-Y menos mal que no lo ví, porque esas cosas me ponen con los nervios de punta. Pero bueno, no fuiste la única con una tarde divertida el día de ayer. Después de que Gabriel supo que tenía que regresarse solo a la casa y en taxi, me invitó a comer.
-¡Qué bien!-exclamé genuinamente feliz por ella. Pacita reía y sus mejillas se sonrojaron.
-No fue la gran cosa, pero dijo que podíamos llamarlo una cita. "Nuestra primera cita". ¿Puedes creerlo?.
Y claro que podía hacerlo. Pacita era una chica muy linda aunque insegura de sí misma, pero un día descubriría lo bella que era y el mundo debería temer. La emoción que la embargaba era contagiosa, incluso lograba disimular los celos que siempre yacían en mí, sin dejarlos hacer acto de presencia.
-Me invitó a una cita en San Valentín- dijo de pronto. Alcé mi mirada del almuerzo. Su voz dubitativa me llamó la atención.-¿Crees que podrías ayudarme ese día a prepararme?-.
-Pacita, claro que lo haré, eres mi mejor amiga y es una cita importante.
-¿No será raro por tu... ya sabes... tus sentimientos por Gabriel?
Descarté su preocupación con un gesto de mi mano, como sí esos sentimientos hubiesen desaparecidos o no importasen, cuando en realidad la sola mención de San Valentín había arrugado mi corazón, porque yo estaría sola, mientras el chico que me continuaba arrancando suspiros salía con mi mejor amiga.
Decidí pasar la semana concentrada en mis descuidados estudios tratando de sacar de mi cabeza a Gabriel y la cita que tenía con mi amiga en San Valentín, por suerte este año caía domingo, así que no tendría que echar sal en mi herida, viendo a otras parejas empalagosas; me bastaría con mantenerme encerrada en mi casa, viendo algún maratón de películas, tratando de no pensar en que en ese momento Gabriel estaría con Pacita.
***
A penas sonó el despertador me levanté de la cama, estaba despierta desde temprano solo contemplando el techo de la habitación, sin más nada que hacer que esperar que avanzaran los eternos minutos. Me bañé, me arreglé y bajé a tomar el desayuno.
Apagué la cafetera que mi mamá había dejado una vez más encendida y puse en remojo la pobre jarra para que se despegara el café quemado. Abrí la nevera buscando un poco de queso y mantequilla para hacerme un sanduche, pero la bolsa vacía de pan sobre la encimera, me recordó que no tendría buena suerte. Opté por un cereal nutritivo, que consistía en un tazón lleno de granola, una fresa dudosa picada en minúsculos trozos y lo último del cartón de leche que no alcanzaba a mojar las hojuelas. Suspiré frustrada y resignada mientras me sentaba a comer.
El responsable de hacer las compras había sido mi padrastro, cuando él vivía con nosotros no faltaba nunca nada. Odié tener algún pensamiento positivo hacía él, así que me concentré en sacarlo de mi cabeza y de mi corazón. Mi teléfono vibró a las pocas cucharadas con un mensaje de número desconocido.
* Bom Dia Beleza -Buenos días bella-. Ya estamos aquí*
-No puede ser-dije en voz alta, atragantándome un poco con el cereal seco. El timbre sonó para acentuar mi horror. Me acerqué hasta la puerta y justo cuando iba a girar el pomo esta se abrió casi golpeándome en la cara.
-Beleza-Bella-, deberían acostumbrarse a cerrar la puerta con llave, nunca se sabe qué clase de loco intentará meterse-Gabriel entró con su característico paso seguro, dándome un pequeño beso en la mejilla que me hizo ruborizar.
-Quizás tu deberías tocar antes de entrar-repliqué tratando de esconder mi rubor
-Lo hice- respondió guiñándome un ojo-¿Estás lista?
Lo miré confundida. No entendía que hacía aquí ni mucho menos porque me hablaba como si yo tuviese que saber a lo que se refería. No era una persona muy mañanera, me costaba que mi cerebro procesase la información con la misma rapidez que en el resto del día, sobre todo si no tomaba café ni tenía un desayuno decente.
