Beryllet llegó a la mansión del duque en un día lluvioso. Una mujer desconocida que se tapaba el rostro la dejó enfrente del gran y extravagante portón. Los guardias la miraban sin poder creer la situación.
-¡Les juro que es su hija!
Repitió aquella oración varias veces y salió corriendo en medio de las ráfagas de lluvia.
-¿Hija del duque? Ve a llamarlo.
Uno de los guardias ordenó mientras que el otro se rasco la cabeza.
-¿No deberíamos traerla adentro? Estaremos en problemas si la dejamos en la lluvia y se enferma, peor aun si en verdad es su hija nos matará.
Su compañero quedó pensativo mirando a la niña que se encontraba dentro de una pequeña canasta vieja mientras esta era mojada por la intensa lluvia.
–Hmm... Tienes razón. Aún así no puedo dejar mi puesto. Llévala adentro.
-Pero... Hermano...
Su compañero miro hacia otro lado. La verdad es que no quería afrontar al Duque pero, le daba pena mandar a su hermano solo entonces accedió a ir con el.
Juntos entraron a la mansión con la niña en brazos. Los sirvientes se quedaron mirándolos en silencio antes de llegar al despacho del Duque se toparon con el mayordomo; quien los miró confusamente.
-¿Esta niña es?
-Es la hija del Duque, ay ¿porque me pegas?
El hermano mayor no podía creer que su hermano menor no midiera las consecuencias de sus palabras.
-Una mujer la dejo bajo la lluvia. Afirmó que era su hija. No sabíamos que hacer por ello decidimos traerla.
El hermano mayor respondió con calma.
-Claro ¿Y dejar sus puestos descuidados? Yo la llevare con el Duque vuelvan a sus puestos. Si algo llega a pasar en su ausencia seria pero para ustedes.
-¡Si señor!
Los dos respondieron al mismo tiempo y salieron corriendo. Ahora el mayordomo sostenía a la pequeña niña; que aun seguia mojada, en brazos. La miro de forma intensa examinando su rostro, aún era pequeña pero, ya tenia un poco de cabello y podía entre abrir los ojos. Caminó lentamente hacia el despacho del Duque y al llegar tocó la puerta suavemente.
-Pasa.
Una voz sutil salió del interior. El mayordomo no lo pensó dos veces y entró hablando con toda la confianza del mundo.
-Mi señor. Esta niña es su hija.
Se acercó al Duque quien lo miró de forma indignada.
-¿Mi hija? ¡No hay manera! Todas la mujeres que han compartido mi cama están muertas.
El mayordomo rodó los ojos y suspiro cansado.
-Bueno, no se. Su cabello y el color de sus ojos son idénticos. ¿Que otra prueba necesitas? Además no ha llorado ni una vez desde que llegó y eso que esta empapada.
Eso era muy cierto. En el imperio no había otra familia con tales rasgos. El Duque trago saliva, puso su mano en su mentón analizando la situación y la miro de forma fría. Estaba disgustado ¿Cómo cometió tal error? No tenía la intención de pensar mucho sobre aquel asunto así que dijo la primera cosa que se le cruzo por la mente.
-Ahora que la veo bien, tienes razón. Dale un cuarto, todo lo que necesite y si sobrevive entonces la considerare mi hija.
-¿No le pondrá un nombre?
El Duque frunció su ceño ante la insistencia de su fiel mayordomo.
-Si si si, claro, lo pensaré. Por ahora retírate con ella antes de que pierda la cordura y la mate.
-Si mi señor.
El hizo una reverencia y salió del despacho. En las próximas semanas se encargo de proporcionar a la niña de la mejor atención. El tiempo paso volando para ser exactos había pasado un año desde que llegó a la mansión, ahora ya podía caminar sola y comía sola pero, aún no hablaba ni emitía ningún sonido.
Quizá por ello no era una niña que se quejaba aún así a el mayordomo le agrado mucho porque se parecía a su señor cuando era pequeño.
-Beryllet.
La llamo por su nombre; el cual se le había sido otorgado por su padre, el Duque Von Haysen. Esta lo miro atenta reaccionado a su llamado.
-Berlet y Beryllet.
Sonrió al pensar en la similitud de sus nombres. Al final el Duque no tuvo más remedio que reconocer a la pequeña como su hija después de todo era su viva imagen además su poder; que fue revelado al hacer la prueba en su fiesta de bienvenida fue similar a la del Duque por ende no había forma de negar que era su hija.
Los días volaban así como también los años y cuando el mayordomo se dio cuenta Beryllet pronto iba cumplir nueve años. La única vez que se celebró su cumpleaños fue cuando el Duque organizo la ceremonia en la que le otorgo un nombre. Era obvio que su señor no tenía intención de involucrarse con ella y por ende no era necesario organizar ningún evento para ella.
'Aun así, mi señor no es una persona mala. Si lo fuera, está niña ya estaría muerta. Tampoco me hubiera permitido estar a su lado ni gastar dinero en ella.'
A pesar de la poca atención que le daban a Beryllet, el mayordomo se sentía orgullo de que la crío bien.
-Abuelo Humbert. Mira.
La débil voz le llamo la atención y lo saco de sus pensamientos. Cuando observo a la pequeña esta llevaba varios tulipanes en ambas manos. En la izquierda tenía flores rojas y azules; en la derecha flores moradas y amarillas.
-Estas son tuyas.
Beryllet extendió su mano derecha hacia Humbert y le sonrió ampliamente.
-El abuelo es una maravillosa persona y eres mi mejor amigo. ¡Nunca dejes a yllet!
Humbert ya era un hombre de longeva edad de hecho debió retirarse hace muchísimo tiempo atras, pero su aprecio por el joven amo y el ducado eran indispensables para el. Ahora también estaba la hija de su señor; quien lo miraba con desbordante aprecio y hacia conmover su corazón con un simple gesto inocente.