Capítulo 2 1. ONTY: Espíritus chocarreros al ataque

Assuan abrió los ojos de inmediato cuando escuchó ruidos extraños provenientes del pasillo y su corazón dio un salto.

Parecían quejidos lastimeros.

No se atrevía a salir, por miedo a lo que podría encontrar allí afuera. Siempre le habían dicho que le tuviera miedo a los vivos, no a los muertos. Pero ella se empeñaba en creer que a ellos también, pues de un susto podrían hacer que sufrieras del corazón y cualquier mínimo susto te mandaba para el más allá.

Al no tener la menor intención de salir a ver qué era aquello, intentó volver a dormir, pero no podía cerrar los ojos y no sentir que podía haber algo no vivo en el pasillo y lo único que la separaba de ellos era una mísera puerta de madera.

Afuera de la habitación, se seguía escuchando lo que parecía ser el llanto de alguien y no creía que fuera su hija porque ella dormía en el piso de arriba.

En cambio, el personal de servicio tenía una casa aparte solo para ellos, por lo que en esa gigantesca mansión no había más nadie sino ella, su esposo, la hermana de este y su hija.

Assuan sintió curiosidad por lo que había allá afuera, sin embargo había algo que no la dejaba salir de la cama y acercarse a la puerta, por lo que simplemente se limitó a sentarse sobre ella y tragar saliva con fuerza, echando una ojeada en derredor, pese a que la oscuridad dificultaba un poco su visión.

Acto seguido, paso una mano por su rostro quitándose todo rastro de sueño y tocó pantalla del teléfono. Rápidamente la luz cegadora de este la iluminó, obligándola a entrecerrar los ojos.

En el momento en que se acostumbró, pudo ver la hora.

4:00 am.

Decían que esa era la hora del diablo.

Un escalofrío la recorrió al pensar en ello y disparó una mirada a fuffy cuando este soltó un ladrido amortiguado. Sus orejas estaban elevadas a modo de alerta y miraba fijamente la puerta.

Ella levantó la vista y miró allí también, frunciendo el ceño al no ver nada descomunal. Pero aún así, el perro volvió a ladrar.

Assuan comenzó a alarmarse. Presentía que lo que fuera que estuviera en el pasillo se encontraba justamente allí, tras la puerta.

Al caer en ese pequeño detalle, sus manos comenzaron a sudar mientras su corazón palpitaba furiosamente contra su pecho. Y fuffy no ayudaba con sus ladridos a la nada, lo que lograba era hacer que estuviera más nerviosa.

Cuando era pequeña deseó saber que era lo que los animales podían ver y los humanos no. Pero en ese momento se arrepintió de ello, pues a lo mejor su deseo se haría realidad y vería algo proveniente del infierno.

Mientras lamía sus labios, miró hacia un lado, donde dormía su esposo y tomó su teléfono de la mesita de noche para alumbrarlo.

Permanecía impasible y casi parecía...indefenso, como si nada ni nadie pudiera perturbar sus sueños.

Sabía muy bien que su marido era todo, menos indefenso y a veces prefería evitar estar en la misma habitación que él, para evadir su repentino mal humor.

Su agarre sobre el teléfono se tenso en el momento en que su mente inoportuna evocó uno de los tantos recuerdos bonitos que tenía a su lado.

Antes no era tan cruel y abusivo. Hubo un tiempo en que fue un esposo amoroso y atento que se desvivía por ella.

Pero todo cambió cuando Zhayid comenzó a vivir con ellos.

Aún persistía su antiguo yo, pero no comprendía por qué Ahumrah intentaba ocultarlo bajo una falsa máscara de frialdad.

Ahora solo pretendía ser una cáscara vacía desprovista de emociones, que solo le importaba hacerse más rico a medida que pasaba el tiempo.

De la noche a la mañana adoptó una conducta dominante, misma que no podía negar que le encantaba, pero no le agradaba que su hija tuviera que presenciarlo.

A los ojos de su pequeña, era maltratada por su padre y ella no hacía nada para detenerlo.

Ahora bien, a ella le gustaba la conducta de su marido, pero en cierto punto, comprendía que su hija todavía no era lo suficientemente madura como para llegar a entender la relación que ambos tenían y más aún, que les gustaba ser de esa forma.

