Capítulo 4 Capitulo IV

Jonathan tenía treinta y cinco años, debería haber superado y a esa fase inmadura de vivir para comas; esa clase de obsesión que hace olvidar cualquier pensamiento lógico. Cassandra no iba a proporcionarle lo que más quería en la vida, así que no le quedaba más remedio que controlarse.

Maldita sea, nunca antes había deseado ser impotente en vez de estéril. Le gustaba el sexo.

-No, gracias. Cassandra, no puedo quedarme.

-¿Te vas? Bueno, no importa. Estoy segura de que estarás cansado. Podemos ir al restaurante mañana por la mañana. Está a sólo unas manzanas de aquí. He encargado todas las provisiones que tu ayudante...

-Me refería a esta semana. No te puedo ayudar.

-¿Te ha surgido otro compromiso? -El tono controlado de su voz indicaba que estaba enfadada aunque su expresión no reflejara nada.

Jonathan podía mentirle, pero no quería hacerlo. Si lo hacía, la estaría insultando y ella no se lo merecía.

-Es por lo que ocurrió entre nosotros.

-Mantuvimos relaciones sexuales, ¿qué tiene que ver eso con cocinar para mí?

Jonathan cambió el peso de pie. Mierda, aquello no estaba saliendo cómo él quería.

-Mira, siento lo que te hice...

-¿Lamentas haberme llevado al orgasmo tantas veces que perdí la cuenta?

Sigo sin encontrarle la lógica a todo esto.

« ¿Cómo rayos iba a encontrársela si no la tenía?» . Jonathan se pasó la mano por el pelo y emitió un gruñido.

-Maldita sea, me volví loco. Me enterré en ti. No fui ni tierno ni considerado contigo. Y te pido disculpas. Y estoy seguro de que no te pedí permiso antes de...

-Santo Dios, ni siquiera podía hablar con ella de sexo anal sin empalmarse otra vez-. Bueno, no sería buena idea que me quedara.

Cassandra tiró de las solapas de la chaqueta en un inútil intento por cubrirse los pechos. Pero lo único que consiguió fue ofrecerle una vista mejor de su escote.

-¿Y te pareció que me importara? Él tragó saliva.

-Ni siquiera sé si me pediste que me detuviera y no lo hice. ¿No lo entiendes? No recuerdo haberte oído. Si me quedo aquí esta semana, no puedo garantizarte que no vuelva a perder la cabeza. No quiero hacerte daño.

-No soy de cristal -le aseguró ella con un susurro que hizo que le atravesara un escalofrío por la espalda.

-Hay otra persona.

Pero tres citas no constituían una relación y, observando los exuberantes atributos de Cassandra y su cuerpo de escultural, Jonathan no hubiera podido recordar la cara de Emily ni aunque le fuera la vida en ello. Tenía pensado casarse con Emily. O con alguien como ella. Sencillamente, Cassandra no era el tipo de mujer que imaginaba como madre cuando lograra ser padre.

-¿Kimber? ¿Todavía mantienes una relación de tres con tu primo y su esposa?

No, y no pensaba volver a hacerlo nunca, pero admitirlo ante Cassandra sólo serviría para que ella se empecinara más.

-¿Importa?

Ella negó con la cabeza.

-Me da igual quién sea, sólo espero que comprenda que tienes un trabajo que hacer aquí. Si yo puedo olvidarme de lo que pasó y centrarme en el restaurante, tú también.

Jonathan la recorrió de los pies a la cabeza con una mirada voraz.

-Ni siquiera me has tocado y ya no estoy centrado.

Él atravesó la estancia, le cogió la mano y la apretó contra él.

Antes de perder el control, apartó la mano de Cassandra.

-Eres una mujer muy sexy y no soy capaz de contenerme cuando estoy contigo. No puedo quedarme.

Cassandra respiró hondo expandiendo el pecho. Caramba, justo lo que no necesitaba. Pero no pudo marcharse cuando ella se apartó del borde del escritorio y se acercó a él con actitud felina.

-Primero, para que tu preocupación tuviera algún sentido, tendría que estar dispuesta a mantener otra vez relaciones sexuales contigo. Te aseguro que hoy no lo estoy. Y ya puestos, creo que tampoco mañana. En segundo lugar, fuiste tú quien recurrió a mí hace tres meses, ¿recuerdas? Y me prometiste que, a cambio de acostarme contigo y con tu primo, cocinarías en mi restaurante durante una semana. Me importa un comino que Deke se largara antes de que ocurriera nada, yo cumplí mi parte hasta el final.

-Hiciste mucho más que cumplir con tu parte hasta el final, ahora no puedo estar cerca de ti y no pensar en el sexo.

