-Lo sé -murmuré como si me lo dijera a mí mismo. Pero Elisa lo debió de interpretar como si se tratara de una tentativa de arrepentimiento, porque se dio la vuelta y me miró casi sonriente. Una vez más, se confundía. -Pero no me preocupa que alguien como tú me lo diga.
En cuanto salí a la calle y pude acelerar, el frío entro por la ventana y me impactó, punzante, en mi rostro. Era molesto y me costaba ver el asfalto, pero no disminuí la velocidad. Al contrario, apreté los dientes y aceleré aún más. Si tenía algún problema con la carabinieri, más tarde lo solucionarían mi padre o Vladimir. Ellos eran los dueños de la policía de Roma y nadie cuestionaría la decisión de Giovanni, el director general.
Las luces que alumbraban la plaza formaban una línea recta y brillante que yo iba siguiendo a toda velocidad, aunque me daba tiempo suficiente para ver cómo las miradas de los transeúntes que paseaban por las aceras se quedaban reflejadas en el retrovisor. No dejaba indiferente a nadie, y si no hubiese tenido tanta prisa, me habría entretenido en regalarles algún comentario o gesto obsceno.
De repente, las luces comenzaron a distorsionarse formando pequeños destellos. Había alcanzado una pequeña caravana de coches que circulaban tranquilos por la avenida y tuve que ralentizar mi marcha para poder esquivarlos. Adelanté a varios vehículos rozando los retrovisores las calles eran algo angostas, pero cuando los conductores asomaban sus cabezas por la ventanilla para insultarme, sus voces se cortaban en seco al reconocerme.
El semáforo cambió del verde al amarillo y, enseguida, al rojo. La avenida que tenía enfrente ya se había llenado de coches que pasaban a toda velocidad, pero no me importó. Aceleré y crucé la calle dejando atrás un alboroto de choferes que me insultaban.
Elisa.
Suspiré y retoqué el maquillaje de mis ojos con un dedo mientras Vladimir detenía el coche en doble fila. Me miró sonriente.
-Deja de retocarte, ya sabes que eres perfecta. Estarlo más seria un delito, créeme.
Le miré resoplando y meneando la cabeza. Aquellos cumplidos no me los podía hacer una persona con las características de Vladimir. Terminaría enamorándome de él no importaría que fuese mi cuñado.
-¿Por qué no te separas a mi hermana y dejas de vivir ese infierno de relación que vives y te vienes conmigo? -le supliqué.
Soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás. Era increíble lo mucho que se parecía a Leonado DiCaprio. La única diferencia era que Vladimir era algo más varonil y tenía el pelo más largo le caía en los hombros.
-Lo he pensado muchas veces, en serio. Aunque la diferencia de edad sería un problema...
-Solo tienes veintisiete años, Vladimir -le interrumpí sonriente.
-Bien, entonces escapémonos. Ahora mismo-. Se inclinó hacia delante y me besó en la mejilla. -Que lo pases bien y sé buena con los muchachos.
-No lo creo-. Salí del vehículo al mismo tiempo que descubría a varios grupos de chicos mirándome fijamente.
Eran de mi edad y parecían el típico grupo de hippies que se pasa la tarde fumando y bebiendo té con algún aditivo extra.
No pude evitarlo y decidí divertirme un poco. Cerré la puerta del coche y apoyé los codos sobre la venta mientras insinuaba mis piernas. Vladimir me observo y sacudió la cabeza.
-Tu nunca cambias no seas mala -sonrió.
Solté una carcajada mientras movía mi cabello. La imagen no pudo haber quedó más imponente gracias a una débil ráfaga de viento.
-Será mejor que me marche antes que a estos chicos les de un infarto.
-Sí. Si necesitas algo, llámame -me dijo Vladimir.
-De acuerdo, te quiero nos vemos.
-Yo también te quiero cuídate.
Vladimir se marchó cuando mi móvil comenzó a sonar. Abrí mi bolso lo más rápido que pude y encontré el nombre de Evan parpadeando en el centro de la pantalla. Le conteste lo más rápido que pude.
-Si te dijera que eres la chica más guapa de toda Italia y que me muero de envidia por ese cuerpazo que tienes, ¿me creerías? -Su voz sonó jovial, como siempre.
-Sabes que sí -repuse utilizando un tono burlón y además me sentía engreída.
Los chicos seguían observándome.
-¡Bueno nunca cambiaras verdad! ¡Sigues siendo la misma chica creída de siempre! -La vos provenía detrás de mí.
No me dio tiempo ni a reaccionar cuando ya la tenía abrasando mi cuerpo con fuerza. Comenzó a gritar mi nombre y a dar saltos. Varias personas nos miraban sorprendidas, pero no era de extrañar, parecíamos dos histéricas sin pudor alguno.
-¡Mayerlin!- volvió a gritar aferrándose a mi cuello.
-¡Evans! -La abracé, y rápidamente pude detectar aquel aroma fresco a limón y jazmín.
-Joder, que te crees la reina Isabel, la espera se me ha hecho eterna. ¿Tú sabes lo que me has hecho pasar?
