Capítulo 5 Capitulo V

A las tres de la madrugada, cuando finalmente estuvieron cerradas las puertas del club y todos se hubieron marchado, Jonathan y Cassandra se quedaron solos.

Ella se permitió saborear durante un momento el hecho de que, si todo iba bien, había realizado el último baile erótico de su vida. Jamás tendría que volver a exhibir su cuerpo para poder comer. Lo había hecho durante catorce años. El restaurante representaba el futuro, el billete para una vida mejor. Trabajaría lo duro que fuera necesario para no tener que volver a enseñar las tetas a unos desconocidos. Jonathan era justo lo que necesitaba para tener éxito. Menos mal que lo había convencido para quedarse.

Por el bien del restaurante... y por el suyo propio.

Él permanecía erguido a su lado, tan tenso como un tambor. Cassandra sonrió.

Aquel delicioso y nervioso chef no tenía ni idea de lo que se le venía encima.

-¿Estás seguro de que quieres ir ahora al restaurante? -le preguntó. Él asintió con la cabeza.

-Ver el lugar me servirá para estructurar los platos, para sentir el influjo de la comida. Es necesario que conozca al personal, aunque y a he hablado con tus cocineros y con el gerente por teléfono, todos han seguido mis instrucciones al pie de la letra. Ya hemos previsto el menú de esta semana. ¿Te has encargado de comprar la lisia de suministros que envié?

Cassandra asintió con la cabeza y le lanzó una mirada descarada.

-Tienes unos gustos muy caros, señor Campbell.

-Es una inversión productiva, recuperarás el dinero, señorita Fox.

Ella sabía que él mismo se aseguraría de ello. No quería deberle ni una puñetera cosa cuando se largara. Pero Cassandra había previsto que las cosas ocurrieran de otra manera. Se había prometido a sí misma que a finales de semana poseería a Jonathan en cuerpo, mente y alma.

Condujeron, cada uno en su coche, hasta donde estaba situado el restaurante. Cassandra no quiso tener en cuenta que él se había negado a ir en el mismo vehículo que ella.

En cuanto llegaron, Cassandra sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Una vez dentro, se acercó a la esquina y accionó el interruptor de las luces de ambiente. luces más intensas, por supuesto, pero ¿para qué encenderlas? No servían a sus propósitos.

Cassandra observó su obra. Era... simplemente elegante. Un ventanal ocupaba una de las paredes, el resto eran paneles de madera oscura sobre las que había distintos detalles en dorado, marrón y tierra, salpicados con algunos toques de color borgoña y chocolate. El amplio espacio tenía una atmósfera acogedora y expectante, como si esperara a los clientes. Había sillas y mesas por todas parles, en unas cuantas se había colocado la vajilla de porcelana china y la cristalería, así como las servilletas de lino, para que ella se hiciera una idea de cómo quedaba. En la pared del vestíbulo había un letrero donde se podía leer el nombre del restaurante, BONHEUR. Siempre que lo veía se sentía orgullosa de sí misma.

Miró a Jonathan por el rabillo del ojo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y estudiaba el restaurante con mirada especulativa. A Cassandra le palpitó más rápido el corazón mientras esperaba su respuesta. No tenía sentido que deseara su aprobación con tanta intensidad... pero no podía evitarlo.

-Y bien, ¿qué te parece? -dijo ella respirando hondo.

-Bonheur -murmuró él-. En francés significa «felicidad» .

-Pensé que era adecuado. Quiero que los clientes sean felices aquí. Y rezo para serlo y o también.

-Me gusta. ¿Tienes la intención de ofrecer cenas a grupos? ¿O te inclinarás más por las cenas privadas?

-Pensaba ofrecer las dos cosas.

Él volvió a recorrer las mesas con la mirada.

-Pues si quieres ofrecer cenas románticas, algunas mesas tienen que estar más alejadas de las destinadas a los grupos; y o las colocaría en las esquinas, son más acogedoras. La cafetería y el comedor... -Señaló hacia el centro de la estancia, donde un tabique a media altura separaba ambas zonas- están demasiado próximos. Resultará difícil separar los dos ambientes cuando la gente que está en el comedor puede ver a la que está bebiendo, riéndose y fumando. Mira al techo, ¿hay extractores de humo?

