El Cachorro del Dios del Hielo
img img El Cachorro del Dios del Hielo img Capítulo 4 IV Escape
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Capítulo 6 VI Sweet Nothings img
Capítulo 7 VII En sus Manos img
Capítulo 8 VIII Rendición img
Capítulo 9 IX Caja de Pandora img
Capítulo 10 X Entierro de Sentimientos img
Capítulo 11 XI Viaje Espiritual img
Capítulo 12 XII Recomenzar img
Capítulo 13 XIII La Mascota del Señor img
Capítulo 14 XIV Lecciones de Obediencia img
Capítulo 15 XV Jaque al Corazón img
Capítulo 16 XVI Viaje al Interior img
Capítulo 17 XVII En la Ducha con el Fantasma img
Capítulo 18 XVIII Comienza el Frío img
Capítulo 19 XIX Cacería img
Capítulo 20 XX Huir del Frío img
Capítulo 21 XXI La Sombra del Hielo img
Capítulo 22 XXII El Hielo No es para Siempre img
Capítulo 23 XXIII El Precio de Amar a un Demonio img
Capítulo 24 XXIV Mangas Pasteleras img
Capítulo 25 XXV Cuidado con lo que Deseas img
Capítulo 26 XXVI Entre Dos Mundos img
Capítulo 27 XXVII Camino al Sueño img
Capítulo 28 XXVIII Repostería Francesa img
Capítulo 29 XXIX Huyendo de Papá img
Capítulo 30 XXX En el Sillón de Pensar img
Capítulo 31 XXXI Juegos Peligrosos img
Capítulo 32 XXXII Medias Verdades img
Capítulo 33 XXXIII Emociones Embotelladas img
Capítulo 34 XXXIV Míster Hyde img
Capítulo 35 XXXV Tomar las Riendas img
Capítulo 36 XXXVI Celos para Principiantes img
Capítulo 37 XXXVII La Calma Nunca fue Opción img
Capítulo 38 XXXVIII Fresas y Frenesí img
Capítulo 39 XXXIX Puedo con la Verdad img
Capítulo 40 XL No Juegues con el Cachorro img
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Capítulo 4 IV Escape

Carmelo entró a su cuarto con la mirada borrosa por las lágrimas, no entendía nada de lo que pasaba. La noche anterior Alexandre lo había besado, manoseado y dicho que ahora sería suyo y justo después se hizo novio de su hermana ¿A qué jugaba ese hombre?

Tomó su teléfono y llamó a su amigo Robert, necesitaba desahogarse con urgencia, el teléfono repicaba pero el chico no atendía. Esto era más que inusual, su amigo vivía prácticamente pegado a su móvil.

Esteban –susurró Carmelo al aire- por favor necesito que ubiques a Robert rápidamente.

Mientras esperaba respuesta del espíritu, el chico armó un bolso con algunas prendas y zapatos, quería pasar un tiempo alejado de esa mansión hasta que sus ideas se acomodasen. Pasados unos cinco minutos escuchó el inconfundible siseo del espíritu atravesando las paredes.

Está en el hotel El Tritón de Oro, señorito Carmelo –susurró Esteban posándose a su lado- y está en un pequeño predicamento. La habitación es la número 20. Lleve algo con que abrir esposas.

No puede ser –los ojos de Carmelo giraron de frustración- ¿otra vez?

Se agachó bajo su cama y sacó un cajón de madera, rebuscó en el interior hasta encontrar una palanca, la metió en su bolso, lo cerró, salió de la habitación directo a las escaleras. Podía escuchar risas desde el comedor, así que sin hacer ruido entró al garaje, sacó su bicicleta y se alejó con prisa hacia la avenida principal.

La luz del sol no se llevaba sus pensamientos oscuros, a su lado, por todo el borde de la carretera brillaba el mar con un conjunto de azules que le recordaban los ojos de Alexandre y eso hacía que su corazón se arrugase con un dolor punzante.

