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Esa mañana me despertaron las personas de limpieza del teatro que son las primeras en entrar, muy de madrugada a las seis y media cuando apenas empezaba a asomarse el sol. Ellos me miran en el piso del escenario con mi maya y mi rodete a medio hacer. Miro el reloj de mi celular solo había dormido una hora.
Me estaba reincorporando pensando en que fue lo que me paso y si había sido un sueño o acaso un embrujo lo que me atrapo, cuando recibo una llamada de mi madre. Atiendo el teléfono, empieza a gritarme furiosa, me reprocha que porque no volví a casa esa noche y que de la escuela la llamaron diciéndole que no había asistido a clases y que además solía dormirme en el aula, me amenazó diciéndome que, si continuaba con mi mal desempeño en la escuela y si no dejaba de estar tan obsesionada con el valet, ella me prohibiría seguir viniendo a la compañía
Me asusté mucho y le rogué por favor que no me quitara el valet, le prometí que cambiaria, que mejoraría mis notas y que esta sería la última vez que no asistió a la escuela si su permiso. Mi mama estaba muy enfadada conmigo y pensaba que el valet me estaba haciendo daño, pero yo logre convencerla de que me dé una última oportunidad.
Esa tarde no me quedo de otra más que quedarme en el teatro, todo el día, tomando café para soportar el insomnio, me sentía tan enfadada por tantos problemas que me estaba generando el espíritu de Alexsandro. Pero, por otra parte, no lograba quitar de mi mente, esa preciosa melodía que con sus dedos huesudos tocaba sin parar.
Una hora antes de que empiece mi clase de baile decidí que no iba a dejar que me siguiera arruinando y escondida en el baño le grite, con mucha furia le dije:
Escuchaste, todos están enfadados conmigo por tu culpa, no sé lo que quieres de mí, pero no me ayudas en nada. No pienso perder mi sueño por tu culpa, no voy a dejar que me quites lo que más amo hacer en la vida
Esa fue la clase más tranquila que tuve en mucho tiempo, las caricias, las presencias, las sombras habían desaparecido, por lo cual me sentí aliviada. Pero al hacerse la hora de volver a nuestras casas yo dudaba de regresar con el grupo o quedarme un poco más en el teatro, me quede pensando si aún quería volver a ver a ese muchacho pianista.
Esa noche no practique las coreografías, solo me quede sentada en el salón, frente a la barra esperando que la noche avance. El silencio era sepulcral, solo se escuchaba el tic- toc del reloj de pared, y el sonido de mi corazón que no estaba seguro de lo que había decidido hacer, cuando marco las once pensé que era moment5o de regresar y si en este caso no volvía a ver al espectro lo daría como asunto cerrado.
Empecé a caminar por el pasillo cuando veo a lo lejos, una figura negra que flota en el aire, ubicada entre la puerta de salida del teatro y la puerta del escenario, me acercó respirando profundo hasta llegar lo suficientemente cerca del espíritu como para verlo de cerca. Me estremezco mientras el extiende uno de sus brazos y de entre sus manos de huesos me ofrece un ramo de flores negras como el carbón, se las acepto sin saber si debía agradecerle o no.
El vuelve a extender su brazo y me toma de la mano, su tacto es tan frio como el hielo, me lleva de la mano fuera del teatro, vamos caminando por las calles de a estas altas horas de la noche, caminamos cuadras y cuadras sin que supiera a donde quiere llevarme. Empiezo a cansarme, no sé cuántos kilómetros llevo caminando ni hacia donde voy, cuando pasamos por un barrio solitario y sombrío.
Unas cuadras más adentro el espectro me lleva hacia un bosque en donde los árboles secos, negros con sus ramas en punta, parecen muertos y una niebla espesa y gris anda por el lugar, el pasto esta marchito y el cielo sin una sola estrella, solo se escucha el sonido de un búho. Él se para frente a mí, aun tomándome la mano, parece como si me estuviera mirando, aunque en lugar de cara solo tiene una sombra negra.
En ese lugar tan siniestro extiende su otra mano apoyándola sobre la mano que sostiene el ramo de rosas negras y me envuelve la cintura con la mano con la que me tenía tomada. Me arrimo a él sintiendo su contacto, estando tan cerca, el uno pegado al otro, el frio de sus manos de huesudas me hace estremecer, empieza a moverse para bailar el vals y en medio de ese bosque tan tenebroso bailamos como si se tratara de Giselle y su amado Albrecht.
Luego de unos minutos él se detiene y me toma otra vez la mano, seguimos dirigiéndonos hacia otro lugar, me pregunto a donde más querrá llevarme. Esta vez el me hace entrar a un cementerio, pasamos por entre las tristes tumbas, se veían sus fotos, algunos eran ancianos, otros niños, las fotos y las rosas secas estaban sobre las lapidas con los nombres.
El espectro se paró en una de esas tumbas la foto era de un muchacho joven y rubio como el que había visto aquella vez en el reflejo del espejo, en la lápida llegue a leer: Alexsandro Jones 1980- 1999
Leer eso me invadió de las más profundas de las penas, esta vez yo tomé sus manos huesudas y mirándolo a lo que se supone seria su cara le dije: Solo tenías diecinueve años, cuanto los siento, le dije tratando de acercar mi mano para acariciarlo el, la tomo con su mano y se acercó a mi cara como para darme un beso, yo acerqué mi cara y sentí como si algo frio pero a la vez ardiente tocara mis labios, lo que me hizo exclamar: ¡Ay¡ dando un pequeño paso hacia atrás.