Sin embargo, no estaba de acuerdo como su esposo la trataba, pues, pese a que ambos amaban a Ankwar, Ahumrah quería deshacerse de ella a como diese lugar, puesto que interfería en todo lo que ambos intentaban hacer y creía que si se mostraba frío y distante, ella huiría lejos de ellos y los dejaría en paz.

Y, ciertamente, Assuan sabía que era muy probable que los terminara odiando y ella no quería eso. Pero ahumrah no atendía a razones, solo era lo que él pensaba y punto.

Por lo que no tenía más remedio que seguir las ordenes de su esposo, por muy en desacuerdo que estuviera con él.

Assuan era proveniente de una familia judía, pero su madre se enamoró de un extranjero y ambos se vieron en la obligación de huir juntos para ser felices. Sin embargo, fue criada entre ambas culturas, respetaba la religión de su madre, pero preferiría ser como su padre, por lo que no tuvo tantos problemas para estar con Ahumrah. Bueno, al menos, al principio sí, pues mientras que ella tenía diecinueve, el que en la actualidad es su esposo, tenía treinta y seis.

Y lo peor de todo, fue que sus padres no conocieron a Ahumrah porque ella se los presentó como es debido, sino porque lo descubrieron intentando convencerla para dejar que le quitará la virginidad.

Cuando aquello sucedió, su padre casi lo mata, pero al ver que prohibiéndole verlo solo lograban que ella se escapara para estar con él, ambos llegaron a un acuerdo.

Ya que no tenía los medios para encargarse de ella, puesto que apenas era una "niña", debía demostrarles por lo menos, que de verdad la amaba.

Suspiró como una adolescente enamorada.

Esos fueron tiempos hermosos.

Volvió a la Realidad en el momento en que escuchó que los ladridos de fuffy subían de tono, de inmediato dirigió la linterna a la puerta, sintiendo como Ahumrah se quejaba levemente, pero no llegó a despertarse.

La respiración de Assuan se tornó errática nuevamente y un sudor pegajoso empapaba su espalda, al tiempo que su cuerpo era barrido por constantes escalofríos desagradables y su estomago se sentía como peso muerto.

Su piel se crispó y un peso se instaló en lo bajo de su estómago en el preciso momento en que escuchó una carcajada diabólica tras la puerta, seguido de agudos rasguños. Rápidamente, su respiración se le atascó en la garganta cuando fue testigo de cómo esta se abría despacio y causaba un sonido tétrico en el proceso.

Eso si que era una pesadilla hecha realidad.

En serio, Assuan deseó estar soñando.

Quizás fuese eso... pues no había explicación coherente que disuadiera sus dudas de cómo y por qué la puerta de su habitación se había abierto sola.

Miró su brazo con desconfianza y en un impulso lo pellizcó con fuerza, para despertar, en caso que estuviese soñando. Pero lo único que sintió fue un intenso dolor que dejó la zona palpitando.

En ese mismo instante, volvió a escuchar la misma risa demoniaca y comprobó finalmente que no soñaba y que la puerta sí se había abierto, dejando el espacio suficiente como para que una persona delgada pasara por ella.

La mujer alumbró a fuffy y notó que este también se había petrificado, y en cuanto volvió a iluminar la puerta, el foco lumínico comenzó a parpadear como si tuviese vida propia y sin previo aviso, su teléfono voló fuera de su alcance y cayó cerca de la ventana y de fuffy, alumbrando hacia el techo. Lo que dejaba la habitación parcialmente iluminada.

La pobre mascota pegó un salto del susto y chilló con todas sus fuerzas, como si alguien lo hubiese intentado matar mientras que lo que se encontraba escondido en la oscuridad se reía burlonamente.

Assuan abrió los ojos al escuchar su risa y abrazó una almohada contra su pecho para sentirse más segura mientras observaba la oscuridad tras la puerta con aprensión y más aún, cuando vio una mano negra con seis largos dedos deslizándose por la abertura y colocándolos en el contorno de esta con una lentitud terrorífica, abriéndola un poco más.

Se tensó sobre la cama y el miedo que la recorrió fue tan grande que no le permitió reaccionar. Sin embargo, se obligó a no entrar en pánico.

Pero estaba tan atenta del mínimo sonido que llegase a producirse en la habitación, que casi cayó al suelo en cuanto fuffy decidió que era momento de ahuyentar a lo que sea que fuese esa criatura y salió corriendo de la habitación para espantarla.

