- Es hora muchachos. -sentenció Cyrus, quien acababa de llegar. -Este sitio era solo un trampolín para saltar a su verdadero hogar, ¿están listos?
Los seis se quedaron perplejos mirándose todos los unos a los otros.
- ¿Adónde iremos? -se atrevió a preguntar Bastián.
- Al palacio. -se anticipó el rey antes de que Cyrus pudiera contestar. - desde hoy esa será su morada, junto con mi hija la princesa Ira.
Los niños abrieron los ojos como platos, a excepción de Cyril que abrió fue la boca, los seis estaban realmente estupefactos ante la noticia de vivir en un palacio real.
- ¿Su hija, y qué hay de usted? -inquirió Nicolasa. -¿Y el señor Cyrus?
- ¿Qué les he dicho sobre las inquietudes, Nicolasa? - observó con detenimiento el consejero Cyrus a la dudosa Nicolasa.
- Lo sé, lo sé, todos lo sabemos. -respondió la niña, apretando los labios en un costado, fingiendo una media sonrisa. - "Cuando se formulan demasiados interrogantes, se corre el riesgo de obtener respuestas a medias tintas". -replicó las palabras que el consejero les emitía cada que catapultaban demasiadas preguntas a la vez.
- Entonces les solicito mantengan la calma y esperen a que el rey Arquemio les explique.
- Está bien. -respondieron los seis al unísono como cuan coro celestial.
- Las palabras de Cyrus tienen concordancia con mi deseo de ser escuchado antes de contestar las dudas que surjan. - Previamente les comenté a todos y cada uno de ustedes que tengo una hija, para corresponder a la exactitud, tengo dos hijos, pero en el palacio real solamente vive la niña; la princesa Ira y ahora ustedes vivirán con ella.
- ¿Y usted? -preguntó con timidez Melancolía.
- Yo debo emprender un largo viaje, ustedes desestimen preocupación alguna, la princesa es la mejor de las anfitrionas, estoy seguro que serán muy unidos todos, como hermanos.
- ¿Adónde irá usted? -indagó con preocupación Bastián. En el poco tiempo que compartieron, el rey fue muy bondadoso con él, sus hermanos y las dos niñas. -¿Estará bien?
- Si, si estaré bien, maravillado y pleno. -masculló el monarca con los ojos llenos de transparencia de las lágrimas reprimidas. - Marcharé a un lugar donde la noche y el día son uno solo. -miró a Nicolasa. - Las estaciones del tiempo no marchitan a las hojas ni oxidan el hierro. -dirigió su mirada a Bastián. -Los colores pigmentan el todo con tonalidades infinitas. -observó a Giordano. -La lluvia limpia cualquier impedimento de liberación por grande que sea. - posó sus ojos sobre Melancolía. - Las crisálidas no retienen la danza de las mariposas, porque bailan junto con ellas. -sonrió a Cyril. -Las sonatas con sus arpegios se dibujan en el mar que bordea la persistencia de lo eterno. -volteó su mirada hacia donde estaba Saxo. -Voy a un lugar mágico. -remató mirándolos a los seis.
Los niños caminaron hacia el rey Arquemio y le brindaron un abrazo grupal, todos se encontraban visiblemente conmocionados y si pronunciar una sola sílaba, expresaron el agradecimiento y el cariño que sentían por su benefactor.
- Es tiempo. -interrumpió Cyrus.
- Es hora de irnos, niños. -sentenció el rey.
Los ocho salieron de la casona campestre y metiéndose en la bestia de metal, atravesaron la ciudad de Atenea para llegar al palacio. No tardó mucho el chofer en llevarlos a los dominios del rey y su hija la princesa Ira. Al llegar la pequeña Ira que en esa época contaba con cuatro años de edad, vestía un hermoso vestido azul profundo con estampado de girasoles y un cintillo con el mismo estampado le cubría la frente. La princesa recibió en el vestíbulo, supervisada por sus dos niñeras, a los nuevos miembros de la familia real. El rey Arquemio presentó a los niños con la sutileza que la eventualidad lo ameritaba, no olvidaba que eran niños, pero, aunque su hija estaba más pequeña que ellos, parecía entender a la perfección que esas seis nuevas caras, formarían parte de la integración familiar.
- Hola niños. -dijo con voz dulce la pequeña Ira, con la dificultad en dicción y sintaxis, algo natural por su corta edad.
- Hola princesa. - respondió Cyril.
- Hola su majestad. -balbuceó Nicolasa.
- Hola princesa Ira. -expresó Saxo.
- Hola, hola. -saludó Giordano.
- Hola su majestad, princesa Ira. -dijo Bastián.
- Hola. -pronunció tímidamente Melancolía.
- Bueno niños, ya han conocido a mi pequeña Ira. -repuso el rey. -Es menester que tenga un momento a solas con ella antes de irme. Esperen aquí, mientras regresa Cyrus de la cocina y les enseña las habitaciones de cada uno.
- ¿Tendremos habitaciones propias? -gritó Cyril con los ojos refulgentes.
- Por supuesto. -dijo Cyrus que ya se estaba acercando.
- ¡Eso es genial hermanos! -dijo un Cyril lleno de júbilo.
- ¡Oh, por Zeus! -gruñó Bastián a su hermano. - Ya cálmate de una vez.
- Amargado. -le sacó la lengua Cyril.
- Ya niños, no se sulfuren. -interfirió Cyrus. -Vamos, que los llevaré a sus respectivas recámaras. Síganme.
El consejero se dispuso a llevar a los seis niños al segundo nivel de la casa donde los esperaban a cada uno, unas increíbles y amplias habitaciones decoradas con el mejor de los gustos y dotadas con una considerable cantidad de juguetes. Todos estaban dichosos, y no era para menos, pues estando en los orfanatos nunca habían siquiera soñado con esas comodidades. Mientras tanto en la planta baja el rey Arquemio se encerró en la biblioteca con su hija para explicarle que se tendría que ir de viaje y también para expresarle que la amaba con todo su ser, la niña algo confundida, pero consiente del amor que le profesaba su padre. Él la abrazó y le prometió regresar, deseando en lo más profundo de su ser, que lo aquejaba no se tradujera a un viaje sin retorno. Luego de despedirse de la princesa. La llevó de vuelta con los demás niños, y quizá en ese momento no pasó por la cabeza de ninguno, pero lo cierto es que desde ese día los siete fueron inseparables.