/0/8459/coverbig.jpg?v=fd02c024f0264803f8044bbd086fd6b4)
Y lo hacía con reacciones muy diversas. Cólera, pena, tristeza, furia y, sobre todo, una profunda necesidad de echarle en cara que no hubiera hecho nada para ayudarla o comprenderla, de exigirle el apoyo que siempre había necesitado.
Junto a su tumba había visto la razón de la falta de entendimiento entre ellas: Calvins. A pesar de los años transcurridos, de estar a más de cincuenta metros y
de las gafas de sol de doscientos dólares con las que ocultaba sus ojos, seguía siendo evidente que era tan cabrón como cuando era un chaval. Al menos él no la había visto. Si lo hubiera hecho, sabe Dios lo que hubiera ocurrido.
Cassandra dejó de pensar en ello.
-Christopher, gracias por preocuparte por mí, pero he dedicado demasiado tiempo y energía a esta inauguración como para retrasarla. He invertido casi todo mi dinero en ese restaurante. Además, ¿qué ganaría recordando a mi madre?
Él le acarició los hombros en un gesto de consuelo.
-Ayer saliste de aquí a las tres de la madrugada y Sadie me dijo que a las ocho y a estabas de vuelta. Cariño, tienes que dormir. Todo el mundo necesita tiempo para superar una pérdida de ese tipo.
Ella prefería no hacerlo.
Se puso de puntillas y le dio un tierno beso en la mejilla.
-Algún día serás un gran marido.
-¿Es una proposición? Cassandra soltó unas palabras.
-¿Tengo pinta de querer tener una casa con una valla blanca? Venga, a trabajar.
-Sí, señora. -Se despidió con un gesto y se dio la vuelta, aunque al momento se giró de nuevo-. ¡Ah, se me olvidaba! Ha venido a verte un amigo tuyo. Dijo que era cocinero, un chef.
-¿Jonathan Campbell? -suspiró ella.
-Sí. Me dijo que teníais una cita. No parecía demasiado feliz. ¿Es el tipo que te ayudará esta semana con el restaurante?
La pregunta de Christopher quedó flotando en el aire sin respuesta. En lugar de ello, Cassandra miró detrás de Christopher, hacia la puerta principal del club.
¡Booom! ¡Booom! Jonathan estaba allí. Un metro ochenta y cinco de altura. Una figura elegante y fornida. Al verlo sintió como un puñetazo en el estómago. Cassandra tragó saliva y se permitió el placer de comérselo con los ojos. El pelo negro le llegaba a la altura de los hombros y los vaqueros se ceñían a sus músculos en los lugares adecuados. Y, aquellos ojos, oscuros y ardientes... Una urgente necesidad la atravesó. El corazón comenzó a latirle a toda velocidad, fuera de control. Se le humedecieron las palmas de las manos. Sintió que se mareaba de excitación.
Christopher la sostuvo. El guardaespaldas le deslizó sus poderosas manos alrededor de la cintura para ayudarla a recuperar el equilibrio y luego miró a Jonathan por encima del hombro.
-Tienes que estar de coña, ¿no será él, verdad?
« Oh, sí. Claro que es él» .
-Cállate, Christopher. -Se acercó a la puerta con decisión.
Por fin. Jonathan Campbell estaba allí. Cassandra ocultó una astuta sonrisa. Ya no iba
a poder seguir ignorándola. Ella se aseguraría de eso.
¿Se había empalmado alguna vez con sólo mirar a una mujer que estaba en la otra punta de la habitación antes de conocer a Cassandra Fox? Mejor no pensar en la respuesta.
No tenía que preguntarse qué había debajo de esa faldita, lo sabía. Unos muslos de ensueño con un liguero de algún color provocativo pensado para volver loco a cualquier hombre. Un tanga de encaje que revelaría mucho más de lo que cubría. Y debajo... La sensación y el sabor de sus pliegues resbaladizos e hinchados rugieron en su memoria y le hicieron hervir la sangre como si le hubieran inyectado algún combustible en las venas.
Tenía que trabajar con ella durante una semana. Santo Dios. ¿Cómo iba a evitar no recordar una y otra vez aquel encuentro que quería olvidar pero no podía?
« Eres un profesional. Tu obligación es cocinar, no tocarla» . Además, no es que no tuviera más cosas en las que pensar. Las negociaciones que llevaba a cabo para realizar un programa para la televisión por cable estaban a punto de cerrarse y tenía que hacer la corrección de su último libro de cocina. No tendría demasiado tiempo libre durante esa semana y el poco que le quedara, lo ocuparía como fuera.
Era evidente que Cassandra también sabía bien cómo ocupar su tiempo.
