Era demasiado mayor para ella, demasiado canalla, demasiado grande, demasiado siniestro y podía nombran un largo etcétera de porqués en los que se encerraba bien que no podía pensar en pedir su mano. Tampoco el rey me la daría.
Vivía mis días consumido en los pensamientos impuros que le dedicaba. Esperaba ansioso que hubiera algún evento para verla danzar con otros, para oler su cabello cuando su hermano me saludaba llevándola del brazo y moría diariamente al pensar que algún día sería la prometida de otro y eventualmente la mujer de alguien más.
Nunca me planteé mover una ficha en su dirección porque ella no me aceptaría, no soportaría a un amante perverso como yo y no había chance de lograr ser su esposo porque la corona no casaría a su hija con un vizconde de reputación dudosa como la mía.
Pero que erección me provocaba solo de pensar en sus labios, en esos pechos tiernos que se adivinaban arropados por sus vestidos cuando mis manos hormigueaban por ser ellas sus camas confortables.
Que ganas de besarla, de apretar sus caderas con mis manos y manosear la carne de sus nalgas mientras mi lengua se hundía entre sus muslos saboreando su elixir de placer.¡Maldición!
Ella era mi ambrosía insatisfecha, mi hambruna más sagrada y mi perpetuo castigo.
Soñarla...,desearla...e imaginarla toda entera era mi condena a muerte porque sentía que moriría de tanto pensar en lo que podía tener y nunca tendría de la princesa de Mónaco.
-¿Hoy también necesitas alivio, vizconde?
La prostituta experta en mis gustos ya se hallaba entre mis piernas husmeando en el paquete duro y venoso que se llevaría a la boca para aliviar mi tensión mientras otras dos bailaban frente a mi que imagina el rostro de mi princesa en el humo de mi puro que expulsaba con desgano de mi boca jadeante por lo que me hacía. La chica sabía chuparme bien.
-Quiero que lo tragues todo y si derramas una gota serás azotada sin derecho a penetración -mascullé tomando su pelo entre mi puño, encajando mi miembro en su boca complaciente.
Sabía que si no ponía condiciones ella derramaría con tal de tenerme dentro y hoy solo quería pensar en mi dulce princesa. Vaciar en otros labios mi frustración una noche antes de llevarla conmigo.
Su padre, el rey, había recibido notas de aviso y algún que otro intento contra la familia real que la ponían en riesgo a ella más que a nadie. Su hermano y su esposa ya estaban siendo protegidos pero ella, mi ducle niña me necesitaba y aunque sabía que tendría que sufrir teniéndola bajo mi techo y en mi propia cama, no podía negarme a cuidar de algo que no dejaría en ningunas otras manos.
Su padre había exigido una audiencia conmigo para oír mis términos y los suyos eran simplemente que la vigilará día y noche, sin separarme de ella en ningún momento.
El rey no podía imaginar lo tan al pie de la letra que me tomaba mis trabajos y su hija, estaría a mi lado, delante de mis ojos hasta para tomar un baño aunque me matara a masturbaciones diarias...así sería.
Llevaba demasiado tiempo intentando tenerla, que cada puerta que se me iba cerrando me dejaba pensando su tal vez ya no podría hacerla mía nunca jamás...y entonces llegó esa oportunidad que tenía que aprovechar, luego vería como explicarlo todo.
La noche que la llevé conmigo,
Marzo,10 fue la mejor y peor noche de mi vida. Ese día supe que era ella sin duda alguna la única capaz de ser para mi, aunque nunca pudiera tenerla.