Graham se mostró reacio a romper el hechizo del momento. Observó la escena como un voyeur, alegrándose por lo que estaba ocurriendo ante él.
-Es difícil decidir quién ha echado más de menos a la otra -comentó cuando por fin tomó la palabra.
Imogene pegó un brinco, soltó a Terra y se alejó un paso.
-Oh, lord Rothvale... ¿aq-quí es-stá? -tartamudeó.
-Estoy. -Él sonrió ante la forma en que ella formuló la pregunta-. ¿Es posible que me estuviera esperando? -inquirió, adorando el rubor que se deslizó por su hermoso cuello.
-No. -Ella tragó saliva y miró de nuevo a Terra. No era capaz de ocultar bien la mentira-. Sí, bueno, Terra y yo somos inseparables. Llevamos cinco años juntas y, sin duda, es la mejor amiga que una chica puede tener. Sin ella me sentiría perdida.
-De hecho, ella tiene suerte de que su dueña sea tan cariñosa y benévola.
¿Va a montarla hoy? Hace mucho frío. -La idea que lo hiciera sola no le gustaba demasiado.
Más bien nada.
-Sí, debería. Me he abrigado para ello. Me temo que no soy de las que se contenta quedándose sentada en el interior durante todo el día.
-¿Y piensa ir sola? ¿Qué ocurriría si tuviera problemas o, Dios no lo quiera, tuviera un accidente? -Él trató de mantener la voz controlada, pero se temió que no fuera posible. «Jamás te lo permitiría si fueras mía».
-Eso es algo que escucho a menudo, milord. Mi respuesta siempre es la misma:
soy una amazona muy capaz, y Terra es una montura fiable. Mi tío, sir Oliver, ha restringido mis salidas a los terrenos de Kenilbrooke cuando salgo sola, con la aprobación y el consentimiento del señor Hargreave. Siempre se lo notifico al señor Jacks, el administrador, para que pueda controlar las dos horas que me permito. - Ella bajo la mirada-. ¿Ve? Tengo muchos galantes caballeros preocupándose por mí y hemos elaborado un acuerdo que nos satisface a todos.
-A mí no me satisface. -Quiso decirle que entrara en casa y que no se le ocurriera salir a montar sola, pero ¿cómo demonios iba a hacer eso? No tenía ningún derecho sobre ella. Al menos todavía no.
-¿Perdón? -Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
-Señorita Byron-Cole, no dudo de su habilidad, es evidente que sabe montar, pero no puede decir que tiene controlados todos los peligros inesperados que pueden surgir. - Graham sabía que sus palabras eran duras, pero no quería que fuera sola y eso era todo.
-No milord, no puedo controlar todos los peligros que existen en el mundo - admitió ella con la cara roja-. Eso es cierto. Por desgracia, es algo que ha quedado patente en mi vida. -Su voz se apagó al final, casi como si lamentara la última frase.
«Como también me ha resultado evidente a mí».
-¿Le gusta exponerse voluntariamente al peligro, señorita Byron-Cole?
¿Cómo es posible? ¿Y qué pasa con los que se preocupan por usted?
-Milord, no deseo provocar dolor a ninguna de las personas que me aprecian.
Usted no me conoce o no sugeriría tal cosa. Simplemente es... es necesario que lo haga - replicó ella. Su voz se hizo cada vez más suave mientras seguía mirando hacia abajo-, porque esto es lo único que me queda de mi vida... de antes.
Él se estremeció, le había tocado una fibra sensible. Esa chica tenía espíritu.
Y él quería ser el receptor de ese espíritu. Imágenes de camas y cuerpos entrelazados pasaron de nuevo por su cabeza. Estaba seguro de que estaba volviéndose loco. Se acercó a ella y le levantó la barbilla con un dedo.
-Míreme -pidió añadiendo un poco de presión.
Ella abrió sus hermosos ojos al tiempo que alzaba su bello rostro, obedeciendo su orden. Graham tragó con fuerza al verlo. Ella era perfecta para él, su aceptación, su belleza, su voz e incluso su olor. La forma de su cara no podía ser más atractiva:
pómulos altos y una boca ancha con labios hermosos que estaba deseando probar. Sus iris eran marrones, pero no había nada aburrido en ellos. Centelleaban con motas doradas, verdes y ámbar. Lo mismo ocurría con su pelo; no era realmente castaño, sino que la luz lo hacía brillar con mil matices. Quiso enredar los dedos en sus cabellos, apretarla contra su cuerpo para que aceptara sus caricias, para que lo admitiera dentro de su cuerpo. ¡Oh, sí!
