Arquemio y Cyrus ingresaron al recinto, notando el primero, que las condiciones para los infantes no eran las más idóneas y acordándose de que tenía dos hijos, se imaginó al príncipe Odio y a la princesa Ira, su sedicioso hijo varón, y a su adorada princesa soportando aquella precaria situación, y no prevalecía su hija por ser la más querida por él, pues a pesar de todos los despropósitos en los que contribuyó el príncipe, su padre lo seguía amando de igual forma como a su hija Ira, se podría decir que el amor que el rey sentía por sus vástagos era realmente indeleble e inamovible, aunque no lo profesara a los cuatro vientos.
Arquemio conocido por tener un carácter fuerte y templanza de acero como la del esqueleto de metal que recubría los morteros en ese viejo edificio, contenía dentro de las más abisales profundidades de su ser una ternura que haría sonrojar hasta al más rígido e impenetrable de los espíritus, y ese amor tan inconmensurable que sentía por sus hijos, fue lo que lo mantuvo de pie, el nunca se imaginó, siquiera por un instante la vida sin el gran amor de la suya; su reina, su todo, tras su muerte él estaba realmente destrozado, una parte dentro de sí se desvaneció por completo, como si le hubiesen tratado de arrancar el corazón de un tirón y solo haberse podido llevar la mitad, ¿Y la otra dónde se suponía que estaba? Si, él lo sabía, esa otra parte de su órgano vital reposaba bajo tierra junto con el de su amada. Cada noche el rey recordaba una y otra vez aquella frase de Alphonse de Lamartine; "A menudo el sepulcro encierra sin saberlo, dos corazones en un solo ataúd ", y si en esa fina caja mortuoria, delineada en los bordes con una delicada capa de oro y adornada encima con rosas blancas y nardos frescos, en ese majestuoso ataúd yacían un corazón y medio.
- Rey Arquemio. - musitó Cyrus sacándolo así de su letargo. - Ya podemos pasar con la anfitriona, ¿Se encuentra usted bien?
- Estoy completamente bien. - Contestó el monarca. - ¡Entremos de una vez!
- Como usted diga.
Avanzaron hacia adentro unos diez pasos y dieron diagonal con la oficina de la madre superiora, quien dirigía y gestionaba los procesos de adopción en el hospicio. No tuvieron ni que tocar la puerta cuando de improviso esta se abrió de par en par para dejarlos ingresar. La misma madre superiora Agnes Burns, quien seguramente había sido alertada por el guardia de turno acerca de los honorables visitantes, se levantó de su asiento para recibirlos. La devota mujer vestía el tradicional hábito, recubriendo su cabeza con la toca blanca y velo de color negro. Aparentaba unos ochenta años de edad, los pliegues en sus mejillas y los surcos en su frente relataban la noción.
- Su alteza, es un placer tenerle de visita por estos humildes predios. -Exclamó la madre superiora, haciendo una pequeña reverencia. - ¿En qué le puedo ayudar? Espero no le parezca una osadía mi insinuación. Parezco orate, ¿Qué va a precisar el rey de una simple monja?
- Déjese de elogios y eufemismos, Agnes. -replicó él. -El asunto que me trae hasta aquí es de relevancia magna. Los comentarios sugieren que bajo esta entidad se encuentran amparados cuatro hermanos, unos cuatrillizos para dar a mis palabras mayor exactitud, ¿Es eso cierto?
- Le aconsejo que su respuesta prosiga bañada en absoluta honestidad. - solicitó Cyrus.
- ¡Ah, los prodigios! -contestó Burns. - Si, bajo la protección del orfanato se cobija el cuarteto.
- Es indispensable su presencia en esta oficina, en el menor de los tiempos. - ordenó el rey.
- ¡De inmediato! -acató Agnes Burns.
No transcurrió demasiado tiempo cuando se presentaron los cuatro niños a la oficina de la madre superiora, el cuarteto como ella los llamaba, vestían pantalones de mezclilla con la tela un poco rasgada, camisa roja a cuadros con el color desgastado por las reiteradas lavadas y zapatos de charol con algunos rotos que dejaban asomar uno que otro dedo. La aparición sugirió unos leñadores en versión infantil, o al menos eso se le vino a la cabeza al rey. Los cuatrillizos simulaban tener unos seis años, pero en realidad tenían ocho en ese entonces, sus caras contaban con ese toque angelical que poseían aquellos tocados por el Icor, el rey lo sabía, con anterioridad investigó sobre los vestigios de una posible existencia de legatarios originados a partir de las musas y el dios Apolo, incluso se rumoraba que su madre los dio a luz en las aguas que pisó el caballo Pegaso y que, por consiguiente, convirtió en la renombrada fuente de inspiración. Los niños compartían similitudes y distinciones a la vez; mientras que Cyril tenía piel blanca, ojos color verde aceituna y cabellos dorados, Saxo poseía cabellos marrones casi cobrizos y ojos grises. Bastián, color de cabello rubio plata, casi blanco y ojos pardos. Giordano, cabello negro azabache y ojos azules con destellos amatista. La combinación de su singularidad y semejanza los hacía pluralmente únicos.
