En la noche en que se vendió, el destino devolvió a Melinda Dawson al mundo de su exmarido.
En la oscuridad de la habitación, presionó sus labios con torpeza en la garganta del hombre, y las palabras se le atoraron en la garganta por la timidez. "Señor, le prometo quedar embarazada lo antes posible. ¿Puede pagarme un millón por adelantado? Lo necesito... con urgencia".
El hombre sobre ella irradiaba intensidad y sus movimientos eran implacables. Melinda, inexperta en esas cosas, apenas podía seguirle el ritmo.
Unas manos ásperas tomaron el control, doblando sus piernas y moviéndola como si quisiera darle una lección.
Solo cuando pensó que podría romperse, un sonido frío y ahogado escapó de los labios del hombre, señalando la conclusión de este extraño trato.
Una oleada de arrepentimiento invadió a la joven, pero la desesperación era más fuerte. Su padre estaba en estado vegetativo, la fortuna familiar se había esfumado y este era el único camino que le quedaba.
Deanna Riley, su jefa en el bar donde trabajaba como camarera, le había presentado a este cliente, asegurándole que era el hombre más poderoso de la ciudad. Él necesitaba un hijo y ella aceptó, pues el embarazo le daría cinco millones.
Un destello de luz cortó la oscuridad cuando el hombre encendió un cigarrillo.
De repente, una mano fuerte le sujetó la barbilla. Su voz, grave y áspera, se deslizó hacia abajo: "Vaya, qué entrega... Te aferras a lo que sea con uñas y dientes".
Algo en su tono -frío, profundo y extrañamente familiar- le provocó un escalofrío.
La llama del encendedor la deslumbró, dejándola inmóvil. Al parpadear, finalmente pudo distinguir los rasgos del hombre que tenía tan cerca.
El hombre que se cernía sobre ella no se parecía en nada al cliente que había imaginado: un tipo calvo y de mediana edad. Por el contrario, nadie podía negar su imponente atractivo, capaz de arrancar suspiros a su paso. Pero...
Todo el color desapareció de su rostro y lo empujó. "¿Por qué tú? ¡Declan!".
"¿Sorprendida?", los dedos de Declan se cerraron con más fuerza en su barbilla. Con la mirada fría clavada en ella, esbozó una sonrisa cruel. "Así que, tres meses después del divorcio, mi exesposa ha caído tan bajo que se vende. ¿No debería intervenir para ayudarla?".
Qué ironía. La amargura la inundó, hundiéndola en aguas profundas donde cada respiro era una lucha. Descubrir que su cliente era su exmarido resultaba una broma macabra. No existía humillación comparable.
Apretó con un puño la tela rasgada sobre su pecho, con la mirada cargada de sarcasmo. "Sí, estoy sorprendida. El pobrecito se hizo rico después del divorcio, tanto que puede comprar una noche con su exesposa. ¿O es que Claire Barrett no te satisface en la cama?".
Un destello peligroso brilló en su sonrisa fría y calculada.
La mirada de Melinda lo siguió mientras él se levantaba y se subía la cremallera del pantalón con una facilidad pasmosa. Ni una sola arruga marcaba su camisa o sus pantalones, lo que resaltaba, en agudo contraste, lo desaliñada y rota que se veía ella.
Aquel hombre lo tenía todo. Músculos delgados, aún brillantes por el sudor, se tensaban contra la tela, y cada movimiento desprendía disciplina y fuerza bruta.
Incluso cuando no era nadie, Declan ya era considerado el hombre más atractivo de la ciudad.
Fue de ese atractivo del que ella se enamoró perdidamente, hasta el punto de presionarlo para que rompiera con su amor de la infancia y se casara con ella.
En aquel entonces, Melinda nunca imaginó el acero y la ambición que se ocultaban bajo esa fachada.
Durante dos años, él interpretó a la perfección su papel de esposo cumplidor, aunque distante.
Pero hace tres meses, su mundo entero se vino abajo. El apellido Dawson cayó en desgracia cuando su padre, el hombre más rico de la ciudad, se arrojó desde una azotea. Fue entonces cuando Declan se alió con extraños para despojar a la familia Dawson de todo y, sin dudarlo un instante, puso fin a su matrimonio.
Las consecuencias fueron devastadoras: su padre quedó postrado en una cama de hospital, su hermano necesitaba diálisis urgentemente y su hermana pequeña tuvo que abandonar la escuela.
Él se marchó sin darle un centavo.
Tocar fondo se convirtió en su nueva realidad. Las deudas la empujaron a tomar medidas desesperadas, hasta el punto de aceptar vender su vientre como madre sustituta.
Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos enrojecidos, pero las siguientes palabras de su exmarido cortaron el silencio. "¿Crees que seguirías virgen después de dos años de matrimonio si de verdad me hubieras interesado?".
El shock la dejó sin poder pensar, con el corazón temblando en su pecho.
Dos años de matrimonio y él nunca la había hecho suya.
Sin importar cuánto intentara acortar la distancia, su rechazo siempre fue gélido; él siempre retrocedía, evitando cada uno de sus acercamientos.
Y, sin embargo, después de su separación, estaba dispuesto a gastar cinco millones solo para humillarla.
La punzada de ese insulto era casi insoportable.
Fijando la mirada en sus rasgos impecables, ella soltó una risa amarga. "Declan, una vez te rogué que tuviéramos hijos sin pedirte un centavo, y ahora estás dispuesto a lanzarme una fortuna por lo mismo. ¿Acaso perdiste la cabeza?".
Una sombra de ira finalmente oscureció el rostro de Declan. De repente, la agarró por la cintura y la obligó a caer sobre el sofá con una fuerza implacable.
Un contrato impecable y un cheque por una suma considerable cayeron sobre la mesa con un golpe seco. Él le dio una lenta calada a su cigarrillo y dijo con palabras afiladas y glaciales: "Aquí tienes. Un millón ahora. Serás mi amante hasta que quedes embarazada. Cuando nazca el bebé, Claire lo criará como propio".
El impacto la sacudió. ¿Quería que ella gestara a su hijo solo para entregárselo a la mujer que él amaba?