Había pensado eso un montón de veces ya. Quería a Imogene en su cama, debajo de él, quería hacerle el amor.
Notó que ella tenía la mirada acuosa cuando alzó los ojos hacia los de él, y dejó caer el dedo.
Tuvo que recurrir a todas sus fuerzas para no tocarla. Notaba su angustia al ser obligada a volver a recordar aquellos momentos dolorosos, y sabiendo ya un poco de su familia, sentía la necesidad de consolarla y tranquilizarla.
Graham no pudo evitar mirarla con añoranza antes de hablar, recorriéndola con la vista de pies a cabeza. Estaba vestida con ropa de montar. La chaqueta se ceñía a sus esbeltas curvas que le parecían deliciosas y estaban fuera de su alcance.
-Pero yo quiero conocerla... por completo.
Ella respiró hondo, haciendo que sus pechos se elevaran por debajo de la chaqueta.
-Si pudiera montar hoy con usted, lo haría. -Debía estar con ella, pero sabía que no podía ser en ese momento-. ¡Maldito decoro! -La frustración de no poder actuar lo obligó a despedirse y dejarla con su caballo. Sería mejor que alejara su lamentable cuerpo de ella antes de que acabara haciendo algo estúpido. Como tratar de besarla.
Y quería, Dios, ¡cómo quería!-. Lamento haberle provocado tanta angustia. ¿Podría por favor perdonarme? Espero que su viaje de regreso sea seguro y agradable.
Los ojos de Imogene parecieron arder. Se quedó paralizada durante un minuto y luego asintió, reconociendo su disculpa. Deseó que ella dijera algo más, pero se mantuvo en silencio. Una ráfaga de aire otoñal azotó los establos en ese momento, jugando con el pelo de ella. La frialdad del aire la hizo estremecerse. Él lo vio tan claro como el agua y se preguntó si aquel temblor se debería realmente al frío o a lo que él le había dicho.
-Señorita Byron-Cole, hasta la próxima. -Se inclinó ante ella antes de darse la vuelta y alejarse de los establos. «Que Dios me ayude para seguir mi camino. Que no le pase nada. Porque si así fuera, no sé qué...».
Graham siguió hablando consigo mismo mientras regresaba a la casa, azotando con la fusta sin piedad los tallos que surgían ante él. Llegó a tiempo para verla a través de la ventana, galopando sobre su montura con el pelo ondeando a su espalda.
Fueron las dos horas más largas que recordaba. Releyó el mismo pasaje en el libro una y otra vez, hasta que se sintió asqueado y lo lanzó a un lado.
Recibió con agrado el alivio que lo invadió cuando ella regresó. La observó hacerle una señal al señor Jacks, informándole sin palabras de que había regresado sana y salva.
Una punzada perforó su pecho mientras la veía galopar por el camino, lejos de Kenilbrooke, lejos de él.
Graham era muy consciente de las limitaciones que le imponía la sociedad.
Imogene también lo era. Ambos entendían las reglas. No podían ir contra ellas.
Necesitaban una acompañante. Si no fuera por esas reglas, ella ya estaría en sus brazos, y sus labios conocerían los de ella. Comenzó a esbozar un plan para solucionar ese obstáculo... y fue en busca de su dulce prima Elle.
Una semana después, Graham no recordaba que hubiera pasado un momento más agradable en una iglesia. La hermosa vista del perfil de Imogene sentada con su familia era su único objetivo y lo degustaba agradecido. El sermón del pastor era un zumbido aburrido y condescendiente, al que hacía caso omiso mientras se permitía estudiarla con atención sin que su interés fuera percibido por otros, o al menos, eso pensaba.
En el cementerio, observó a su prima, Elle, que se acercó a Imogene y a su familia para invitarlos a los juegos que habían organizado en Kenilbrooke para entretener a los más jóvenes. La joven pareció aceptar la invitación con gracia, y siguió conversando con facilidad con su nueva amiga. Jules y Hargreave lo captaban todo, al parecer, con gran diversión. Graham, por su parte, no sabía muy bien cómo actuar; no sabía si debía acercarse a Imogene y a Elle, pero era obvio que no iba a poder mantenerse alejado mucho tiempo.
Su autocontrol tendía a evaporarse cuando se trataba de ella. «Sigue hablándole, Elle», rogó para sus adentros. Por fin, se dirigió hacia ellas, con el sombrero en la mano.
Detrás de él, Hargreave y Jules se mostraban muy divertidos.
-Se está acercando -susurró Hargreave lo suficientemente fuerte para que él lo escuchara.
-Sí, sí, va hacia ella, muchacho -se burló Jules.