A cada momento movía su cabeza para tratar de apartar esa mirada fría pero encantadora de su cabeza, lo único que lograba era despeinar sus mechones cobrizos con la fuerte brisa. En diez minutos estuvo frente a la entrada del Tritón de Oro, se apeó, cruzó el vestíbulo con paso decidido mezclándose con los turistas.

Al llegar a la recepción del hotel, se encontró con una recepcionista medio dormida todavía que lo miró como a una aparición. Este era, afortunadamente, uno de los pocos hoteles que no le pertenecían a su padre por lo que pasar desapercibido era algo que él pensaba, podía hacer.

Buenos días, disculpe señorita me preguntaba si puede ayudarme con un problema –Carmelo utilizó su voz más encantadora esbozando una gran sonrisa- mi habitación es la número 20, salí temprano a desayunar fuera pero ¡soy tan torpe! Dejé mis llaves adentro.

No creo que seas torpe para nada, bello –la chica había mordido el anzuelo, hablaba sobre pronunciando palabras- alguien tan encantador y lindo no puede ser torpe. Aquí están las llaves de repuesto. Me las regresas al irte, junto con tu número de teléfono.

Carmelo sonrió mientras ella le extendía las llaves tocándolo de más al dárselas. Sin perder más tiempo subió las escaleras saltando los escalones y corrió hasta detenerse frente a la puerta de la habitación 20. Con las manos un poco temblorosas abrió la puerta entrando de golpe.

Tal y como le había dicho Esteban, su amigo Robert Jones se encontraba tendido en la cama, dormido, con sus manos y piernas atadas a cada esquina de la cama con unas esposas y sábanas entrelazadas.

Robert era más alto que él pero en general se parecían, tenía la piel blanca pero bronceada con un dorado envidiable, delgado, con brazos y piernas fuertes, abdominales marcados, cabello rubio que le llegaba hasta los hombros y ojos verde esmeralda que siempre estaban en busca de nuevos amantes.

Se acercó cerciorándose de que respiraba y estaba solo. Sacó la palanca, empezó a manipular las esposas de sus manos para liberarlo, le tomó algo de tiempo debido a las sábanas, luego bajó hasta las ataduras de sus piernas y las liberó también. Cuando estaba por terminar sintió una mano acariciando su espalda por debajo de su franela, se giró y vio a Robert sonriente y muy despierto. No parecía que hubiese pasado la noche atado a esa cama, estaba de buen humor y su pene se había levantado por completo.

¿Qué pasó hermanito? –Susurró muy seguro de sí- viniste a liberarme, termina la misión.

Sonriendo Carmelo lo ayudó a levantarse, ya estaba acostumbrado a ese tipo de bromas de Robert, no es que no le pareciera atractivo, solo que al criarse juntos lo veía más como un hermano que como un posible amante, pero sabía que si se descuidaba él era capaz de lanzarlo en una cama y poseerlo.

Levántate loco –replicó Carmelo riendo- es hora de salir de aquí, espero que te hayan dejado ropa.

No lo creo –respondió Robert observando a su alrededor- eran dos y parecían ser policías, bueno al menos tenían esposas.

De verdad que eres de no creer –Carmelo buscó bajo la cama, en el baño, por todos lados pero no había señal de la ropa, cartera o teléfono de Robert, solo sus sandalias playeras aparecieron bajo un mueble- afortunadamente yo traje algo de ropa.

Sacó una franela de su bolso, bóxer y unos shorts malvas, pero como esperaba Robert le lanzó de vuelta la franela.

Si no es una franelilla no la quiero –le respondió el rubio- ¿de qué vale tenerlos si no los vas a mostrar?

Dijo refiriéndose a sus pectorales, luego entró al baño murmurando que tenía que limpiar las evidencias de su cuerpo antes de salir. Al cabo de quince minutos salió nuevamente, se colocó los bóxers, short, le arrebató las gafas oscuras a Carmelo, calzó sus sandalias y emprendieron la salida del hotel.

