Cuidarte el alma
img img Cuidarte el alma img Capítulo 4 4
4
Capítulo 6 6 img
Capítulo 7 7 img
Capítulo 8 8 img
Capítulo 9 9 img
Capítulo 10 10 img
Capítulo 11 11 img
Capítulo 12 12 img
Capítulo 13 13 img
Capítulo 14 14 img
Capítulo 15 15 img
Capítulo 16 16 img
Capítulo 17 17 img
Capítulo 18 18 img
Capítulo 19 19 img
Capítulo 20 20 img
Capítulo 21 21 img
Capítulo 22 22 img
Capítulo 23 23 img
Capítulo 24 24 img
Capítulo 25 25 img
Capítulo 26 26 img
Capítulo 27 27 img
Capítulo 28 28 img
Capítulo 29 29 img
Capítulo 30 30 img
Capítulo 31 31 img
Capítulo 32 32 img
Capítulo 33 33 img
Capítulo 34 34 img
Capítulo 35 35 img
img
  /  1
img

Capítulo 4 4

Y lloré. Lloré un río entero entre sus brazos.

Llegué a ponerme histérica, incluso. Recuerdo que le golpeé el pecho con los puños, pero él se mantuvo firme en el abrazo.

Me contuvo. Y también me consoló.

Cuando sentí su mano acariciándome el pelo, casi me muero yo también. Mi papá solía acariciarme así...

Ningún otro hombre me tocó el cabello de esa forma, y por un momento en lo único en lo que pude pensar, fue en que la corazonada que me llevó a dejarme conducir como una muñeca por un completo desconocido, estaba bendecida por ángeles.

Si hubiese sabido antes que seguir a mi corazón me traería un acierto así de grande, no hubiese cometido tantas tonterías, ni hubiese pensado tanto las cosas, o por el contrario, no le hubiese hecho tanto caso a las urgencias de mi cuerpo.

Y ahora que lo sé... ¿qué voy a hacer con eso? Lo cierto es que no tengo idea. Por ahora, solo pienso en que mi papá me está cuidando desde el cielo. Mi viejito es el guardián de mi alma, no tengo dudas de ello. Y también es el duende de las casualidades, que hizo que Andrés entrara en la concesionaria en el momento justo.

Andrés. Un lindo nombre para un hombre como él. ¡Ay, Gaby, como si supieras cómo es! Hasta ahora tuviste suerte porque es evidente que no te va a robar el coche y tampoco te va a violar, lamentablemente.

Pero lo cierto es que no sé quién es realmente.

Es decir, está claro que es un potencial cliente de la concesionaria queriendo saber las bondades del último modelo de Honda todoterreno. Eso es así y es todo lo que sé. No, mentira.

Es también el desconocido que se ofreció a llevarme adonde yo le dijera, en un momento más que difícil, en el que lo único que podía alguien hacer por mí era eso.

Es el hombre que con esa mirada transparente me infundió la suficiente confianza como para aceptar sin miramientos su oferta.

Es quien hace un rato tuvo que poner el hombro y contener a esta loca que no hacía otra cosa que moquear en su solapa.

Este hombre tiene ganado el cielo.

Tenlo en cuenta, papito. Recomiéndalo bien para cuando le llegue la hora, cosa que espero se tarde mucho, mucho tiempo.

Estamos llegando a nuestro destino, y yo intento observarlo con disimulo, pero se ve que soy demasiado obvia porque él también me mira.

-Gracias -le digo con la boca, pero también con los ojos.

No dice nada. Hace una mueca muy cómica, y me arranca una sonrisa.

-¿Eso qué quiere decir? -pregunto-. No me sé esa señal... Me mira sorprendido.

-Pero sí te sabes otras. No te voy a preguntar por qué dominas el lenguaje de señas. No me tientes, mala mujer... -me dice, y su tuteo me parece tan natural como me pareció hace un rato, cuando me dio permiso para llorar a mis anchas.

Y si no fuera porque estamos muy cerca del momento más triste del mundo, le contaría lo de Paulina. Pero llegamos.

Le indico dónde tiene que doblar, y se detiene delante del residencial «Los Nonitos», el hogar de mi papá durante los últimos años, desde que el maldito Alzheimer hizo que no pudiese vivir solo, como siempre había querido.

¿Por qué me has tenido tan grande, papi? Hubiese deseado disfrutarte más tiempo siendo tú, y no ese hombre confundido que hacía locuras que luego no recordaba...

Bajamos del coche. Andrés me abre la puerta y cuando sus ojos se encuentran con los míos, me transmite la fortaleza que necesito para enfrentar esto.

Pero el momento se posterga, porque el cuerpo de papá ya está en la funeraria. Nos llevó cuatro horas llegar hasta aquí, a causa del tráfico y de la repentina tormenta, así que tuvieron que trasladarlo.

Otra vez al coche. ¡Es eterna esta agonía!

Quince minutos después, me encuentro en una habitación helada.

Delante de mí está mi papá, dormido.

