nubes oscuras amenazaban con lluvia cuando llegaron para recoger a Imogene en Wilton Court al día siguiente. Hubo las pertinentes presentaciones y lord Rothvale, tan guapo y sombrío como siempre, aseguró a sus tíos que si el clima empeoraba, la llevarían a salvo en casa. La ayudó a montar a Terra, y sintió el calor de sus grandes manos a través de la ropa cuando se las puso en la cintura.
-¿Preparada? -preguntó él.
Ella asintió con la cabeza, incapaz de formular una palabra.
-¿A dónde nos dirigimos, señorita Imogene? Es la única de nosotros que conoce la zona. ¿Podría guiarnos?
-De acuerdo, síganme. -Tiró de las riendas de Terra.
Los llevó a lo alto de un prado salpicado de árboles, más allá de los límites de Kenilbrooke. Había una ladera llena de rocas que el tiempo había erosionado lo suficiente como para que los caballos pudieran subirla. Más allá, se encontraban las ruinas de un castillo. Debía haber sido formidable en tiempos pasados, pero en ese momento agonizaba.
La techumbre había desaparecido ya y ese único acto había condenado al resto de la edificación. Los muros habían comenzado a agrietarse, cayendo al suelo cuando no hubo nada en lo alto que sostuviera las piedras que los formaban. Sin embargo, incluso la ruina era hermosa, a pesar de ser invierno. Más allá de las murallas, las ovejas salpicaban la ladera, pastoreando, y recordó la primera vez que lo vio. Las ovejas habían colonizado toda la zona, concentrándose en los alrededores de aquellas antiguas piedras caídas. Colin y Ellenora Everley desmontaron y se alejaron para investigar entre los escombros.
La paz reinaba a su alrededor cuando lord Rothvale se detuvo junto a ella.
-¿Dónde lo encontraste?
Ella sabía que se refería al corderito que había rescatado el día de su llegada; al ver aquellas ovejas también había recordado lo mismo.
-Allí abajo, en el lecho del arroyo. -Señaló el punto donde un arroyo serpenteaba entre las rocas-. Estaba en la parte seca, entre las piedras.
-Menuda aventura. ¿Se sentía tan segura como para bajar hasta allí?
-No era una ruta cómoda, pero tenía que hacerlo. No podía dejar que muriera ese pobre animal.
-Creo que eres una valiente.
-Soy una chica de campo. No hice nada que no hubiera hecho si estuviera en mi casa, en Drakenhurst.
-¿Se considera la típica chica de campo? Le aseguro que no lo es. No había conocido a nadie como usted.
«A mí me ocurre lo mismo».
-Lord Rothvale, quizá no haya pasado el tiempo suficiente en el campo.
-No lo crea. -Él arqueó una ceja al tiempo que meneaba la cabeza-.
¿Qué me cuenta de su casa, Drakenhurst? ¿A qué dedica allí el día? -Lo que más sorprendía a Imogene era que él se comportaba como si realmente quisiera conocer su vida. La mayoría de los hombres se limitaban a conversar con las damas como dictaba la sociedad, mostrando poco interés por su persona o sus pensamientos. Sin embargo, cuando él la miraba fijamente a los ojos y le hacía aquellas preguntas, parecía que la información que le suministrarían sus respuestas era importante para él.
-Drakenhurst se encuentra en Essex, es una granja, no lejos de Londres, en Waltham Forest. Mi padre tenía unos establos excelentes y disfrutaba cazando cuando se lo permitían sus obligaciones con el Parlamento. Supe desde muy joven que estar al aire libre es preferible a permanecer encerrada en casa. Allí, siempre monté con frecuencia, y también practiqué mi puntería. Encuentro que la habilidad y precisión del tiro con arco es un desafío que me sosiega. La quietud y concentración necesarias antes de soltar la flecha para que busque el objetivo... me satisfacen. Lo considero todo un logro.
Lo echo de menos. Desde que llegué a Shelburne no he tenido oportunidad de practicar.
-Su voz se apagó, y sintió la repentina necesidad de permanecer en silencio.