Todo eso, sin que Ahumrah despertase.

Pasado algún tiempo, sus latidos comenzaron a ralentizarse pensando que fuffy se había encargado de asustar aquella cosa.

Podía escucharlo ladrando a lo lejos. Por fin podría volver en paz.

Sin embargo, su cuerpo volvió a atiesarse nuevamente en el momento en que escuchó que algo caía al suelo...

Justo a su lado.

Giró bruscamente sobre la cama y miró al suelo con frenesí, intentando calmar su apresurada respiración.

Pronto verificó que solo había sido su frasquito de pastillas para dormir.

Tal vez lo había tropezado en medio del susto. Aunque ella sabía que no era así.

Sus sospechas fueron confirmadas cuando oyó cómo la puerta se terminaba de abrir y pasos ingresaban a la habitación.

Y fuffy ya no estaba allí...

Intentó tragar saliva, pero su garganta se había cerrado y parecía como si estuviera tragando piedras. Su respiración era errática y su corazón parecía querer salirse de su caja torácica.

Pero de igual forma, con todo el miedo que sentía, volvió a mirar a la puerta, y al no ver nada echó un vistazo a toda la habitación, notando como su respiración se convertía en jadeos.

Por otra parte, la luz del teléfono abarcaba en cierta medida gran parte de la habitación, comenzó a titilar y de un tiro se apagó, volviéndose a encender minutos después.

Abrió la boca para gritar, pero no salió ningún sonido. Se había quedado muda.

En lo bajo de la cama, había una mujer con grandes ojos rojos desprovistos de vida que la miraba con hambre.

Esta olfateó el aire y al sentir su miedo, en su rostro fue creciendo una sonrisa desagradable que iba de oreja a oreja y dejaba ver enormes y afilados incisivos cubiertos de sangre.

El cuerpo de Assuan se había petrificado en cuanto vio aparecer la cabeza de la mujer y sentía que se hallaba entre la espada y la pared. Su mente se había quedado en blanco y solo se concentraba en el ente situado frente a ella.

En ese preciso momento, no existía nada más.

En lo profundo de su mente se preguntó por qué no despertaba a su esposo, ¿pero que podría hacer él? Si era muy probable que esa cosa cuadruplicara su fuerza, sin contar que la misma podría ser sobrenatural.

Su teléfono estaba lejos de su alcance, por lo que hacer una llamada para pedir ayuda quedaba totalmente descartada. Además, ¿qué diría cuando llamara?

<<Oye, necesito tu ayuda. Hay un ente sobrenatural en mi casa, ¿Me echas una manita?>> o quizá,

<< ¿Hola? Sí, soy Assuan. Disculpa la hora...pero, ¿Sabes cómo deshacerte de espíritus chocarreros merodeando tu casa? Es urgente>>.

Ni siquiera la dejarían explicar la situación, solo la insultarían de las peores formas posibles antes de colgar.

Assuan no hacía más que mirar a la mujer, quién a su vez, también la observaba con hambre y sacaba una lengua puntiaguda y se relamía los colmillos como si saboreara su carne sin haberla probado.

Se estremeció cuando imaginó que la mujer saltaba a su encuentro y sujetaba su pierna como si fuese una sanguijuela para luego desgarrar su piel con aquellos putrefactos colmillos.

No obstante, en aquel preciso momento en que Assuan imaginaba cualquier tipo de situación en su cabeza, aquel espectro decidió alzar un brazo y lo posó sobre la cama lentamente, de forma que Assuan pudo ver una mano parecida a la que había visto antes, deslizándose poco a poco hacia ella.

El miedo le hacía imposible reaccionar y solo pudo quedarse allí, viendo cómo una estupida aquella mano moverse.

Cuando esa mano tocó su pie, ella no pudo soportarlo y comenzó a agitarse sobre la cama.

-¿¡AAAAAHHHHHHH?!-comenzó a gritar como posesa, con los ojos fuertemente cerrados y agitando las manos, como si quisiera evitar que esa cosa se siguiera acercando.

En lo más lejano de su mente, escuchó pasos abandonando la habitación y la puerta ser cerrada con fuerza, al mismo tiempo que Ahumrah despertaba exaltado.

