Esa noche tuve que verla, ella había abierto la brecha para que nos saltaramos las normas y yo, presa del deseo desquiciado tuve que poner su imagen desnuda en las pantallas. Tuve que mirar lo que hacía tan cerca de mi. Tuve que poner su desnudez en mi cabeza para no matar su inocencia pero sí satisfacer mi fetiche. Yo la tendría en mi mente y ella seguiría siendo pura para su honra.
Enseguida lo supo y mi delito prescribió cuando ella sonrió a la cámara y se restregó los pechos en gel de baño. Se retorcía los pezones para volverme loco y sabía que la miraba, sus piernas permanecían apretadas como muestra del inmenso deseo que las embargaba. Esas piernas deseaban abrirse a cada lado de mis mejillas. Apretar la piel de mi rostro mientras me la comía entera. Me la bebía a gusto oyendo sus gritos, sintiendo sus dedos tirar de mi cabello.
-¿Por qué me estás haciendo esto? -mascullé en voz baja. No pudo oírme. Casi que me lo preguntaba a mi mismo. Estaba habiéndome sufrir teniéndola tan cerca, tan dispuesta, tan jadeante.
Alcé la vista a ella otra vez y en esta ocasión directo a su posición, no miré la pantalla, no...miré su cuerpo.
Me acerqué y apreté el cristal de la ducha entre mis dedos y observé agitado como las gotas de agua se deslizaban suavemente por sus medidas perfectas. Mi cordura se agotaba a cada segundo que pasaba sintiendo dolor en mi cuerpo de tanto desearla. La lascivia ganaba espacio en el ambiente y la lujuria empezaba a cobrar sentido en mi cabeza, tenía que poseerla. No sabía cómo lo haría pero lo necesitaba. Necesitaba poseerla.
-¿Por qué me miras así? -preguntó atrevida.
Yo me sentí perdido. Su olor me embriagaba y todo estaba saliendo se de control mientras mis labios se abrían para intentar saciar mi asfixia con un poco de oxígeno.
-Porque lo deseo -ella alargó la mano y cerró el grifo, después se acercó a mi -. ¿Me pasas la toalla?
-¿Qué crees que haces Kathryn? -inquirí alcanzando lo que me pedía.
-Obedecer -susurró alzando los brazos en cruz para motivarme a rodearla con la toalla -. Sigo tus normas. Solo eso.
-No te he puesto normas -la rodeé y mojada la atraje contra mi -. Estás obedeciendo tus instintos, yo solo dicté condiciones.
No la soltaba, no podía. Sabía demasiado bien en mis brazos y sus ojos bonitos me tenían completamente seducidos. Estaba entregado a la atmósfera que ella, mi inocente princesa, había creado.
Deslicé mis desos por sus caderas rodeadas de la toalla y sentí tentación de quitársela de encima, de abrirle las rodillas para llevármela a la boca.
-No quería obedecer, Alfred -saboreó mi nombre en su lengua y casi me corro -. Me has puesto a tu merced y te quiero tener a la mía.
-No te equivoques cielo -pasé un pulga por sus labios llenos -, no eres competencia para mí. Tengo mucho más kilometraje que tú.
-No me das miedo, Alfred -lo volvía a hacer y me ponía casi de rodillas al oírla -. Los dos sabemos que estamos deseando al otro y que no podemos tenernos, si juegas yo juego y cuando tu te quemes...yo ya me habré quedado también.
Se quitó la toalla y otra vez dejó su piel ideal desnuda frente a mi. Disponible a mis manos, a mi boca, a mis deseos, más sin embargo no podía acercarme, no podía tocarla...no podía tenerla. Si me atrevía ya no podría para y las cosas se saldrían de todos los controles posibles.
Esa noche supe que ella estaba jugando conmigo, que yo pedía a gritos que el juego pasara a su siguiente nivel y que cuando todo acabara y ella descubriera lo que había hecho, ya fuese demasiado tarde para que no importara nada...ya sería demasiado tarde para recular, para evitar que nos perdiéramos en el placer del deseo. Ya sería demasiado tarde para no seguir con ella a mi lado. Era una paradoja todo y solo quería que mi vida y mi estrategia tomara el sentido a la inversa.
A la mañana siguiente...
-Parece que he pasado de estar encarcelada en mi casa a estarlo contigo -soltó un perjurio untando mantequilla a su tostada.
Me había levantado con la noche y el amanecer en el mismo punto: sin dormir. No había pegado ojo porque estaba loco por ella
Loco por tenerla tan cerca y tan dispuesta.
Había sentido que estaba dispuesta a ser mía. A cumplir mis deseos, la había encontrado receptiva y asustaba.
Yo tenía un plan, creo que ambos lo habíamos sentido pero no esperaba que ella emulara a mi favor.
-¿Te importaría vestirte un poco más cuando salgas de la habitación?
Mi regaño entre dientes le hizo reír. La maldita lo hacía aposta. Se había presentado a desayunar en bata, podía ver que debajo no llevaba nada puesto y me estaba volviendo loco al ver su provocativas silueta bajo esa bendita y única pieza de ropa sobre su piel.
Esa mujer era un sortilegio, un gran y salvaje sortilegio que me había atrevido a despertar de su profecía. Ahora, yo estaba más en peligro que ella.
-No dejas que nadie se acerque cuando salgo de la habitación y tú has decidido y exigido ver todo de mi -puntualizó -, no veo por qué fingir ahora un pudor que no sentimos ninguno de los dos.
-Estás colmando mi paciencia, Kathryn.
-Me alegro mucho porque me siento exactamente igual -se puso de pie lanzando la servilleta en la mesa y salió enfadada.
Verla irse me puso furioso. Las mujeres que metía a mi cama estaban enseñadas a obedecer y esta, esta estaba enseñada a todo lo contrario. No me tenía ningún respeto y estaba pasando de cazador a cazado.
Pronto tendría que azotar su cordura para hacerla entender que nunca podría desafiarme si yo no recogía el pañuelo del suelo.
Si la princesa quería jugar conmigo, serían mis propios demonios quienes le abrirían la puerta de mi infierno.