Capítulo 3 CAPITULO 2 - VICTORIA EN LA SINFONIA DEL SILENCIO

Sentado en mi despacho, mi mirada recorría el espacio más allá de las mamparas de vidrio cristalino, testigos silenciosos de la privacidad y el orden que imperaban en mi dominio corporativo. Observaba cómo mis cinco secretarias se desplazaban en un ballet de productividad y discreción, todas ellas dirigidas por Vicenzo, mi asistente personal. Vicenzo, un joven de 25 años con una historia tan marcada como su eficiencia, había llegado a mi lado desde un oscuro mercado de esclavos.

Su libertad, otorgada por mi mano, le había permitido transformarse en el líder indiscutible de mi equipo, su lealtad comprada no con cadenas, sino con una mensualidad justa por su incansable trabajo.

Dominando mi oficina, mi escritorio de metal negro con adornos dorados se alzaba como un altar de poder y decisión. Este bastión de liderazgo estaba encerrado por mamparas de vidrio, que con la simple presión de un botón se transformaban, oscureciéndose hasta esconder sus secretos de miradas indiscretas. En este santuario sellado, las estrategias y los imperios se forjaban en confidencia, lejos de los ojos del mundo exterior.

Detrás de mí, el vacío del espacio exterior aguardaba, oculto tras un muro de vidrio que se alzaba como un lienzo en espera de ser revelado. Con solo presionar un botón, el muro se retraía, dejando al descubierto la inmensidad oscura e infinita del cosmos. Allí, ante mis ojos, se extendía un panorama de estrellas distantes y galaxias danzantes, un recordatorio constante de lo lejos que había llegado, no solo en mi carrera sino también en la distancia física que me separaba de la Tierra.

Esta ventana hacia el universo era más que una muestra de opulencia tecnológica; era una fuente de inspiración y perspectiva. Mientras mis secretarias y Vicenzo se movían al ritmo de las exigencias diarias, yo podía girar en mi silla y enfrentarme a la eternidad del espacio, un silencioso compañero que observaba sin juzgar las decisiones de un hombre que había trascendido los límites de su mundo natal para forjar un destino entre las estrellas.

Mi escritorio, normalmente un bastión de poder y decisión, hoy se encontraba sumergido en un caos controlado de papeles, carpetas y documentos legales. Cada hoja, cada montón, era un caso pendiente, una decisión que esperaba mi atención y el trazo final de mi firma para cobrar vida. Las carpetas se amontonaban unas sobre otras, creando un paisaje de responsabilidad y urgencia que demandaba ser navegado con precisión.

Vicenzo, con su juventud y eficiencia, se desplazaba entre los documentos como un maestro de ceremonias, asegurándose de que cada papel llegara a mi revisión. Aunque abrumador, el desorden tenía un propósito y un sistema: esperar a que los leyera y autorizara la recepción y firma en ellos, un proceso que convertía las posibilidades en realidades tangibles.

Incluso en medio de esta maraña de papeleo, mi mente a veces se escapaba hacia el muro de vidrio que me separaba del espacio exterior. Era un recordatorio de que, más allá de las formalidades y los trámites, existía un universo de posibilidades ilimitadas, esperando ser exploradas y conquistadas. Y así, con la vista ocasionalmente elevándose hacia las estrellas, retomaba la pluma y me sumergía en la tarea de dar forma al futuro, una firma a la vez.

Mientras me sumergía en la maraña de papeleo que abarrotaba mi escritorio, sabía que mi seguridad estaba en buenas manos. Mi tío Darius, siempre meticuloso y precavido, había salido a la sala de restaurante para disfrutar de un merecido descanso con algo de comida y café. Pero incluso en su ausencia, su protección era omnipresente. Cada vez que salía, me colocaba un chip de protección, un pequeño pero potente talismán de seguridad en el vasto y a veces impredecible planeta Zenith.

La puerta electrónica de mi despacho, aunque aparentemente inerte, estaba custodiada por un sensor de alta tecnología capaz de desencadenar una alarma si detectaba una presencia no identificada. Y mi tío Darius, sin importar la distancia que lo separara de mi oficina, tenía la extraordinaria capacidad de llegar en cuestión de momentos ante cualquier amenaza. Su rapidez era casi legendaria; no sabía cómo lo hacía, pero su eficacia era incuestionable.