A lo lejos siento que unas voces me llaman, me doy vuelta y veo a mis compañeras de la compañía, mi profesora de danza y mi madre venir hacia nosotros con el rostro lleno de preocupación.
Alexsandro reacciona tomándome la mano y pasando entre los árboles secos y las tumbas me dirigía hacia otro lugar, pero ¿A dónde? Mientras que detrás de mí la gente que me quería y se preocupaban por mí me llamaban desesperados. Le grite que me dejara ir, pero él no me hacía caso, ni me soltaba. Seguía caminando, pero no sé a dónde, y no quiero saber, no quiero seguir acompañándolo. Me tire al piso y le suplique con lágrimas que me soltara, que me dejara ir.
Él se arrodillo conmigo tocándome las mejillas y secándome las lágrimas con sus manos de huesos, mi madre y mis amigos estaban muy cerca asique solo acerco su cabeza como para darme un beso en la frente y desapareció entre la nada.
Ellos llegaron y pusieron una manta sobre mis hombros, salimos del cementerio subiéndonos al auto de mi instructora de baile, regresando a mi casa.
Mi madre estaba aterrada, lloraba y se lamentaba porque su hija había sido poseída por un espíritu maligno quien la estaba lastimado y la había llevado a lugares peligrosos. Esa misma mañana todos juntos hablaron conmigo rogándome que no siguiera guardando en mi corazón pena o sentimientos por ese espectro tan demoniaco. Me hicieron jurar que no volvería a tratar de llamarlo, ni a estar con él.
Ellos me dijeron que debía de enfocarme en mis estudios y actividades y olvidarme de ese espectro que nada más iba a llevarme a la muerte o a la locura.
Desde entonces mi madre siempre va a buscarme a la salida del teatro amenazándome con que, si otra vez aparezco enredada en ese tipo de situaciones, no me dejaría volver al teatro y recomendándome, además, que empiece a buscar otras compañías de baile que no estén enredadas en historias complicadas y que sean más acorde a mi estado emocional.
Yo pensaba en Alexsandro todos los días, en su música, su historia, en los momentos tan lindos que vivimos los cuales quedaron en mi corazón, pero entendía que ya no estaba bien que siga tratando de llamarlo o relacionarme con él, pues pertenecía al mundo de los espectros y yo al de los humanos.
Las semanas pasaron y el momento de la primera presentación del ballet Giselle llegó. El teatro estaba lleno, había gente hasta parada, se trataba de una presentación muy prometedora. Salí al escenario con mis compañeras dándolo lo mejor que tenía. La obra había salido perfecta y todos se pararon para aplaudir con entusiasmo mientras hacíamos el saludo final, cuando en una esquina cerca de la puerta y alejado de la gente lo veo a él, el muchacho pianista.
Yo lo puedo ver, peo los demás no, espero a que terminen de saludar y corro hacia él, se aleja flotando fuera del escenario, pero cuando salgo ya no está.
Sentí tanta pena, deberás que me hubiera gustado poder verlo una vez más, al menos para despedirme. Mi madre que noto ese comportamiento extraño en mi salió con el ceño fruncido a preguntarme si todo estaba bien, y yo le dije que sí, que no tiene nada de que preocuparse.
La gente hablaba feliz unos con otros sobre el excito de aquella noche, pero mi mente en ese momento estaba perdida y pensando en él. Al llegar a mi casa fui a mi habitación a contemplar la luna y las estrellas, era una noche cálida, pensé si tan solo pudiera verlo una vez más, al menos para despedirme de él.
Ni bien tuve ese pensamiento apareció flotando en la calle, salí a la calle en puntitas de pie, cuidando de que mi mama no se diera cuenta a encontrarme con él. Me pare frente al espectro y el extendió sus manos para tomar las mías y poner una debajo de mi cintura, bailamos el vals como aquel día en ese bosque, yo sonreí disfrutando el momento, pero esta vez fui yo quien decidió detenerse.
Le dije que lo quería mucho, que lo amaba pero que no podía irme con el porque el pertenecía al mundo de los espíritus y yo al mundo de los humanos, por lo que lo mejor era que no volvamos a vernos
Él se me quedo mirando a través de su capa negra le dije que nunca lo olvidaría. En ese momento el extiende su brazo y coloca algo sobre mi mano. La abro y es una foto guardada en una alhaja con una cadena, son dos fotos una la de Alexsandro cuando aún vivía y la otra la de una muchacha. Es ella le pregunte y el asintió.
Luego volvió a inclinarse para besarme, pero esta vez sus labios no eran fríos ni me dolía como si quemara, eran tibios como los de un chico, al abrir los ojos veo la cara de un muchacho rubio besándome que desaparece en la nada.
Volví a mi casa inmediatamente, me metí en la cama para no generar sospechas y al otro día me fui a la escuela y al teatro. Mis días continuaron normales, como los días de cualquier adolescente de quince años, solo que a veces cuando mi mama se le olvida o llega tarde a buscarme al teatro todavía puedo oír la dulce y deleitante melodía del piano de Alexsandro, el muchacho pianista, tocando sus canciones una vez más.