Tómame
img img Tómame img Capítulo 3 Las condiciones
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Capítulo 7 Algún día img
Capítulo 8 Soy más... img
Capítulo 9 El territorio img
Capítulo 10 Los celos img
Capítulo 11 Mía img
Capítulo 12 Huyendo img
Capítulo 13 Perdido en ella img
Capítulo 14 Me perteneces img
Capítulo 15 Suya img
Capítulo 16 Me encantas img
Capítulo 17 Emboscada img
Capítulo 18 A tu lado img
Capítulo 19 Enamorados img
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Capítulo 3 Las condiciones

La princesa

-¿En serio crees que es lo mejor?

Mi hermano asintió dándole el consentimiento a mi padre para tomar la decisión. Nadie me preguntó a mi, que era la que estaría bajo el yugo de un desconocido pero sí hicieron el paripé con mi hermano.

Los dos sabíamos que su negativa no cambiaría el curso de nada pero era el protocolo y así lo cumplían.

-Serán solo unas semanas. Prometo que encontraremos al responsable antes -prometía mi hermano dejando luego un beso en mi frente -. Pórtate bien.

Había asentido confiada en que lo haría pero resultaba que en ese momento yo no sabía a dónde me había destinado mi padre. En esa noche yo aún no era consciente de lo mucho que me costaría luego cumplir esa promesa.

Durante años mi corazón había sido de una persona, mis sueños suyos y toda mi cordura se escabullía de entre mi razón cuando él estaba cerca. No podía pensar en nada cuando le tenía delante y no sabía que mi padre, mi propio padre que siempre me había insistido en que me alejara de personas como esa que él era, me enviaría con un extraño en medio de la noche.

-Las condiciones de tu cuidador fueron claras -había anunciado el rey plantando un beso en mi mejilla -, nada de realeza por sus propiedades y harás todo aquello que él te pida. Por favor, es la única forma de protegerte.

Era una promesa que en otros labios me habría resultado incluso erótica, llena de fantasías oscuras pero era mi padre...el maldito rey de Mónaco quien me pedía que obedeciera a un extraño solo porque nos habían intentado matar más de una vez y no podían saber aún quien lo estaba intentando.

El coche me esperaba en los jardines traseros cuando daban las doce de la noche. Me sentí cenicienta sin tacones de cristal.

Me envolví en mi bata de dormir y con pantuflas, despeinada y sin maquillaje me subí al auto que me llevaría a mi destino.

Me miraba en el espejo retrovisor mientras el chófer avanzaba por unas calles que no atendía y tampoco me reconocía. Iba hacia un desconocido destino y sin embargo solo podía pensar en él, en el hombre que adoraba mirar desde la distancia. Una distancia de la que ahora me privaban. Estar fuera de palacio y del radar de quien me amenazaba impediría que fuera a eventos en los que él estaría para clavan sus ojos intensos en mi.

Aquellas fiestas lo eran todo para mi. Su enorme tamaño me intimidaba tanto que me gustaba de una forma masoquista. Me derretía en el calor de sus ojos cada vez que nos mirábamos. Una vez incluso sentí sus dedos jugar con la cinta de mi vestido cuando le pasé por un lado y aquellos juegos eran mi vida cuando me sentía perdida en el enorme palacio.

Me criaron tan sola que siempre necesité de mi hermano para guiar mis pasos. Nunca me había atrevido a nada riesgoso hasta que él se presentó en uno de los eventos reales. Ese día, allí, en medio de la corte le vi poderoso, viril y valeroso lo suficiente como para mirarme de arriba a abajo frente a todos y dejarme sin aliento al morderse los labios invitándome a desearle desde entonces, aún a sabiendas de que nunca podría tenerle y era justamente lo que iba a extrañar muchísimo de estar lejos de mi palacio.

-¡Alteza...!

La puerta del coche se abrió y Gustavo me ofreció su mano para que bajara,como dictaba el protocolo pero una voz irrumpió mis movimientos.

-No la toques -ordenaron y me caí de culo en mi asiento al reconocer quien era el que hablaba -. Date la vuelta. Yo la llevaré.

Era él.

Sentí sus palabras y sus ordenes penetrando los poros de mi piel. Su voz era un insulto para mi cordura y de pronto empezaba a hiperventilar. Él, ¿cómo era eso posible?

¿Acaso había intervenido en mi destino,

Mi padre no me habría entregado a él. No justo a él.

Entonces el rostro blanquecino y perfecto del vizconde entró dentro del coche. Su boca muy cerca de la mía cuando me tomó por detrás de mas rodillas, subió su otra mano a mi espalda y me alzó en sus brazos. Mis dedos se enredaron en su pelo rubio cuando me cargó fuera del coche y vi que todos estaban de espalda a nosotros. Nos miramos un instante mientras él me pegaba a su pecho y jo jadeaba en su boca.