– ¡Qué!, ¡Qué!, ¡Qué! –Preguntaba ante los gritos de su esposa–, Assuan–la llamó, pero ella no atendía. Seguía gritando–. Assuan, ¿Qué sucede? –cuando una vez más su esposa no atendió a su llamado, aplaudió dos veces y las luces se encendieron. Se giró hacia ella, quien seguía gritando con una expresión de terror surcando su rostro y Con los ojos fuertemente cerrados– ¡¿ASSUAN, QUÉ SUCEDE?! –la zarandeó con fuerza, pero ella en vez de responder, continuaba con los gritos. Al mismo tiempo que apuntaba a la puerta con la mano. – ¿Qué? ¡Qué sucede!

–L-la...l-la...l-la–abrió los ojos y en ellos se podía ver el terror que sentía, pero el shock le impedía hablar y eso desesperó al anciano.

– ¡Ahí no hay nada! –Le gritó, pero eso no hizo nada para calmarla, por lo que le dio una bofetada que la aventó al suelo– ¡Cállate ya!

Assuan estaba tan sorprendida que sus gritos se habían detenido y ahora lo miraba con una mano sosteniendo su mejilla golpeada. Miro a todos lados buscando a la mujer, pero no hayó nada, por lo que sintió como el color abandonaba su rostro.

–Voy a ir a ver. Pero más te vale que no sea en vano...–y con esa amenaza volvió a abrir la puerta y se asomó al oscuro pasillo.

Oh, no...

Va a creer que estoy loca, y la voy a pagar muy caro.

Por su parte, Ahumrah ni se molestó en encender las luces, sino que bajó directamente al primer piso. Miró a todos lados y noto que todo estaba en completa tranquilidad.

Una furia repentina lo invadió al pensar que todo era una broma de esa buena para nada. Y con expresión molesta se dirigió a la cocina, encendió las luces y escaneó la habitación por completo.

No había nada.

Esa perra lo iba a pagar.

Salió de la cocina dispuesto a descobrarse con Assuan y apagó las luces, pero en el momento en que sus pies comenzaron a moverse hacia el gimnasio, un movimiento llamó su atención.

Se detuvo abruptamente y giró sobre sus talones para echar un vistazo a la sala y colocó sus ojos en rendijas, esperando.

Pero no ocurrió nada.

Sin embargo, cuando decidió retomar su camino vió como una niña pasaba corriendo de la sala a la cocina soltando una risa juguetona.

Su cuerpo se tensó de inmediato y un escalofrío desagradable lo recorrió de la cabeza a los pies, helando su sangre.

No creía que fuera un fantasma, porque él no creía en ellos. Tal vez era la hija de una de las sirvientas que se había escapado y que disfrutaba asustando a la gente.

Se obligó a mover sus pies en esa dirección y se detuvo frente a la puerta de la cocina. Dudó un segundo, pero al final entró y encendió las luces mientras sentía su corazón a punto de salir de su pecho.

Esperó ver algo descomunal pero al no ver nada recorrió la cocina por completo, buscando a la niña y deteniendo sus pasos frente a la puerta de vidrio que daba al patio.

Cuando esta se deslizó a un lado al colocar su mano en ella, juró que al día siguiente se encargaría de reprender al descuidado que no la cerró como era debido.

Obviamente, no temía que algún ladrón se pudiera infiltrar en su propiedad, pues confiaba plenamente en los miembros encargados de su seguridad. Pero la sensación que le transmitía increpar a alguien por errores mínimos, era única.

Se sentía poderoso.

Le encantaba humillar a esos miserables que trabajaban para él. Denigrarlos. Destruir su autoestima. Hacer que dependieran del sustento que les daba. Y de esa forma, podría comprobar que tan fieles eran a él.

Salió al exterior y sintió una fresca brisa remover suavemente su cabello, miró el agua pasiva de la piscina y luego echó un vistazo a sus alrededores, buscando signos de...

¿Qué buscaba exactamente?

Se pasó una mano por la nuca, desordenando aún más su cabello y negó con la cabeza para luego soltar una risa burlona y decidió volver adentro.

Ay, Assuan. Prepárate para lo que viene, pensó.

Cuando se dispuso a dar media vuelta, un escalofrío invadió por completo su cuerpo. Algo extraño, porque ahí no había nadie.