-No hace falta que me lo recuerdes lo sé. No veía la hora de verte pero al salir tuve una charla motivacional con mi hermana- le repuse con gestos de fastidio seguidos de una enorme sonrisa.
Pude notar un extraño cambio de apariencia en ella. Tenía el cabello igual de largo, pero desmontado y con unas suaves mechas amarillas sobre su color castaño. El flequillo también estaba retocado; se lo había cortado a la altura de las cejas, lo que hacía que sus dulces facciones y sus ojos color marrones claros fueran más intensos.
-¿Qué te has hecho en el cabello? -pregunté después de examinarla.
Ella me dedico una sonrisa inclinando la cabeza hacia atrás.
-¿No te gusta?
-Te queda genial.
-Quería cambiar de imagen, y Rebeca y Yesenia me aconsejaron.
-Estás preciosa el cambio te asienta. Y por cierto, donde están ¿Rebeca y Yesenia?
-Sí, ellos nos están esperando. Tengo muchas ganas de que los conozcas.
No me di cuenta cuando comenzado a caminar y ya estábamos atravesando la Pizzería. Me explicó un montón de cosas en los pocos minutos que tardamos en llegar a la cafetería. No dejaba de contarme cosas sobre todos los amigos que había hecho, sobre los chicos que había conquistado, sobre los problemas con su padre y su nueva novia... Aunque este tema quiso tocarlo bien poco.
-Bien, este es la cafetería. Está genial, seguro que te gusta -me aseguró Evans en la puerta del local antes de entrar.
El ambiente era de los 70 & 80. Suelo de cuadros negros y blancos; barra blanca iluminada, con los bordes redondos y dispensadores de helado de la época; paredes rojas, y sillas forradas de cuero. Daba la impresión de estar en la película Regreso al futuro. Me fascinó. y no pude evitar cantar la música de la película a tono bajo.
Evans me miró y sonrió sorprendida.
-Me gusta esa película y esta canción -casi sonó a excusa, pero sonreí.
-¿Por qué no le metes algo de swing mientras caminas?
-Sabes que lo haré.
Aunque en el local había gente, no me importa a la hora de caminar al ritmo de la melodía. De la mesa del final se levantó un muchacho delgado que camino hacia mí.
Encuentro, bailando. Vladimir soltó una carcajada y supe que se trataba de Rebeca el más payaso de los dos. Iba bien peripuesto. Llevaba el flequillo hacia un lado y el resto de su negro cabello engominado hacia atrás. Dos pequeños aros adornaban sus orejas y sus labios brillaban de una forma especial, seguramente por el brillo labial.
-¡Mayerlin! -exclamó aquel chico, con una voz firme y algo fuerte. -¡Uau, chica! ¡Eres más hermosa que en las fotos! Y créeme, eso es muy difícil, no ver tu encanto -añadió tocando con su mano cada curva de mi cara como si fuese un ciego cuando está reconociendo a una persona-. Muy difícil, ¿has pensando en trabajar como actriz?
-Gracias, pero no. No me va ese rollo.
-Ella es más de estudios y de escaparse -añadió Evans, sonriente-. Específicamente los estudio, de ciencias. Quiere estudiar Bioquímica clínica.
-Vaya, nena, con la cantidad de carreras que hay en medicina, escoges la más sencilla -dijo, irónicamente, una muchacha morena. Ella debía de ser Yesenia.
-¡Dios, qué lástima! Podría hacer una gran campaña contigo -continuó Rebeca. Vi enseguida que aquel muchacho no dejaría de hablar- ¡Y qué ojos! ¿Son lentillas?
-No... -Sonreí mientras observaba cómo Rebeca escudriñaba mis ojos.
-Jamás he visto unos ojos tan deslumbrante ese azul te luce... ¡Es increíble!
-Poca gente tiene ese color... -añadió Evans.
La escena no podía ser más peculiar: la chica que parecía ser Yesenia y yo observábamos cómo Rebeca y a Yesenia conversaban sobre mis ojos.
-Muy poca -prosiguió Rebeca.
-Aunque sé de alguien...
-¿Quién?
-Leonardo -contestó Evans.
-¿Qué Leonardo?
-Nuestro Rebeca. Rebeca Gambino. Aunque él los tiene azules.
Aquello fue una sorpresa para mí. No esperaba que el hijo pequeño de Rebeca Gambino entrara en nuestra conversación; mejor dicho, en su conversación.
-¡Oh sí! Leonardo Gambino. Está tan... -Rebeca levantó los ojos al techo, soñando con quién sabe qué fantasías.
-Bueno, ya basta... -interrumpió Yesenia, pestañeando. -Yo soy Yesenia y si te estás preguntando si Rebeca es así siempre; la verdad es que sí, es así -me dijo mientras me daba un beso-. Encantada de conocerte al fin.
-Ten cuidado, Mayerlin. Yesenia le proviene -dijo Rebeca, bromeando con ella.
-¡Cállate! -Primero le propinó un empujón.
