Mi nombre es Yanara, soy chilena y el verano pasado decidí ir en mi periodo de vacaciones a conocer la bella ciudad de Buenos Aires, no cabía duda de que aquella sería una experiencia nueva y fascinante para mí, llena de aventuras, en donde tendría la oportunidad de adquirir conocimientos contemplando parajes hermosos y disfrutar seguramente de compañías muy agradables. Era mi segunda jornada en la ciudad y como todo turista me sentí atraída por la noche bonaerense, me encontraba caminando sin rumbo, sintiendo la exquisita briza veraniega entrando en contacto con mi piel, cuando de pronto y casi sin darme cuenta me encontré frente a la puerta de un imponente y elegante edificio de un estilo colonial español; desde su interior emanaba una música celestial, la exótica fusión del soneto de un piano y el canto de los violines los que poco a poco iban cautivando mis oídos hasta erizar mi ser por completo, alcé mis ojos hacia arriba y pude ver su nombre impreso en letras majestuosas, era el afamado teatro Colón que con su elegancia y estampa, sumadas a la sonoridad de la música que emergía de su interior, me invitaba a entrar en su mundo y descubrir el enigmático encanto de sus salones; guiada por mis instintos me interné en aquel maravilloso lugar, hasta que tras una puerta hecha de fina madera, descubrí un auditorio repleto de gente y en cuyo escenario se encontraban un sinfín de instrumentos que componían la más sublime de las orquestas, comandada por su director, un hombre de figura atlética, muy elegantemente vestido, de tez blanca, ojos azules como la profundidad del mar y de cabellos tan rubios como los campos de trigo maduro; de inmediato y sin hacer ruido me instalé entre el público dejándome llevar por las deliciosas melodías que ese selecto grupo interpretaba, mas, mi mirada seguía fija e inmóvil en dirección a un solo punto del escenario, donde se encontraba ese hombre que dirigía todos los movimientos de los músicos, ese ser de aspecto viril, de mirada imperturbable y rostro seco, pero que sin embargo había causado en mí algo muy especial, una sensación que jamás había experimentado y que ahora se estaba propagando por todo mi cuerpo, invadiendo mi mente, mi alma, hasta carcomer mis huesos y llegar a mi corazón; y al parecer el sentimiento era reciproco pues de pronto y sin previo aviso, comencé a sentir el calor de su mirada, la misma que al principio era inexpresiva, ahora se había vuelto de fuego y me gritaba que yo era el objeto de su deseo, debo admitir que en un principio aquella situación me cohibió un poco, sin embargo esa sensación desapareció casi de inmediato, para dar paso a un sentimiento de absoluto placer y complicidad, no existía duda, nuestras almas se encontraban sumergidas en la más sublime de las conexiones por medio de nuestros ojos, a nuestros rostros les resultaba imposible poder disimular la química que se había generado entre ambos, y lo mejor de todo era que a ninguno de los dos nos importaba. Por fin el concierto terminó y el público retribuyó a los artistas con una gran ovación cerrada y de pie, acto seguido los asistentes fueron abandonando poco a poco aquel auditorio, yo también me disponía a hacerlo, cuando uno de los tramoyas de la orquesta se me acercó y tras un saludo reverencial, sin decirme nada me hizo entrega de una tarjeta, para luego alejarse con una sonrisa en el rostro, al tomar ese diminuto trozo de papel entre mis manos, pude sentir como mi corazón despertaba ante una nueva ilusión, podía notar como sin querer mis mejillas poco a poco se iban enrojeciendo, y la boca se me secaba, mis manos temblaban y por más que quisiera evitarlo, era imposible alejar la sensación de curiosidad y expectación de mi espíritu; sin mayor preámbulo abrí esa pequeña pero significativa tarjeta, con la secreta esperanza que su procedencia no fuera otra que de aquel maestro de orquesta que había encendido mis sentidos y ruborizado mi corazón, si bien es cierto era una absoluta locura pretender que aquel hombre tan seductor hubiese mostrado real interés en mí, no dejaba de ser algo posible y yo me aferraba a esa utopía con todas mis fuerzas; al leer esas líneas mi mente no conseguía asimilar lo que mis ojos presenciaban , pues en aquellas palabras se cumplía lo que tanto había anhelado, los ángeles del cielo o alguien desde el más allá habían interferido para que mis plegarias desde lo alto fueran escuchadas, ese párrafo perfecto y a la vez precioso decía algo más o menos así ``Mi venerada y dulce diosa, espero no ser inoportuno ni causarte incomodidad alguna, pero no puedo perder la ocasión de decirte que esta noche me has extasiado con tu belleza virgen y transparente como la de ninguna otra criatura, quisiera poder tener el honor de que me concedieras unos minutos para charlar y disfrutar de tu deliciosa compañía, te espero ansioso y expectante en mi camerino. Con toda admiración. Fernando Lorca. Director de orquesta`` Tras concluir de recorrer esas líneas, la emoción se apoderó de todo mi ser y una gran sonrisa se extendió por todo mi rostro, decidí no perder tiempo y enfilé mis pasos de manera rauda en dirección al camerino de Fernando, cuando me encontré frente a la puerta me percaté que un nudo poco a poco me iba cercenando el estómago, robando muy lentamente mi respiración, el miedo invadió mis sentidos hasta casi llegar al punto de paralizarme por completo, sin embargo mi deseo de conocer a ese hombre que me tenía impactada, era más fuerte y en un acto de la más pura inercia me sorprendí llamando a su puerta, casi al instante esta se abrió y tras de ella estaba Fernando, quien al verme de inmediato me regaló la más amplia y luminosa de sus sonrisas, en lo que a mí respectaba, ahora puedo decir que en aquel instante me encontraba totalmente perturbada por la emoción y los nervios, y tan solo pude decir.
