Luego de visitar una variedad considerable de reinos y países regresó a Atenea con el firme propósito de visitar a su hija y a sus otros seis protegidos; entre los que se encontraban los cuatro prodigios: Bastián, Saxo, Cyril y Giordano, además de las dos niñas herederas de linajes poderosos; Nicolasa, descendiente de Nyx la diosa de la noche, y Melancolía, miembro de la línea de sucesión de Ezis.
Durante aquellas navidades el rey deseoso por sorprender gratamente a los siete niños, se dispuso llegar al palacio sin avisar con anticipación. Salió directamente sin escalas a Atenea, para llegar lo antes posible, ya que anhelaba convivir con sus muchachos en esa época tan especial, además les daría la noticia que alegraría sobre todo a la princesa, se quedaría hasta febrero, siendo el día 11 de ese mes los cumpleaños de Ira y bueno también del príncipe Odio. El rey Arquemio estaba dichoso, tanto así que iba repleto de obsequios para cada uno de los niños que ya no eran tan niños, ya estaban en la etapa de la adolescencia; la princesa ya tenía dieciocho años, Melancolía y Nicolasa contaban en ese entonces con veinte años cada una, mientras que los cuatro prodigiosos hermanos tenían veintidós, obviamente todos cuatro.
Los siete se encontraban en el salón de artes, un espacio confeccionado para que tomaran clases particulares con prestigiosos profesores de Atenea y La Rome. Los jóvenes practicaban esgrima, deporte establecido dentro del calendario de actividades que realizaban después de someterse a las respetivas materias escolares.
- ¡Touché! - gritó la princesa mientras el florete que sostenía en su mano izquierda tocaba el pecho de Cyril.
- No es justo, las batallas son lo tuyo. -dijo Cyril mientras liberaba su cara de la máscara de protección. -Desciendes del dios de la guerra, lógicamente ganarías. -sonrió.
- A la próxima bailamos el chachachá. -se quitó la careta de su rostro la princesa y le picó el ojo.
- ¡Vale! Te enseñaré unos pasos de infarto.
- Buenas tardes. -se oyó una voz proveniente de la puerta. -¿Cómo estás, querida hermana? - Entró al salón el príncipe Odio. El parecido con su hermana era extravagante. Su cabellera negra como la noche y los ojos de obsidiana, combinados con la perfecta simetría de su rostro. Se veía imponente, vistiendo una gabardina negra con una camisa cuello de tortuga del mismo color, debajo de la prenda. -¿Qué, no vas a saludar a tu gemelo?
Todos se miraron y todo el salón se mantuvo en silencio.
- ¿Qué diantres haces aquí? -gruñó Ira con el semblante pálido. -¿Cómo Hades lograste entrar?
- ¿Así tratas a las visitas? ¿Dónde está el espíritu acogedor de la navidad? -sonrió él con ironía. - Respecto a tu pregunta, ya sabes, tengo mi encanto.
Sus palabras cayeron como un balde de agua fría, ella sabía a lo que se refería su hermano, sabía que pudo burlar la seguridad del castillo a través de sus artimañas y ese inusual don que se le proporcionó al nacer. Al ser descendiente directo de Ares, también lo era de cupido y hasta de la mismísima afrodita, y cuando lo quería, acudía a esa habilidad de enamorar y persuadir a quien lo mirara con deseo, al límite de que el individuo hiciese lo que él quisiera. Recuerda que cuando se lo comentó a sus amigos y compañeros, Cyril lo llamó escopolamina, por volver como zombis a su voluntad a las personas, pero lo que la princesa no le confesó a nadie, fue que ese poder tenía una doble funcionalidad, ya que si él quería también podía romperles el corazón.
- ¿Quién es él? -especuló una embelesada Nicolasa.
- Es mi hermano, Odio.
- ¡Oh, por la divinidad de Zeus! -Nicolasa quedó obnubilada con el príncipe. -Es hermoso. -murmuró todos la miraron y Melancolía le dio un codazo.
- ¡Gracias hermosa dama! -le miró Odio. -Ya que cierta persona no es muy buena anfitriona que digamos, me presento a usted; soy el príncipe Odio, hermano de su alteza la infanta Ira. -miró a su hermana. - Estoy muy complacido de conocerla...