-Nadie puede mirarte así vestida más que yo.

Su orden fue tan feroz que me dió miedo contestar. Asentí embelesada en sus ojos ambarinos. Era tan guapo y estaba tan fuerte que clave mis uñas en sus brazos y le oí gruñir cuando me acomodó en ellos y subimos por unas escaleras que me parecieron eternas. El destino fue una habitación enorme y suya, estaba claro que era su cuarto y no entendía que hacía yo allí.

-Como veo que sigues callada te diré cómo funcionará esto -pasó el seguro a la puerta y activó un código desde su palma abierta en un panel por dentro -. Vivirás aquí, conmigo. Saldrás a todos los sitios que yo pero nadie puede saber que eres tú y dormirás en mi cama así como te bañerás en mi baño. Nunca, de ninguna forma estarás lejos de mis ojos. Solo así puedo cumplir mi palabra y yo jamás fallo en mis obligaciones.

Me quedé impávida.

No había compartido mi intimidad con nadie jamas y no me veía haciendo todo eso con un hombre que deseaba hasta la locura y que nunca podría tener. Él tampoco se fijaría en mi a menos que para jugar, y yo no quería alimentar su lista de conquistas en ese entonces. Negué en silencio. Mi respuesta le insultó.

Vino en un segundo a ponerse sobre mi en toda su altura en tanto yo me empequeñecía ante su tamaño y tomó mi barbilla para hacerme mirarlo. Casi lloro de necesidad.

-No me negarás nada -me lamí los labios sin querer y cerró los ojos -. Tú me perteneces este tiempo y será como yo condicione todo. Sin más. Ahora ve al baño, desnúdate y ponte la ropa que tienes allí, te espero en la cama. Estoy cansado.

-No soy tu esclava -por fin me aventuré a decir -. Soy una princesa y merezco respeto no altanería.

Mis palabras le incomodado todavía más y me clavó las manos en la cintura, me alzó sin esfuerzo en el aire pegándome a una pared detrás de mi y se me escapó un gemido gutural. Él sonrío. Yo me mordí los labios.

-Te han puesto a mi cuidado h tu padre te ha entregado a mi. Eres mía, Kathryn -sus carnosos labios me llamaron deliciosamente -, completamente mía y vas a obedecer. Ahora.

Sentí ganas de castigarle como él me hacía a mi. Subí mis piernas a sus caderas y me aferré a él. Sabía que Alfred era un macho muy sexual, lo conocía y había oído de sus hazañas y jugué con eso. Le sentí poner algo duro entre mis muslos y los dos aguantamos la respiración ante mi atrevimiento.

-Me deseas -gemí acercando más nuestros sexos -. Si me deseas no debería estar aquí, en tu cama, medio desnuda y a solas contigo. No es correcto.

-No voy a tomar tu cuerpo -estaba demasiado cerca de mi boca -, pero harás caso a mis condiciones.

-Y, ¿si quiero que lo hagas?

No podía creer lo que había dicho. Él tampoco y sus ojos se volvían esferas llenas de vicios, deseos ocultos a punto de romper promesas no realizables. Estar juntos así de cerca era un utopía.

-No juegue este juego, alteza...no sabrá gestionar el perder conmigo.

-Creo que de los dos la obviedad está de mi lado -atraje su miembro duro contra mis labios mojados. Estaba yendo más allá del límite y no iba a detenerme cuando por fin había reunido el valor para atreverme -. Su me pone en el suelo y le meto en mi boca no creo que pueda negarme lo que le pido.

-En caso de que lo pida -me rectificó y resoplé divertida -. Sé buena y obedece.

-¿Por qué aceptaste esto si sabes que será una condena?

Cada vez me sentía más cómoda para hablar con honestidad con él. De repente había decidido hacer todo lo que pudiera para tenerlo y no sé en qué punto esa pelota cayó en mi campo la algo me decía que no iba a dejar de jugar hasta no agotar el tiempo completo del partido.

-No podía negarme a tenerte en mi cama, aunque no te haga mi mujer.

-Y ¿si te pido que me beses?

-No lo hagas -suplicó y clavé mis piernas en sus caderas -. Cumple las condiciones. Por favor.

Me sentí rechazada tanto, que me bajé de su cuerpo. Me enfadé tanto que me metí a la ducha y me di cuenta cuando entré al baño a calmar mi calor, que desde cama me veía, él tenía una pantalla enorme delante de sus ojos y todas las cámaras me apuntaban a mi.

Era turbio, oscuro y peligros pero yo le conocía así y le deseaba así. Quería enloquecer al hombre que se me era negado y estaba en sus manos entonces tanto como él en las mías...

            
            

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