"Si algo puede salir bien, va a suceder"
Con esto comencé mis palabras hacia ella, mis votos de amor. He incluso, en una pared de nuestra sala está colgado en un cuadro enmarcado esta cita, que para nosotros se volvió nuestra ley, la nueva ley de Murphy.
De miles de fracasos que nos tocó ver cada uno por su lado, de tantos matrimonios fallidos, tanta gente haciéndolo mal, tiene que haber aquellos que lo hagan bien. Porque amar no debería ser una estadística que mida cuantos pudieron y cuantos no, amar de verdad no debería tener casos fallidos. Pero esta nueva generación, esta nueva humanidad mañosa dividió a los hijos del amor, llevando a los que de verdad aman hasta el fin a una vidriera como un trofeo que no debe romperse, pero que solo es un trofeo que gana uno de miles que juegan, pelean, compiten.
Ella y yo estamos logrando ser un trofeo, no es fácil, pero no es imposible. No nos ha hecho falta el perdón de emergencias, saben, ese que usamos por miedo a estar solos, ese perdón que si funciona al corazón, pero anexándole la distancia rotunda, no malcriando mentiras.
No nos ha hecho falta el dejar pasar las cosas, ni creer en el tonto dicho "que el tiempo lo cura todo". No nos ha hecha falta libertad, esa que se inventan cuando hay otros nombres rondando cerca. Para llegar a lo que Murphy y yo tenemos, solo nos hizo falta Amor.
Ese día que nos casamos fue mágico, un amigo cantó una canción que en algún tiempo atrás fue el himno de nuestra historia. Ella, aunque tímida y no muy dada a la gente cantó a mi lado, junto aquel muchacho en la guitarra. La luna nos persiguió toda la noche y de veras la sentí tan cerca como dice ella que está de nosotros.
Parece que hicimos stop esa noche y nos duro tres años. Tres años viviendo la magia de un matrimonio, de mirarse a los ojos y saber que no hay más nada por lo que deberías estar de pie.
Tres años nos duró, pero no se fue, se transformó y luego les cuento en que...