-Asumiré por tu cara que mi olvidadizo hermano no te dijo que pasaríamos a buscarte-negué con lentitud-. Está bien beleza, no es tu culpa que él no sepa cómo... Hablar. Si ya estas lista, podemos irnos- me apremió-.
Asentí con rapidez y corrí a la cocina a buscar mi bolso, Gabriel siguió mis pasos impregnando toda la sala con su perfume. Tomé el bolso y metí los últimos cuadernos que había dejado en la encimera la noche anterior y me giré con rapidez para estrellarme en su pecho. Me sujetó con fuerza mientras me daba una amplia sonrisa, estaba tan cerca de él, que sentí su tibio y mentolado aliento.
-Puedes terminar de comer sí quieres... -ofreció señalando el intento frustrado de mi desayuno.
-En realidad no quiero, no sabe tan bien como se ve-respondí zafándome de su agarre, sus manos se habían sentido tan cálidas en mí, que mis alarmas de culpa se propagaron con rapidez por todo mi cuerpo.
Gabriel miró el plato y frunció el ceño pero haciendo uso de su educación no se atrevió a decir nada.
-¿Pourquoi est-il si long?- ¿Por qué tardan tanto?- preguntó Rámses entrando en la cocina, con su ceño fruncido.
¿Es que nadie puede tocar la puerta en esta casa y esperar a que yo abra?
Lo miré ceñuda, otra vez hablaba en francés. El giró los ojos y me tradujo lo que había dicho con una mueca condescendiente y nada educada.
-Terminaba de desayunar irmão, tranquilo-respondió Gabriel pasando al lado de Rámses mientras salía de la cocina.
-¿Eso?-Rámses señaló con evidente asco y desaprobación mi plato de cereal-. ¿Y que eres, un canario?. No entiendo porque desayunas alpiste.
-¡No es alpiste!-me defendí, mientras salía por la puerta y lo apremiaba a que me siguiera-. Mi mamá olvidó hacer las compras. Era eso o no comer nada.
-Nada es mejor que comida de aves.
Rodé los ojos una vez más. Sus múltiples facetas a veces me resultaban agotadoras, sobre todo cuando no tenía una buena taza de café para despertar a mi cerebro. Subí a la camioneta y me sentí un poco incomoda al repentino sentimiento de familiaridad que sentí. Según me explicó Gabriel, mi casa se encontraba en la ruta desde su casa hasta el instituto así que podrían pasarme buscando todas las mañanas sin ningún problema, y también traerme en las tardes cuando quisiera, una idea que de forma esquiva evitaron decirme a quien se le había ocurrido, pero en cualquier caso les agradecí a ambos. Mis sentimientos se encontraron en una batalla épica. Por una parte estaba feliz por la sola idea de compartir con Gabriel un poco más todos los días, ver a primera hora de la mañana su cálida sonrisa y sentir sus dulces besos en mi mejilla; pero por otra parte maldije, porque así no podría sacármelo de la cabeza nunca.
Apenas llegué a clases acompañada de los -al parecer muy codiciados- hermanos O'Pherer todos los ojos se posaron en mí, pero gracias al carisma de Gabriel se desviaban rápidamente de su atención para responder sus saludos e incluso sus sonrisas. Nuevamente mis celos aparecieron cuando un grupo de chicas lo saludaron con besos en las mejillas más lento de lo que puede ser considerado normal, pero la verdad aunque dolorosa era que yo no tenía ningún derecho a sentir celos, quizás Pacita sí, pero yo no. Los adelanté mientras me despedía con la mano, no quería verme atrapada dentro de ese grupo de fanáticas. La mirada de circunstancias que tenía Rámses me causo gracia, estaba tan incómodo de encontrarse allí como lo estuve yo.
No pude llegar hasta el salón cuando Pacita me tomó del brazo, entrelazándolo con el suyo.
-¿Por qué no puedo vivir más cerca?-se quejó. Le había contado por mensajes lo ocurrido en la mañana y su respuesta había sido la misma que ahora.
