Recordó las antorchas y los gritos de su amada por última vez.
Se levantó de su despacho, y algunas hojas fueron elevadas de su sitio. Pronto, llegó al exterior y guardó las manos en los bolsillos observando el bosque. Emitió un silbido, y no pasaron ni dos minutos cuando a su alrededor unos veinte hombres se acercaron a él.
-Mi hermana ha desaparecido, busquen el rastro y en cuanto la encontremos, la recuperaremos.
-Ella sabe defenderse sola –comentó una voz entre la multitud. El hombre, lo fulminó con la mirada –lo lamento jefe.
-Andando –ordenó ignorando rotundamente al sujeto cuyos ojos, desaparecieron al igual que su persona.
Pocos eran los que enfrentaban al poderoso Alexander Blackthorn. Y muchos quienes intentaban cortejar a Emilia. El rapto no le llamaba la atención, pero ya había transitado un largo tramo desde el ultimo... rapto.
Caminó sin prisa, hasta el último sitio donde la policía la encontró. Fingió pena y preocupación extrema, frente a un oficial, antes de robarle la planilla de pruebas de sus manos. Con una sonrisa, avanzó hacia el bosque y echó un vistazo en cada detalle.
Después de varias horas, intentando localizar el sitio, lo hallaron. Al parecer una camioneta color negra, la había tomado a su hermana. Gruñó furioso, al descubrir aquello.
-Humanos tontos –comentó con desagrado y asco. Alexander, odiaba a los humanos. Les daba asco y repulsión. Había llegado al grado, de odiarles por sobre todas las cosas. En ese caso, debía perder el tiempo ayudando a su hermana.
Hace cincuenta años, que no la veía. Ahora, tendría que reencontrarse con ella. Pasaron algunas horas, se encontraba frente a un edificio abandonado. Las paredes cubiertas de hongo negro, le daba un aspecto tétrico. Pero el hombre, no se inmutó ante el ambiente y aroma fétido que desprendía el lugar.
Sus pasos, se camuflaron con el sonido de los animales nocturnos, hasta llegar a un enorme portón de metal. Estiró su mano, antes de dar un golpeteo con sus blancos nudillos. Acomodó su cabello, detrás de su espalda y sus manos se apoyaron sobre sus caderas.
-¿Qué quieres? ¡Vete! –exclamó un guardia de seguridad, lo apuntó con la linterna y él, sonrió.
-Déjame pasar y no ocurrirá nada aquí –anunció aburrido, mientras estiraba el cuello.
-¡Largo! –exclamó y cuando hizo el amague para cerrar la puerta, no pudo. Alexander, lanzó una fuerte patada. El hombre, cayó de espalda y él junto a sus hombres ingresaron. Algunos se transformaron en lobos y él, continuó en su forma humana.
Se miró al espejo, y se odió a sí mismo. Siguió avanzando, y cuando vio a un sujeto con un arma, se acercó a una velocidad irreal antes de tomarlo del cuello y lanzarlo lejos. Comenzaron a luchar rápidamente con todos los hombres, él caminó tranquilamente hasta encontrar una celda. Su hermana, abrió la puerta con disimulo para salir, y luego regresó.
Aquel gesto, le llamó la atención. Emilia, no se preocupaba por nadie. Tomó de la mano a una asquerosa humana, pero la perdió de vista por las pisadas de algunas mujeres. Le dio igual, en silencio se giró.
Pero algo, lo detuvo. Al girar la mitad de su cuerpo, hizo una mueca. Su hermana lo detenía -¡Debemos ayudarla! –exclamó y el rodó los ojos.
-Vamos, es una humana asquerosa –comentó y ella se negó a detenerse.
-Debes escucharme... ella es...
Pero no pudo continuar, al escuchar: ¡Auxilio! Era un grito desesperado de dolor, en cuanto Emilia se giró, cubrió su rostro. La mano de Kiara, estaba atrapada entre el metal, y comenzaba a derramar... un color rojizo.
-Nos vamos –comentó sin una pizca de arrepentimiento o lástima. Mientras avanzaba hacia la salida, y vio a su hermana mirándolo con enojo profundo al ser arrastrada por otros hombres, lo sintió.
Un aroma fuerte a cedrón y laurel. Era un aroma único... solamente, una persona en toda su existencia, medio siglo de ella, había sentido.
-Elizabeth... ¿Elizabeth? –empezó a preguntar sintiendo su corazón congelado por los años, latiendo con mucha aprensión en su pecho. Se giró corriendo, intentando localizarla -¡Elizabeth! –exclamó sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas, ¿hace cuánto había llorado? ¿Cien años, doscientos años?
-A-ayuda... -comentó una voz, y algo se aferró a él con una fuerza muy débil, pero lo suficiente para detenerlo. Confundido, observó a aquella mujer convaleciente, casi desmayada por el dolor. El aroma, era de ella.
-No... no puede ser ¡Hueles a ella! –exclamó furioso y la liberó con una fuerza descomunal. La tomó entre sus brazos, y su asquerosa mano humana lo tocó pero se desmayó. -¡Es un insulto que huelas a ella!