Capítulo 4 Mancomunados

Hola tú, si me estás leyendo es menester sepas de mi puño y letra que esta novela es mi novela más preciada, la realización de toda ella en sí, palabra por palabra ha sido mi mayor virtud, incluso cuando pensé que no tenía ninguna. Esta historia fue una bocanada de oxígeno puro, una que vino de repente y sin avisar, sorprendiéndome gratamente cuando me dedicaba solo a respirar y devolvía dióxido de carbono con un solo pulmón, un órgano que parecía prestado, porque dolía al igual que los latidos de un corazón severamente roto.

Noches insomnes me la pasaba auto aniquilándome, rodando en espirales de preguntas y divagaciones sin salida, hasta que llegué a la conclusión: ¿Cuántas veces debemos fulminarnos a nosotros mismos? ¿Cuántas veladas saturadas de preguntas dolorosas con respuestas aún más lacerantes?

Y me dije de forma interna; ¡Basta!, ya basta de esos pusilánimes pensamientos arraigados de entrañas heridas, purulentas e inevitablemente podridas. Es tiempo de poner un pare, add literan, detener la miseria que nos conduce a la auto compasión, dejar el patetismo, afrontar la realidad, porque el cosmos es infinito por lo tanto las posibilidades también lo son. Y es que había estado pensando cuán densa se torna la existencia, vértebras enmarañadas a un sin número de causalidades expuestas de cierta forma gracias al efecto dominó conducido como resultado de nuestras acciones. Debo reconocer que me arrepiento de que mi intransigente pasado me fajara el alma moldeándola según el espesor de una tribuna exigente y omisa. Pero es hora de dejarla flotar, elevarla a lo más alto, esperando que toque la cúspide con su corazón, porque sí, el alma también tiene corazón y es realmente hermoso.

Y fue entonces en ese punto, cuando me hallaba demasiado perdida dentro del laberinto y no precisamente el del minotauro de Creta, sino dentro de mi propia maraña, mi laberinto personal, ese que estaba repleto de letargos, desasosiego y zozobra. Cuando la luz simulaba un sueño tan distante, cuya lejanía parecía interminable y mis pasos demasiado lentos para llegar a ella. Justo allí cuando estaba a punto de darme por vencida por estar convencida de mi absoluta derrota, justo allí en esa lobreguez acompañada de silencio y soledad una luminosidad alumbró mis tinieblas, porque incluso en la oscuridad más densa se puede observar el brillo de sus ojos, los ojos de él.

Él, aquel divino ser con cimientos llenos de mortalidad y ansias sempiternas, ese cuyos cantos se me antojan homéricos, un poeta cósmico y sus epopeyas que narran mensajes sin relleno, y en el que en su dualidad de prosa y verso encontré el bálsamo que acaricia mi alma. Recordé aquella velada donde le describí sin conocerlo, aquellas palabras que evoqué en su nombre, como un presagio de un destino marcado en las estrellas:

Hoy, en esta noche nebulosa; cubierta por un manto oscuro que esconde cúmulos de incontables estrellas, debo admitir que pese a todos los esfuerzos de la ciencia por demostrar que los átomos son indivisibles, los de mi corazón si, se encuentra tan seccionado, descompuesto en múltiples partículas diminutas, ocasionando así, que su ritmo cardíaco haya disminuido y acelerado a la vez, latiendo incansablemente por la misma razón de su fragmentación. De niños nos asustaba el monstruo bajo la cama, pero ahora de grandes temblamos ante el misterio que radica en nuestro interior, es que las emociones suelen venir agarradas con pesares, y ni el más dotado de astucia podría salvarse de esa nefasta unión. En un momento los ojos orbitando absortos alrededor del aura índigo proveniente del amor de tu vida, (cabe recalcar que el verdadero amor es sólo uno y vida un concepto relativo, puesto que el sentimiento no escatima en tiempo ni los eones lo debilitan, el va más allá del más allá, incluso hay quienes dicen que la muerte es su mejor amiga) Al otro instante esos mismos ojos emiten un fulgor muy parecido al arrebol que el dolor se atribuye como suyo. Mis ojos brillan, ahora podrían encandilar como el sol, incapaz de revelar la razón, sólo compartiré que estando deambulando en el universo onírico un melifluo deleitó mis oídos, haciendo aún más inefable aquella experiencia; como serendipia optó por mostrarse, y ya teniéndome en estado de limerencia, tomó como anclaje mi alma de una forma inmarcesible.

