Necesito ese puesto, y no es un cliché porque todos necesitan trabajar, yo de verdad requiero traer un buen ingreso económico a casa; mis padres están ahogados en deudas, estamos a un chasquido de ser lanzados a la calle por el banco, la hipoteca tiene demasiados meses de retraso, esta residencia es nuestro único patrimonio, no tenemos otro lugar al cual acudir. Lo que nos ha tocado vivir como familia los últimos años no había sido nada fácil. Desde la fatídica noche del 31 de octubre del 2010 mi vida y la de ellos cambió para siempre. Aun el recuerdo permanece intacto en mi memoria.
Era una fría noche de octubre, todos los chicos con sus disfraces felices tocando en las puertas de sus vecinos y amigos buscando golosinas o haciendo algún truco, así transcurría Halloween para el resto de las personas, mientras que a mi familia y a mí la angustia nos consumía por la desesperación de no saber dónde se encontraba mi hermana mayor, ella salió en horas de la tarde y era casi la medianoche y no había aparecido.
Todos estaban angustiados, ella no acostumbraba a comportarse de esa manera, era una chica muy tranquila, buena hija, compasiva, amable y excelente estudiante, aunque últimamente había cambiado un poco; se encontraba en la edad en la que los chicos eran la debilidad de cualquier jovencita que acababa de cumplir sus dieciocho primaveras.
Era la época donde comenzó el auge del internet y de los teléfonos móviles; Lilah como muchas chicas de la secundaria se registró en una página web para conseguir citas, todo esto a escondida de nuestros padres, al principio solo era por diversión, pero al parecer con el pasar de los días se quedó enganchada con un joven que era de nuestra misma ciudad y por las fotos publicadas en su perfil era guapísimo, según sus propias palabras; ya que para esos años lo único atractivo que yo veía era a mi Ken y a mi Barbie como lo era para las jovencitas de mi edad.
Lilah compartió su número con el desconocido que tenía por nombre David. Pasaba mucho tiempo hablando por teléfono a altas horas de la madrugada. Mi hermana me hizo prometer que no le diría a nadie lo que ocurría y yo cumplí la promesa hasta la noche de su desaparición, después que mis padres regresaran de la estación de policía con el alma en los pies; tenían que esperar 48 horas para iniciar una búsqueda.
Ellos no iban a esperar ese tiempo, así que comenzaron a indagar dentro de sus cosas, a llamar a sus amistades, vecinos, familiares y a quién la conociera, mas nadie la había visto y entonces me preguntaron si yo tenía alguna idea donde pudiera estar. Les dije que no sabía nada, aunque si les hablé de que Lilah pasaba muchas horas en la computadora y que conoció a alguien. Buscaron en el ordenador, pero no pudieron encontrar mucha información porque el sitio web se accedía con contraseña y por más que intentaron, no lograron entrar.
No dormimos por mucho tiempo, mi madre no paraba de llorar preguntándose donde estaba su niña, mi padre recorrió nuestro vecindario y los vecindarios vecinos y no encontró rastro alguno, yo solo los observaba y rogaba para que ella apareciera pronto y todo volviera a la normalidad.
Unos jóvenes en un vecindario vecino salieron a correr como todas las mañanas por un parque quedaba cerca de su residencia vieron algo entre los matorrales, curiosos se acercaron para distinguir lo que era, al observar la dantesca imagen se asustaron y de inmediato llamaron a la policía.
Echo Park era un lugar de clase media alta, donde la actividad delictiva era prácticamente nula, por lo que encontrar un cadáver fue terrible para aquellos jóvenes, los dejó conmocionados.
La víctima era una mujer muy joven de baja estatura, que presentaba múltiples heridas con arma blanca, el crimen fue atroz, cerca del cuerpo se encontró las pertenencias donde estaba su identificación, su nombre era Lilah Lake.
En mi hogar se luchaba por mantener la esperanza que mi hermana apareciera sana y salva porque ya había pasado un par de días y nada se sabía de ella. Más toda ilusión murió cuando un policía llegó a nuestra casa y les dio la terrible noticia a mis angustiados padres.
Tuvieron que ir a identificar el cadáver y efectivamente era mi hermana.
Dos años después atraparon al asesino que mató a otras mujeres más; las contactaba por internet, las seducías y cuando se encontraba con ellas las asesinaba.
No hace falta decir que el mundo literalmente se nos vino encima y mi vida cambió, aunque era una chiquilla, ese hecho me marcó y también a mis padres.
Mi padre se refugió en la religión para buscar el consuelo y apagar la culpa que sentía de no haberla protegido mejor. Con el tiempo yo pasé a ser el objeto de su máximo cuidado, dejé de estudiar en un colegio normal para ser trasladada a una escuela de monjas. La tecnología fue sacada a golpes de la casa, nada de teléfonos ni computadoras y menos internet donde para ellos habitaba literalmente el diablo. Ya no pude salir a ningún lado sin la compañía paranoica de mi madre, las calles eran un infierno y debían mantenerme a salvo.
Mi única amiga era Carrie que era mi vecina y qué gracias al Cielo logré conservar. Nunca me quejé y traté en lo posible de no ocasionarles disgustos porque sabía de primera mano lo que habían sufrido. Me convertí en una persona tímida y reservada, mi vida transcurría entre montones de libros y estudios. Entré a la universidad y las cosas no cambiaron mucho.
Lo único que conseguí fue un poco de libertad para ir sola a la facultad siempre y cuando los llamara a ciertas horas indicándole el sitio donde me encontraba. No me molesté en socializar, ya que no me sería permitido, así que las pocas amistades que tenía a mis 22 años era Carrie y mi grupo de estudio a los que los demás llamaban "Nerd".
Estudié periodismo, era lo que me apasionaba, mi papá habría sido feliz si le hubiera dicho que tomaría los hábitos, aunque solo me faltaba la prenda, ya poseía una vida muy parecida a las monjitas. Algunos podrían decir que mi existencia era aburrida, pero para mí era funcional. Tal vez si alguien me preguntaba si era feliz, de inmediato contestaría que no.