-¿Qué planes tienen para el sábado y el domingo? - nos interrumpió Ana María entrelazando su brazo con el de Pacita que aún quedaba libre, mientras continuábamos caminando-. Habrá una fiesta en Playa Coral, en la casa de Kariannis, es para todos los solteros y solitarios. ¿Quieren venir?
-Yo no puedo, tengo una cita-respondió con orgullo Marypaz-.
-Wow, miren a Pacita. ¿Y quién es el afortunado? ¿Lo conozco? ¿Es el moreno del piso dos? Porque déjame decirte que ese moreno es muy mujeriego, ve con cuidado con él, pero si es con él, aprovéchalo, porque besa excelente- soltó su brazo y caminando de espaldas continuó hablando con nosotras casi en un susurro-. No como Rafael, el bajito de la clase de química, ese... ese es mío, si algún día supera su timidez por supuesto. Bueno, ya me tengo que ir- dijo alzando la mano para despedirse al tiempo que se giraba-. La fiesta comienza el sábado a las siete de la noche, si necesitan sacar los permisos con sus padres me avisan, los papás de Kariannis los llamarán a todos.
Y así, sin dejarnos ni siquiera responder se fue, la vimos como aplicaba la misma técnica con otro grupo de chicas, que lucían apabulladas por su presencia explosiva. Así era Ana Maria, hiperactiva, acelerada, con exceso de cafeína y bastante amigable. Ella pudo haber sido amiga nuestra si dejase que en algún momento le respondiéramos. Miré a Pacita y nos reímos, estábamos acostumbrada al huracán que ella representaba, después de estudiar juntas por más de tres años. Y sin embargo, Ana María que hablaba con todos, siempre se la pasaba sola.
***
Con esas mañanas donde los hermanos O'Phere pasaban a buscarme, la semana se me hizo eterna. Resultaba una tortura escuchar a Pacita todas las noches suspirar en el teléfono por Gabriel, y que él me diera un abrazo todos los días dejándome su perfume en mi ropa y mis sentidos.
El San Valentín del año pasado había sido toda una historia distinta. Aunque odio admitirlo y me reprenda a mí misma, a veces, solo a veces extrañaba a Daniel y lo que sus letras habían significado para mí. Porque por esas semanas cuando nos escribíamos por teléfono no me sentí tan sola. Después recordaba cómo se había torcido todo y debía controlarme para que las arcadas que sentía no me hicieran correr al baño.
-¿Pensando otra vez en Daniel?-preguntó Pacita revisando con detenimiento unos vestidos en el aparador de la tienda donde estábamos.
A veces mis niveles de paciencia tenían limite y sentía que estar tan temprano en un día sábado, en vez de estar durmiendo, en un centro comercial en vísperas de San Valentín ayudando a mi amiga a escoger con un vestido sexy para su cita con mi enamoramiento, podría ser la gota que derramara el vaso.
-Y no te atrevas a decirme que no es así, porque tienes esa cara verdosa que pones cuando te acuerdas de él. Francamente Mia, dices que soy tu amiga, pero nunca me contaste lo que pasó con él. Entendí que en ese momento no estabas lista, pero han pasado tanto tiempo...
Bajé mi rostro avergonzada. Ella tenía razón en cuestionar nuestra amistad, pero lo que había pasado con Daniel, no podía saberlo nadie, ni siquiera ella: -Yo...-comencé a balbucear
-Está bien Mía. No te presionaré, pero quiero que sepas dos cosas: la primera, que siempre podrás contarme lo que sea, nunca te juzgaré y siempre estaré allí para ti. La segunda, es que me da demasiada curiosidad saber lo que pasó con Daniel. Tú estabas tan enamorada de él y cuando por fin llegó el momento de la verdad solo... se acabó; sin razones, sin motivos. Pasaste días llorando, días que no podías ni salir de la casa o de la cama. Y él era tan perfecto que...
-No era perfecto-la contradije sin poder evitarlo, molesta porque sus palabras eran un reflejo de lo que yo había sentido por él, y odiaba que me hubiese enamorado de Daniel-. Es un imbécil, un idiota, una escoria humana, un adefesio, una aberración que...