-¿Ve? Es una deportista consumada. Tenía razón. No es la típica chica de campo como dice con tanta modestia. Sus palabras son más propias de Artemisa, la diosa de la arquería y la caza. Sería así como la representaría en un retrato, señorita Imogene.
Imagíneselo... -Milord, le aseguro que no soy el modelo que pretende. Tuve ocasión de pasar mucho tiempo en el interior de casa, entretenida en ocupaciones más comunes y tradicionales, como se espera de una joven. Escribo un diario. También leo mucho. - «Algo que usted ya sabe»-. Mi madre estuvo enferma mucho tiempo, y mi hermana y yo la cuidábamos con frecuencia. Sentíamos un profundo afecto por ella y nos gustaba leerle libros. Además, solíamos escribir su correspondencia. -Imogene lo miró desafiante, sin querer sentir su lástima. Todavía guardaba aquel dolor, y aún no estaba preparada para compartirlo.
Él asintió y lo dejó pasar. Lord Rothvale tenía instinto, lo que era una suerte para él, porque ella no quería hablar de su madre. Ese día no.
Cabalgaron juntos en agradable compañía. La impresionó una vez más la sencillez que mostraba aquel hombre. No presionaba, era más bien como si la guiara hacia dónde ella quería ir. Cuando estaba con él, podía hablar con libertad, no sentía una urgente necesidad de llenar los silencios que, al contrario, resultaban muy cómodos y volvían innecesaria una conversación banal.
-Es mi turno -dijo ella-. He respondido a varias de sus preguntas, por lo que sería justo que usted contestara a algunas mías. ¿Trato hecho?
-Pregúnteme lo que quiera, señorita Imogene. Estoy a sus órdenes - respondió él a la ligera, aparentemente satisfecho de que la conversación se hubiera desprendido de su espíritu sombrío.
-¿Porqué su primo, el señor Everley, se refirió a usted como «rebelde» en el baile?
Le llamó así y me gustaría saber por qué.
Él arqueó una ceja antes de hablar.
-Supongo que es una buena pregunta. Le garantizo que no oculta nada siniestro.
Soy un «rebelde» en el sentido de que he estado lejos de casa durante mucho tiempo. El año pasado lo pasé en Irlanda poniendo al día algunos negocios familiares.
¿Recuerda lo que le comenté sobre la muerte de mi madre? Pues bien, Donadea, nuestra propiedad en Irlanda, pasó a las manos de mi familia después de su muerte. Tuve que organizar allí las cosas.
-¿Irlanda le resulta un lugar agradable?
-Sí, mucho. De hecho, permanecí allí más tiempo del que pensaba originalmente.
Cuando Julian me escribió para comunicarse su próximo enlace con la señorita Mina, sentí que había llegado el momento de regresar a Inglaterra, a hacerme cargo de mis responsabilidades aquí. Mi familia es importante para mí, y deseaba ofrecer mi apoyo a Jules, por supuesto... «Es leal a su familia».
-¿Echa de menos Irlanda?
-Sin duda es un lugar encantador. En Irlanda, todavía existe el viejo mundo, ya sabe: hadas, elfos, brownies y otras criaturas. -Él la miró con cara inexpresiva antes de guiñarle el ojo, burlándose de ella con aquella mirada verde.
-¿Incluso brownies, milord? Por lo que he oído son muy traviesos - respondió ella, en tono burlón.
-En efecto. Jamás he conocido uno en el que se pudiera confiar. Todos son pequeños demonios malvados.
-Creo que alguien está siendo muy malo, esparciendo cuentos sobre los residentes de la isla esmeralda.
Él echó la cabeza hacia atrás y se rio de ella. Aquel sonido fue directo a su corazón.
-Pero es cierto, allí hay una belleza mágica que te envuelve, algo que te cautiva.
Sé que volveré algún día. -La miró directamente a los ojos y ella hubiera jurado que aquellas palabras la incluían de alguna forma-. Aunque estoy feliz de estar aquí, en Inglaterra, había llegado el momento de que me fuera de Irlanda, y ahora, en concreto, no me gustaría estar en otro lugar.
A pesar del frío del día, de repente tenía calor.