- ¿Así que ustedes son los famosos prodigios? -les preguntó el rey mientras tocaba los rojizos y despeinados cabellos de Saxo.
- Depende quien lo pregunte, señor. - respondió Giordano, con sus ojos tan azules y brillantes, abiertos como platos.
- Si, ¿Quién es usted? -Exclamó Cyril, el más intrépido de los cuatro miraba de arriba abajo a los dos hombres reales, sin advertir en lo más mínimo de jerarquías porque para el pequeño Cyril todos éramos iguales y no había porque bajar la cabeza ante ninguno, ni hacérsela bajar a los demás.
- ¿Qué busca de nosotros? - objetó Saxo con la mirada ausente que siempre le caracterizaba.
- Déjenlo hablar. -pidió Bastián, el más apacible de los cuatro.
- Es verdad, chicos. -intervino Cyrus. - Cuando se formulan demasiados interrogantes, se corre el riesgo de obtener respuestas a medias tintas. Permitan que el rey les exprese lo que solicita de ustedes, antes de seguir rodando por espirales de dudas.
- Si, antes mejor resuelvan las mías, bueno una sola incógnita que me ronda en la cabeza. - expresó el rey, mirando a cada uno de los cuatro prodigios, como un faro que gira y escanea su entorno, así se sintieron los pequeños, escaneados por el rey. - ¿Puedo pedirles que se presenten, diciéndome sus nombres y sus especialidades?
- ¡Por supuesto! -asintió Bastián, el prodigio con color de cabello rubio plata, casi blanco y ojos pardos en sus cuencas. - Mi nombre es Bastián, fui el primero en emerger del vientre de nuestra madre y el primero en bañarse en la fuente, se me otorgó el don de las artes escénicas, el mismo dios Dioniso así lo quiso, y también se me fue concedida mediante la musa Calíope la habilidad para interpretar y redactar textos.
- ¡Grandioso! - profirió el soberano. - Espero verte prontamente en acción.
- Si quiere le muestro ahora mismo.
- ¿Seguro?
- ¡Claro!
- Pues adelante.
- "Ser, o no ser, ésa es la cuestión. -agarró con su mano derecha una pequeña maceta que reposaba en el escritorio de Agnes. - ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios?"
- ¡Vaya! Excelente representación teatral de las letras del británico. -alabó el rey.
- ¡Gracias! - hizo una cortesía.
- ¿Quién sigue? - preguntó el rey.
- Yo, a mí me bautizaron con el nombre de Saxo. - siguió el prodigio de cabellos marrones casi cobrizos y ojos grises. - Gracias a la musa Euterpe, se me fue otorgada la inspiración musical, puedo aprender a tocar cualquier instrumento, e incluso mi voz es uno de ellos, a mi corta edad ya soy tenor. Le puedo hacer una demostración si desea.
- ¡Adelante! -dijo el rey.
- Una pequeña estrofa. - se aclaró la garganta y sostuvo sus manos sobre su propio vientre. - "La donna è mobile qual piuma al vento Muta d'accento e di pensiero Sempre un amabile leggiadro viso In pianto o in riso, è menzognero La donna è mobile qual piuma al vento Muta d'acc-ento e di pensier, e di pensier E, e di pensier".
- ¡Esplendido! - aclamó el rey, aplaudiendo. - En verdad lo eres, eres un tenor y de los mejores que he escuchado.
- ¡Muchas gracias, señor!
- "Su majestad". -corrigió Agnes Burns. - Es el rey, más respeto con la jerarquía, Saxo.
- Disculpe, su majestad. -apenado, bajó la mirada Saxo.
- No, no, nada de que disculparse, ¿Cierto, señorita Agnes? -le lanzó una mirada fulminante el rey a la antipática madre superiora.
- Ciertamente, su alteza. Prosigan niños, no hagan esperar al rey.
- No sea impaciente Agnes. Yo disfruto la espera, además los artistas deben prepararse con anticipación, así que iré a sus tiempos. Ahora si prosigan.
- Mi nombre es Cyril. -pronunció el tercero de los hermanos, el prodigio de ojos color verde aceituna y cabellos dorados. - Y pues, soy bailarín.
- Correcto...-el rey seguía esperando.
- ¡Ah! ¿Requiere que me explaye en la explicación de mi don, además de una elaborada demostración gráfica? -le brillaron los ojos a Cyril.
- Pues sí, el rey y los demás presentes. -respondió Cyrus, alzando ambas cejas. -Queremos verlos en acción a todos y cada uno de ustedes, que deleiten al rey Arquemio con sus proezas en las artes y supongo que tú no querrás ser la excepción, ¿o sí?
- Por supuesto que quiero hacer mi demostración, mis dotes en la danza y en el canto coral fueron un obsequio de la musa Terpsícore. - los ojos a Cyril se le veían aún más brillantes. -¡Música por favor!
