poco antes de responderle. Uno de los príncipes a caballo le dice con algo de enojo.
-Eres sordo, o mudo. Nunca vi a alguien tan tonto. -Lo secunda el otro príncipe
-Nos estás robando los bienes de nuestro Reino. Ladrón.-El joven príncipe sabía quién era él, su identidad y el lugar que ocupaba en el corazón del Monarca. Asi que no respondió con arrogancia. El solo respondió con respeto y moderación.
-Vivo en estas tierras, soy un miembro de la sociedad Arcaica de los doce Reinos, cazar para alimentar a mí y mi familia es lo que todos tenemos derecho en el Reino justo de los doce reinos.
-Estás respondiendo ante los príncipes de la realeza de su majestad el grande, el Monarca Ándraco, ¿Quieres que tu cabeza ruede en el suelo?-Dicho eso el capitán que acompañaba a los jóvenes príncipes le habló con prepotencia y en tono despiadado.
Además de que le hablara así, desenvainó su espada y se lo puso al cuello del Príncipe Bastian Alexander, este era el hijo de la Reina Teya y el Monarca, lo que sucede cuando se ignora todo.
-El gran Rey Ándraco es un Rey justo, e igualmente lo sería cada príncipe de este gran Reino; si usted quiere hacer correr sangre de un ciudadano inocente y sus príncipes lo avalan, puede hacerlo.-Las palabras del príncipe Bastian Alexander eran moderadas, mostraba una base sólida, un carácter ferro, su rostro mostraba una delicadeza, su piel tan blanca era relativo de sangre de reyes, el mayor de los príncipes, quien no abriera la boca para decir algo en su contra, lo miró con inquietud.
Cuando vió que sus hermanos querían continuar en discusión con el joven, éste le hizo señas a que no continuara. Los otros hermanos eran los príncipes Daven y Egil y el mayor de los tres príncipes por nombre Aren, su madre había sido la primera esposa del Rey Ándraco, esta mujer era la princesa de las tierras lejanas, era muy educada. Siempre enseñaba a su hijo a auto controlar su carácter.
Aren, quien significara su nombre el que reina como un águila, era un hombre ya de veintitantos años, era mayor que el príncipe Bastiaan.
El nombre de los hermanos príncipes también tenían significados, Daven el ser amado. Egil, el príncipe impresionante.
-Acampemos aquí por un momento. -Ordenó el príncipe mayor Aren. Todos miraron al extraño, este era Bastian Alexander el príncipe que no daba a conocer su identidad.
Enseguida, el capitán quería que Bastiaan Alexander fuera quien preparara la carne para comer más de una docena de personas, diez guardias más tres príncipes, más el extraño.
Aren el príncipe mayor ordenó. -El joven ya está proporcionando la comida, no es justo que él también prepare el alimento, que cocine nuestro cocinero Imperial.
Fue así como se preparó la carne y se sentaron alrededor de una fogata, pero al sentarse todos, Aren llamó a Bastian para que se sentara a su lado, pero los otros le dijeron.
-¿Por qué quieres sentarte con un mendigo palaciego? Somos príncipes.
Aren, quien fuera un hombre justo, observador y muy analítico, estaba casi seguro que Bastian no era cualquier persona. Algo en su interior le decía que Bastian no era como cualquier otro al azar.
-¿Cuál es tu nombre señor cazador?-Lo mira de frente, y Bastian le sostiene la mirada.
-Bastian, Príncipe Aren.-Todos vuelven a verlo con mirada inquisidora.
-Tu nombre no es común, ¿Quién lo eligió, tu padre o tu madre?-Bastian sonrió de medio lado y respondió.
-Según mi institutriz, lo eligió mi padre, mi madre me eligió el segundo nombre, Alexander.
Era bien sabido que solo alguien noble podía ostentar a dos nombres. Lo cual sorprendió a todos. ¿Quién era esta persona, por qué tenía el aura de un príncipe noble y la humildad de un aldeano? Eran preguntas sin respuestas en la mente de todos.