Polly y Dante
La herencia de Apolo
"Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar las flechas certeras contra las bestias feroces y los feroces enemigos. [...] Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo conozco y no pretendas parangonar tus victorias con las mías."
Polly despertó de nuevo con esa frase rebotando en su cabeza como pelota de Ping Pong en una mesa vacía que por alguna razón no detenía su actividad. ¿Quién sería el emisor de tan despectivas palabras? ¿Quién las habría recibido? Se preguntaba constantemente, cada que en la última fase del sueño escuchaba la sentencia. Aquel estribillo recurrente que estocaba su asistencia onírica contenía un significado relevante en el mundo real.
No había tiempo para seguir indagando sobre el bucle fantasioso, cuando ya el pitido chirriante del despertador anunciaba el inicio de una nueva jornada, y Polly debía apresurarse para no llegar tarde al trabajo por enésima vez. Quizá al otro día tendría tiempo para analizar tales preguntas, ese sueño se había convertido en propietario absoluto de todas sus noches, así que daba por hecho que a la siguiente volvería a visitarla, ella pensaba que a lo mejor se trataba de una videncia premonitoria, como esas que repercutían en las visiones de su prima y gran amiga Delfina, pero a diferencia de esta última, Polly no provenía de las sacerdotisas del oráculo, así que no esperaba tener visiones futurísticas, así que desertó aquellos pensamientos.
Inmediatamente se incorporó y levantó de la cama, estirando sus brazos para espantar la pereza propia del despertar. Se dirigió al baño para darse una ligera ducha, desnudándose frente a la regadera, dejando que esta esparciera en forma de lluvia las moléculas de agua sobre cabeza, cayendo por su cuello y siguiendo el camino por sus turgentes pechos, bajando por la ceñida cintura que la centraba, para terminar, descendiendo por la amplitud de sus caderas hasta colarse debajo de sus pies directo al desagüe. Luego de secarse procuró acicalarse lo más pronto posible, Polly nunca había sido una chica de exagerada preocupación por el aspecto físico, siempre destacó por su naturalidad, aunque era una mujer preciosa de facciones finamente delicadas; tez blanca y amelocotonada, provista de unos pómulos pronunciados y labios constituidos de un carnoso carmín, cabellera larga y dorada, mientras en sus cuencas encajaban unos diáfanos ojos azules, tan cristalinamente azules como el océano que rodeaba a la isla flotante de Delos, la misma isla que antaño vio nacer al predecesor de su dinastía familiar; el mismísimo dios Apolo junto a su hermana, la también diosa del panteón olímpico; Artemisa. Terminó por arreglarse, de forma sutil, le proporcionó un poco de rímel a sus pestañas, y aceite de coco a sus labios. Agarró su bolso, fue a la cocina por un trozo de pan y una naranja que metió en el bolsillo derecho de su gabardina, regresó al vestíbulo y atrapó con sus trémulas manos el portarretrato que reposaba sobre la mesa contigua a la entrada, besó su superficie, lo volvió a colocar en su sitio y acto seguido salió del apartamento cerrando la puerta de este detrás de sí.
El trabajo no le quedaba lejos de allí donde vivía, y gustándole tanto el aire libre, prefería irse caminando para llegar a su destino, a pesar de que casi siempre iba a deshora y llegaba impuntual, lo transitaba a pie y de ese modo también ahorraba en gastos innecesarios de transporte mientras ejercitaba el corazón con cardio, el corazón, su pobre corazón roto justo a la mitad desde que su melliza Ámbar descendió por mano propia al inframundo, o al menos eso determinaron los peritos. Su hermana de la que siempre se despedía antes de salir de casa, ahora reducida al recuerdo impreso de una fotografía enmarcada sobre el buró de su sala.
- Hola Polly. -la saludó Karl, su compañero de trabajo cuando la vio entrar a la oficina.
- Hola Karl. - Le respondió, a la par que le obsequiaba una de esas sonrisas fascinantes, típicas de ella.
- ¿Cómo ves este día? -Inquirió el joven de piel trigueña y mirada dulce, sus ojos verdes brillaban con una ternura impoluta que insinuaba inocencia. Todo su ser resultaba ser una exquisita combinación de macizo cuerpo como de escultura de Rodin y rostro angelical sacado de una pintura de Miguel Ángel. Una deliciosa mezcla llena de vigor.
- Con ganas de salvarme del mundo nuevamente. -Contestó Polly mientras le guiñaba el ojo. Aquello ya se había convertido en un hábito. La misma pregunta y la misma respuesta se daban de forma diaria. Hasta el mismo guiño era parte de la dinámica del dúo.
- Pero si tu presencia salva a todo aquel que tenga la fortuna se toparse con ella. -replicó Karl mientras le devolvía el guiño (cosa que también hacía diariamente). -¿Me aceptas un café al terminar la jornada de hoy?
- Hoy no puedo. -contestó la joven, mientras le quitaba la mirada a su amigo Karl, de una forma tan suspicaz que parecía escondiese algo y tratase de ocultar mínima evidencia en sus ojos. -Quedé con una amiga a quien no veo hace rato y es de vital importancia el encuentro.
- Insisto. -expresó Karl con un tono entre plausible y suplicante. Y no era porque el estuviera deslindado del amor propio, más bien lo intentaba por ella, por sacarla de lo habitual de su rutina, por darle un momento de paz a sus pensamientos. Karl en definitiva amaba de verdad a Apolonia, a su Polly y con honestidad deseaba su bien y sabía que, dentro de las cuatro paredes del pequeño apartamento de ella, no lograba concebir la armonía. -Me dijeron que hoy la especialidad de la casa es mucho más especial que de costumbre. ¡Vamos, anímate!