Se giró bruscamente cuando volvió a escuchar la risa juguetona de la niña y en medio de la funesta impresión, casi cae a la piscina.

Parpadeó un par de veces, pero la imagen de ella permanecía allí. Aparentaba alrededor de trece años. Tenía el cabello rubio platino como un ángel y ondeaba en el aire gracias a la fresca noche, no podía ver el color exacto de sus ojos pero aún así podía admirar el brillo que le confería la luz de la luna, lo que le daba un aspecto más intrigante y seductor; sus labios eran llenos y en forma de corazón y Ahumrah apostaba lo que fuese a que eran del color de la pasión y si los tocaba se sentirían como la seda.

De igual forma, admiraba el hecho de que, para ser un infante tenía un cuerpo bien proporcionado, como el de una mujer pequeña. Pero su casta vestimenta lo hacía recriminarse por su actitud, digna de un pedófilo. Pues se encontraba admirando su turgentes pechos de copa c cubiertos por un sencillo vestido color marfil que le llegaba un poco más arriba de las rodillas y cuya falda se alzaba en vuelo y acentuaba aún más su pureza como si quisiera acercarse y...

Dios, ¡Era una niña!

Tal vez era imposible de creer, pero él tenía sus límites.

No obstante, su miedo se hizo a un lado para darle paso a la furia cuando recordó que gracias a ella tuvo que salir de su cálida cama.

– ¡Hey! –Exclamó con sorna–. ¡Niña!, ¿Quién eres tú y qué estás haciendo en mi casa?–decía, acercándose.

Sin embargo, la niña le sonrió con malicia y sujetó la puerta como si esperara que él terminara de acercarse y así poder cerrarle la puerta en la cara.

Por su parte, Ahumrah no pudo evitar deslumbrarse por su radiante sonrisa, pero al adivinar sus intenciones comenzó a correr para evitar que lo dejara afuera.

– ¡No! ¡No! ¡No! ¡No cierres...!–gritó, pero la pequeña mierda esperó que se acercara lo suficiente para cerrar la puerta en sus narices.

Con llave.

–Abre. –ordenó, pero la niña le sacó la lengua. Soltó un suspiro furioso al encontrarse imaginando esa lengua y esos labios carnosos alrededor de su... – ¡Pequeña perra, abre la maldita puerta! –le gritó minutos después, irritado por su propia actitud. Si no se calmaba, era muy capaz de entrar a la fuerza y darle a esa mocosa lo que tanto pedía a gritos.

Por otra parte, la infanta hizo un puchero y bajó la cabeza y de inmediato Ahumrah se sintió mal por haberle gritado.

–Oye...no...solo quiero entrar, ¿Sí? – le dijo en un susurro –. Solo abre la puerta y prometo no decirles a tus padres lo traviesa que has sido... –No. Pensándolo mejor, era más seguro para ella que no lo hiciera porque una vez que atravesara esa puerta haría que se arrodillara y se encargara del problema que había ocasionado y que mantenía abultada la parte delantera de su pantalón de pijama.

No obstante, su piel se erizó cuando observó como la niña volvía a alzar la cabeza, pero esta vez luciendo una sonrisa perversa en su rostro.

Ahumrah creyó ver un brillo maligno en sus ojos, pero no podía ser. Después de todo, no dejaba de ser una chiquilla.

Sin embargo, la sonrisa en su rostro, desmentía ese hecho.

Agrandó los ojos cuando la mano que estaba escondiendo y que él no había notado por estar tan inmerso en sus fantasías, salía detrás de su espalda con un...cuchillo.

–S-suelta...e-eso...–le ordenó con voz temblorosa–t-te...p-pu-e-edes...l-last-t-timar–la cría seguía moviendo el arma blanca, ignorando su orden. Lo situó frente a su rostro, abrió la boca para sacar la lengua y ante su mirada estupefacta, la cortó en dos.

Ahumrah aún no asimilaba lo que acababa de ver.

Seguía viendo como la niña movía los dos trozos de lengua, haciendo movimientos repugnantes mientras lo miraba y comenzaba a retroceder, dándole una sonrisa sangrienta.

Y cuando el anciano empezó a moverse también, echó a correr.