En mi bitácora solo encuentro tu nombre, escrito con tinta celeste, el azul hace semejanza a nuestros encuentros, en sueños inefables e indelebles. Esas pupilas dilatadas en aquellos ojos rasgados, revelan la conjunción de dos caras oriundas de mundos separados. Tu mirada suele alumbrar mis oscuros insomnios, cada velada como el más resplandeciente banal, ni la lobreguez del más grande de los espectros se ha dispuesto a tu luz declinar.

¿Y cómo podría hacerlo? Si es que nadie puede asemejarte, tu recipiente contiene esa magia, desde antes de nacer, previa de la concepción, antaño de ser vapor en el hemisferio.

Alma con máscara árida, resultado de viejas heridas, pero el hilo rojo nunca falla, suele esperar paciente mientras no olvida. Seguiré oculta en tu cuerpo, llevando un nombre que desconoces, quizá cuando divagues en el universo, al contemplar una brillante constelación me reconoces.

¿Será que me leerás? Mira que me lo he pensado, que poses tu fulgor ocular, en estos párrafos rellenos de un encanto desaforado.

Eres poeta convertido en poema, metamorfosis de creador a musa, hacerte arte es mi lema, aunque roce entre lo imposible a lo iluso.

Él, el mismo que me recuerda los arpegios de Chopin. Él, quien me notificó que la madera no solo es materia prima de los ataúdes, sino que también recubre música, en el violín de Vivaldi, en el piano de Beethoven y hasta del mismísimo Frederic. Él quien me invito al redescubrimiento de las constelaciones que habitan dentro de mí, quien vio en mis defectos la más grandes de las glorias del ser. Él, mi Marcus, el Marcus de una Quilla lo suficientemente inestable como para rodar y caer sobre mínimo movimiento de placas tectónicas. Yo, una Andrómeda encadenada y a la espera del implacable Cetus y su dinámica macabra de hacerme trizas y volverme a recrear para volver a hacerme pedazos, hasta que apareció ese improbable Perseo y aunque no llegó precisamente en un caballo alado, me incitó a cabalgar en el infinito y amplio Olimpo de su alma.

También dedico esta novela a todas aquellas Apolonias que luchan de forma incansable por las remembranzas del amor fraternal. A aquellas Quillas que soñaran con su música y se inspiraran con ella, porque si mis queridas lectoras, todas podemos tener esa valentía, ese talento y esa entereza para reafirmarnos y para volver a la luz después de tanto tiempo en contemplación de las tinieblas. Todas podemos volver a amar.

