No son tonterías y no lo hablo con nadie más que contigo –le aclaró Carmelo- no son cosas que yo quisiera que me pasaran, al menos no así. Me dijo que soy su cachorro ¿por qué diría algo así?
Eso es lo que más me excita, Melo –respondió Robert dejándose caer al suelo- ese hombre es peligroso, quiere domarte y lo hará. Una sola palabra de ese tipo y saldrás corriendo de aquí directo hacía su pene.
¡No es cierto! –Carmelo se enfureció, él no era tan fácil- déjame recordarte que de nosotros dos soy el único que aún es virgen así que no correré al pene de nadie, muchas gracias.
Bueno, no eres exactamente virgen ya –Robert lo miraba divertido- digamos que eres como la Amazonía.
¿A qué te refieres? –a Robert le encantaban esos juegos de palabras que Carmelo casi nunca entendía- ¿En qué soy como la Amazonía?
En que eres mitad virgen y mitad explorada, mami –las risas de Robert no se hicieron esperar mientras Carmelo sentía su rostro hervir de rabia.
No me llames mami ¿por qué tienes que cambiarme el sexo? –Estaba enfurecido, inclusive sus orejas le estaban hirviendo- te he dicho que no me trates así.
Eres tan linda cuando alguien habla de tu vagina cerrada –se burló Robert- ¿pasa algo malo con la cosita de la princesa?
Carmelo se abalanzó sobre Robert y comenzaron a luchar en el piso, el rubio siempre buscaba la manera de molestarlo para provocar esas luchas, dieron vueltas hasta que Robert lo inmovilizó en el piso con sus piernas, le levantó la franela y con ella le ató las manos.
Ahora estás indefenso, Melo –había algo diferente en la manera como Robert le habló- ¿Aprenderás a comportarte ahora con un hombre más fuerte que tú?
Suéltame, ¿Qué te pasa? –Carmelo intentaba inútilmente liberarse- ¡suéltame!
Robert lo miraba con una luz diferente en la mirada, sus ojos verdes se veían más claros cuando los acercó a los de Carmelo, colocó su nariz contra la de él y susurró veamos quién besa mejor, si ese Alexandre o yo. Inmovilizó el rostro de Carmelo con la mano izquierda mientras sostenía fuertemente su mano con la derecha.
Se inclinó más y posó sus labios sobre los del chico, éste intentó mantener los dientes apretados pero sentía curiosidad por los besos, abrió ligeramente su boca y Robert aprovechó para forzar su lengua dentro de él, recorrió sus dientes, lengua y paladar.
Pero ese beso no tenía ni la urgencia, rudeza o sabiduría del que Alexandre le había dado la noche anterior. Sin embargo, era un buen beso por lo que se dejó besar largamente por Robert hasta que éste decidió liberarlo poco a poco de su agarre.
¿Qué dices? –le preguntó en voz baja- ¿Qué beso te parece el mejor ahora?
Oye, tú eres mi hermanito Robert –contestó Carmelo con tacto- besas bien pero es extraño para mí.
Está bien, no quiero que te vuelvas uno de esos enamorados que me persiguen –respondió el rubio incorporándose- pero estoy a la orden para cualquier práctica que necesites, Melo.
El chico decidió olvidar lo sucedido, pero no entendía el comportamiento de Robert, quería lucirse desnudo frente a él a cada rato, incluso cuando comenzaron a hacer ejercicios en el balcón insistió en que se quedaran solo en bóxer, de acuerdo con él, aparte de ejercitarse se broncearían un poco más.
La tarde transcurrió algo tranquila, mientras buscaban mil vueltas para atraer a Alexandre hacia Carmelo sin que su hermana sufriese demasiado.
Ella es tan alegre como yo –decía Robert- no le va a importar Alexandre en unos meses. Tú puedes esperar unos meses ¿no?
Carmelo lo miró de soslayo. No, no podría esperar unos meses, ni semanas ni días, él quería a ese hombre para él ¡ya! Necesitaba respuestas pero la idea de regresar a su casa y ver a la flamante parejita apretujada le provocaba nauseas.
El sol comenzó a ponerse en el horizonte, llenando el mar de los tonos dorados que siempre le hacían soñar, dejó de hacer abdominales y se recostó del barandal del balcón apoyando la cabeza en su mano derecha. De pronto, su teléfono comenzó a sonar sacándolo de su ensimismamiento.