El sexagenario giró por una esquina y llegó al frente de la casa. Se dirigió a la puerta principal e intentó abrirla, pero tenía llave. Y en medio de sus pensamientos caóticos se jaló el cabello, dejándolo de punta, cavilando en busca de un rápido acceso a la vivienda.

Si tan solo...

Ahumrah sonrió al recordar el pasadizo que había conseguido esa vez cuando buscaba un sitio para enrollarse con la sirvienta. Por suerte, le dijo que se quedara oculta tras los arbustos mientras él buscaba un lugar para estar solos.

Miró a todos lados para asegurarse que nadie lo veía y volvió a ir por donde había salido. A mitad de camino, tras unos abetos, había una pequeña compuerta que daba a un sótano subterráneo.

Al ser un hombre grande, tuvo que arrodillarse para apartar las coníferas y poder abrir la entrada del depósito oculto e ingresar al compartimiento.

Se arrastró por un túnel terroso, ensuciando su pijama y se alzó cuando encontró el agujero que había en el suelo del sótano; se impulsó con las manos para subirse y cuando hubo entrado se levanto del piso para sacudirse la tierra, inhalando accidentalmente una bocanada de polvo que lo hizo toser.

Olia a tierra húmeda y a viejo.

Buscó a tientas el interruptor de la luz pero cuando lo encendió, el bombillo explotó y Ahumrah apenas y tuvo tiempo de cubrirse con los brazos para protegerse de las partículas de vidrio.

Resopló con disgusto y decidió guiarse por sus instintos, evocando en su mente el camino de regreso a la casa.

Comenzó a caminar y se detuvo cuando toco con los pies el inicio de las escaleras. Con la mano tanteó la pared hasta alcanzar el pasamano y se sujetó a él mientras subía.

Cuando llegó a la puerta, pegó una oreja pero se apartó tan pronto como sintió que algo le rozaba la carne sensible.

No escuchaba nada.

Tras la puerta todo permanecía en silencio.

Y un miedo lo recorrió cuando cayó en cuenta de que una vez entrara a la casa tendría que enfrentarse con esa psicópata y él...no sabía pelear.

Por muy macho que a veces se la daba, sus guardaespaldas siempre lo defendían cuando cabía la posibilidad de que alguien pudiera golpearlo.

Y sí, tal vez era una niña, pero tenía un cuchillo y un mal movimiento podía acabar con su vida.

Empujó la puerta pero está no cedió, así que se posicionó para luego golpearla con el hombro. Un fuerte dolor lo invadió, pero valió la pena cuando la puerta se abrió y cayó al pasillo, donde se ubicaba el gimnasio y el cuarto de su hermana.

Antes de levantarse, miró hacia los lados, buscando a la pequeña demente y al no verla se levantó y cerró la puerta con suavidad.

Menos mal que su hermana tenía un sueño pesado.

Exhaló con fuerza y se abrió paso por la pasarela.

Cuando estaba llegando a la cocina, vio salir a la niña de la sala y se detuvo frente a él, rió como desquiciada y corrió nuevamente al interior del salón.

Su cuerpo se crispó y Ahumrah se obligó a seguirla.

En la habitación, la luz de la luna se asomaba por las ventanas y se derraba parcialmente por toda la habitación, creando figuras inconexas.

Una sensación de peligro lo invadió y tuvo que obligarse a permanecer impasible, pero sabía que por dentro estaba cagado de miedo. Intentó ralentizar su respiración para estar atento a los sonidos de la estancia, pero todo se hallaba en absoluta calma.

Echó una ojeada en derredor y no vio a la niña por ningún lado. Por lo que comenzó a alarmarse.

¿Será que esa niña estaba muerta?

Negó con la cabeza.

No.

No puede ser.

Tragó saliva y empezó a inspeccionar la habitación, rincón por rincón. Para cuando llegó a la ventana que daba al patio estaba por rendirse en su búsqueda, pero una risa demoniaca disparó sus alarmas.

Su cuerpo se irguió y giró su cabeza tan rápido hacia la ventana en la parte superior de la sala desde donde se podía observar el portón de entrada a la propiedad D' Barrie, que provocó un fuerte dolor desde el nacimiento de su cabello hasta el cráneo.

Sobre la mecedora junto a la ventana, se encontraba sentada una figura femenina y la poca luz que se derramaba sobre ella no dejaba detallarla por completo, pero era suficiente para ver el color rojo de su cabello y sus ojos gris acero.