- Nicolasa. -se sonrojó. -Mi nombre es Nicolasa, pero mis amigos me llaman Nicky, usted puede hacerlo también.
- ¡Oh, que tierna Nicky! Pero nada de esos protocolos tan absurdos como mi exilio a tierras gélidas, jajaja. -carcajeó. - Tú llámame Odio. -le besó la mano.
- Está bien, su al... Odio. -sus mejillas se enrojecieron y ardían de los nervios.
- Ya basta. -interrumpió Ira.
- ¿Quieres que hagamos algo? -preguntaron los cuatrillizos en coro.
- No, este asunto lo arreglo yo y de hecho este asunto ya se va, ¿No es cierto? -fulminó a su hermano con la mirada.
- Antes respóndeme algo.
- ¿Qué cosa?
- ¿Has sido completamente sincera con papá y tus hermanos postizos?
- El único que tiene misterios ocultos y malintencionados eres tú. -aseveró la princesa.
- Quizá. -sonrió y se acercó a Ira.
- Aléjate. -le pidió ella.
- ¿Estás segura que esa es toda tu verdad? - le susurró al oído el príncipe a su hermana.
- Si. -afirmó Ira, apartando su cara y viéndolo directamente a la suya.
- ¡Perfecto! -Odio le devolvió una mirada llena de recelo y bríndale una sonrisa ladeada, conllevando un reto implícito. -Como tú digas, querida. Admiro tu audacia.
- Es tiempo de que marches, Odio. -le sugirió la princesa.
- Precisamente es lo que haré. -contestó Odio, sin quitarle la mirada de encima a su hermana. -Me largo de tus dominios. -le dio la espalda. - Por cierto, está muy alusivo el jardín, se nota que sigue intacta tu pasión por el pintor de "La noche estrellada", "Los olivos" y por supuesto, "Los girasoles".
- Adiós. -dijo con un tono áspero Ira, como nunca antes se le había escuchado, pues a pesar de su estatus en la realeza de Atenea, la princesa desde siempre procuró mantener la amabilidad con los demás, ese toque dulce en su carácter le fue transmitido por la afable Irene, su madre.
- Hasta pronto, hermanita. Me iré, no obstante, ten la certeza de que esta no será la culminación de mis visitas. No es una despedida. Ya nos volveremos a ver. -sentenció de espaldas y girando la cara para verla con el rabillo del ojo. Acto seguido, se dirigió a la enorme puerta marmoleada.
- La próxima vez no tendré contemplaciones. No busques conocer mi lado inmisericorde. -le contestó.
- Jajaja. -se escuchó emitir divertido, el príncipe Odio. - ¿Te has olvidado que somos hermanos?
- Tú lo olvidaste antes de nacer. -replicó ella. - Vete y procura que tus pasos no retornen a mi imperio.
- Ya lo veremos. -decretó.
Afuera del castillo, el príncipe inhaló el aire puro emanado por la riqueza florística que bordeaba las inmediaciones. De pronto observó que se avecinaba un carruaje, en ese momento él debió advertir que se trataba de algún personaje ilustre que requería de las reconocidas tácticas bélicas de su hermana, lo que nunca se imaginó es que quien iba dentro del medio locomotor era el padre de ambos; el rey Arquemio.
El carro se detuvo y el monarca bajó al abrirse la puerta del vehículo, padre e hijo quedaron frente a frente.
- Hijo ... -se desplomó en el suelo el monarca.
Odio quedó pasmado, sin saber que hacer, se agachó y miró impávido a su padre, enmudecido volteaba su rostro de un lado al otro con movimientos toscos y erráticos. La guardia compuesta por cinco hombres que custodiaban la fortificación, ingresó a Arquemio a sus instalaciones, dejando al príncipe solo, allí postrado en el suelo, todavía atónito, ya sin los movimientos erráticos, estaba inmóvil. No transcurrieron ni cinco minutos cuando se escucharon los gritos provenientes de adentro. El rey sucumbió ante la muerte, al ver después de tanto tiempo a su hijo, literalmente se le rompió el corazón.