Inchausti, este reloj tiene que estar funcionando en dos horas ! No hay tiempo! - dijo, mientras clavaba su mirada en el doctor. Una hora más tarde, los albañiles y el carpintero terminaban de empotrar el gran reloj que coronaba el altillo de la mansión. Inmediatamente después, cinco ancianos de estatura casi idéntica todos con rasgos y atuendos indígenas, entraron en la casa y subieron hasta el altillo, donde los estaba el hombrecito de blanco. Los ancianos indígenas abrieron sus morrales, de donde empezaron a sacar cientos de piezas de relojería de todos los tamaños.
Con una precisión admirable, en pocos minutos armaron el mecanismo del gran reloj, el hombrecito de blanco abrió una pequeña valija blanca, de la cual saco un cofrecito de madera, también blanco, y de este una pequeña pieza de metal gris, tendió su diminuta y delicada mano, y colocó la pieza dentro del mecanismo del reloj. Los cinco ancianos y el hombrecito de blanco miraron el reloj durante unos cuantos segundos, hasta que marcó el primer minuto, y así fue como el impotente reloj construido por los maestros relojeros prunios comenzó a funcionar. Y funcionó a la perfección si adelantar ni atrasar ni detenerse jamás.