― ¿Lista para esta nueva etapa? ―dijo Carla mientras ordenaba sus cosas en el
maletín―. Siento que Dios nos tiene preparadas grandes cosas para este tiempo.
―Me habría gustado quedarme en Buenos Aires, pero es por obediencia que estamos
aquí ―contestó Andrexa mientras tomaba de a largos sorbos su café―. Estamos donde
Dios quiere y con eso suficiente para estar feliz.
Carla, su esposo y Andrexa, su sobrina, fueron llamados a abrir una iglesia en una
ciudad de Córdoba. Empezar de nuevo no iba a ser fácil.
Andrexa comenzaría el último año de bachillerato en una escuela donde no conocía a
nadie, lejos de sus amigas y de su iglesia a la que sentía como su segundo hogar. Sus tíos
consiguieron trabajo y alquilaron una casa donde vivirían a partir de ahora.
―Bien. ¿Cómo haremos esto? ―comentó Roberto mientras dejaba el diario sobre la
mesa de desayuno―. Tenemos que organizarnos para evangelizar a las personas.
Tenemos que abrir una pequeña reunión en casa.
―Yo sugiero que nos tomemos unos días para conocer y presentarnos en nuestro barrio,
trabajos y escuela ―dijo la mujer haciendo énfasis en lo último, ya que se refería al
lugar en el que Andrexa debía hacer su parte.
―Lo entendí.
―Yo sé que sí ―respondió su tía en un tono burlón.
La familia McGregor comenzaba su misión. Pero sabían que en su propio parecer no
iban a llegar lejos. Esto era plan de Dios y ellos deberían ser guiados por Él, incluso si
ese camino no lo entendían. Estaban allí para servir.