-Su corazón se acelera, amigo -canturreó Hargreave. Los dos se rieron a su costa.
Graham se volvió y los miró por encima del hombro.
-¡Callaos!
-Buenos días, señorita Byron-Cole, es un placer verla de nuevo tan pronto.
- Seguramente Jules pensaba que imitarle era divertido, pero él quería darle una patada en el trasero.
-¡Ay, señorita Byron-Cole! ¿Me haría el honor de ser mi pareja al croquet?
-Esa imitación procedía de Hargreave, que acto seguido soltó una carcajada tan ruidosa que la gente que los rodeaba comenzó a reírse también, sin saber siquiera de qué iba la broma.
Imogene los oyó también y se volvió para mirar con curiosidad.
Elle, en cambio, observó todo con incredulidad.
Graham miró de nuevo a aquellos idiotas y pensó con entusiasmo en destriparlos.
-Señorita Everley, ¿por qué su hermano y el señor Hargreave se ríen como si fueran escolares en un cementerio? -oyó que preguntaba Imogene.
Ella respondió, moviendo la cabeza.
-No lo sé, señorita Byron-Cole, su comportamiento es muy extraño.
-Yo sé por qué -intervino Graham en la conversación-. Son unos idiotas insensibles. -Se inclinó ante ella-. Señorita Byron-Cole, espero verla esta tarde en Kenilbrooke.
-Lord Rothvale. -Fue todo lo que dijo. Su nombre. Sin embargo, para él fue suficiente. Su reconocimiento y su mirada clavada en él eran suficientes. El sonido de su voz ronca era una completa contradicción con su excelente forma física, y resultaba muy sensual, tanto que su mente se volvía perversa por momentos y muy blasfema, dado que se veía con ella en un cementerio.
-Hasta luego entonces, señoras... -Se quitó el sombrero, se alejó de las jóvenes y regresó al lugar donde estaban los que se divertían a su costa.
-¿Qué demonios pretendéis vosotros? -dijo con demasiada fuerza, poniendo las palmas hacia arriba. El reverendo, que hablaba con la señora Charleston, abrió la boca y se volvió hacia él boquiabierto y con una mirada de sorpresa. Jules y Hargreave estallaron en un nuevo ataque de risa ante esa última humillación. Él hizo una mueca, se llevó la mano a la cabeza y apretó los dientes-. Lo lamento, reverendo, señora, sé que es lamentable. Por favor, acepten mis disculpas. -Les hizo un gesto con la mano y siguió hacia los chistosos.
-Haya paz, primo. -Jules le dio una cariñosa palmada en la espalda.
-¿Siempre os comportáis de esta manera vergonzosa cuando estáis juntos o es solo en la iglesia? Es un milagro que hayáis convencido a la sociedad de que sois personas responsables, así como a vuestras mujeres. No volváis a hacerlo. -Graham les apuntó con un dedo-. U os arrepentiréis, os lo aseguro. ¡Haré que me las paguéis de una forma que no olvidaréis!
-Tienes todo a punto, primo. -Jules hizo una pausa, pero volvió a darle la risa-.
Maldecir en el cementerio, justo delante del reverendo. ¿Cómo se te ocurre, Graham? - Jules y Hargreave seguían riéndose cuando se alejaron los tres.
-No puedo esperar a verte casado; será la única manera de que yo encuentre la paz.
-Bien, no tendrás que esperar demasiado -respondió Hargreave-. ¿Vas a quedarte después de la boda de Jules? Por favor, considera la posibilidad de utilizar Kenilbrooke según sean tus necesidades, Graham.
-No, no seas idiota. Ella se va a Wellick con su hermana después de año nuevo. Y acabo de recordar que conozco a un tal doctor John Brancroft del hospital de Gloucester.
No necesito la ayuda de ninguno de los dos. Habéis hecho vuestra parte y os lo agradezco.
Ahora dejadme en paz. Si no, acabaré dándoos tal paliza que vuestras esposas no os van a encontrar nada atractivos.
Cuando llegó el carruaje de Imogene, Graham estaba allí esperando.
Ninguna otra persona iba a tocarla salvo él, eso seguro. Se miró las manos cuando agarró la manilla de la puerta e imaginó que era su piel desnuda lo que tocaba. Siempre le habían dicho que tenía las manos grandes. Las de ella, por el contrario, eran elegantes y perfectas.
Se la agarró con firmeza cuando puso una en la suya y sintió que lo recorría un escalofrío de excitación. Un simple roce y se sentía agitado. Realmente necesitaba tener cierto control sobre sus reacciones. Su imaginación -y su sexo- tenían ideas propias, al parecer, cuando se trataba de Imogene. Daba igual que estuvieran en público, ¡por el amor de Dios!