No obstante, nunca estaba de más estar preparado personalmente. Siempre a mano, sobre mi escritorio o en un cajón cercano, descansaba una pistola de rayos láser junto con mis hachas confiables, armas mortales para un escenario que aún no se había presentado. "Por si acaso", como solía decir, porque en este mundo uno nunca sabe.

Fue en medio de estas reflexiones que Vicenzo entró, con su habitual mezcla de respeto y eficiencia.

"¿Ha tenido oportunidad de revisar algunas de las carpetas, o de firmar los documentos pendientes?" preguntó, listo para llevar a cabo las tareas siguientes, siempre trabajando en pro del flujo incesante de operaciones que definían nuestro día a día en esta oficina espacial.

"He revisado estas carpetas, así que puedes llevártelas. He firmado tres de los documentos, pero este aún no, necesito más información para estar seguro de proceder," dije, pasándole los papeles a Vicenzo. Su expresión reflejaba la típica preocupación de fin de mes, una mezcla de seriedad y premura.

"Ya sabe, su Excelencia, que a fin de mes el ritmo siempre se intensifica aquí. Hay mucho que revisar y numerosos documentos esperando su firma," comentó Vicenzo, la voz teñida de preocupación, pero manteniendo su compostura profesional.

"Así es, Vicenzo, pero no hay motivo para preocuparse. Terminaremos a tiempo, como siempre lo hemos hecho. Recuerda, hemos enfrentado meses aún más complicados y siempre hemos logrado cumplir con nuestras obligaciones," le aseguré, intentando infundirle algo de confianza y aliviar la tensión que marcaba su semblante.

La conversación fue interrumpida por la llegada de Dennis, trayendo consigo otro montón de documentos que requerían atención. La dinámica de trabajo, aunque frenética, estaba bien engranada, y juntos, enfrentábamos el aluvión de tareas con determinación y un sentido claro de propósito.

Dennis, manteniendo su sonrisa burlona a pesar del peso de los documentos en sus manos, extendió la carpeta marcada hacia mí. "Es crucial, su Excelencia, que esta reciba su atención inmediata. El planeta Eridanus espera nuestra acción."

Miré la carpeta, luego a Dennis, permitiéndome un momento de contemplación antes de responder. "Entiendo la gravedad, Dennis. Pero, ¿has considerado las implicaciones de nuestras decisiones? No solo para nosotros, sino para el equilibrio del universo."

Dennis frunció el ceño, su semblante reflejando una mezcla de impaciencia y preocupación. "Por supuesto, padre. Pero recuerda, la justicia tiene muchos matices. La situación con la princesa Theodora no es tan simple como parece."

Con una pausa reflexiva, respondí, "Esa 'pobre' mujer, como la llamas, llevó a cabo actos que desgarraron el tejido de su sociedad. Es una tragedia, sí, pero nuestra respuesta debe ser medida."

Dennis se inclinó hacia adelante, su voz baja pero firme. "Entiendo tus puntos, y la complejidad moral no se me escapa. Pero debemos actuar. No solo por justicia, sino por la percepción de nuestro liderazgo. El abuelo..."

Interrumpí, con una sonrisa torcida, "Nuestro querido abuelo siempre tendrá su opinión, pero él confía en nuestro juicio. Además, mi querido hijo, ¿desde cuándo te preocupas tanto por la política de apariencias?"

Dennis exhaló, su frustración evidente. "No se trata solo de apariencias, padre. Es sobre mantener la estabilidad, y a veces eso requiere decisiones difíciles. No podemos dar la impresión de vacilación."

"Sabes, Dennis, tu seriedad siempre me sorprende," dije, dejando la carpeta a un lado. "Tienes razón, la estabilidad es clave. Pero no olvides, la compasión y la comprensión son igualmente importantes. No somos dictadores, somos líderes, y eso a veces significa mirar más allá de la superficie."

Dennis asintió, su expresión suavizándose. "Entiendo, padre. Solo espero que nuestras decisiones reflejen lo mejor para todos, no solo para nosotros."

