-Tiene una videoconferencia -le entregó la taza de café y la laptop para que hablara con los socios chinos.
Salió de ahí, apresurada, tenía un montón de trabajo que hacer, cuando se topó de nuevo con Tamara.
-¿Has sido tú verdad? -Evangelina la miró de arriba abajo. Estaba loca-. La que le has dicho al padre y abuelo de Demetrio de nuestra relación.
Evangelina parpadeó varias veces ¡relación!, ¿Cómo qué relación?
-No sé de qué me hablas -acomodó sus lentes como de costumbre y le pasó por un lado.
Tamara la tomó por el brazo, atrayéndola hacia ella.
-Eres una mosca muerta, ya todos saben que embaucaste a Demetrio para que te comprara un auto, eres una...
-¡Más te vale Tamara que guardes tu compostura, ¿me oyes? O no respondo! -Eva se volteó y la señaló con el dedo.
Entró en su oficina cerrando la puerta y organizando sus papeles, cuando la puerta de la misma se abrió. Evangelina puso los ojos en blanco, pensando que era de nuevo Tamara, pero enseguida se dibujó una sonrisa cuando vio a Santino.
-Pequeño ratón -dijo el hombre, que lucía espectacular. Llevaba una camisa pegada al cuerpo que marcaba sus pectorales.
-Amor, ¿Viniste? -Eva se abalanzó contra él y lo abrazó fuerte.
-Evangelina ¿ya terminó con los documentos? -Demetrio entró por la puerta en ese momento y vio la escena con Santino. La molestia invadió su ser.
-¡¿Qué haces aquí?! -preguntó con desdén.
-¿Ustedes se conocen? -preguntó Eva mirándolos a ambos, sobre todo a su amigo que le había dicho que no lo conocía.
-Eso no es tu problema Laureti -le reprochó sin mirarlo-. Te voy a esperar para almorzar juntos, pequeño ratón -dijo Santino besando las mejillas de la secretaria.
Demetrio apretaba los puños, molesto, podía jurar que salía humo por sus ojos, el fuego y la rabia lo estaba consumiendolo.
-Santino -hizo una mueca -. Viniste a hacer un trabajo, hazlo y deja de molestar a mi secretaria -la mirada de Demetrio irradiaba odio, quería asesinar al hombre con sus propias manos.
Santino sonrió de lado y se acercó a él, justo llegaba a su misma altura:
-Más te vale que no te acerques a Eva -susurró bajo, tanto que Eva no pudo escuchar.
Demetrio iba a decirle algo más, estaba que mataba, la rabia lo consumía y el odio que sentía era aún más grande que el de hace años.
Después que estuvo solo con Evangelina, se acercó a ella como depredador, cerrando la puerta con seguro la pegó contra el pequeño escritorio.
-Dime algo, señorita Evangelina -habló pegado de sus labios.
Eva comenzó a temblar, quería levantar su mano y cachetearlo, pero sencillamente estaba ocupada tratando de respirar, ya que tenía la respiración mentolada de su jefe en su rostro, además del delicioso perfume que se colaba directo a sus fosas nasales.
-Él es mi mejor amigo, señor Demetrio -respondió con dificultad, tratando de acoplar sus sentimientos.
Las bragas de la pobre secretaria comenzaron a empaparse, sus mejillas blancas y pálidas estaban rojas, sus manos sudadas y casi podía sentir el corazón en la boca.
-Yo no creo en eso de mejor amigo Evangelina, seguro que él no ha intentado meter su mano aquí -Eva abrió los ojos de par en par cuando sintió la mano de su jefe por encima de la falda y pegarla a su pequeña flor.
-Yo... Señor Laureti -intentó hablar fuerte, pero su voz sonó como un susurro.
-No te voy a dar el placer de probarme -dijo con arrogancia, sacando su mano un poco húmeda por el líquido que traspasaba la pobre tela.
Salió de la oficina con una sonrisa de victoria por las bragas húmedas de Evangelina. Eso significaba una sola cosa y era que ella también lo deseaba.