-Está bien-dijo tratando de calmarme, mis puños estaban apretados con fuerza a cada lado de mi cuerpo y no me había dado cuenta que había estado gritando-. Ya entendí. Mejor cambiemos el tema, antes de que las personas comiencen a creer que estabas peleando conmigo.
Le di un pequeño asentimiento y después de algunos segundos en silencio donde nos dedicamos a seguir mirando los vestidos, por fin llevábamos en brazos un par para que Pacita se los probara, aunque estaba renuente a hacerlo.
-Me siento un poco culpable por dejarte sola en San Valentín-la voz aterciopelada de Pacita sonaba fuerte a través de las cortinas del probador.
Estábamos en nuestra cuarta «¿o era quinta?» tienda, buscando un vestido con el que Pacita se sintiese cómoda y sexy. Y la frase clave aquí es "se sintiese" porque la verdad es que todo le quedaba de maravillas, pero sus inseguridades la llevaban agobiada.
-¿Estás loca verdad? Digo, saldrás con uno de los chicos más populares del instituto que además también es uno de los más guapos, no deberías estar pensando en tu solitaria mejor amiga- le respondí-, aunque si tan culpable te sientes, puedes dejarlo plantado y quedarte conmigo
-¿Qué?-gritó abriendo las cortinas, mi cara divertida le dejó claro que estaba bromeando
-Te ves genial Pacita- exclamé asombrada cuando vi su vestido entallado en color celeste, la empleada de la tienda se unió en mis alabanzas. Y sin embargo, Pacita se miraba con el ceño fruncido ante el espejo, tratando de meter una inexistente barriga o buscando unos invisibles rollitos.
-Basta-la regañé-. Te ves bien y no te digo esto como tu mejor amiga, te lo digo como una chica que tiene que buscar por horas en tienda unos míseros pantalones donde quepan estas piernas y este trasero -dije gesticulando-, como una chica que moriría por tener tu figura así como muchas otras chicas. Dios santo Pacita, tu comes una barbaridad y no lo pareciera, yo engordo con tan solo pensar en las calorías que me comeré. Te ves excelente, no te dejaría salir con Gabriel si no te vieses perfecta.
Ella me miró con sus ojos un tanto llorosos para mi asombro y se giró con rapidez para esconderse de mí. Se miró una vez más en el espejo y dio un breve asentimiento, como si se detuviese a pensarlo más, se negaría a llevarlo.
-¿Y ahora qué hacemos?-pregunté cuando salimos de la tienda con el vestido, los zapatos y unos accesorios adicionales.
-Iremos a alquilar algunas películas y comprar muchas golosinas y toneladas de chocolate para tu día de San Valentín. Yo pago.
-En otras circunstancias me negaría, pero considerando que me dejarás sola, te dejaré lavar tu culpa, y déjame advertirte, no será barato.
Maquillé a Pacita como nos gustaba hacerlo, algo simple y delicado, la ayudé a vestirse y hasta agradecí cuando entendió que quisiera irme antes de que Gabriel llegara por ella. Verlo a él bien vestido y entusiasmado por su cita, era más de lo que podía soportar. Llegué a la casa cargada con las bolsas de golosinas y las películas que habíamos escogido. Mi mamá aún no llegaba a la casa. Los días sábados por lo general, se quedaba hasta tarde, organizando la semana de trabajo, ajustando las cuentas o solo celebrando alguno de sus éxitos con sus empleados.
Rosalía Gatica, le gustaban las flores desde que tenía uso de razón, mis abuelos decían en broma que la habían condenado al bautizarla con nombre de jardín, pero creo que solo acertaron en su destino. Mi mamá tenía una floristería que había comenzado en un pequeñísimo local y que con trabajo arduo fue expandiéndolo hasta tener ahora una de las floristerías más grandes e importantes de la ciudad. Era el único lugar donde mi mamá no era despistada, por el contrario trabajaba con detalle y precisión admirable. Organizaba eventos de todo tipo siempre recibiendo las mejores críticas, incluso era llamada desde otras ciudades para que hiciera los diseños florales. Estaba muy orgullosa de mi mamá, porque era una mujer tenaz, por esa misma razón me dolía verla arrastrarse detrás de Stuart, mi padrastro, cuando él no se merecía ni la suciedad que se desprendiese de los zapatos de mi madre.