Desde tiempos remotos la dicotomía entre el bien y el mal se manifiesta de distintas formas, sus múltiples maneras de aparecer en ocasiones rozan los márgenes del misterio y develan a su vez historias que parecen ser increíbles en las que se destacan personajes con dones maravillosos y habilidades extraordinarias. Se dice que en la antigüedad reinaron los dioses entronizados en el Olimpo, según la mitología grecorromana estas deidades comandaban desde las alturas a los mortales en la tierra. De ellos se cuentan diversas historias y aventuras extraordinarias y con el paso del tiempo aquellas divinidades fueron dejando rastros de su linaje por el planeta. Parte de la descendencia de los dioses fueron híbridos producto de sus frecuentes relaciones con la especie humana, al transcurrir las décadas la divinidad mermó, pero la presencia de icor en la sangre de los herederos los hacía especiales, muy diferentes. Dicha distinción recaía con mayor furor en aquellos que procedían directamente de los dioses primordiales. Tal es el caso de Apolo, el mimado, el hermoso del arpa y el arco, aquel dios mellizo con la diosa Artemisa, aquel dios encantador también tendría su amplio linaje, también caería rendido ante el encanto de las mortales. De la descendencia de uno de los dioses primordiales del Olimpo, el dios Apolo. Apolo fue un importante dios griego asociado con el arco, la música y la adivinación. Epítome de la juventud y la belleza, fuente de vida y curación, mecenas de las artes y tan brillante y poderoso como el mismo sol, Apolo fue posiblemente, el más amado de todos los dioses. La importancia del mito de Apolo deriva de los grandes poderes que se le adjudicaban a esta deidad. Se le consideraba el dios de las artes, de la profecía, portador de la luz de la verdad, regente de las plagas, las epidemias y la muerte súbita, pero también de la sanación y la protección contra fuerzas malignas. Así mismo, en el mito de Apolo se le adjudica a este dios la regencia sobre la belleza, la armonía, el equilibrio, la perfección. Era el iniciador de madurez en los jóvenes, protector de pastores, marineros y arqueros, así como señor máximo del arco y la flecha. También dios de la música y la poesía, jefe de las musas y patrón del Oráculo de Delfos. El origen de Apolo señala que este dios era hijo de Zeus , máxima autoridad del Olimpo, y de Leto, una titánide. En principio, Zeus se interesó por la hermana de Leto, llamada Asteria, e intentó tomarla por la fuerza. Ella, espantada, se convirtió en codorniz para escapar de su asedio. Como siguió acosándola, se arrojó al mar y se convirtió en la isla de Ortigia. Después, el máximo dios del Olimpo fijó sus ojos en Leto, quien le correspondió. Ella quedó encinta, pero Hera, esposa legítima de Zeus , se enteró de la aventura e inició una feroz persecución contra Leto. La traicionada le pidió a su hija Llitía, diosa de los partos, que impidiera el nacimiento. Por tanto, Leto estuvo nueve días con dolores horribles. Los dioses se compadecieron de la titánide. Leto esperaba mellizos y los dioses permitieron que naciera la niña, Artemisa, y que esta se hiciera adulta rápidamente para que ayudara a la madre con el parto de su hermano, Apolo. Así sucedió. Artemisa quedó tan impresionada por el sufrimiento de su madre que decidió permanecer virgen para siempre. El suplicio de Leto no terminó con el nacimiento de Apolo. Hera, todavía furiosa por la traición, envió a la serpiente Pitón para que matara a la pequeña familia. Nuevamente los dioses, compadecidos por la suerte de Leto, hicieron que Apolo creciera en solo cuatr días y le diera muerte al monstruo. Apolo destruyó a Pitón, serpiente sagrada, con mil flechas. Como era un animal divino, tuvo que hacer penitencia por matarla y donde cayó abatido el monstruo se edificó el Oráculo de Delfos. Apolo se convirtió en el patrón de este lugar, para más adelante susurrar los vaticinios al oído a las pitias o adivinas.