Se dirigió a su baño privado y comenzó a masajear su gran rifle. Nunca había hecho aquello, pues las mujeres no eran problemas para el italiano, pero, por alguna razón "su fea" secretaria había provocado en él aquellos sentimientos.
Después que Demetrio salió de la oficina, Eva acomodó su ropa, aún muerta de miedo.
Estaba consciente que le gustaba su jefe, estaba consciente que era un promiscuo, el peor de todos, pero no podía seguir engañándose, estaba loca por él, loca porque metiera sus dedos por debajo de su falda y la hiciera gemir, porque Demetrio Laurenti era el hombre más sexi, hermoso, arrogante, sinvergüenza y jodidamente atractivo que había visto en su vida.
-¡Dios mío, estoy perdida! -se llevó las manos a sus labios. Aún sentía su flor palpitar con fuerza.
Trató de olvidar aquel acto, había sido demasiada emoción para ella, así que se metió de lleno a trabajar, procurando toda la tarde no toparse con su jefe.
Cuándo llegó la hora del almuerzo, salió casi que corriendo a la cafetería. Estaba segura de que Santino la estaba esperando ahí y así era, apenas lo vio, se acercó a él y le tapó los ojos por la espalda.
-Evangelina de las rosas Anderson -dijo provocando que Eva se echara una tremenda carcajada, haciendo que todos a su alrededor voltearan a verlos.
Se sentaron a comer juntos, entre pláticas. A Eva se le pasó la hora y cuando lo recordó su arrogante y prepotente jefe ya estaba ahí, para recordárselo.
-Señorita Anderson, su almuerzo terminó -miró el reloj-. Hace media hora y necesito que revise estos documentos -todos voltearon a ver a Demetrio, jamás había entrado a la cafetería de la empresa, las únicas dos veces era, buscando a su secretaria.
-Está bien, ve con él, nos vemos en casa -dijo Santino sin mirar a Demetrio que quería asesinarlo en aquel momento, le daba órdenes a su secretaria, como si fuera su marido o su dueño. Demetrio sintió que el fuego salía por sus ojos.
¿Cuál era esa sensación en su cuerpo? ¿Celos? «No puede ser, te estás volviendo loco» pensó
Tomó a Eva por el brazo casi que arrastrándola hasta su oficina. Tamara y las chicas de recepción que estaban enfrente de la oficina presidencial miraban la escena sin poder creerlo, pero Demetrio estaba tan molesto que no le importo nada en aquel momento.
-Dime algo, señorita Evangelina -cerró la puerta.
Eva estaba molesta, se cruzó de brazos, esperaba impaciente a que él terminará de hablar. Meneaba su pierna con fuerza en señal de impaciencia.
-¿Estás acostumbrada a hacer esas demostraciones de afecto en una cafetería? -se acercó a ella, que había comenzado a alejarse de él, sacó la fuerza dónde no la tenía, sí, deseaba a su jefe, pero si había algo que tenía muy claro era que ella no iba a ser el juguete de nadie.
-Mire, señor Laureti -acomodó sus lentes y caminó de un lado a otro como lo solía hacer cada vez que estaba molesta -. He tolerado que usted me bese, sin mi consentimiento claro está -Demetrio abrió los labios, si había algo de lo que estaba seguro era que las mujeres morían por besarlo ¿por qué ella no?-. Me ha tocado mi pequeña y rosa flor -Demetrio sonrió de lado a escuchar el color y tamaño de aquel dulce que él tanto quería probar-. Ha hecho infinidades de cosas que le he permitido, pero ya no más -habló con claridad-¡No vas a arruinar mi relación con Santino!
Demetrio miró a Eva. Sintió la rabia apoderarse de él, él era el puto CEO de las empresas más importantes, el heredero Laureti, el único, el hombre más cotizado de Estados Unidos, e incluso de Italia y ella, su secretaria, lo despreciaba de aquella manera tan cruel.