Yesenia llevaba el cabello, de color amarillo, cortado justo sobre los hombros. Su largo flequillo dejaba entrever unos ojos azules celestes que me deslumbraron. Me encantaba su estilo. Vestía de una forma más urbana, aunque resultaba sensual y muy femenino y su cuerpo de verdad que provocaba. Se le notaba que era de una personalidad fuerte y directa, con seguridad en sí misma..., sin duda una algo que no se veían muy común entre los adolescentes. Su tono de voz, tan cálido, me tranquilizaba.
-Bueno, Mayerlin, ¿has probado los helados banana expli? -me preguntó Yesenia aferrándose a su bufanda de lana malva que la traía enrollada en su cuello.
-Me han contado mucho sobre él y esperaba probarlo ahora mismo.
Mientras yo iba camino a probar el helado Alejandro iba al encuentro de su amigo.
Girando en la última esquina logre ver a la pizzería. La pelea ya había comenzado... con más gente de la que esperaba. El grupito de Elvis y sus muñequitas de porcelana como yo les decía había venido acompañado de más seguidores. Nos doblaban en número.
Un par de ancianas que pasaban cerca salieron escopeteadas al ver aquel espectáculo de patadas y puñetazos. Cuando me detenía y me bajaba de mi coche me dio tiempo a ver que una de ellas saco su móvil y se disponía a telefonear a la policía; pronto tendríamos la visita de los carabinieri.
Deje marcas de mis yantas en el asfalto por el frenazo que pegue de una forma un tanto agresiva. Soltó un chirrido que vino acompañado de una débil humareda blanca, que no me impidió ver cómo uno de los gemelos Calderone, Esteban, sujetaba los brazos de Leonardo mientras Elvis le daba varios golpe en el estómago. Mi amigo Alexander tenía la cabeza de Billy bien aferrada entre su brazo y las costillas y no dejaba de darle puñetazos. Otro muchacho saltó sobre él, pero Alexander se soltó rápidamente sacudiendo los hombros. Nadie quería enfrentarse con Alexander. Era un chico de un metro noventa, era grande y el más fuerte del grupo. Costaba mucho por su apariencia musculosa adivinar que tuviera solo dieciocho años.
Christofer, el otro gemelo, y otros dos gilipollas más intentaban acabar con Anthony. Este sonreía mientras los esquivaba con mucha facilidad a esos mequetrefes. Anthony era pequeño y muy ágil, así que en una pelea lo único que podías hacer era correr tras él e intentar cogerlo.
Sin embargo, lo que más me molestó fue ver que un muchacho que estaba entre el público, fuera del meollo, grababa la pelea desde su móvil.
Apreté los labios mientras me bajaba de mi coche tirándola puerta con mucha fuerza. Solo llevaba unas semanas con él, pero no era la primera vez que le rompía algo ya el vidrio se lo había cambiado por lo mismo por arrojarla con mucha fuerza. Qué más daba, podría comprarme otro cuando quisiera.
Me acerque por detrás y me lancé sobre el muchacho, que no me había visto llegar por estar firmando la pelea. Le arrebate el móvil y, con él, le di un puñetazo en la cara. El cayendo de espalda observa cuando su aparato se hizo trizas al lanzarlo contra el piso. Viéndolo en el suelo fulminado; dije entre mi uno menos.
Ahora Elvis era mi primer objetivo y fui a por él con decisión. A toda prisa me le acerque y sin pensarlo Levanté una de mis pierna y la lancé contra su pecho con tal fuerza que lo tiré al suelo. Al caer, pude oír un pequeño gemido. No dejé que se levantara le propine barias patadas por las costillas, luego salté sobre él y le di un puñetazo que se lo impacte en su mandíbula.
Su cabeza rebotó contra el suelo, y el labio y la nariz comenzaron a sangrarle. Aun en su estado pudo, sacó fuerzas de donde no las tenía para sujetarme y empujarme con uno de sus piernas. Caí sobre mi espalda y rápidamente se colocó sobre mí.
Leonardo que observo rápidamente se lanzó en mi ayuda y pudo desviar el golpe que iba a darme con una patada. Aquel simple gesto hizo que yo volviera a darle otro puñetazo. Lo que no esperaba era que Billy se le escapara de los brazos de Alexander y cuando escuche su voz gritándome y voltee lo que vi fue una patada en mi cara.
Después de tambalearme dando varios pasos hacia atrás noté cómo la sangre se deslizaba por mi cara, pero eso no impidió que me lanzara sobre él. Rápidamente le di un puñetazo en el estómago y comencé a pegarle en la cara mientras el gritaba.
De repente, se oyeron las sirenas de la policía acercándose. La jodida llamaba de las viejas había sido muy efectiva. Era el momento de salir cagando leches, pero no podría hacerlo en mi coche porque venían por esa dirección.
Leonardo tiró de mí con fuerza y me puso en pie.
-¡Vamos, tenemos que irnos, Alejandro! -gritó Alexander comenzando a correr.
Anthony le siguió y, tras ellos, los gemelos y el muchacho del móvil, que iba sangrando.
-¡Alejandro! -chilló Leonardo.