Apolo era realmente hermoso y lleno de virtuosismo, pero desafortunado en el amor. Una vez se enamoró de Casandra; a quién el dios habiéndole regalado un don profético, está lo rechazó. Una historia destacada dentro del mito de ese extraordinario dios, fue aquella que narra que un día la audacia le llevaría a encontrarse con los problemas, sugiriendo ser la diana en el punto de mira de las flechas del amor. Él, Apolo, hijo de Zeus y Leto, era considerado como el dios de la música, de la poesía, de la luz e incluso de las artes adivinatorias. A lo largo de su existencia había tenido numerosos romances tanto con mortales como con ninfas y diosas. Un día se atrevió a reírse de Eros, más conocido como Cupido, que se encontraba practicando con su arco. Éste, al sentirse humillado por el arrogante dios, decidió darle una lección. Cuando Apolo se encontraba en el bosque cazando, vio a lo lejos una hermosa joven llamada Dafne, que en realidad era una ninfa. Eros decidió aprovechar el momento y disparó dos flechas. La que disparó a Apolo era de oro, lo que producía un apasionado amor. Sin embargo, a Dafne le disparó una flecha de plomo, cuyo efecto era exactamente el contrario, sentir odio y repulsión hacia el dios que se había enamorado de ella. Apolo entonces decidió perseguir a Dafne allá donde fuera hasta conseguir su amor, pero Dafne, bajo los efectos de la flecha de plomo, huía como podía de él. Al llegar al río Peneo, Dafne, cansada de tanta huida y justo cuando ya Apolo lograba alcanzarla, pidió ayuda a su padre, que no era otro que el dios del río. Éste, teniendo compasión por su hija, decidió hacer lo único que podía salvarla: la convirtió en un árbol, el laurel. Cuando Apolo al fin la alcanzaba, vio cómo los miembros de su amada iban quedándose rígidos, sus brazos se convertían en ramas, sus pies echaban raíces y sus cabellos se iban convirtiendo poco a poco en hojas hasta que su cabeza se convirtió en la copa de un precioso árbol. Afectado por lo que acababa de suceder y pensando en cuánto la amaba, prometió que ella sería su árbol, el que le representara siempre. De esa manera, sus hojas adornarían su cabeza y la de aquellos guerreros, atletas, poetas o cantores que triunfaran, convirtiéndose en símbolo de triunfo y victoria.

También se cuenta que Zeus le ordenó a los cíclopes que mataran a Asclepio, hijo de Apolo. Asclepio era hijo del dios Apolo , soberano del sol y de las artes, y de una mortal llamada Coronis. La historia cuenta que se unieron cerca de un lago y que, para lograrlo, el dios tuvo que convertirse en un cisne. Coronis quedó encinta. Después de esto, Apolo tuvo que volver a Delfos, pero le ordenó a un cuervo blanco que cuidara a su mujer mientras él no estaba. Sin embargo, aprovechando la ausencia del dios, Coronis se hizo amante de un guerrero llamado Isquis. El cuervo se dio cuenta y voló rápidamente a avisar a su amo. En el camino encontró a una corneja y esta le advirtió que no era buena idea llevar malas noticias, pero el cuervo la ignoró. Apolo quedó completamente consternado. En medio de su ira, maldijo al ave y la condenó por siempre a llevar plumaje negro. Desde entonces se le consideró un "ave de mal agüero". Apolo fue hasta donde estaba Coronis y, lleno de ira, disparó una de sus flechas contra ella, atravesando el pecho de la mujer. Cuando la vio morir, el dios se arrepintió y trató de revivirla, pero ya era tarde. Después la llevó a la pira funeraria. Así, cuando el cuerpo de Coronis se consumía por el fuego, Apolo decidió sacar al hijo de su vientre. Tal hijo era Asclepio y Apolo decidió encargar de su crianza y educación a Quirón, el centauro sanador. De este modo, el niño creció bajo la tutoría de un maestro que conocía a fondo las artes curativas. Así, desde temprana edad, se familiarizó con las plantas medicinales y las técnicas de tratamiento. Tantas habilidades sanadoras llegó a tener Asclepio que, incluso, aprendió a resucitar a los muertos. Esto despertó la ira de Zeus, quien pensó que era un peligro revertir la condición de los mortales. Así que, valiéndose de un cíclope, envió un rayo y mató a Asclepio. Invadido de dolor, el dios de las artes mató a los cíclopes y por eso fue castigado.