Aquel hombre enorme que tenía al lado y al que había besado en la mejilla hacía un momento, el que llevaba ceñida a un torso ancho y poderoso una camiseta de « Las sirenas sexys» , ¿sería un camarero?, ¿un guardaespaldas? Fuera lo que fuera, el gorila le había lanzado a Cassandra una mirada tan posesiva que Jonathan no pudo dejar de notarla; luego el hombre lo miró con una furia casi palpable.
Aplastando los irracionales celos que se apoderaron de él, Jonathan se dijo a sí mismo que si Cassandra quería tirarse a su empleado, era asunto suyo.
Aplacó el violento deseo de descuartizar al hombre.
Entonces, Cassandra dio un paso en dirección a Jonathan, y luego otro.
-Señorita Cassandra -gritó una mujer con voz aguda-. ¡Su turno!
Cassandra se detuvo. Cerró los ojos. Suspiró. ¿Estaba preparándose mentalmente para algo?
Entonces, como si aquella vacilación no hubiera ocurrido, ella le dirigió a él una fría mirada azul, le indicó una silla delante del escenario y se dirigió a la parte de atrás de las bambalinas. Jonathan no pudo evitar seguir con los ojos el balanceo de sus curvilíneas caderas como atraído por un canto de sirenas. Mierda.
De haber estado solos, nada hubiera impedido que Jonathan la tocara. Nada.
Pero a menos que quisiera volver a dejarse llevar por su lado salvaje e incontrolable, tenía que recordar la temeraria promesa que se había hecho: no tocarla y renunciar a ese trabajo.
A regañadientes, Jonathan se dirigió con paso tranquilo al escenario y se sentó en la silla que Cassandra le había indicado. En cuanto ella terminara de hacer lo que fuera que tuviera que hacer y hablara con él, le diría que no podía cumplir su parte del trato. Estaba dispuesto a pagarle por las molestias.
Porque si se quedaba, su brazo le metería en problemas. Jonathan acabaría por desnudarla y colarse debajo de su falda en menos que canta un gallo. Y eso sería malo. Debía recordar que estaba buscando a la mujer perfecta, alguien cercano y familiar a quién le gustaran los niños tanto como a él y le ayudara a mantener a raya a su bestia interior. Cassandra Fox, la diosa de las bailarinas, no era, definitivamente, esa mujer.
De repente, la música comenzó a retumbar en los altavoces, con un gran estruendo y una cadencia provocativa y ardiente. Cada nota que sonaba hablaba de sexo. Sexo caliente, sudoroso y sin restricciones.
El tipo de sexo que le gustaba, el que había tenido con ella. El que le gustaría volver a tener.
Se colocó la camisa sobre el regazo para ocultar la erección y observó cómo Cassandra se contoneaba encima del escenario. Se había recogido el pelo, rubio platino, en lo alto de la cabeza con un provocativo peinado y se había puesto una chaqueta corta de lentejuelas rojas. Él se moría por ver lo que llevaba debajo. La manera en que se movía era una invitación y ... una promesa.
Cassandra se colocó con sus altos tacones justo delante de él y comenzó a contonear las caderas, trazando un sensual círculo. La vio ponerse la palma de la mano sobre la piel desnuda del abdomen dorado y comenzar a bajarla. Y la siguió bajando... muy lentamente. Jonathan contuvo el aliento hasta que, finalmente, ella se tocó.
« Oh, Dios...» .
Se deslizó los dedos entre las piernas y echó la cabeza hacia atrás como si estuviera disfrutando de un éxtasis absoluto.
Jonathan tragó saliva y comenzó a sudar.
Con una sacudida, Cassandra enderezó la cabeza y volvió a mirarle a los ojos; los de ella eran como dos rayos láser azules que le estremecieron de los pies a la cabeza.
Maldición, desfilaron ante él nueve semanas de citas con secretarias parroquiales, decoradoras y maestras de primaria. Ninguna de esas mujeres le había provocado una erección. Durante ese tiempo, se había despertado más de una vez en mitad de la noche sudando, con la brazo en la mano y el nombre de Cassandra en los labios. Y ahora, tras cinco minutos en su presencia, estaba y a a punto de estallar.
Tenía que pensar en otras palabras que empezaban con la letra efe, como por ejemplo futuro y familia. Por desgracia, con Cassandra cerca, el deseo de comas con ella otra vez iba a echar a perder todas sus buenas intenciones.
En ese momento, ella se soltó los suaves mechones de pelo, que le cayeron sobre los hombros, se acarició los pechos y coqueteó con su cintura. Luego se quitó la corta chaqueta y la dejó caer al suelo descuidadamente, exponiéndose ante un Jonathan que hubiera jurado que le veía las sombras de las areolas de los pezones a través del top. Ella pasó por encima de la chaqueta y se contoneó hasta la barra vertical que había en el centro del escenario. Cuando la agarró con las dos manos y se onduló hacia ella, apretándola entre los muslos, Jonathan pensó que se iba a asfixiar.
Ella continuó mirándolo fijamente mientras danzaba alrededor de la barra.