Se acercó a ella silenciosamente, tratando a toda costa que la rabia no sé apoderarse de él y le dijo;
-¡No me interesa tu puta vida Evangelina Anderson, mientras estés en mi empresa, te quiero a mis órdenes! -gritó fuerte provocando que las piernas de Eva temblarán, al mismo tiempo que una electricidad subía por sus gruesos muslos, era como si verlo de aquella manera, rojo, celoso y airado le causará una inexplicable excitación.
Eva tragó grueso; jamás había visto a su jefe tan molesto y eufórico. Salió de la oficina asustada y dirigió los pasos a la suya.
Ese día el trabajo aumentó más de lo normal, Demetrio le hacía cumplir sus tareas con exigencia, hasta le redobló las horas laborables, para los días siguientes, Evangelina estaba agitada, cansada, tanto que había pensado en renunciar.
-No puedo más -entró sin tocar a la oficina de su jefe.
-Señorita Anderson, le he dicho mil veces que debería tocar -respondió Demetrio y en ese momento Evangelina vio como debajo del escritorio salía Tamara limpiando sus labios.
-Qué asco -soltó y tapó sus ojos volteando.
-Vete Tamara, déjame a solas con mi secretaria -ordenó con la mirada profunda, para que no se le ocurriera a su recepcionista titubear.
Eva se cruzó de brazos, esto era el colmo del descaro, aunque le hubiese encantado ser ella que estuviera arrodillada tomando del néctar de su jefe, pero no, ella no solo podía ir a entregarle su preciado tesoro a ese hombre que tomaba a diestra y siniestra a las mujeres.
Demetrio se acercó a ella con intención de seducirla, sabía que la enloquecía y aunque ella intentaba negarlo, estaba loca por qué su jefe le hiciera un oral o viceversa.
-¡Renuncio! -gritó en la cara de Demetrio y salió dando un fuerte portazo
Demetrio se quedó inmóvil, esperaba un berrinche, una bofetada, esperaba cualquier otra cosa menos que renunciar.
-Es solo un impulso -trató de convencerse, pero cuando se asomó por el ventanal de su oficina, pudo verla tomar un taxi, dejando incluso el auto que le regaló Demetrio estacionado ahí.
El italiano llevó las manos a su pecho, ¿Qué iba hacer sin Evangelina? Ella no solo era la responsable de llevar a cabo el proyecto con los chinos, sino que también era su mano derecha, no era una simple secretaría, era la mejor.
-Bien, ella se lo pierde -dijo con arrogancia y salió de ahí a recursos humanos, solicitando una nueva, aunque en el fondo deseaba que Eva recapacitara y volviera de nuevo. Él solo no iba a dar su brazo a torcer.
Al día siguiente, ya había una lista de candidatas para el puesto de secretaria ejecutiva y él comenzó a entrevistar una a una de ellas.
Unas eran simplemente muy obedientes, otras demasiado bellas y otras demasiado perfectas, o la razón es que ninguna era ¡Evangelina Anderson!
-¿Es demasiado insinuante no crees? -le preguntó a Antonio que estaba a su lado con una sonrisa.
-Si eso era lo que más te gustaba a ti, ¿De cuándo acá has buscado una secretaria por sus atributos de inteligencia? -dijo Antonio sonriendo con burla.
Demetrio se quedó pensando un momento, él no estaba buscando una secretaria cualquiera, sin darse cuenta él estaba buscando a Evangelina entre esas chicas.
-Tengo que encontrar la manera de que ella vuelva -musitó, en el preciso instante que su padre entró a su oficina.
-Antonio, déjanos solos -se dirigió a Antonio, para luego mirar al italiano que estaba cruzado de brazos-. Más te vale que traigas a la señorita Anderson de vuelta Demetrio Laurenti, te recuerdo que no solo es tu secretaria, es la próxima ingeniera de estas instalaciones, si para mañana ella no está aquí en la empresa, te olvidas de tu herencia -habló con determinación.
Demetrio tomó sus cabellos con frustración, cuando su padre estaba molesto, cumplía lo que decía, así que, estaba seguro de que hablaban en serio.
Salió de la oficina y tomó su auto para llegar al departamento de Evangelina, pero su mundo se detuvo cuando un vecino le informó que había salido muy temprano con una maleta.