Era algo que Cassandra había pensado, pero no le gustaba dividir el espacio.

Aunque él tenía razón.

-No hay zona de fumadores.

-¿Ni siquiera en la cafetería? Perderás algunos clientes.

-Merece la pena. Quiero que la cafetería sea para que la gente se tome un aperitivo mientras espera su mesa, no para clientes que no vayan a cenar aquí y que sólo busquen marcha o ligues. Para eso ya está el club.

Jonathan asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Ella tomó nota mental de desplazar las mesas más pequeñas a las esquinas y de llamar al contratista para arreglar el tema del tabique.

-¿Dónde está la cocina? -preguntó él.

Cassandra se mordisqueó los labios y se dirigió a una esquina, donde encendió más luces. Ella entendía de juegos y seducción, pero de restaurantes... de eso sabía él, y ahora era Jonathan quien rezumaba seguridad en sí mismo. Cassandra lo agradeció. Se había esforzado mucho para que la cocina del Bonheur resultara un lugar adecuado, un sitio en el que un chef de la categoría de Jonathan se sintiera orgulloso de cocinar.

Mientras recorrían el pasillo, tuvo conciencia de que Jonathan tenía los ojos clavados en ella. Notó que le rozaba los hombros con la mirada, que le abrazaba la cintura y que no era capaz de apartarla de su trasero. Ella sentía el rastro ardiente que iba dejando en su piel.

-La cocina no se ve desde el comedor. Bien pensado.

Cuando llegaron a la estancia, cubierta de acero inoxidable en su mayor parte, ella encendió más luces.

-He oído que a la gente no le gusta ver la cocina mientras está comiendo.

Una vez más, Jonathan cruzó los brazos sobre el pecho, estudiando lodo el local y asintiendo con la cabeza lentamente.

-Es muy agradable. Una zona de trabajo amplia y bien situada. Una cocina de doce fogones. ¿De gas?

-Por supuesto.

La aprobación que mostraba la cara de Jonathan la hizo sonreír ampliamente.

-Es el número de fogones adecuados. Y cuatro fregaderos. Están muy bien colocados los utensilios en las paredes. ¿Y los calientaplatos?

Cassandra indicó un estante debajo de las encimeras y otro en el pasillo, donde los platos esperarían hasta ser llevados a las mesas.

-Muy bien. Y has instalado una gran cámara frigorífica. -Miró hacia la otra esquina, se acercó y abrió la puerta-. Tiene un buen congelador y mucha capacidad.

-Al final siempre se queda corto. -Ella sonrió.

-Mmm. -La miró como si estuviera combatiendo el deseo de devolverle la sonrisa-. ¿De qué material es este suelo? -dijo dando un golpecito en el suelo con la punta de la bota.

-De corcho. No se resbala, es fácil de barrer y fregar y es blando, lo que viene bien para la gente que tiene que estar mucho tiempo de pie.

Por fin, él la miró. Era evidente en su cara lo impresionado que lo había dejado.

-¿Lo has pensado todo tú sola?

-La mayor parte. El contratista también me ha echado una mano. Algunos clientes de «Las sirenas sexys» tienen negocios de restauración y les pedí consejos. El resto... investigué a fondo. Quería que todo resultara perfecto.

Algo cambió en la expresión de la cara de Jonathan. Se tensó mientras su mirada oscura se volvía huidiza y algo lejana.

-Pues has tenido éxito.

¡Maldita sea! ¿Qué había dicho para que desapareciera cualquier atisbo de calor de su rostro? ¿Era por haber mencionado a «Las sirenas sexys»? ¿Acaso ahora la consideraba poco más que una bailarina?

Cassandra alzó la barbilla. Conocía a los hombres. Incluso aunque Jonathan dijera que ella no era su tipo, sabía que le gustaba. Eso y a era algo.

De nuevo, él se centró en los negocios.

-¿A qué hora estará aquí el personal mañana?

-¿Te va bien a las doce?

-Perfecto. -Jonathan se dio la vuelta.

-Ya has aprobado los menús. ¿Necesitas ver algo más esta noche?- preguntó ella jugando con las llaves y preguntándose cómo recobrar la armonía que habían compartido sólo unos minutos antes.

«Paciencia -se dijo a sí misma-, ciñete al plan. La noche todavía es joven» .

                         

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