-Hola- Fernando que al parecer acababa de darse un baño, estaba en bata y se le veía muy cómodo.
-Pasa mi diosa- dijo esta vez abriéndome de par en par la puerta, yo le obedecí y casi al instante me encontraba sentada en un lujoso y confortable sillón de cuero; entrar en aquel espacio era como introducirse en otro mundo, todo lleno de lujos y comodidades, con lo más refinado para comer y beber de forma instantánea, atendido por curvilíneas sirvientas a las que Fernando ni siquiera miraba; luego de dejarme instalada en aquel delicioso aposento, él se fue hacia una habitación contigua en donde a través de la puerta abierta, pude ver que se reunía con el resto de la orquesta entre los que se encontraba el asistente que me entregara la tarjeta, aquel diminuto trozo de papel que en unos pocos instantes había cambiado mi vida por completo, unos minutos más tarde aquel guapo y varonil hombre volvió junto a mí, y sin previo aviso y haciendo gala de su osadía y faceta de seductor, me dio un dulce beso en la mejilla, yo me quedé sin respiración, sin palabras sin aliento, regocijándome en mi incredulidad, fascinada y aturdida. Así comenzamos a hablar y con el correr de los minutos, nos fuimos quedando completamente solos en aquel lujoso espacio, Fernando me contó que había nacido en Argentina pero que desde muy pequeño estaba acostumbrado a recorrer el mundo junto a su familia ya que su padre al igual que él, había sido un afamado director de orquesta y por esa razón nunca había tenido el típico acento argentino; por mi parte yo le pude contar de que soy hija de una familia muy esforzada, que en mi infancia tuve que enfrentar situaciones difíciles y pasar muchas privaciones, pero que con mucho esfuerzo logré terminar mi carrera de ingeniería comercial , y ahora era una exitosa gerente en una importante empresa chilena.
- ¿Quieres matear? - me dijo Fernando, después de hablar por largo rato.
-Me encantaría- dije emocionada -Pero no conozco mucho acerca del ritual del mate- agregué con una mezcla de vergüenza y nerviosismo.
-Tú relájate mi diosa bella, yo te enseñaré todo lo que desees aprender- repuso, trayendo en sus maravillosas manos, un hermoso y elegante mate de calabaza. Yo que hasta ese instante era una absoluta ignorante respecto al tema, sorprendida pregunté.
-¿Por qué tan solo uno?- de inmediato Fernando me miró con una sonrisa picaresca en el rostro, y luego agregó.
-Lo que pasa es que quiero tener el placer de probar el sabor de tus labios en la bombilla después de que cebes el mate-
- ¿Cebar el mate? ¿Qué es eso? - agregué aún más desconcertada.
-Ya lo verás- dijo esta vez mi apuesto acompañante, con la malicia reflejada incluso en su mirada, acto seguido, dio comienzo al místico rito de la preparación y el disfrute de un auténtico y delicioso mate argentino. Comenzó encendiendo una vieja vitrola en donde sonaba alegre un tango de Gardel, luego puso la pava a fuego medio en una cocina de gas, y más tarde sacó de un bolsito cuidadosamente, arreglado, la yerba para preparar aquel brebaje de dioses, puso cuidadosamente un poquito dentro del mate, luego le agregó un chorrito de agua bien caliente, para más tarde poner delicadamente la bombilla tratando de remover la mezcla lo menos posible, un instante después cubrió la bombilla con otro poco de yerba teniendo la precaución de dejar un pequeño orificio en donde depositar un último chorrito de agua; mis ojos miraban las hábiles maniobras de aquel viril personaje, con imperturbable veneración ¿Cómo podía ser posible que aquel ser que en un principio mostrara una mirada tan fría e indiferente, fuera en la intimidad de un camerino tan cercano y tan tierno?
-Ya casi está listo- dijo susurrando, mientras la yerba lentamente se consumía en el agua hervida -Cébalo tú primero- dijo extendiéndome el mate con una mano, mientras que con la otra apuntaba hacia la bombilla.
-¡Ay! está caliente y muy amargo- no hubieran hecho falta las palabras pues la expresión de mi rostro lo decía todo, Fernando se reía a carcajadas, y luego fue su turno de cebar el mate.
-Tus labios saben delicioso- me dijo tras succionar el implemento por un momento, esta vez era yo quien me reía. Así transcurrieron las horas, disfrutando un mate tras otro, riéndonos y charlando, dejándonos llevar por la seducción, danzando al compás del tango y su ritmo cadencioso, hasta que nos sorprendió la noche y nuestros labios se confundieron en un ardiente beso que desencadenara la pasión, dando paso a que nuestras pieles se confundieran y nuestras almas sucumbieran al calor del amor, gracias al místico mate, que cautiva y es hechizo.
Ya va a ser un año desde que ocurriera aquella sublime experiencia y tanto Fernando como yo, seguimos cebando mate y consumidos