Como era su costumbre Robert montó su brazo derecho sobre los hombros de Carmelo, así se acercaron a la recepción donde el chico entregó las llaves con una media sonrisa dejando a la recepcionista lívida mientras los veía alejarse.

El camino hacia el apartamento de Robert lo hicieron a pie, con Carmelo rodando la bicicleta y miles de pensamientos sobre cómo contarle a su mejor amigo lo que le había pasado. No era fácil pensar, con Robert contando entre carcajadas lo que le ocurrió la noche anterior.

Primero los conocí cuando pasaba de una fiesta a otra –decía el rubio mientras reía- eran dos morenos fornidos que estaban esperando a un coche patrulla que los buscara. Yo les sonreí, tú sabes, se acercaron y me dijeron que tendrían que detenerme por posesión de un culito así sin permiso.

Eso me derritió así que les dije que podían ponerme las esposas cuando quisieran por lo que me preguntaron si tenía sitio, les dije que no era un problema, los invité unos tragos y al cabo de media hora estábamos juntos en el Tritón de Oro, eran algo torpes al principio no se sentían cómodos entre ellos por lo que me desnudé, me senté en las piernas del más alto y moví mis nalgas sobre su pene hasta que se le puso duro.

El otro se me puso al frente, le quité la correa, abrí su cierre y apareció una verga negra, gruesa que me animó por lo que comencé a comérsela hasta las bolas. Mientras tanto el otro se desabrochó su correa y me golpeaba con la hebilla, eso me enloqueció por lo que me paré, los senté juntos y me dispuse a mamárselas, eran muy similares. No tienes idea de lo loco que me volví.

El más alto se paró y empezó a jugar con mi huequito, yo me saqué el otro pene de la boca para preguntarle ¿te gusta?, pero me agarró la cabeza, me hizo seguir mamándosela al otro mientras me decía no estás aquí para hablar, querías verga y ahora tendrás, mientras me lo decía metió su pene en mi ano de un solo jalón.

Fue delicioso, al principio dolió mucho, no usó ningún lubricante y era muy grueso, pero comenzaron a tratarme de perrita y ya sabes lo que me pasa con esa palabra, era incansable me bombeaba, lo sacaba y lo metía de nuevo lo más adentro que podía mientras el otro me tenía cogido por el cabello y en varias ocasiones chocaron las manos, eso hacía que ambos metieran más adentro. Al cabo de un rato se cambiaron, pero esta vez me pusieron en el suelo a gatas, el segundo le dijo al primero que no me pusiera a mamar todavía que quería escucharme gemir.

Tenía la cabeza contra la alfombra y mi culito bien levantado invitándolo, al principio no gemí, me mordí la boca todo lo que pude para que me diese más duro pero se volvió tan rudo que no tuve más remedio que abrir los labios, mis gemidos los entusiasmaron. Cuando acabaron, pensé que se irían pero entre los dos me acostaron en la cama y yo pensé que era un nuevo juego pero no, me ataron, recogieron todo y se fueron.

¡Oye! –Robert se dio cuenta de la mirada distante de Carmelo- no te has ni reído ni excitado con mi historia. ¿Qué te pasa?

Lo lamento Robert –Carmelo no podía aguantar más- anoche conocí al hombre más hermoso del mundo, me dio mi primer beso, me acarició, me ilusionó y ahora... se hizo novio de mi hermana ¿Qué hago?

Ya estaban frente al apartamento de Robert y éste ante la información de Carmelo se había quedado de piedra observándolo de hito en hito.

¿Cómo que el hombre más guapo del mundo? –exclamó Robert al cabo de un rato mientras colocaba ambas manos en las mejillas de Carmelo- y ¿no vas a pelear por él?

            
            

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