Para intentar demostrar a su primo Deke que la que ahora era su esposa era la mujer perfecta para ellos, Jonathan había organizado un trío con Cassandra. Aquello no había producido los resultados deseados por él, y a que Deke se largó antes de que comenzara la fiesta. Y aunque eso sí que lo esperaba, lo que no había previsto era mantener con la propietaria del club de bailarinas exóticas, repetidas veces además,

relaciones sexuales de las que más le gustaban...

-Lo siento -murmuró-. Conseguiré que me sustituya alguien cualificado para ello.

-Ya he anunciado que serás tú el que estará aquí. He invertido un año de trabajo y todos mis ahorros en ese lugar. Si este restaurante no funciona, me veré obligada a volver a bailar desnuda para ganarme la vida. Me diste tu palabra y yo confié en ti. ¿De verdad me vas a dejar colgada?

La música retumbaba en los oídos de Jonathan.

Cuando sonaron los últimos acordes y Cassandra se dejó caer de manera sugestiva al lado de la barra de pole dance con su tanga de encaje -y nada más- Jonathan se puso tenso.

En el momento en el que la música murió, la multitud que llenaba el club prorrumpió en un atronador aplauso. Jonathan apretó los dientes. En ese momento, cada hombre del local estaba empalmado gracias a la mujer que él se moría por llevar a la cama. Una y otra vez. La mujer a la que no debería tocar.

Después de más de dos minutos de silbidos y aplausos, los clientes del club se sentaron. Con una traviesa sonrisa en los labios y, tras ponerse aquella pequeña chaqueta de lentejuelas roja que apenas le cubría lo necesario, Cassandra agarró el micrófono.

-Gracias a todos por estar aquí esta noche -dijo ella todavía jadeante-. Han sido ustedes, su entusiasmo, los que a lo largo de los últimos cinco años habéis hecho de «Las damas sexys» un lugar especial. No saben cómo me alegro de que hayan decidido compartir con nosotros esta velada.

Cassandra pestañeó, enardeciendo a la multitud. Jonathan quiso vomitar. No, no era cierto. Lo que quería era sacarla de allí, echársela al hombro y prohibirle que volviera a subirse a ese escenario para desnudarse en público.

Suspiró. Comportarse como un cavernícola era más el estilo de Deke. Y Cassandra no era suya. Jamás lo sería.

¿Por qué demonios se había dejado convencer para quedarse cocinar durante toda la semana? Ah, sí. Se sentía culpable. Tres meses antes, ella había cumplido su parte del trato. No era culpa suya que él no hubiera podido -que todavía no pudiera- controlarse. Tampoco era culpa de Cassandra que Deke se hubiera largado entonces dejándola a solas con el lado más oscuro de Jonathan. Dado que ella habla invertido todos sus ahorros y su futuro en ese nuevo restaurante, él le debía las siete clases magistrales que le había prometido. Las acusadoras preguntas que Cassandra le había hecho con tanta dulzura y sus propios recuerdos habían obrado en su contra. No había podido librarse.

Después de agradecer la asistencia de la multitud durante un rato más, ella se bajó del escenario y se abrió paso entre sus admiradores. Christopher, el gorila, le consiguió una silla sin dejar de revolotear a su alrededor con aire protector. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, resultaba muy amenazador. Pero no lo suficiente para disuadir a los más fervientes admiradores. Éstos se acercaron todo lo que pudieron y, algunos, incluso le deslizaron billetes en el tanga. Ella les apartó las manos con una picara sonrisa, pero aquello no les detuvo.

Un tipo con una camiseta de la Universidad de Louisiana se abrió paso entre el gentío y se acercó a Cassandra, plantándole un beso en la boca. Ella no se apartó,

aunque le puso las manos en los hombros. Unos instantes después, Christopher empujó bruscamente a aquel tipo y lo mandó hacia la puerta con una mirada que no auguraba nada bueno. Acto seguido el gorila se acercó más a Cassandra, anunciando que ella era suya por todos los poros de su piel.

Negándose a mirarlos durante más tiempo, Jonathan maldijo para sus adentros y reconoció la amarga verdad. Ella le había tomado el pelo. La noche que pasó con Cassandra, ésta le había jurado que hacía casi dos años que un hombre no entraba ni en su cama ni en su cuerpo. Entonces la había creído. La había sentido demasiado estrecha.

Viendo aquel tumulto de tontos babeantes, sabía que no era posible que su cama hubiera estado vacía más de dos días.

Pero no importaba si Cassandra se acostaba con el gorila, con todos sus clientes o con toda la población masculina de Louisiana. Jonathan había hecho un trato y lo cumpliría. Además, mantendría las manos alejadas de ella durante una semana, no importaba lo encantadora que fuera. Tenía un futuro en el que pensar y, si Dios quería, pronto tendría también una esposa y un hijo.

            
            

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