- En realidad, no puedo, Karl. -contestó Polly sin mirarlo a los ojos, su vista estaba dedicada al adoquinado que recubría el suelo sobre el que estaban parados. -Será mejor que vaya a hacer mis labores. No vaya y sea la de malas que el gran señor me encuentre holgazaneando.
- Entiendo. - aceptó el muchacho, visiblemente desanimado por la negativa. -Otro día espero se dé, deseo compartir un momento ameno contigo, fuera de estas instalaciones. Y tienes razón ya ahorita está por llegar el tirano.
- Lo sé, yo igual lo requiero para despejarme de todo. -rectificó Polly, calmando así al muchacho. -Prometo hacerlo cuando salga de estas prisas. Además, me causa gracia cuando lo llamas tirano.
- Jajaja. Es que en verdad lo es, tiene un sistema demasiado dictatorial para estos tiempos. -sonrió y aparecieron como por arte de magia unos hoyuelos enmarcando su hermosa sonrisa. - Pero dime algo; ¿Ocurre algo más allá de ello? ¿Puedo ayudarte en alguna cosa? -preguntó a la par que su sonrisa se transformaba en un semblante de angustia. - Sabes que podría hacer cualquier cosa por ti, si lo necesitas. - reiteró.
- Solamente necesito que me esperes y tomemos esa taza de café cuando logré descifrar lo que indaga repitente en mi cabeza. No quiero que tengas esa cara de intranquilidad, no deseo que te preocupes por mí, yo estoy bien. Te lo prometo. -expresó Polly, tomando la mano de Karl.
- ¿Estás segura? -intentó escudriñar la mirada de su amiga. -Sabes que puedes decirme lo que sea, que pase lo que pase, estaré contigo y para ti. Lo sabes de sobra Apolonia.
- ¿Apolonia? -enarcó las cejas. -Vaya que estás serio. -Y si, estoy segura. -apretó su mano. -Todo esta bien, solo necesito una cosa. -lo miró fijamente.
- ¿Qué cosa es esa? -le devolvió la mirada, sus ojos verdes irradiaban como esmeraldas prendidas en fuego.
- Espérame, necesito que esperes por mí. -expresó la joven. - ¿Lo harías? ¿Me esperas?
- Por supuesto. -contestó el muchacho, sonriendo gentilmente y con sus ojos fulgurando como destellos de esmeraldas expuestas a la luz del sol. - Estaré disponible siempre para ti, es decir, para cuando quieras compartir aquello que te acongoja, mis oídos estarán dispuestos a escucharte.
Las horas laborales transcurrieron en un parpadeo, así lo sintió Polly, o quizá fue victima de su ansiedad porque llegasen a su fin las ocho horas de trabajo. Cuando el reloj marcó la hora de salida, como un relámpago agarró sus cosas personales y salió disparada. Karl la siguió apresurando su propio paso.
- Karl. -le dijo en la salida de edificio.
- Polly. -respondió él, algo avergonzado por creer que recibiría un regaño por parte de su amiga.
- Siempre lo he sabido. - Polly miró directamente al par de esmeraldas incrustadas en las cuencas de Karl.
- ¿Qué cosa? -preguntó el muchacho con voz casi cortada y las mejillas tibias y rojas, intentando mantener el contacto visual, pero la timidez le ganó y finalmente bajó la mirada.
- Que eres un ser humano extraordinario. -expresó ella, tomando ahora la mano del apenado Karl. - Te prometo que saldremos y te confesaré esa parte de mi vida que atesoro en privacidad. Ahora debo irme por respuestas a dudas esparcidas derredor a ello.
Acercó la joven su cara a la del apuesto muchacho, le dio un beso en la mejilla derecha la cual se incendió aún más, soltó su mano y se marchó. Karl quedó atónito y dubitativo, acariciaba la mejilla besada por Polly, mientras la veía perderse entre el incesante río de personas que se desplazaban como hormigas pronosticando la lluvia.
Polly volteaba de vez en cuando para cerciorarse de haberse perdido del campo de visión de Karl, y aunque este seguía con insistencia los pasos de su amiga, la afluencia de personas le obstaculizó la persecución visual. Polly pudo perderse dentro de esa bruma humana, llegando a la esquina próxima para tomar un taxi.
- Buenas tardes señor. -saludo amablemente Polly al taxista, aunque su tono detonaba un poco de ansiedad.
- Buenas tardes señorita. - le contestó el taxista, devolviendo la cortesía. - ¿Hacia dónde se dirige?
- Voy para el restaurante "La Fortune". -respondió Polly.
- ¿El del muelle? -indagó el conductor.
- Si señor. -contestó la joven- Ese mismo, el que queda en el muelle, cuya fortaleza son unos pegasos.
El recorrido tardó apenas doce minutos, durante el transcurso Polly recibió varias llamadas que rechazó mandándoles directamente a buzón, antes de por fin contestar, justo al llegar a su destino.
- Mira, no hay nada, absolutamente nada que me digas que pueda hacerme cambiar de opinión. -sentenció una enojada Polly. - Así que ya lo sabes, y lo siento, pero debo colgar.
La mujer dio por terminada la llamada, saldó el valor del viaje y de inmediato salió del medio de transporte público, no sin antes colocarse unos lentes de sol para tapar sus ojos y cubrirse la dorada cabellera con una pañoleta. Agradeció al taxista, y cuando llegó a la entrada del establecimiento oteó con sigilo de lado a lado, para luego ingresar al lugar.