Por otra parte, se cuenta que las musas, ellas eran las compañeras naturales de Apolo , dios de la música y de las artes. Este tuvo romances con todas las musas, en diferentes momentos, y de esos amores furtivos surgió una amplia descendencia. Se narra que eran hijas de Zeus, el dios del Olimpo, y de Mnemósine, una titánide que representaba a la memoria. Ella, a su vez, era hija de Gea, la madre tierra, y de Urano, personificación del cielo. Se cuenta que Mnemósine y Zeus yacieron juntos por nueve noches y que por cada noche nació una musa. También se comenta que en el inframundo había un río llamado Mnemósine, al lado de otro llamado Lete. La mayoría de los mortales eran invitados a beber del río Lete antes de reencarnarse en un nuevo ser; las aguas de esa fuente hacían que olvidaran sus vidas anteriores y comenzarán de nuevo. Solo algunos elegidos eran invitados a beber del río Mnemósine. Estos podían recordar las vidas anteriores y en su siguiente encarnación se convertían en visionarios y hasta en profetas.

Se dice que las musas son nueve y que cada una de ellas está encargada de algún campo del conocimiento o de la creación artística. Se suponía que, si la musa correcta visitaba al creador, este tendría súbitas y maravillosas revelaciones para culminar su obra. Las nueve musas clásicas son las siguientes:

Calíope o "la de la bella voz". Era la musa de la elocuencia y de la poesía épica. Llevaba una corona de laurel y una lira. Fue amante de Apolo y madre de Orfeo, Lalemo y Reso.

Clío o "la que ofrece gloria". Musa de la historia, es decir, de la epopeya. Su papel era mantener viva la memoria de la generosidad y de los triunfos. Llevaba una trompeta y un libro abierto.

Erató o "la amorosa". Musa de la poesía lírica-amorosa, que llevaba una corona de rosas sobre su cabeza y portaba una cítara. También fue amante de Apolo y madre Tamiris.

Euterpe o "la muy placentera". Musa de la música, en particular, de la interpretación de la flauta. Se le representaba con una corona de flores.

Melpómene o "la melodiosa". Musa de la tragedia, o más bien de la narrativa trágica o escritura literaria. Vestía fastuosamente y portaba una máscara trágica.

Polimnia o "la de muchos himnos". Musa de los cantos sagrados y de los himnos. Siempre estaba vestida de blanco.

Talía o "la festiva". Musa de la comedia y de la poesía bucólica. Era la anfitriona en los banquetes y festividades.

Terpsícore o "la que deleita en la danza". Musa de la danza y del canto lírico. Portaba guirnaldas y fue la madre de Terpsícore, hijo que engendró con Apolo.

Urania o "la celestial". Musa de la astronomía, de la enseñanza y de las ciencias exactas. Portaba un globo terráqueo y un compás.

Ciertamente ambas historias, ambos mitos sobre el dios Apolo y las musas, crean una inspiradora atmósfera llena de poesía, arte y sanación. Es por ello que deseo con firmeza deleitarlos con la descendencia de estos hermosos mitos, lo que ocurriese más allá de sus orígenes, décadas enteras, centenares de años después. Los legatarios de ambos mitos reconociendo el amor en varias de sus presentaciones, amores fraternos y amores de índole romántica. Por un lado, en la primera parte de esta novela, tenemos a Apolonia, una heredera del dios Apolo, y una acérrima hermana, cuyo sufrimiento por la pérdida, será transformado en un arma para enaltecer la memoria de su ser querido. Mientras en el segundo segmento está Quilla una hermosa heredera de las musas de las artes, que siendo una combinación de las nueve, su vida llena de tragedias e infortunios, verá la luz en los ojos del poeta Marcus, quien esconde un secreto que lo ha marcado.

