Me muevo con agilidad por todo el lugar, como si lo conociera. Lo cierto es que era la primera vez que estaba aquí, pero debía ayudar a mi madre. Ya casi era la hora y faltaba mucho por hacer. Reviso la lista y veo que todos los números concuerden con las mesas y los invitados.
Termino de ordenar los cubiertos por tamaños y tipos. Nunca me había imaginado que existían cuatro tipos de cucharillas y cada una era para un uso diferente. Jamás había visto semejante locura. Para mí, la cucharilla de la sopa era la misma que usábamos para todo, incluso para agarrar el azúcar. Esto de los cubiertos era demasiada fanfarronería.
Paso de las mesas, que eran ciento veinte en total, paso por la barra y comienzo a arreglar las botellas por colores y tamaños. Había cervezas de todos los tipos y colores. Supongo que habían sido exportadas de otros países, porque había una que se llamaba Corona, decía que era hecha en la República de Colombia. También estaba una de botella negra llamada Polar, traída desde Venezuela. Cuando termino de arreglar todo en el bar, mi madre me llama.
-Cariño, necesito que vayas conmigo a la cocina y me ayudes con los bocadillos salados -dice mi madre guiándome a la cocina. El lugar era maravilloso. Había unos diez chefs o más, no me dio tiempo de contarlos, pues todos corrían de un lado para otro. Había todo tipo de comidas y platos fuertes. Una de las bandejas estaba repleta de mariscos y cosas del mar, acompañados con canapés. Se veía bastante asqueroso. No lo tomen a mal, pero la verdad es que odiaba todo lo que proviniera del mar.
Mi madre me lleva hasta el área de frituras. El aceite y la manteca que usaban para freír se notaban que estaban bastante nuevos. No usaron nada recuperado, así que supongo que todo lo que sobre podrá llevárselo el personal.
-Hija, presta atención. Necesito que me ayudes a freír estas bolitas de queso y estas empanaditas de carne. No debes dejarlas tostar ni quebrarse. Las personas que asistirán a esta fiesta son bastante adineradas y no les gusta los errores. Ya sabes que todos comemos con la vista -dice, dándome instrucciones.
-Perfecto madre, no hay ningún problema. Lo haré lo mejor que pueda -digo, poniéndome manos a la obra.
Me tomo mi tiempo para separar cada bolita, cerciorándome de que no se rompieran o el queso estuviera afuera. No quería problemas, ni mucho menos causárselos a mi madre. Empiezo a freír muchísimas. Han pasado como unas dos horas y aún estaba en esta tarea. Era muy difícil, no es lo que se cree. Cuando estoy a punto de darme por vencida, un chico entra y me mira fijamente.
-Hola, ¿puedo ayudarte en algo? -pregunto mientras lo miro fijamente.
-Hola, solo... -pero no lo dejo terminar, porque mis queridas bolas estaban quemándose.
-¡Oh mierda! Mamá va a matarme. No puedo permitir que se me quemen -digo nerviosa, mientras comienzo a sacar las bolas, pero dos manos no eran suficientes. Estaba perdiendo la batalla. El aceite quería ganar.
-Te ayudaré, ven aquí -dice, mientras me quita de las manos el utensilio para sacar las bolas.
El chico es muy hábil con las manos. Comienza a sacar las bolitas con maestría y esmero. Su cuerpo se mueve de un lado para otro, haciendo que mis ojos vuelen de un lado a otro sin parar. Lo veo freír una nueva tanda y dejarlas en su punto. Así transcurre mucho tiempo. Cuando me doy cuenta, ya está con las empanadas. No me doy cuenta de lo que hace hasta que comienza a hablarme.
-Debes bajar un poco la candela, preciosa, sino todo se quemará y los dueños de la fiesta se molestarán. Son unos estirados de mierda -dice, mientras sonríe. Su comentario me hace reír, pero no le contesto nada.
-Ven, te enseñaré cuál es el truco. Todo está en la vuelta -dice. Me acerco a él y toma mi mano, dándome el utensilio. Toma mi muñeca y me enseña cómo hacerlo. Nuestras miradas se encuentran y puedo ver algo que no sé cómo describir en su mirada. Era de esos chicos de alma libre. Sus ojos estaban tan transparentes como el océano. Cuando se da cuenta de mi mirada, él pone una distancia entre nosotros.
-Creo que ya aprendiste, así que debo irme -dice el chico, intentando huir de mí.
-¡Espera! ¿Trabajas con el equipo de mi madre? No te vi con los demás chicos.
-No, soy de otro grupo. Debo irme -dice, despidiéndose de mí, pero antes de salir se regresa y me da un beso en la mejilla, luego desaparece dejándome tan roja como una manzana. No es que nadie me haya regalado un pequeño beso, pero este chico era especial. El simple roce de sus labios me había hecho sentir de una manera inexplicable. Era como si sintiera un tropel de caballos dentro de mi estómago.
Luego de una terrible hora más friendo estas cosas, gracias al cielo termino haciéndolo muy bien. Salgo de la cocina empapada de sudor. Una brisa fría refresca mi rostro. Cierro mis ojos para sentir la frescura. Me gustaba el ambiente fresco y frío. Odiaba el calor. Incluso podría asegurar que los días lluviosos eran mis favoritos. Busco a mi madre por todo el lugar pero no la encuentro, hasta que uno de los chicos me dice que está en la cocina, en el área de dulces. Salgo en su búsqueda y la veo dándole el último toque a un hermoso y enorme pastel. Tenía unos doce pisos y era de blanco con una cascada de chocolate. Los novios estaban hechos de chocolate blanco. La verdad era bastante impresionante.
-¿Qué tal se ve? -pregunta seria.
-Es hermoso, mamá. Cuando me case quiero uno idéntico -digo sonriendo.
-Así será hija, pero tendrás que buscar un buen partido. Solo nos casamos una vez. Sabes que soy de las que piensa que el amor se encuentra una vez en la vida -dice, dándole el toque final a la novia de chocolate.