¿Aló? –Contestó Carmelo extrañado, era un número desconocido- ¿Quién habla?
Soy tu dueño, me has tenido toda la tarde esperando –la voz de Alexandre sonaba irritada- ¿dónde diablos estás?
Disculpe, señor Ragnar –contestó Carmelo poniéndose tenso- ni usted es mi dueño ni yo le debo una respuesta. Que tenga buenas noches.
Iba a colgar cuando la voz en el teléfono le dijo: mira hacia abajo. Con el corazón en la garganta y cara de asombro Carmelo bajó su mirada hacia el estacionamiento a sus pies y vio a Alexandre a medio salir de un Lambourghini Diablo negro, vestido con una camisa coral, pantalón negro, mocasines beige y una mirada que podía derretir un glacial entero.
Carmelo se quedó de piedra, su corazón palpitaba con entusiasmo. No esperaba que ese hombre lo fuese a buscar pero muy dentro de él lo esperaba. Por un momento no supo qué hacer, Alexandre le hizo un gesto indicándole que bajara y él se congeló.
Robert al ver su confusión se levantó intrigado, al asomarse vio a Ragnar que lo observaba con una mezcla de curiosidad y furia. Nunca en su vida se había encontrado con una visión así, la descripción de Carmelo no le hacía justicia, era un hombre imponente, dominante, lo perturbó hasta un nivel en el casi baja él mismo las escaleras para recibirlo.
Melo ¡Despierta! –Le dijo a su amigo mientras lo sacudía- sino bajas tú iré yo. ¿Qué esperas? Vete y arrebátaselo a tu hermana de una vez.
Sin esperar más Carmelo atravesó la habitación se vistió, agarró su bolso y salió corriendo a las escaleras. Alexandre le hizo una seña de despedida a Robert que le devolvió una sonrisa y una lamida de labios sugestiva. Sin responderle, éste regresó a su auto y cerró la puerta.
Carmelo llegó al estacionamiento, respirando profundamente abrió la puerta del copiloto del auto, subió lo más tranquilamente que pudo y enseguida Alexandre lo agarró por la nuca, acerándolo hacía él y lo besó apasionadamente, recorriendo cada rincón de su boca, mordiendo su lengua hasta hacerlo ver las estrellas. Luego con firmeza agarró la mano izquierda del chico y la llevó hasta sus pantalones negros para que sintiese su erección.
Ven –le susurró con esa voz ronca cautivadora- te enseñaré cuál es el saludo que me darás de ahora en adelante cuando subas a mi auto.
Se desabrochó la correa, el botón y se bajó el zipper, su pene estaba esperando esa señal para salir imponente. El contraste de su miembro blanco con el pantalón negro era cautivador, su pene media veintidós centímetros, era grueso, lampiño, con un glande cabezón y rosado que invitaba a recorrerlo con la lengua.
Alexandre empujó la nuca de Carmelo hasta posar su rostro muy cerca del pene, luego con voz suave pero determinante le dijo exactamente lo que quería que hiciese:
Acerca tus labios y besa la punta –ordenó y el chico obedeció- así... ahora saca tu lengua y lámelo despacio. Abre la boca deslízalo poco apoco dentro, primero mete unos centímetros, sácalo, respira; ahora mete más, vamos tu puedes. Está bien, tose si quieres. Prueba lamerlo todo, eso... hazlo más rápido.
Recórrelo con tu lengua, saboréalo, mételo de nuevo, esta vez intenta con la mitad. ¡Vamos! Tú puedes comerte ese pene.
Alexandre colocó su mano más firmemente en la cabeza de Carmelo y lo obligó a meterse todo su pene, el chico sintió como su garganta se abría por completo, intentó zafarse pero él hombre no aflojó la presión sino hasta un minuto después.
Se liberó tosiendo y enrojecido, sus ojos estaban nublados por la necesidad de respirar. Respiró profundo mientras veía a Alexandre quien se inclinó hacia él y lo besó, chupando la saliva que se agolpaba en las comisuras de los labios. Por encima de la oreja de Alexandre, Carmelo vio que Robert los había estado espiando todo el rato, Ragnar, a propósito había encendido la luz de la cabina y enseguida la sangre le invadió nuevamente el rostro.
Por su parte, su amante tenía una sonrisa de oreja a oreja que le confería un aura de niño travieso satisfecho. El corazón de Carmelo se hinchó de felicidad al pensar que él había sido capaz de lograr esa sonrisa en un hombre tan frío como hermoso.