No siendo más, permítanme el honor de ser su cicerone en esta travesía que aunque no es exactamente una epopeya homérica, está repleta de historias tanto conmovedoras como fantásticas y románticas de los amores y sus diversidades. Las deidades y los humanos unidos por ese sentimiento del que acertadamente nos hablan los poetas. El amor a diestra y siniestra, acompañado por las deliciosas sonatas y arpegios de Chopin, Vivaldi, Bach, con ópera, en definitiva el amor en partituras y en canto de viva voz. La música Quilla haciendo alusión a su nombre de constelación, hará ver las estrellas de sus prodigiosas manos, cuando intérprete preciosas canciones.

Polly y Dante

La herencia de Apolo

"Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar las flechas certeras contra las bestias feroces y los feroces enemigos. [...] Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo conozco y no pretendas parangonar tus victorias con las mías."

Polly despertó de nuevo con esa frase rebotando en su cabeza como pelota de Ping Pong en una mesa vacía que por alguna razón no detenía su actividad. ¿Quién sería el emisor de tan despectivas palabras? ¿Quién las habría recibido? Se preguntaba constantemente, cada que en la última fase del sueño escuchaba la sentencia. Aquel estribillo recurrente que estocaba su asistencia onírica contenía un significado relevante en el mundo real.

No había tiempo para seguir indagando sobre el bucle fantasioso, cuando ya el pitido chirriante del despertador anunciaba el inicio de una nueva jornada, y Polly debía apresurarse para no llegar tarde al trabajo por enésima vez. Quizá al otro día tendría tiempo para analizar tales preguntas, ese sueño se había convertido en propietario absoluto de todas sus noches, así que daba por hecho que a la siguiente volvería a visitarla, ella pensaba que a lo mejor se trataba de una videncia premonitoria, como esas que repercutían en las visiones de su prima y gran amiga Delfina, pero a diferencia de esta última, Polly no provenía de las sacerdotisas del oráculo, así que no esperaba tener visiones futurísticas, así que desertó aquellos pensamientos.

Inmediatamente se incorporó y levantó de la cama, estirando sus brazos para espantar la pereza propia del despertar. Se dirigió al baño para darse una ligera ducha, desnudándose frente a la regadera, dejando que esta esparciera en forma de lluvia las moléculas de agua sobre cabeza, cayendo por su cuello y siguiendo el camino por sus turgentes pechos, bajando por la ceñida cintura que la centraba, para terminar, descendiendo por la amplitud de sus caderas hasta colarse debajo de sus pies directo al desagüe. Luego de secarse procuró acicalarse lo más pronto posible, Polly nunca había sido una chica de exagerada preocupación por el aspecto físico, siempre destacó por su naturalidad, aunque era una mujer preciosa de facciones finamente delicadas; tez blanca y amelocotonada, provista de unos pómulos pronunciados y labios constituidos de un carnoso carmín, cabellera larga y dorada, mientras en sus cuencas encajaban unos diáfanos ojos azules, tan cristalinamente azules como el océano que rodeaba a la isla flotante de Delos, la misma isla que antaño vio nacer al predecesor de su dinastía familiar; el mismísimo dios Apolo junto a su hermana, la también diosa del panteón olímpico; Artemisa. Terminó por arreglarse, de forma sutil, le proporcionó un poco de rímel a sus pestañas, y aceite de coco a sus labios. Agarró su bolso, fue a la cocina por un trozo de pan y una naranja que metió en el bolsillo derecho de su gabardina, regresó al vestíbulo y atrapó con sus trémulas manos el portarretrato que reposaba sobre la mesa contigua a la entrada, besó su superficie, lo volvió a colocar en su sitio y acto seguido salió del apartamento cerrando la puerta de este detrás de sí.

El trabajo no le quedaba lejos de allí donde vivía, y gustándole tanto el aire libre, prefería irse caminando para llegar a su destino, a pesar de que casi siempre iba a deshora y llegaba impuntual, lo transitaba a pie y de ese modo también ahorraba en gastos innecesarios de transporte mientras ejercitaba el corazón con cardio, el corazón, su pobre corazón roto justo a la mitad desde que su melliza Ámbar descendió por mano propia al inframundo, o al menos eso determinaron los peritos. Su hermana de la que siempre se despedía antes de salir de casa, ahora reducida al recuerdo impreso de una fotografía enmarcada sobre el buró de su sala.