Imogene comenzó a presentarle a su familia.
-Lord Rothvale, creo que no conoce a mis primos: Timothy Wilton y su hermana, la señorita Cariss Wilton.
-Es un placer, señorita Wilton. Señor Wilton, he oído que está cursando estudios en Cambridge. Os presentaré a mi hermano, Colin Everley. Está ahora en el Trinity, pero nunca está de más tener conocidos cuando se anda fuera de casa.
Timothy Wilton le dio las gracias antes de acompañar a su hermana a la fiesta.
Cuando la tuvo para él solo, sonrió a la bella Imogene y le ofreció su brazo.
Ella lo tomó al tiempo que le devolvía la sonrisa, provocando una ráfaga de felicidad en su interior.
-Parece estar de mejor humor que esta mañana en la iglesia, milord.
Él asintió con la cabeza, manteniendo a propósito una expresión neutra.
-¿Qué piensa del croquet, señorita Byron-Cole? ¿Se le da bien?
-Juego de forma pasable, pero me han acusado de ser diabólicamente competitiva.
-Excelente. Entonces, hágame un favor: si se encuentra con mi primo o con Hargreave en el transcurso del juego, sea cual sea el momento, no tenga misericordia de ellos.
Ella pareció encontrar hilarantes sus comentarios por la forma en que se rio en voz alta.
-Acabamos de firmar un pacto, milord. Le prometo por mi honor que lo haré.
-La he hecho reír. Me encanta el sonido de su risa. Valió la pena el desastre de esta mañana solo por escucharla.
-Una buena carcajada siempre merece la pena -aseguró ella, mientras la conducía hacia el campo de juegos.
Graham disfrutó mucho del juego, lo de menos era la venganza sobre su primo y su amigo. El mayor placer fue poder observarla libremente, con un mazo en la mano, golpear la bola con habilidad, riéndose y flotando sobre la hierba, con el cabello dorado oscuro agitado por el viento, sus sonrisas de diversión. Para él, era una belleza etérea y siempre le había gustado mirar la belleza. Fiel a su palabra, ella sacrificó cualquier tiro que hubiera podido favorecer a Hargreave o Jules.
-Bien hecho, primo -le dijo Jules al oído-. Me impresiona que hayas ganado su lealtad con tanta rapidez. Después de todo, te hemos ayudado, ¿no es así?
-Graham le tendió la mano a modo de saludo, y Jules la aceptó. Entonces, Graham apretó con fuerza y su primo hizo una mueca de dolor-. Es preciosa -continuó a pesar del apretón-, perfecta para ti. Así que es la única capaz de hacerte feliz, ¿no? Ha sido muy rápido... pero observo el cambio que ha operado en ti.
-Gracias por la confianza. Jamás había conocido tales sentimientos inquebrantables. Es como si estuviera destinado a ser o, ¿por qué no?, me atrevo a esperar que llegue a ser mía. ¿Cómo llegaste a conseguir a Mina?
Jules sacudió la cabeza.
-Fue horrible. Me gustaría poder decirte que no lo fue, pero mentiría. Sin embargo, lo harás bien. Tienes la ventaja de haber congeniado amigablemente a la primera.
Le gustas. ¿Cómo lo has conseguido con tanta facilidad?
-Sonriendo y pidiéndole un baile -repuso Graham con sequedad.
-Ay... Supongo que has oído alguna historia de cómo fue el primer encuentro entre Mina y yo. Confieso que era un estúpido y que ella me odiaba. Tú eres más listo que yo. ¿Quieres un consejo? Sé completamente sincero con ella y declárate pronto. Sospecho que la señorita Byron-Cole agradecerá un poco de sinceridad en su vida. No esperes demasiado. Si no te declaras tú, otro lo hará. Acaba de terminar el luto y tiene una buena dote. Todo el mundo está teniendo una respetable deferencia contigo debido a tu rango, pero no será así siempre.
Graham asintió, pero fue como si su corazón se detuviera al pensar en otro hombre cortándole. «Es mía».
Los dos hombres observaron como Elle invitaba a Imogene a acompañarlos al día siguiente.
-Mis primos, Colin y Graham, me acompañarán -decía-. Pasaremos por Wilton Court a las diez. -Imogene aceptó la información y se mostró de acuerdo.
Graham se volvió hacia Jules.
-Tu hermana es de las personas más amables y dulces que conozco, y le debo una.
No olvidaré lo que está haciendo por mí, Jules.
Su primo sonrió con tristeza antes de asentir.
