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Encuentro entre Musa y Poeta

Andrómeda
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Capítulo 1 Dedicatoria

Hola tú, si me estás leyendo es menester sepas de mi puño y letra que esta novela es mi novela más preciada, la realización de toda ella en sí, palabra por palabra ha sido mi mayor virtud, incluso cuando pensé que no tenía ninguna. Esta historia fue una bocanada de oxígeno puro, una que vino de repente y sin avisar, sorprendiéndome gratamente cuando me dedicaba solo a respirar y devolvía dióxido de carbono con un solo pulmón, un órgano que parecía prestado, porque dolía al igual que los latidos de un corazón severamente roto.

Noches insomnes me la pasaba auto aniquilándome, rodando en espirales de preguntas y divagaciones sin salida, hasta que llegué a la conclusión: ¿Cuántas veces debemos fulminarnos a nosotros mismos? ¿Cuántas veladas saturadas de preguntas dolorosas con respuestas aún más lacerantes?

Y me dije de forma interna; ¡Basta!, ya basta de esos pusilánimes pensamientos arraigados de entrañas heridas, purulentas e inevitablemente podridas. Es tiempo de poner un pare, add literan, detener la miseria que nos conduce a la auto compasión, dejar el patetismo, afrontar la realidad, porque el cosmos es infinito por lo tanto las posibilidades también lo son. Y es que había estado pensando cuán densa se torna la existencia, vértebras enmarañadas a un sin número de causalidades expuestas de cierta forma gracias al efecto dominó conducido como resultado de nuestras acciones. Debo reconocer que me arrepiento de que mi intransigente pasado me fajara el alma moldeándola según el espesor de una tribuna exigente y omisa. Pero es hora de dejarla flotar, elevarla a lo más alto, esperando que toque la cúspide con su corazón, porque sí, el alma también tiene corazón y es realmente hermoso.

Y fue entonces en ese punto, cuando me hallaba demasiado perdida dentro del laberinto y no precisamente el del minotauro de Creta, sino dentro de mi propia maraña, mi laberinto personal, ese que estaba repleto de letargos, desasosiego y zozobra. Cuando la luz simulaba un sueño tan distante, cuya lejanía parecía interminable y mis pasos demasiado lentos para llegar a ella. Justo allí cuando estaba a punto de darme por vencida por estar convencida de mi absoluta derrota, justo allí en esa lobreguez acompañada de silencio y soledad una luminosidad alumbró mis tinieblas, porque incluso en la oscuridad más densa se puede observar el brillo de sus ojos, los ojos de él.

Él, aquel divino ser con cimientos llenos de mortalidad y ansias sempiternas, ese cuyos cantos se me antojan homéricos, un poeta cósmico y sus epopeyas que narran mensajes sin relleno, y en el que en su dualidad de prosa y verso encontré el bálsamo que acaricia mi alma. Recordé aquella velada donde le describí sin conocerlo, aquellas palabras que evoqué en su nombre, como un presagio de un destino marcado en las estrellas:

Hoy, en esta noche nebulosa; cubierta por un manto oscuro que esconde cúmulos de incontables estrellas, debo admitir que pese a todos los esfuerzos de la ciencia por demostrar que los átomos son indivisibles, los de mi corazón si, se encuentra tan seccionado, descompuesto en múltiples partículas diminutas, ocasionando así, que su ritmo cardíaco haya disminuido y acelerado a la vez, latiendo incansablemente por la misma razón de su fragmentación. De niños nos asustaba el monstruo bajo la cama, pero ahora de grandes temblamos ante el misterio que radica en nuestro interior, es que las emociones suelen venir agarradas con pesares, y ni el más dotado de astucia podría salvarse de esa nefasta unión. En un momento los ojos orbitando absortos alrededor del aura índigo proveniente del amor de tu vida, (cabe recalcar que el verdadero amor es sólo uno y vida un concepto relativo, puesto que el sentimiento no escatima en tiempo ni los eones lo debilitan, el va más allá del más allá, incluso hay quienes dicen que la muerte es su mejor amiga) Al otro instante esos mismos ojos emiten un fulgor muy parecido al arrebol que el dolor se atribuye como suyo. Mis ojos brillan, ahora podrían encandilar como el sol, incapaz de revelar la razón, sólo compartiré que estando deambulando en el universo onírico un melifluo deleitó mis oídos, haciendo aún más inefable aquella experiencia; como serendipia optó por mostrarse, y ya teniéndome en estado de limerencia, tomó como anclaje mi alma de una forma inmarcesible.

En mi bitácora solo encuentro tu nombre, escrito con tinta celeste, el azul hace semejanza a nuestros encuentros, en sueños inefables e indelebles. Esas pupilas dilatadas en aquellos ojos rasgados, revelan la conjunción de dos caras oriundas de mundos separados. Tu mirada suele alumbrar mis oscuros insomnios, cada velada como el más resplandeciente banal, ni la lobreguez del más grande de los espectros se ha dispuesto a tu luz declinar.

¿Y cómo podría hacerlo? Si es que nadie puede asemejarte, tu recipiente contiene esa magia, desde antes de nacer, previa de la concepción, antaño de ser vapor en el hemisferio.

Alma con máscara árida, resultado de viejas heridas, pero el hilo rojo nunca falla, suele esperar paciente mientras no olvida. Seguiré oculta en tu cuerpo, llevando un nombre que desconoces, quizá cuando divagues en el universo, al contemplar una brillante constelación me reconoces.

¿Será que me leerás? Mira que me lo he pensado, que poses tu fulgor ocular, en estos párrafos rellenos de un encanto desaforado.

Eres poeta convertido en poema, metamorfosis de creador a musa, hacerte arte es mi lema, aunque roce entre lo imposible a lo iluso.

Él, el mismo que me recuerda los arpegios de Chopin. Él, quien me notificó que la madera no solo es materia prima de los ataúdes, sino que también recubre música, en el violín de Vivaldi, en el piano de Beethoven y hasta del mismísimo Frederic. Él quien me invito al redescubrimiento de las constelaciones que habitan dentro de mí, quien vio en mis defectos la más grandes de las glorias del ser. Él, mi Marcus, el Marcus de una Quilla lo suficientemente inestable como para rodar y caer sobre mínimo movimiento de placas tectónicas. Yo, una Andrómeda encadenada y a la espera del implacable Cetus y su dinámica macabra de hacerme trizas y volverme a recrear para volver a hacerme pedazos, hasta que apareció ese improbable Perseo y aunque no llegó precisamente en un caballo alado, me incitó a cabalgar en el infinito y amplio Olimpo de su alma.

También dedico esta novela a todas aquellas Apolonias que luchan de forma incansable por las remembranzas del amor fraternal. A aquellas Quillas que soñaran con su música y se inspiraran con ella, porque si mis queridas lectoras, todas podemos tener esa valentía, ese talento y esa entereza para reafirmarnos y para volver a la luz después de tanto tiempo en contemplación de las tinieblas. Todas podemos volver a amar.

            
            

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