- Hola Polly. -la saludó Karl, su compañero de trabajo cuando la vio entrar a la oficina.

- Hola Karl. - Le respondió, a la par que le obsequiaba una de esas sonrisas fascinantes, típicas de ella.

- ¿Cómo ves este día? -Inquirió el joven de piel trigueña y mirada dulce, sus ojos verdes brillaban con una ternura impoluta que insinuaba inocencia. Todo su ser resultaba ser una exquisita combinación de macizo cuerpo como de escultura de Rodin y rostro angelical sacado de una pintura de Miguel Ángel. Una deliciosa mezcla llena de vigor.

- Con ganas de salvarme del mundo nuevamente. -Contestó Polly mientras le guiñaba el ojo. Aquello ya se había convertido en un hábito. La misma pregunta y la misma respuesta se daban de forma diaria. Hasta el mismo guiño era parte de la dinámica del dúo.

- Pero si tu presencia salva a todo aquel que tenga la fortuna se toparse con ella. -replicó Karl mientras le devolvía el guiño (cosa que también hacía diariamente). -¿Me aceptas un café al terminar la jornada de hoy?

- Hoy no puedo. -contestó la joven, mientras le quitaba la mirada a su amigo Karl, de una forma tan suspicaz que parecía escondiese algo y tratase de ocultar mínima evidencia en sus ojos. -Quedé con una amiga a quien no veo hace rato y es de vital importancia el encuentro.

- Insisto. -expresó Karl con un tono entre plausible y suplicante. Y no era porque el estuviera deslindado del amor propio, más bien lo intentaba por ella, por sacarla de lo habitual de su rutina, por darle un momento de paz a sus pensamientos. Karl en definitiva amaba de verdad a Apolonia, a su Polly y con honestidad deseaba su bien y sabía que, dentro de las cuatro paredes del pequeño apartamento de ella, no lograba concebir la armonía. -Me dijeron que hoy la especialidad de la casa es mucho más especial que de costumbre. ¡Vamos, anímate!

- En realidad, no puedo, Karl. -contestó Polly sin mirarlo a los ojos, su vista estaba dedicada al adoquinado que recubría el suelo sobre el que estaban parados. -Será mejor que vaya a hacer mis labores. No vaya y sea la de malas que el gran señor me encuentre holgazaneando.

- Entiendo. - aceptó el muchacho, visiblemente desanimado por la negativa. -Otro día espero se dé, deseo compartir un momento ameno contigo, fuera de estas instalaciones. Y tienes razón ya ahorita está por llegar el tirano.

- Lo sé, yo igual lo requiero para despejarme de todo. -rectificó Polly, calmando así al muchacho. -Prometo hacerlo cuando salga de estas prisas. Además, me causa gracia cuando lo llamas tirano.

- Jajaja. Es que en verdad lo es, tiene un sistema demasiado dictatorial para estos tiempos. -sonrió y aparecieron como por arte de magia unos hoyuelos enmarcando su hermosa sonrisa. - Pero dime algo; ¿Ocurre algo más allá de ello? ¿Puedo ayudarte en alguna cosa? -preguntó a la par que su sonrisa se transformaba en un semblante de angustia. - Sabes que podría hacer cualquier cosa por ti, si lo necesitas. - reiteró.

- Solamente necesito que me esperes y tomemos esa taza de café cuando logré descifrar lo que indaga repitente en mi cabeza. No quiero que tengas esa cara de intranquilidad, no deseo que te preocupes por mí, yo estoy bien. Te lo prometo. -expresó Polly, tomando la mano de Karl.

