Caminaba yo solitario por el sendero a la orilla del lago, extasiándome con los deliciosos sonidos nocturnos, saboreando la briza de la oscuridad y sumergiéndome en mis cavilaciones y pensamientos, cuando de pronto y sin siquiera darme cuenta me fui apartando del sendero para internarme en el espeso y frondoso bosque de árboles nativos tan propios del extremo sur de Chile y de los que yo soy un fervoroso admirador, caminé sin rumbo fijo durante un largo rato, dejándome llevar por esa belleza indómita y silvestre, y para cuando pude darme cuenta me encontraba solo en medio de la inmensidad, sin más compañía que aquellos colosos milenarios de estructura imponente y la de una enorme obscuridad. Seria egoísta negar que en un principio al verme allí solo, envuelto por una briza gélida, sin el abrigo cálido de la cabaña, experimenté una sensación extraña, una especie de miedo que recorría mi cuerpo y atormentaba mi pensamiento; yo que siempre había sido un hombre firme, seguro de mis acciones y de un carácter imperturbable, por primera vez en mucho tiempo volvía a sentir el beso del pavor y el desconcierto. Decidí buscar refugio bajo un árbol mientras sentía como mi corazón se aceleraba como un caballo desbocado, cerré los ojos y me acurruqué junto al tronco para intentar calmarme y recuperar el aliento, pero sin embargo me fue imposible conseguirlo ya que de pronto sentí una mano firme y helada que me agarraba con fiereza por detrás del cuello, presionándolo para robarme poco a poco el oxígeno, traté desesperadamente de zafarme y por poco no lo logro, pero cuando me vi libre corrí a toda velocidad sin saber a dónde, tan solo quería dejar atrás a ese ser, fuera lo que fuera, humano o vestía, que intentaba darme alcance, hasta que sin remedio llegué al límite de mis fuerzas y sin apelación caí sobre la hierba mojada por el rocío nocturno mientras mi perseguidor se acercaba con pasos firmes y amenazantes, ya sin opción de escapar no me quedaba más que clamar al cielo por una salvación, un milagro divino que me permitiera seguir con vida, pero ya era demasiado tarde para mí, estaba escrito que moriría a manos de esa vestía funesta, fue entonces, en ese momento cuando había cerrado mis ojos para entregarme a mi suerte, que en un instante y como un destello lo recordé todo.
Varios años antes cuando yo era apenas un estudiante de ingeniería civil de la Universidad Católica de Chile, junto a un grupo de cinco amigos a parte de mí, decidimos hacer caso a nuestro espíritu aventurero y así emprendimos viaje al extremo sur del país, dispuestos a liberar tensiones, a disfrutar de paisajes exóticos y fascinantes, y a vivir aventuras extremas, dejando atrás la ajetreada y vertiginosa vida de la capital. Fue entonces cuando una noche en que la neblina cubría todo a su paso, mis avezados amigos y yo decidimos ir de excursión, internándonos en este mismo bosque en que hoy suplicaba por conservar mi vida, no teniendo temor de nada y dispuestos a satisfacer hasta el final nuestro deseo de aventura; tras horas de caminata sin saber en qué dirección íbamos, por fin encontramos un pequeño y angosto camino que supusimos nos llevaría a algún precipicio o algo por el estilo, sin embargo tamaña fue nuestra sorpresa al percatarnos que conducía a una milenaria y mítica cueva, al principio lo dudamos un poco pero tras un rato decidimos adentrarnos en su interior, era profunda, oscura y hueca, pues al hablar nuestras voces producían eco en su interior, sus paredes se encontraban tapizadas de extraños dibujos que supusimos eran de tiempos muy remotos y también habían en ella jeroglíficos que representaban una forma de comunicación entre los que habían sido sus habitantes. No cabía duda alguna de que todo aquel panorama nos tenía maravillados y lejos de disminuir, nuestro afán de explorar más allá, este aumentaba a cada minuto; nos encaminábamos al fondo de la caverna cuando de forma imprevista sentimos una extraña presencia asechándonos, por primera vez experimentamos lo que era realmente el terror, sin saber a qué nos enfrentábamos tan solo sabíamos que a medida que avanzábamos en el sendero de nuestra proeza, más se acrecentaba aquella desagradable sensación en nuestras almas, quisimos volver sobre nuestros pasos y marcharnos de aquel lugar, sin embargo cuando nos disponíamos a hacerlo, desde la inmensa oscuridad emergió la figura gigante de un ser imponente, mitad hombre mitad vestía, de aspecto milenario, que se encontraba envuelto en una estela de fuego y cuya presencia infundía temor hasta el más gallardo y valiente de los hombres. Sin miramiento alguno alcanzó con sus enormes manos a uno de mis compañeros e ignorando nuestras suplicas, le retorció el cuello lentamente quitándole el aire hasta dejarlo sin vida y sin que ninguno de los presentes pudiera hacer algo para liberarlo de ese horrendo final, mientras acababa con la existencia de Luis, en los ojos de ese monstro se veía el placer y la satisfacción, y al cabo de un rato fuimos expulsados del interior de la cueva sin saber cómo, tan solo el miedo dominaba nuestras acciones y nuestros corazones. Nunca supimos explicar con claridad a la familia de Luis lo que había acontecido con él en el que se suponía solo iba a ser un viaje de distracción y aventura, y los sobrevivientes nos juramentamos no divulgar lo sucedido ni mucho menos pretender regresar a aquel lugar.
Ahora que me encontraba precisamente en las garras de la muerte, exactamente padeciendo el mismo suplicio que aquel amigo entrañable, podía percatarme que sin darme cuenta había roto aquella promesa, desatando de paso la furia de la vestía infernal que ahora me sometía a las más terribles flagelaciones desgarrando con astucia y satisfacción cada girón de mi piel para devorarlo casi con gula, consumiendo a cada instante mi vida hasta extinguirla por completo. Un final desastroso para un hombre que lo había conseguido todo en la vida, una muerte indigna y despiadada a manos del más vil de los seres, sin siquiera tener un sepulcro físico en donde mis seres queridos pudieran ir a llorar mi recuerdo, sin defensa ni justicia, simplemente una muerte indeseada y repugnante.
A pesar de todas las investigaciones y de las hipótesis tentativas acerca de mi desaparición, jamás se logró determinar qué había sucedido respecto a mi muerte, pues nunca se encontró ningún indicio en el lugar de los acontecimientos, y aquel misterioso sendero incluido la cueva y el bosque, desaparecieron como por arte de magia. Tras un año la policía decidió cerrar el caso resolvieron que probablemente yo había caído accidentalmente al lago siendo devorado por la fauna acuática del lugar.