-Lo sé. Ella es así, y sé que no lo olvidarás.
A partir de ese momento, aquello tomó un cariz demasiado emocional para que ambos primos siguieran conversando. Demasiados recuerdos dolorosos... de niños sin padres que crecieron tranquilos.
Los dos lo entendían bien.
-Lord Rothvale está enamorado de ti -le susurró su amiga al oído.
-¡Jocelyn! Casi me matas del susto -gritó Imogene-. Y, ¿cómo puedes afirmar tal cosa? Apenas me conoce. -Imogene se sorprendió por la sinceridad de su amiga, pero no podía negar los sentimientos que provocaban las palabras de Jocelyn.
Hacía tanto tiempo que no abrazaba una emoción, que casi no la reconoció.
-Soy consciente de ello, Imogene, pero da igual el tiempo, ese hombre está enamorado de ti. Me ha preguntado sobre ti.
-¿Te ha preguntado sobre mí? ¿Cuándo? No has estado en el baile, Jocelyn. Por cierto, ¿por qué demonios no has asistido?
Jocelyn pasó por alto la última pregunta.
-Mis padres los invitaron a cenar en casa. A Jules, a su hermana Elle y a sus primos.
-Claro. Julian Everley pronto se convertirá en tu cuñado, cuando se case con Mina.
-Imogene trató de desviar la conversación-. ¿Qué opinas sobre Ellenora?
-Me cae bien, pero estaba hablando de lord Rothvale. ¿No quieres saber más?
Imogene sintió que se ruborizaba. No podía hablar, así que se limitó a asentir y esperó a que Jocelyn comenzara.
-Cuando nos sentamos para cenar, se puso a mi lado. De alguna forma, ya se había enterado de que somos buenas amigas. Me habló del baile, de cómo habías llevado al cordero. Imogene, cuando habla de ti parece que entra en trance. Quería saber hasta lo que te gusta leer.
-¿Qué le has dicho? -susurró.
-Poesía. Lord Byron. La muerte de Arturo. Le gustó oírlo, creo. -Jocelyn la miraba con suficiencia-. Quiso saber cuál es tu color favorito.
-¿Y?
-Le dije que era el verde. A él también le gustó.
«Sus ojos son color verde».
-No deberías habérselo dicho, Jocelyn. No está bien. No quiero que la gente empiece a especular.
-Creo que es demasiado tarde para eso. -Jocelyn le cogió las manos-.
Sus ojos no se alejan de ti. Si te dieras ahora la vuelta y miraras, te lo encontrarías mirándote la espalda mientras hablamos. Creo que lo mejor es que te preguntes qué opinas de él.
«¿Está mirándome en este momento?». Imogene levantó la cabeza con terquedad.
-Me gusta. Se comporta como un caballero. No ha hecho nada que me hiciera pensar que podría querer ser algo más. -Bajó los ojos-. Mañana me acompañará a caballo. ¿Te gustaría unirte a nosotros, Jocelyn?
-No, gracias, querida. Deberías aprovechar la oportunidad que tienes mañana para conocerlo mejor. No dejes escapar la ocasión. Dale alas.
Imogene sopesó las palabras de Jocelyn. ¿Estaría realmente enamorado de ella?
¿Cómo sería posible después de tan breves encuentros? ¿Podía llegar a amarlo? Tenía que admitir que, solo con pensar en él, sentía un fuego interno. Le gustaba sentirse así.
-Hoy está magnífica. -Graham la miró con seriedad, tratando de absorber su presencia todo lo posible. Se encontró con que las ganas de estar con ella eran más fuertes cada minuto. En ese momento casi sentía pánico ante la idea de verla partir.
-Lo he pasado muy bien. Me ha venido bien reírme y he disfrutado de verdad de los juegos. Me atrevería a decir que la conspiración contra el señor Everley y el señor Hargreave ha resultado bastante bien. Su puntuación fue de las más bajas.
-La triunfante sonrisa de Imogene hizo patente su espíritu competitivo.
-Todo gracias a usted. Sin duda está poseída por un diablillo malvado. Es verdad.
«Marca y aprende de la señorita Byron-Cole» debía ser el grito del día.
Ella se rio de nuevo.
-Señorita Imogene, por favor. Señorita Byron-Cole es demasiado largo y tengo ganas de montar mañana, señor Rothvale -replicó ella con suavidad y los ojos brillantes.
Él se inclinó, emocionado por que ella le hubiera pedido que la llamara por su nombre de pila.
-Señorita Imogene, yo también tengo... muchas ganas.
« No sabes cuánto, querida y hermosa Imogene».