No... Eso quisiera pensar, pero lo cierto es que ahí no está. Me doy cuenta ni bien me acerco. Es él, no hay dudas. Y descansa con su rostro relajado, tranquilo, pero ahí no está.

Estuvo, pero no está. Le toco la cara. Está fría, pero no me impresiona. No puedo tenerle miedo a la casita del duende.

Bien, él no está, pero yo sí. Aquí estoy, y voy a despedirme como corresponde. Le beso la frente, las mejillas... Pero no. No está.

-Hola, papito -le digo al aire.

Y de pronto lo siento a mi lado. No sé cómo explicar la sensación... Sé que está aunque no lo vea, pero no en ese cuerpo inerte al que le estoy tomando la mano.

Y aunque sé que es imposible, entablo un diálogo con él en la frondosidad de mi imaginación.

-¿Por qué te fuiste sin despedirte?

-Llegó mi hora, Gaby. Estoy con mamá por fin.

-¿Y yo?

-A ti te falta mucho. Alejo y Paulina tienen que ser grandes, más grandes que tú ahora, cuando te vayas. Y mira que estás grande, Gaby...

-¿Me estás diciendo vieja?

-Te estoy diciendo que ya no eres mi niñita. Hace mucho que no me necesitas, pero ahora además estás lista para que mi recuerdo no te haga llorar.

-Te equivocas, pa.

-Yo nunca me equivoco. Además... ese viejo loco no era yo.

-¡No te digas así!

-Caprichosa de mierda.

-Viejo tonto.

-Yo también te quiero, Gaby.

-Papá...

No quiero que termine esta loca fantasía. No quiero, no quiero, no quiero. Sí, soy una caprichosa de mierda, pero no quiero...

-Quédate tranquila... Yo estoy cuidando de tu alma.

Me quedo paralizada. Esto no me lo inventé yo. No... Estoy segura de que no.

Creía que no me quedaban lágrimas pero parece que no es así, porque siento mi cara empapada. Se me caen los mocos. Me los sorbo como cuando era pequeña, pero necesito un pañuelo.

Levanto la cabeza, y a un par de metros está Andrés. Tiene uno de sus pañuelos perfumados listos, y por alguna razón no me sorprende. Me estoy acostumbrando a este tipo de atenciones, y eso es un peligro porque sé que se van a terminar.

Entonces por fin siento que estoy lista para cumplir con la formalidad del velatorio. Cojo el pañuelo y me marcho sin mirar atrás. Allí no hay nada, estoy segura.

Mi papá está conmigo y se va a encargar de cuidarme el alma siempre.

♡♡♡

Este hombre es demasiado extraño.

Ya ha traspasado todos los límites. ¿Qué hace aquí todavía?

Después de firmar los documentos necesarios y disponer que trasladaran a mi papá a la casa velatoria, enfrento a Andrés en la vereda.

-Bueno... No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí. Si quieres, puedes llevarte mi coche y dejarlo en la concesionaria cuando vayas a buscar el tuyo.

Postergué todo lo que pude el momento del adiós, pero me parece injusto no liberarlo del compromiso, cuando es evidente que no se va a liberar solo.

-¿Y tú en qué te vas a volver?

-En bus, por supuesto... ¿O piensas que porque trabajo en una concesionaria nunca me he trasladado en un transporte público?

Me mira con desconfianza.

-No -dice.

-¿No? ¿No, qué? -pregunto, confundida.

-Me vuelvo cuando tú te vuelvas. No es tan difícil de entender, digo yo.

Está bromeando conmigo. No puede hablar en serio.

-Andrés, ¿te das cuenta de que hace más de cuatro horas salimos de la ciudad, que te va a llevar otro tanto volver, y que el entierro es mañana de mañana? -pregunto con los brazos cruzados sobre el pecho. A ver qué me dice.

-Sí.

-Bien. Vamos bien... ¿También te das cuenta de que ayer no me conocías, que no sabes nada de mí y que quieres quedarte a presenciar un momento cuando menos incómodo?

-No me voy a quedar a presenciar nada...

Ah, menos mal. No está tan loco. Pero yo sí, por sentirme un poquito decepcionada al escucharlo.

-... te voy a acompañar -completa dejándome atónita.

-¿Me vas a acompañar?

-Ajá.

-Pero dime... ¿Tú no tienes un trabajo, una familia?

¿Qué les vas a decir? «Estoy en el velatorio del papá de la de la concesionaria Posadas, y no regresaré hasta mañana». ¿No te das cuenta de que no es muy coherente lo que estás haciendo? -bombardeo, impertinente.

-Sí, me doy cuenta. Y sí, tengo familia y un trabajo. Ya he hecho todas las llamadas necesarias mientras tú estabas con... tu papá.

-Ese no era mi papá.

-¿Cómo?

-Deja, que yo me entiendo.

Me mira con desconfianza y mueve la cabeza a los lados.

-Gabriela, esto es así: te voy a acompañar y mañana ambos volveremos a la ciudad. Ahora te pregunto: ¿tú no harás tus llamadas? Vamos, hazlo ahora porque después no podrás... -me ordena.