"Siempre lo hacen, Dennis. O al menos, eso intentamos," concluí, extendiéndole la mano para que tomara la carpeta. "Ahora, veamos qué podemos hacer por Eridanus. Juntos."

Con esa resolución compartida, Dennis y yo nos sumergimos en la revisión de los documentos, cada uno consciente de los desafíos que enfrentábamos, pero también de la fuerza que residía en nuestra unidad y propósito compartido.

La calma en la oficina fue abruptamente interrumpida por el estridente sonido de la alarma de ataque. Un retumbe sacudió el espacio, haciéndome saltar de mi silla, mientras una avalancha de carpetas se deslizaba al suelo en un desorden caótico. Vicenzo, con reflejos rápidos, se agarró del escritorio, evitando por poco un encuentro desafortunado con el suelo.

"¿Qué ha pasado?" pregunté, mi voz tensa con la alarma inesperada.

"Al parecer, su Excelencia," empezó Vicenzo, recuperando su compostura, "estamos bajo ataque de naves invasoras."

"¿Naves invasoras?" repetí, mi mente corriendo a través de posibilidades, sopesando nuestros adversarios. Los únicos que se atreverían a un asalto tan audaz serían mis dos enemigos acérrimos, Sadeth y Anubis. Ambos habían estado cazando la Gema Ætheris, conscientes de que una parte vital de esa gema residía dentro de mí, fuente de mi poder y esencia. Sin mencionar que esta parte era la más crítica, el linchón que les permitiría, tras su captura, buscar las otras dos partes ocultas dentro de mis hermanos, Rodrick y Ethan. Una perspectiva sombría, dado que la extracción de las gemas significaría nuestra muerte inminente.

"Esos imbéciles," murmuré bajo mi aliento, la ira hirviendo ante la audacia de nuestros enemigos. "Vamos afuera a ver cómo está todo," dije, tomando la decisión de enfrentar la situación de cabeza.

Fue en ese momento crítico cuando Dennis irrumpió en la habitación, su semblante reflejando la urgencia de la situación. "Padre, las defensas están activadas, pero necesitamos tu dirección. Los atacantes son formidables."

Asentí, comprendiendo la gravedad del momento. "Prepara a nuestro equipo, Dennis. Vicenzo, asegúrate de que todos en la estación estén a salvo. Vamos a repeler este ataque."

Juntos, con determinación y un profundo entendimiento de lo que estaba en juego, nos apresuramos hacia el conflicto, listos para defender nuestro hogar y proteger el destino de las gemas. La unidad familiar y la lealtad de nuestros aliados serían cruciales en la batalla que se avecinaba.

Al acercarme a la salida de las naves, descubrí a mi tío Darius en plena acción, disparando su arma de rayos contra los enemigos que habían logrado infiltrarse hasta el hangar. Su destreza con el arma era tan impresionante como siempre, y en ese momento de tensión, su semblante aún encontraba espacio para una broma.

"Adivina quiénes son, Terry," me lanzó mi tío con un tono burlón, mientras recargaba su arma con una calma que desafiaba la situación.

Sin sorpresa, respondí, "Ya lo sé, Sadeth y Anubis. Siempre persiguiendo sus propios intereses y, como no, tras la Gema Ætheris."

"Tienes razón," continuó Darius, su voz tornándose más seria. "Pero esta vez han subido la apuesta. Vienen con armamento más pesado, y si no actuamos rápido, este planeta estará condenado a la ruina."

La gravedad de sus palabras me hizo reflexionar rápidamente sobre nuestro próximo movimiento. "De acuerdo, colocaré un campo energético alrededor del planeta mientras nuestras naves avanzan para atacar," declaré, sabiendo que cada segundo contaba.