Lancé las bolsas sin descuido sobre el sofá de la sala y fui hasta la cocina por una coca-cola, cuando regresé puse la primera película de la noche, un clásico "Apolo 13", amaba a Tom Hanks y a Kevin "Tocineta". Rebusqué en la bolsa de las golosinas por uno de los tantos chocolates que Pacita había comprado. La película comenzó y a pesar de saberme los diálogos seguí con detenimiento la trama. En algún momento después de que el Apolo 13 se entera de que no alunizaría me quedé dormida.
Me desperté quien sabe a qué hora. La película no solo había terminado sino que el televisor estaba apagado y una manta me cubría del frio. Mi mamá por fin había llegado a la casa y la escuché trasteando en la cocina con algunos platos. Me desperecé como gato y tomé mi celular para revisar mis mensajes.
*Dios, estoy tan nerviosa. Acabo de derramar el refresco en el piso del cine. ¡RESCATAME!*-escribió Pacita, hace apenas una hora.
No pude evitar reírme, porque entendía sus nervios. Tecleé con rapidez la respuesta *Ríete y relájate. Disfruta la película y deja de estar escribiéndome durante tu cita*.
Aun con una sonrisa en la boca por la carita molesta que me mandó después de eso entré en la cocina.
-Hola mamá. No te escuché llegar. ¿Qué tal las ventas de la semana?-pregunté tomando una manzana de la encimera. Varias bolsas estaban desparramadas por la cocina, por lo que significaba que por fin había realizado las compras y no seguiría comiendo comida de dudosa fecha de caducidad.
-Mia, pensé que dormías-habló con su tez pálida, levantándose de donde había estado agachada buscando quien sabe que-.
-Está bien, tengo toda la noche programada para películas y chocolate, ¿te apuntas?-pregunté hincando mi diente en la suculenta manzana.
-Yo me apunto-dijo una voz que me produjo escalofríos por toda mi medula espinal. Era un tanto rasposa pero melodiosa en su propia forma. La había escuchado tantas veces arrullándome en las noches de miedo, explicándome una tarea o compartiendo conmigo una noche de películas, que sería imposible que la borrase de mi cabeza. Pero también era la misma voz que me producía un profundo asco.
Stuart entraba en la cocina luciendo recién bañado, tomó a mi mamá por la cintura y le plantó un casto beso en la sien que la hizo sonreír como adolescente y sonrojarse. Miré la escena sintiendo como me enfermaba con cada segundo que pasaba.
-Entonces... ese maratón de películas suena muy bien para celebrar que volvemos a estar juntos, ¿no lo creen?-afirmó mi padrastro, como si nada de lo que había pasado hace unos meses hubiese ocurrido.
Miré a mi mamá como pidiendo una explicación, cuando me dijo que él se mudaría a la casa otra vez, jamás pensé que sería tan rápido. Pensé que tendría más tiempo para hacerme la idea o huir a otro país. Intente contener la bilis en mi boca tanto como mis lágrimas en los ojos.
-¿Qué dice mi pequeña?-insistió guiñándome un ojo
No pude contenerlo más, cuando uso ese sobrenombre que tanto había amado, doblé mi cuerpo de forma involuntaria y la poca manzana que había comido terminó en el piso blanco de la cocina, mezclada con otros apestosos jugos gástricos que me dejaron un sabor acido en la boca.
-Amelia-gritó mi mamá asustada intentando acercarse hasta mí pero la detuve dando un paso hacia atrás.
Di media vuelta y corrí pisos arriba hasta mi habitación. Cerrando con fuerza y pasando cerrojo. Este era el peor San Valentín de la historia, y mira que el año pasado ya había sido una porquería.