Obedezco. Hasta ahora no he ido tan mal guiada por sus instrucciones así que puedo dejarme llevar un poco más. La cuestión es que no sé hasta dónde, y no quiero saberlo ahora.

Aviso en casa y reitero que no quiero que nadie venga. Aurora no comprende el porqué de mi decisión y me pasa con Alejo que acaba de llegar.

-¿Ya lo sabes?

-Sí. Tía me llamó al móvil... No sé qué decirte, mamá.

-No digas nada, amor.

-Pero quiero... No sé qué quiero. No es despedirme del abuelo porque siento que ahí no está -me dice dejándome sorprendida porque es lo mismo que descubrí yo, hace instantes-. Lo que no quiero es que pases por esto sola...

-No estoy sola -me apresuro a aclararle.

-Ah -es todo lo que responde. Me muero de ganas de saber en qué está pensando. ¿Por qué no me pregunta con quién estoy?

-Así que quédate donde estás y cuida a Paulina que yo estoy bien, y antes de mediodía regresaré a casa.

-Está bien -murmura, pero yo siento que está pensando en otra cosa. No dice nada, sin embargo.

-Dale un beso a Pauli...

-Espera, que la tengo al lado y quiere decirte algo.

Sonrío mientras espero que Alejo me traduzca el mensaje de mi hija, pero casi me caigo de culo cuando escucho en el teléfono una voz ronca que me dice:

-E amo amá...

Hay más, siempre hay más, pero estas son distintas. Empujadas por la alegría, las lágrimas corren por mi rostro y me río y lloro a la vez, porque mi hija que se resiste estoicamente a hablar, baja sus defensas por un momento y me dedica esa frase que me desarma por completo.

-Yo también, mi vida... -respondo aunque sé que ella no puede oírme.

-¿La has oído, ma? -pregunta Alejo y puedo adivinar que sonríe con la misma sonrisa boba que yo.

-¡La escuché!

-Esta está de viva... Habla cuando quiere.

-Y lo bien que hace. Pauli baila a su ritmo, Alejo, y no hay nada qué hacerle... -le digo y por primera vez siento que así debe ser.

Me despido de mi hijo con un beso con ruido y casi puedo verlo poner los ojos en blanco ante las tonterías que hace su mamá.

No puedo amarlos tanto, por Dios. Es algo... Es tan difícil de explicar como el hilo invisible que me une a mi duende de las casualidades asombrosas.

Y tan difícil de entender, como el hecho de que este hombre que me observa con la boca abierta pasar de la risa al llanto y viceversa, permanezca a mi lado todavía. ¿Qué hace aquí?

-¿Qué miras? -me dice de pronto, poniéndose las manos en los bolsillos del pantalón.

-No puedo creer que te vayas a quedar -respondo.

-Yo tampoco podría si me hiciera determinadas preguntas que no vienen al caso. Pero... ¿sabes qué, Gabriela?; no me las hago. Acepto lo que me dicta mi... instinto y obro en consecuencia. Tú deberías hacer lo mismo, hazme caso. No te hagas tantas preguntas.

Es la frase más larga que ha dicho desde que nos conocimos, y lo observo asombrada.

-No te haces preguntas, y no me haces preguntas... ¿Tienes todas las respuestas, sabelotodo? -le digo intentando sonreír.

-Todas menos la utilidad de tu dudoso sistema start-stop que hace mierda los sistemas de arranque... -responde, y ahí mi carcajada me desborda. Me desborda la boca, y también el alma.

¿Cuántos hombres pueden hacerme reír así horas antes de enterrar a mi padre?

El que me está llamando al móvil, seguro que no.

-César.

-Gabriela... Estoy en el baño. ¿Cómo estás?

-Bien, considerando las circunstancias -respondo mientras miro de reojo cómo Andrés se da la vuelta y se mete en el coche.

-Ese tío... Me ha dejado nervioso. Es decir, es evidente que lo conocías, si no, no te hubieses ido con él, pero igual... Uno nunca sabe.

-Es verdad. Uno nunca sabe.

-¿Cuándo liquidas eso?

-Cuándo liquido... -repito, incrédula-. Lo «liquido» mañana, César. Y luego me voy a tomar un par de días antes de volver a la concesionaria.

-Lo que necesites, mami. Te voy a extrañar, lo sabes...

No puedo replicar nada porque la llamada se corta y solo queda una molesta señal. Mejor. Se me estaba revolviendo el estómago.

-Gabriela, sube por favor que te voy a llevar a comer algo antes de ir. Hace horas que no comes ni bebes nada -me dice Andrés sacando la cabeza por la ventanilla del coche.

-Y tú tampoco.

-Pero yo no he llorado hasta deshidratarme. Vamos, sube. Tiene razón y por supuesto, le hago caso.

Y antes de recibir al cortejo de viejecitos y primos lejanos que vendrán a despedirse de papá, me como una hamburguesa con papas fritas en McDonald's, junto al hombre que hoy pudo darme la venta del día, pero me dio mucho más que eso.

Y continúa haciéndolo.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022