-Su nombre no es muy común, ¿verdad? ¿Era Graham el apellido de su madre y por eso se lo pusieron?
-Sí. Tiene usted razón. Es algo así como una tradición familiar. Por suerte, mi madre no se apellidaba Bumweald o Whitelegg o algo así de horrible.
-No sé yo... -replicó ella sin contenerse. Con lord Rothvale era fácil burlarse-.
Creo que Whitelegg Everley le iría como anillo al dedo, ¿no cree? - mantuvo la expresión seria a pesar de que quería dejarse caer en la hierba y aullar de risa. Él la salvó riéndose primero y dejando que lo imitara.
-Usted tiene un nombre muy bonito -comentó él-. Imogene es irlandés, ¿lo sabía? Significa «última hija». Y comparte apellido con el poeta más famoso de toda Inglaterra.
Imogene no quería hablar de su nombre.
-Lleva el pelo a la antigua usanza -comentó mirando fijamente sus cabello-.
¿Es la moda en Irlanda? -Se arrepintió al momento de su pregunta-.
Perdóneme. Ha sido una grosería por mi parte preguntar.
Él se encogió de hombros.
-No me importa responder. Me parecía más fácil en su momento. Irlanda es muy diferente de Inglaterra, más simple, menos complicada. Ahora que estoy de vuelta, he pensado cortármelo otra vez.
Graham estudió la reacción de Imogene a sus palabras, y observó que aparecía un surco en su frente antes de susurrar «sería lamentable» casi para sus adentros.
«A ella le gusta que lleve el pelo largo».
-Pero tal vez me lo deje así. -Ella sonrió de nuevo.
Graham creía en el destino. Creía en sus frecuentes y vívidos sueños, sentía que era el destino lo que le había llevado a ese lugar, que tenía que encontrarla.
Estaba preparado.
Listo para irse a casa y reclamar su herencia en todos los sentidos con lo que ello implicaba.
Preparado incluso para casarse.
La idea de tener esposa, ahora que había conocido a Imogene, era tan poderosa que solo podía imaginarla a ella en ese papel. Sin embargo, necesitaba estar seguro. Seguro de sus sentimientos. No podía compartir nada de eso todavía con ella, pero tenía fe. Sus sueños eran fuertes, e Imogene aparecía omnipresente en ellos.
De hecho, cada noche esperaba sus sueños con interés, ya que en cada uno podía encontrar lo que anhelaba. Podía acercarse a ella. Tocarla.
El sonido de la risa de Elle y Colin interrumpió sus reflexiones cuando detuvieron sus caballos junto a ellos tras una corta cabalgada. Los miró interrogante.
-¡Mira al cielo, hermano! -gritó Colin apuntando hacia arriba con un dedo-.
¡Va a llover!
«¡Santo Dios!». Graham alzó la vista hacia las nubes. Eran oscuras y de tormenta.
En ese mismo momento, pareció que el cielo se abría y que lanzaba una venganza. Llegó acompañada de un sonido bestial, un trueno gigante que los hizo ponerse en marcha.
-¡Estamos atrapados sin remedio! ¡Preparaos para mojaros! -gritó Graham mientras los cuatro ponían sus monturas al galope.
Imogene parecía estar viviendo el mejor momento de su vida, libre y poco convencional. Galopaba bajo la lluvia, mojándose, como si que el agua corriera por su rostro fuera lo de menos. Que le ocurriera todo eso estando con ella le conmovía. Era muy íntimo. Miró por encima del hombro con los pasos de sus caballos resonando sobre la hierba y sus ojos se encontraron.
-Me encanta -reconoció ella con una gran sonrisa.
Él se rio en voz alta ante su declaración, recreándose en su visión. Imogene era hermosa incluso galopando bajo la lluvia, recorriendo los campos calada hasta los huesos, encandilándolo cada vez más.
«Y a mí me encanta vivirlo... contigo».
Cuando se acercaban a los terrenos de Kenilbrooke, Colin y Elle gritaron para despedirse y se dirigieron a los lejanos establos. Graham e Imogene continuaron al galope hacia Wilton Court. No quedaba demasiado lejos y llegaron muy pronto, encaminándose directamente a las cuadras para escapar de la lluvia. Graham saltó de Triton y se acercó para ayudarla a desmontar, abrigando su cintura con las manos y tirando de ella hacia su cuerpo. No pensaba perder esa oportunidad de tocarla y sentirla contra su pecho. No podía... y al infierno con todo lo demás.