- ¿Estás segura? -intentó escudriñar la mirada de su amiga. -Sabes que puedes decirme lo que sea, que pase lo que pase, estaré contigo y para ti. Lo sabes de sobra Apolonia.

- ¿Apolonia? -enarcó las cejas. -Vaya que estás serio. -Y si, estoy segura. -apretó su mano. -Todo esta bien, solo necesito una cosa. -lo miró fijamente.

- ¿Qué cosa es esa? -le devolvió la mirada, sus ojos verdes irradiaban como esmeraldas prendidas en fuego.

- Espérame, necesito que esperes por mí. -expresó la joven. - ¿Lo harías? ¿Me esperas?

- Por supuesto. -contestó el muchacho, sonriendo gentilmente y con sus ojos fulgurando como destellos de esmeraldas expuestas a la luz del sol. - Estaré disponible siempre para ti, es decir, para cuando quieras compartir aquello que te acongoja, mis oídos estarán dispuestos a escucharte.

Las horas laborales transcurrieron en un parpadeo, así lo sintió Polly, o quizá fue victima de su ansiedad porque llegasen a su fin las ocho horas de trabajo. Cuando el reloj marcó la hora de salida, como un relámpago agarró sus cosas personales y salió disparada. Karl la siguió apresurando su propio paso.

- Karl. -le dijo en la salida de edificio.

- Polly. -respondió él, algo avergonzado por creer que recibiría un regaño por parte de su amiga.

- Siempre lo he sabido. - Polly miró directamente al par de esmeraldas incrustadas en las cuencas de Karl.

- ¿Qué cosa? -preguntó el muchacho con voz casi cortada y las mejillas tibias y rojas, intentando mantener el contacto visual, pero la timidez le ganó y finalmente bajó la mirada.

- Que eres un ser humano extraordinario. -expresó ella, tomando ahora la mano del apenado Karl. - Te prometo que saldremos y te confesaré esa parte de mi vida que atesoro en privacidad. Ahora debo irme por respuestas a dudas esparcidas derredor a ello.

Acercó la joven su cara a la del apuesto muchacho, le dio un beso en la mejilla derecha la cual se incendió aún más, soltó su mano y se marchó. Karl quedó atónito y dubitativo, acariciaba la mejilla besada por Polly, mientras la veía perderse entre el incesante río de personas que se desplazaban como hormigas pronosticando la lluvia.

Polly volteaba de vez en cuando para cerciorarse de haberse perdido del campo de visión de Karl, y aunque este seguía con insistencia los pasos de su amiga, la afluencia de personas le obstaculizó la persecución visual. Polly pudo perderse dentro de esa bruma humana, llegando a la esquina próxima para tomar un taxi.

- Buenas tardes señor. -saludo amablemente Polly al taxista, aunque su tono detonaba un poco de ansiedad.

- Buenas tardes señorita. - le contestó el taxista, devolviendo la cortesía. - ¿Hacia dónde se dirige?

- Voy para el restaurante "La Fortune". -respondió Polly.

- ¿El del muelle? -indagó el conductor.

- Si señor. -contestó la joven- Ese mismo, el que queda en el muelle, cuya fortaleza son unos pegasos.

El recorrido tardó apenas doce minutos, durante el transcurso Polly recibió varias llamadas que rechazó mandándoles directamente a buzón, antes de por fin contestar, justo al llegar a su destino.

- Mira, no hay nada, absolutamente nada que me digas que pueda hacerme cambiar de opinión. -sentenció una enojada Polly. - Así que ya lo sabes, y lo siento, pero debo colgar.

La mujer dio por terminada la llamada, saldó el valor del viaje y de inmediato salió del medio de transporte público, no sin antes colocarse unos lentes de sol para tapar sus ojos y cubrirse la dorada cabellera con una pañoleta. Agradeció al taxista, y cuando llegó a la entrada del establecimiento oteó con sigilo de lado a lado, para luego ingresar al lugar.

                         

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