Jayne estaba pensativa mientras viajaba camino a la residencia de su hermano Leo. A su lado, en el carruaje, la acompañaba su doncella Eda. Ahora que Liviana y Marcus por fin eran felices y habían formado su familia junto a sus pequeños, había decidido dejar la residencia Agnes. Su hermano le había comentado que se sentía solo sin Logan, y era muy probable que tardara en regresar de España. Así que le pidió a su hermana que le hiciera compañía.
-¿Le pasa algo milady? - preguntó Eda.
-No, solo pensaba - respondió Jayne.
También había pensado en regresar a Green Hills, al fin y al cabo sabía cuál era su futuro. Lo único que la retenía en Londres era su hermano Leo. Porque ya había renunciado a Christian, y más desde que supo la noticia de que se había comprometido con lady Amelia.
No quería seguir sufriendo un amor que la había traicionado, un amor del pasado que solo le traía dolor. ¿Cómo pudo dejarse engañar nuevamente por Christian? Aquella noche en la que volvió a estar en sus brazos se sintió viva, pero él nuevamente la había dejado, negándose siquiera a dirigirle la palabra. Desde esa vez no habían vuelto a hablar hasta que estuvieron solos en Hampshire, cuando Liviana fue secuestrada por Emma.
Al llegar a la residencia de su hermano fue recibida por Leo, quien le dio la habitación continua a la suya y la acomodó dándole su espacio. Luego la presentó con todo su personal de trabajo. Una vez instalada en la mansión, su hermano le avisó que sus padres querían verlos a ambos en la residencia Devonshire, algo raro para Jayne, ya que sus padres nunca la habían citado desde que había regresado de Green Hills.
En la tarde salió del brazo de su hermano rumo a la residencia de sus padres, estaba nerviosa y deseosa de saber que querían los duques de Devonshire después de tanto tiempo.
Jayne no negaría que extrañaba a sus padres, ella los amaba, pero también sentía un pequeño resentimiento hacia ellos por darles la espalda cuando aún era muy joven y había cometido el error de entregarse al hombre equivocado y que por desgracia, amaba.
-Tranquila, ellos no se comen a nadie - dijo su hermano en tono burlón tratando de distraerla.
-Lo sé, pero me da curiosidad saber que quieren, después de haber pasado casi un año en Londres, algo deben de tramar los duques - respondió Jayne.
-Viéndolo desde tu punto de vista, tienes razón, solo espero que no sean tan crueles en sus deseos, como siempre - dijo Leo tomando la mano de su hermana y apretándola sin llegar al dolor.
Ambos conocían a sus padres, y sabían que cuando los duques querían algo, lo conseguían, así fuera a costa de la felicidad de sus propios hijos. Por eso Logan y él habían decidido salir bajo del techo de sus padres y vivir solos, habían heredado los títulos que le correspondían y lo habían mantenido muy bien hasta ahora.
Ya en la residencia de sus padres, estaban todos sentados en la sala del té, Jayne apenas había bebido de su bebida mientras los ojos de sus padres la examinaban con extremo pulcro.
-Bien, ya estamos aquí - dijo Leo rompiendo el incómodo silencio-. ¿Qué quieren?
-Por Dios, hijo, lo dices como si fuéramos desconocidos para ti, somos tus padres - dijo Juliet, madre de Jayne y de los mellizos William.
Leo volteó los ojos, su madre siempre tan sensible a sus palabras.
-Pero tienes razón, hijo, si requerimos que estuvieran aquí es porque queremos algo, y más de ti, Jayne - al escuchar su nombre rápidamente levantó la cabeza mirando a su padre con el ceño fruncido.
¿Qué querían de ella ahora, después de tanto tiempo?
-Sabes el error que cometiste años atrás - empezó su padre y Jayne rápidamente sintió algo de vergüenza -, y por esa razón te enviamos a Green Hills - Jayne asintió no muy convencida de adonde quería llegar su padre con esa conversación -. Lo que quiero decir es que si quieres que volvamos a acogerte como nuestra hija y que la sociedad vuelva a aceptarte como una dama... -Jayne respiró hondo, sabía que detrás de tanta consideración hacia ella había algo más -... deberás casarte.
-¿Qué? - preguntaron al unísono ella y su hermano Leo.
-Te casarás - volvió a repetir su padre, ella miró a su madre quien la miraba con súplica esperando que aceptara.
-¿Con... con quién? - preguntó ella dubitativa.
-Con el Conde de Warwick - respondió su padre y rápidamente Leo se levantó de su lugar.
-¡No! Padre, sabes perfectamente la reputación del conde - dijo Leo.
Jayne estaba sin poder creer lo que su padre le pedía, Lord Jacob Straton, Conde de Warwick no era conocido por su bondad y delicadeza con las mujeres, más bien tenía una pésima reputación con ellas, ¿y su padre le pedía que se casara con él? Además, era un hombre mayor para Jayne, al menos parecía tener cuarenta años, aunque era un hombre que se mantenía erguido, su cuerpo parecía muy bien cuidado y no podía negar que era guapo, pero su reputación dañaba lo galán que era.
-El conde es un amigo de la familia, su padre hizo buenos negocios con el mío, y ahora ambos queremos hacer lo mismo, hace unos días me comentó que estaba buscando esposa, quería un heredero para su título y no quería que los esposos de algunas de sus hijas lo tomaran, su difunta esposa no pudo darle un varón - dijo Caleb tranquilamente -, entonces le comenté sobre ti y aceptó encantado, es una buena oportunidad para ti, Jayne, y tienes más que suerte de que quiera casarse contigo aun sabiendo que ya no eres virgen.
-Pero padre...
-Piénsalo bien, hija - pidió su madre -, es una buena oportunidad para tener tu propia familia y ser aceptada nuevamente por la sociedad, además, no hay que escuchar mucho los rumores sobres la reputación del conde.
-¿Cómo puedes decir eso, madre? Jayne podría casarse con otro hombre, con la influencia del duque de Devonshire, podría hacerlo, pero prefieres que sea con el conde, quien tiene la peor reputación de Londres - indicó Leo.
-No entiendes hijo, Lord Straton es más que perfecto para Jayne, además, uniremos algunos negocios que nos harán más importantes en Londres y en Irlanda - dijo Caleb mirando a su hijo -. Piénsalo bien, Jayne, tienes la oportunidad que tú misma te negaste cuando te entregaste como saco de papas a ese desgraciado sin honor de Evans.
Jayne no sabía qué hacer, que pensar. Pero su subconsciente más razonable le decía que lo pensara mejor antes de dar una respuesta, porque tal vez y sus padres tengan razón.
Podría tener una familia, tener hijos propios y criarlos, aunque no amase a quien sería su esposo, pero por lo menos no viviría una vida de soledad como había pensado.