Imogene cerró los ojos cuando la agarró, y los abrió de nuevo cuando sus pies tocaron el suelo. Respiraba con dificultad por el esfuerzo de la carrera y una enorme sonrisa inundaba sus rasgos.
-Ha sido la mejor salida en mucho tiempo. Jamás olvidaré este día.
«Ni yo». Graham se sentía hipnotizado otra vez. Incluso empapada era exquisita.
-¿Tiene frío? -Logró preguntar.
-En lo más mínimo.
-Su ropa está empapada. -«En los mejores lugares...». Intentó no mirar el corpiño húmedo que mostraba cada deliciosa curva de sus pechos, perfectos, preciosos y notablemente fríos. Lo que daría él por tener su boca en ese punto en concreto en ese momento. Intentó resistirse con todas sus fuerzas, pero no lo logró por completo.
«¡Que Dios me ayude!».
Imogene sacudió la cabeza.
-No me importa, ha valido la pena. -La vio tragar aire, todavía con la respiración entrecortada.
Graham no hubiera podido evitar lo que hizo a continuación. Se acercó y le acarició la cara, retiró un mechón mojado de su frente. No podía evitarlo. Sus dedos siguieron moviéndose, como si tuvieran voluntad propia y dibujaron la línea de su rostro, la longitud de la mejilla, la firme curva de la mandíbula y, por fin, se detuvieron en la barbilla. Ella cerró los ojos al sentir su contacto.
-Me sorprende... es única, no hay ninguna mujer como usted -confesó.
Respiró hondo, satisfecho con aquella respuesta a su contacto. Ella sentía algo por él, estaba seguro.
-Se lo agradezco, milord. Me resulta significativo que piense eso.
-¿Le gustaría volver a cabalgar si el tiempo lo permite?
-Oh, sí -respondió ella, moviendo la cabeza.
-Hoy me marcho a Londres. -La observó con detenimiento.
-¿Se marcha? -Imogene frunció el ceño antes de que pudiera darle una respuesta.
Era evidente que no quería que se fuera.
-Solo un par de días. Tengo que atender unos asuntos urgentes. -La había visto fruncir el ceño y eso le alegraba-. Estaré de vuelta antes de que se dé cuenta, y cuando vuelva, quiero verla. Quiero reunirme con usted, formalmente. -Ella no reaccionó de inmediato, pero sus ojos brillaban-. ¿Entiende lo que estoy proponiéndole? -Imogene asintió-. Dígamelo, por favor. Necesito escucharlo. -Su verdadera naturaleza estaba quedando al descubierto. Su verdadero yo. La parte más dominante. No podía evitarlo, y si ella iba a ser suya, tenía que aceptarlo así.
-Deseo permitirle reunirse conmigo formalmente, lord Rothvale. -Sus ojos castaños brillaron al encontrarse con los suyos y él quiso grabar ese instante. La imagen que veía en ese momento, la belleza de esa mujer, lo bien que se sentía.
-Bien... -Asintió con la cabeza sin romper el contacto visual con ella y le cogió la mano para llevársela a la boca. Besó su piel con los labios separados, saboreándola. La rozó con la lengua, recreándose demasiado tiempo para que resultara correcto. Se moría por tocarla, pero también quería ver cómo reaccionaría a él. Imogene se lo permitió durante un instante, pero luego contuvo el aliento con brusquedad. Aquel sonido arrancó a Graham de su trance, y le soltó la mano con rapidez.
-Lo lamento -susurró, pero era mentira. No era pesar lo que sentía después de haber probado su piel.
Ella sacudió la cabeza muy despacio.
-No lo haga -y luego retrocedió lentamente-. Buenos días, milord, y buena suerte en su viaje. -Se mantuvo de pie ante él con expresión ilegible.
El se inclinó y luego la observó mientras se daba la vuelta y huía de los establos.