La estrategia estaba clara: un doble frente de defensa y ataque. Mientras yo me encargaría de fortalecer nuestras defensas planetarias, Darius y los demás se prepararían para llevar la batalla al enemigo. Era una carrera contra el tiempo, pero con determinación y el ingenio que caracterizaba a nuestra familia, estábamos listos para enfrentar el desafío. Me encontraba en el umbral de desatar mi poder psiónico, concentrando cada fibra de mi ser para invocar la fuerza que residía en lo más profundo de mí. Sin embargo, justo en ese instante crucial, un retumbe ensordecedor irrumpió en mi cerebro. Era un asalto inesperado, no físico, sino uno dirigido a desmantelar mi concentración desde dentro. Mis enemigos, conocedores de mis habilidades, habían recurrido a un arma de ruido sónico diseñada específicamente para impedir que pudiera canalizar mi energía.

La intensidad del sonido era abrumadora, cada onda vibrando a través de mi ser con la intención de desbaratar mi enfoque. Pero, a pesar del dolor y la confusión que este ataque provocaba, sabía que debía encontrar una manera de superar esta barrera. Mi determinación se endureció ante el desafío; no permitiría que esta táctica insidiosa me derrotara.

Respirando profundamente, traté de encontrar un núcleo de calma en medio del caos que el ruido sónico había creado en mi mente. Era una batalla no solo contra Sadeth y Anubis, sino contra mi propia capacidad de resistir y adaptarme. La victoria en este enfrentamiento no solo requeriría de mi fuerza, sino también de mi astucia y mi voluntad inquebrantable de superar los obstáculos, sin importar cuán insidiosos fueran. Mientras luchaba por mantener mi enfoque ante el asalto sónico que asediaba mi mente, mi tío Darius se convirtió en mi baluarte en medio del caos. "¡Resiste y concéntrate! Tú puedes hacerlo," me gritaba, su voz perforando la cacofonía como un faro de esperanza. Sus palabras eran un recordatorio poderoso de la fortaleza que residía en mí, una llamada a la acción que no podía ignorar.

En el fragor de la batalla, Darius no solo se encargaba de infundirme ánimo, sino que también me protegía con una destreza impresionante. Cada disparo de su arma de rayos láser era preciso, derribando a los enemigos que intentaban aprovechar mi momentánea vulnerabilidad. Era un baile mortal, en el que cada movimiento suyo era tanto una defensa como un ataque, creando un escudo impenetrable a mi alrededor.

Inspirado por su valentía y guiado por sus palabras, empecé a reunir las migajas de concentración que el arma sónica había dispersado. Cerré los ojos, intentando aislar el ruido interno, enfocándome en la voz de mi tío como un ancla. Poco a poco, comencé a sentir cómo el poder psiónico dentro de mí respondía, una chispa que se negaba a ser sofocada por el estruendo.

La batalla exterior seguía rugiendo, pero en ese momento, dentro de mí, se libraba una lucha igual de crucial. Era un testamento a la resiliencia del espíritu humano (o, en este caso, imperial), una prueba de que, incluso frente a las tácticas más crueles, la voluntad y el coraje podían abrir camino a través de la adversidad. Con Darius a mi lado, sabía que juntos podríamos enfrentar cualquier desafío que nos lanzara el enemigo.

A medida que la batalla se intensificaba alrededor nuestro, y el ruido sónico continuaba su implacable asalto, algo dentro de mí comenzó a cambiar. La guía de mi tío Darius y su inquebrantable defensa habían encendido una llama de determinación que se negaba a ser extinguida. A pesar de la cacofonía que intentaba dominarme, empecé a percibir un patrón en el caos, una brecha en el muro de sonido que me rodeaba.

Concentrándome en esa fisura, empujé mi mente a través de ella, utilizando el ruido no como un obstáculo, sino como un medio para afilar mi enfoque. Era como navegar por una tormenta, usando el viento en contra para propulsarme hacia adelante. La energía psiónica dentro de mí, que había sido sofocada por el ataque sónico, comenzó a fluir con renovada fuerza, canalizándose en una corriente constante que me envolvía.

"¡Ahora, Terry!" gritó mi tío, reconociendo el cambio en mí. Con un gesto de su mano, dio cobertura a nuestro alrededor, creando un momento de respiro en el que pude liberar mi poder.

Extendiendo mis manos hacia adelante, liberé una onda de energía psiónica que cortó a través del aire, distorsionando el espacio a su paso. La onda impactó contra el dispositivo de ruido sónico, desgarrándolo desde dentro con una precisión quirúrgica. El ruido ensordecedor se desvaneció abruptamente, reemplazado por un silencio que resonó casi tan fuerte como el sonido que lo había precedido.