Los otros tres hermanos restantes del cuarteto se quedaron mirando entre ellos. Cyrus sacó un pequeño dispositivo que llevaba en el bolsillo de su gabardina, dispositivo parecido a un radio de mano, acto seguido lo encendió y de su diminuto parlante surgieron notas musicales, desde su interior sonaban las cuatro estaciones del violín de Vivaldi. De inmediato Cyril el prodigio de la danza y el canto coral, comenzó su interpretación de la famosa canción con espectaculares y prolijos pasos de ballet mientras coreaba palabras en latín. Todos los presentes, incluidos sus tres hermanos quedaron absortos y fascinados con la exactitud y cronometría con que se movía el prodigio.
- ¡Exquisita exposición de la herencia de Terpsícore! -alabó el rey Arquemio. - Gracias por deleitarnos con la sutileza de tus pasos y tu voz.
- ¡Gracias a usted y todos por mirarme!
- Y admirarte. -concluyó Giordano, mientras esbozaba una de sus esas afables sonrisas que solo él sabía brindar con tanta facilidad. Era evidente que los hermanos se admiraban los unos a los otros, esa fraternidad los unía para siempre, aunque tuvieran especialidades distintas.
- Y ahora sigues tú. -miró el rey a Giordano.
- ¿Me espera su majestad un momento? -preguntó Giordano, el prodigio con cabello negro azabache y ojos azules con destellos amatista.
- Claro que sí.
- Ya regreso.
El niño corrió hacia las escaleras que servían de puente para ascender a la segunda planta del edificio, no transcurrió demasiado tiempo cuando volvió a descender de la escalinata, trayendo consigo unas hojas en sus manos, se las enseño al rey y la cara de estupefacción del mandatario corroboraba la intensidad del talento que adquirió el muchacho, los colores, el buen uso de las tonalidades, las formas, el sombreado, los claroscuros, las pinceladas justas, la complejidad de cada boceto, todo demostraba la dedicación y el don innato que tenían sus manos para la pintura.
- ¡Genialidad! -gritó el rey Arquemio. - Esa es la palabra que abarca la dimensión excelsa de tus obras.
- ¡Muchas gracias! - expresó el niño con los cabellos tan negros como la noche y la mirada tan profunda como el mar que asemejaba. - Por cierto, mi nombre es Giordano, y fui el último en emerger del vientre de mamá, y aunque fui el último en nadar en la fuente de la inspiración, todos tenemos las mismas capacidades, aunque en diferentes artes. A mí se me confirió el don de la pintura.
- Gracias a ti y a todos por sus demostraciones. -insistió el rey.
- ¿Ahora si nos dirá a que vino? -saltó la pregunta de la boca de Cyril.
- Si, ya díganos, por favor. -siguió Saxo.
- Estamos esperando que aclare nuestra duda. -prosiguió Bastián.
- Diga algo por favor. -culminó Giordano.
- Niños, niños, dejen las ansias a un lado. - concretó el rey Arquemio. - Me encuentro en este lugar, frente a ustedes para exponerles mi intención de llevarlos conmigo, a mi castillo. He venido a adoptarlos.
Los cuatro hermanos quedaron atónitos ante la sentencia del jerarca, sentimientos revueltos revoloteaban dentro de sus estómagos como mariposas aleteando con todas sus fuerzas con la esperanza de poder salir, quizá un harakiri sería una opción para que por fin emergieran los lepidópteros, pero, ¿y para los hermanos? ¿Tendrían realmente una opción los cuatrillizos? Ellos sabían que no, no tenían alternativa y les agradaba la idea. El orfanato no era precisamente un centro de buena acogida, pues desde su llegada conocieron el falso altruismo en el interior de sus muros, detrás de la supuesta filantropía de Agnes Burns, se escondían intereses ocultos. La bondadosa madre superiora no hacía otra cosa que malversar los recursos de los contribuyentes para beneficio propio, algunos especulaban que tramitaba una doble contabilidad con tal de que sus irregularidades pasaran desapercibidas, y ni hablar de la áspera forma con que trataba a los infantes que cobijaba el orfanato.
- ¡Estupendo! - vociferó Cyril, sin poder contener la emoción. - ¿Cuándo nos vamos?
- ¡Por Zeus, Cyril! - Bastián blanqueó los ojos. - Espera un poco para tus exageradas demostraciones de júbilo
- No seas tan amargado hermanito. Hoy es un día para celebrar, para alegría y jolgorio.
- Cualquiera que te escuchara, pensaría que no les dimos buen trato Cyril. -se entrometió Agnes Burns, mirando al pequeño prodigio con total desprecio. - Harás que el rey se lleve una mala imagen del hospicio.
- No he dicho eso, lo ha dicho usted. -Cyril la miró desafiante.
- Ya, ya, cálmense todos. - intervino Cyrus. - Respecto a la pregunta sobre cuando los llevaremos a palacio, la respuesta es: de inmediato, dicho esto, es momento de que vayan a recoger sus cosas.
Los cuatro hermanos se miraron, sonrieron y salieron con la celeridad de las hojas secas de otoño arrastradas por el viento.