«¿Qué demonios te pasa? Tienes que cortejarla, no devorarla».
Pero Santo Dios, había sido bueno.
Graham supo que su sueño sería una tortura esa noche. Estaba siendo abrumado de forma implacable por una belleza castaña que aún no había reclamado un dulce tormento.
Pero que sin duda lo haría con el tiempo. Poco después, pero aún no. Se permitió la indulgencia de imaginarlo.
El viaje a Londres, tres horas bajo la lluvia irregular, le proporcionó un montón de tiempo para reflexionar sobre la reacción de Imogene ante lo que le había hecho en los establos. La escena volvía una y otra vez a su mente, sabiendo que se había tomado una libertad para asegurarse, pero sabía que ella también se sentía afectada por él, en el buen sentido. Su jadeo había sido de pasión, no de temor. Ella sentía interés por él. Dado el placer que obtenía montando salvajemente bajo la lluvia, y la reacción a su beso, supo que era una mujer apasionada. Y él sería quien le descubriera las profundidades de la pasión.
Esperaba no haberla asustado. Lo sabría muy pronto, ¿verdad?
Los gritos, las discusiones, el llanto. El niño estaba llorando, y también su madre, en alguna parte. El monstruo se rio una vez más, de todo el mundo. Su madre, vestida con ropa de montar, lloraba a sus pies. Su padre estaba frío en el ataúd. Se sentía sola, indefensa, débil.
-¡Nunca les des la espalda, hijo! -imploraba su madre-. Ella es de tu sangre.
Aunque no tengas otra razón, ¡hazlo por mí!
Se enfrentó al monstruo.
-¿Por qué me atormenta? ¿Por qué nunca tengo paz?
El monstruo se rio de sus súplicas.
-¡No seas una vergüenza para la familia, hijo! -gritó su padre desde el féretro-.
Cumple con tu deber, nada más. No es necesario nada más. Déjalo ir.
-¡Te odio! -gritó al monstruo.
Y la bestia rio de alegría... Graham despertó de repente de su pesadilla, enredado en las sábanas, en la cama.
Bajó la mirada por su cuerpo y echó un vistazo a la erección que lucía mientras jadeaba contra el cabecero. No era exactamente el tipo de sueños que había esperado esa noche.
Buscó la imagen de Imogene, su cara, su hermoso cuerpo y se concentró en ella. Lo hizo hasta que se sosegó su acelerado corazón y la cabeza dejó de darle vueltas. Llevó la mano entre las piernas y buscó su pene rígido. No le llevaría demasiado tiempo y bien sabía Dios que necesitaba una liberación. No podía salir y buscarla en un burdel, y tampoco le satisfaría. No se veía capaz hace hacerlo. Los días de prostíbulos y fulanas habían terminado. Ahora solo deseaba a una mujer. Se acarició un poco más rápido. Se imaginó la boca de Imogene, sus hermosos labios recorriendo todo su cuerpo y más, más... Apretó su miembro con un poco más de fuerza hasta que de la punta manó una gota.
La imaginó probándola con su lengua... y eso fue todo lo que necesitó. Sus testículos se tensaron por completo y se derramó sobre la mano. El olor a almizcle de su semen inundó sus fosas nasales al tiempo que las imágenes de ella ocupaban su mente. La liberación fue bien recibida, pero no era suficiente. Quería hacer el amor con ella de verdad.
Quería enterrarse profundamente entre sus dulces muslos, hacerla alcanzar el placer a la vez que él. Lo quería todo con ella.
Cuando se levantó para lavarse las manos, echó un vistazo al espejo, sobre el lavabo. Estudió su pelo oscuro, su cuerpo grande, los ojos verdes y los dientes rectos que debía agradecer a su madre, y deseó poder cambiar el pasado. Lo ansió con todo su corazón pero, una vez más, la «necesidad» y la «realidad» parecían recordarle que la vida te ofrecía lo que querías de verdad en raras ocasiones. Rezó para que Imogene fuera una excepción.
Al volver a meterse en la cama, le llevó un tiempo lograr dormirse. Pero cuando por fin lo consiguió, fue Imogene la que pobló sus sueños.