Los enemigos, sorprendidos por la repentina interrupción de su arma y la manifestación de mi poder, vacilaron. Este momento de incertidumbre fue todo lo que Darius necesitaba. Con una serie de disparos certeros, comenzó a repeler a los invasores, cada tiro resonando como un eco del triunfo sobre la adversidad.

Miré a mi alrededor, viendo cómo nuestros aliados se reagrupaban, inspirados por nuestro contraataque. El campo de batalla, que momentos antes parecía dominado por el caos, ahora era un hervidero de actividad coordinada. Juntos, comenzamos a empujar hacia adelante, aprovechando el impulso ganado.

La victoria estaba lejos de ser segura, y sabíamos que Sadeth y Anubis no se darían por vencidos fácilmente. Sin embargo, en ese momento de claridad y fuerza, sentí una convicción profunda. Juntos, enfrentaríamos lo que viniera, defendiendo lo que era justo y protegiendo nuestro hogar contra aquellos que buscaban destruirlo.

Mientras avanzábamos, mi tío Darius me lanzó una mirada de aprobación, un silencioso reconocimiento de lo lejos que habíamos llegado y los desafíos que aún nos esperaban. Pero, por ahora, estábamos unidos, listos para enfrentar el futuro, sin importar qué nos deparara.

A medida que el último de los invasores retrocedía, derrotado por nuestra férrea resistencia, el hangar que había sido escenario de una lucha desesperada ahora resonaba con el sonido de la victoria. Los compañeros de armas se abrazaban y reían, aliviados por el giro favorable de los acontecimientos. La tensión que había marcado sus rostros se disipaba, reemplazada por sonrisas y miradas de complicidad que hablaban de una batalla bien luchada y ganada.

Mi tío Darius, con una sonrisa triunfante, se acercó a mí, su mirada brillando con orgullo y alivio. "¡Lo hicimos, Terry!" exclamó, envolviéndome en un abrazo que era tanto una celebración como un agradecimiento. "Tu fuerza y tu valentía han sido la clave. Nunca dudé de ti, ni por un momento."

A su lado, Dennis se unió a nosotros, su sonrisa burlona ahora transformada en una expresión genuina de alegría. "Eso fue impresionante, padre. Creo que incluso el abuelo estaría sonriendo ahora, si pudiera vernos," dijo, su tono lleno de admiración y un toque de alivio.

La camaradería entre nosotros era palpable, un lazo forjado no solo por la sangre sino también por las batallas compartidas. "Hoy hemos demostrado que, juntos, no hay desafío que no podamos superar," dije, mirándolos a ambos. "Sadeth y Anubis pensaron que podrían quebrantarnos, pero hemos defendido nuestro hogar y protegido lo que más valoramos."

Alrededor nuestro, el equipo comenzó a recoger y reparar lo que había sido dañado en la lucha, pero el espíritu de cooperación y determinación era evidente en cada gesto. "Esta victoria es un testimonio de nuestra fortaleza y unidad. Que sirva de advertencia a aquellos que osen amenazarnos nuevamente," continué, sintiendo cómo el entusiasmo y la confianza fluían entre nosotros.

"Ahora, celebremos," anunció Darius con una sonrisa amplia. "Porque hoy, no solo hemos salvado a nuestro planeta, sino que también hemos reafirmado los lazos que nos unen. Y eso, mis queridos, es la verdadera victoria."

Risas, aplausos y exclamaciones de júbilo llenaron el hangar mientras nos preparábamos para celebrar. A pesar de las dificultades enfrentadas, este momento de alegría compartida era un recordatorio de que, mientras permaneciéramos unidos, no había obstáculo insuperable.

Y así, con corazones ligeros y espíritus elevados, cerramos este capítulo de nuestra historia, no solo como vencedores en la batalla, sino también como una familia y un equipo más fuertes y unidos que nunca. La alegría de este día sería un faro en los desafíos futuros, recordándonos siempre el poder de la esperanza, el valor y el amor inquebrantable que compartimos.

            
            

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