Creyendo que se trataba de su hija, casi salta sobre el sofá blanco que dividía la sala para reprenderla por haberlo asustado así.

Sin embargo, contrapuesto a sus intenciones la chica parecía relajada ante su presencia. Como si no le temiera.

Aunque...debería.

–Perra–susurró con desprecio, preguntándose si esa mocosa no se cansaba de joderle la vida.

La complacía en todo, le daba lo que quisiera y la única condición era que no...jodiera.

Pero era lo que más hacia.

Aún no sabía por qué se molestó en crearla.

Bueno, sí.

Lo sabía.

Los términos que estableció el viejo Shamkaro antes de morir para que él pudiera apropiarse de su fortuna, era que tenía que darle un heredero.

Y lo hizo.

Pero lo que salió fue esa...chiquilla. Que lo único que hacía era estropear todos sus planes y no podía deshacerse de ella por ser la consentida de su familia materna y de su madre, aunque esta última intentara fingir que no le importaba nada que tuviera que ver con ella para evitar que él le hiciera daño. Porque Ahumrah siempre atacaba por donde más le dolía.

Y sabía que su talón de Aquiles era su bebé.

Ankwar.

–Ven aquí–ordenó, minutos después. Pero la chica no le hizo caso. En cambió, soltó una risa ronca. De ultratumba.

–Hola, Ahumrah–dijo la que él creía que era su hija. Rápido verifico que no era así. – ¿Listo para irte al infierno? – soltó. –Te vine a buscar–canturreó.

El susodicho sintió como el color abandonaba su rostro y quiso correr lejos de allí.

–No...–susurró. Comenzó a aproximarse a la salida cuando notó que la chica, que no era su hija se levantaba, apartándose de la luz de la luna. Ahumrah se adhirió a la pared intentando no darle la espalda, mientras la pelirroja se iba acercando. – ¡NO!

Cuando llegó a la puerta de la cocina, dio media vuelta para huir, pensando que si todo eso era una broma de mal gusto por parte de su hija, le iba a costar muy caro.

Él no podía irse al infierno porque no había hecho nada malo. No se consideraba una persona miserable, aunque sabía que ayudó un poquito para que Marú Shamkaro dejara el mundo más rápido, así podía hacerse con su hija y con su fortuna.

Además, fue una obra de caridad. Ese viejo estaba sufriendo sin necesidad, Ahumrah lo que hizo fue acelerar su descanso para que brillara para él la luz perpetua.

Por otra parte, solo le faltaba deshacerse de su hermana de crianza para que dejará de insinuársele como una fulana para recibir algo de dinero, de su amada esposa, que era la principal heredera de la fortuna Shamkaro y si todavía existía no podía apoderarse de ella por completo; y..., su hija.

Hubo un tiempo en que sintió cierto afecto por esa niña, pero cuando comenzó a crecer y empezó a notar la verdadera naturaleza de su padre eso no le agradó, por lo que su amada Ankie terminó convirtiéndose en un estorbo, pese a su amor por ella.

Igualmente, era bien sabido que el muerto hedía a los días, pero este duró doce años para iniciar su proceso de consunción. Además, para Ahumrah, a veces el dinero era más importante que la familia.

A esas alturas, ya su vista se había acostumbrado a la oscuridad, por lo que cuando giro y chocó con una pared llena de músculos pudo ver la silueta de un hombre bastante corpulento que le ganaba en altura.

De igual forma escuchó a sus espaldas como la chica se abría paso a través de la sala y entro en pánico.

El aire no llegaba a sus pulmones, un pitido invadió sus oídos, dejándolo sordo. Su cuerpo temblaba violentamente y su piel parecía un tempano de hielo.

Colocó una mano en su pecho, justo a la altura de su corazón cuando un fuerte dolor paralizó sus sentidos e hizo que tuviera dolorosas taquicardias.

Cuando alzó la mirada y la dirigió a la cara del tipo, una linterna se encendió iluminando su rostro.

–Boo.

Ahumrah intentó gritar para pedir ayuda, pero los alaridos aterrorizados quedaron atrapados en su garganta cuando su corazón se paralizó y el anciano calló de rodillas con la mano sosteniendo su pecho para, momentos después, caer como peso muerto a los pies de un completo desconocido.

            
            

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