El hijo del señor Walker: Embarazada por error
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Capítulo 8 No eres tan santa como pareces

Capítulo 8

No eres tan santa como pareces

Realmente pensé que ya me había librado de este hombre. El señor Walker se hallaba de pie a un costado de mi camino, mientras pisaba mi jardín sin importarle nada. Miré por encima de mi hombro, buscando algún rastro de mi novio, pero, para mi mala suerte, ya se había marchado de aquí. Aceleré mi paso y metí la mano en mi bolso con algo de desespero para, de este modo, agarrar mis llaves y entrar a mi casa lo más rápido posible, pero estas habían desaparecido de la nada.

-¿No piensas responderme el teléfono? -cuestionó de nuevo, y seguí ignorándolo.

Busqué la forma de llamar a un cerrajero, aunque para este punto mi móvil estaba casi sin batería y sería difícil para mí contactar uno por la zona en donde vivía. Lo mejor por ahora era tomar un taxi y quedarme en casa de mis padres al menos por esta noche, mientras solucionaba el problema mañana a primera hora.

Saqué algunos billetes de dólar de la americana de mi uniforme y respiré porque al menos esto alcanzaría para llegar al edificio donde vivían papá y mamá. Mis tacones se sintieron un poco pesados. Me sentía demasiado cansada, y lo único que de verdad necesitaba ahora era dormir.

«Y también romperle la cabeza de nuevo a mi jefe, aun cuando esto termine por llevarme a la cárcel».

De repente, unas manos toscas me sujetaron del codo con violencia en el momento en que procuré pasar la calle para tomar un taxi en la siguiente avenida. Los ojos azules del señor Walker se hallaban oscurecidos.

¿Estaba molesto?

«Tal vez».

¿Me importaba?

«Por supuesto que no».

Así que, sin dudarlo dos veces, tiré tan fuerte de mi brazo que me fue casi inviable no tropezar con mis propios pies. Mi cabello se sacudía de un lado hacia otro por la brisa fresca de esta noche de verano.

-¿Qué quieres ahora? -escupí, y mordí mi labio inferior para controlar todas mis emociones.

-Necesito hablar contigo -farfulló más como una orden que como una petición-. Tienes que volver a mi compañía.

Negué y tomé de nuevo mi camino.

-Ni muerta volveré a pisar Go Space y menos después de que la lunática de tu mujer me humilló como quiso. ¿Ustedes los ricos piensan que los pobres no tenemos dignidad? ¡No sé qué cosas compra con su dinero, señor Walker, pero ya se habrá dado cuenta de que a mí no!

-Mi padre quiere que regreses. Me está presionando con esto, además de darle un heredero pronto. -Lo comprendí todo-. ¡Tengo demasiada carga ahora mismo con el tratamiento de Carlotta para su embarazo! ¡No me estreses más!

Un bebé...

Así que una de las condiciones para mantenerlo dentro de la empresa era un heredero.

-Conozco a los hombres como tú, Elijah Walker. ¿Qué te dará Henry si regreso a la compañía? ¿Acciones? ¿Dinero? ¿La herencia?

Sus ojos se abrieron al escuchar lo último, y sonreí. Lo tenía en mis manos.

-Al parecer, no eres tan santa como imaginé, señorita James -espetó, y lubricó un poco sus labios con su lengua-. ¿Tuviste sexo hoy con el doctorcito?

-¿Qué? ¿Dé que hablas?

Di un paso hacia atrás al sentir cómo el cuerpo de mi jefe se me vino encima. Mi respiración se cortó rápidamente al percibir su mano acomodando un mechón de mi cabello en la parte trasera de mi oreja.

-Rum, rum. -Elijah hizo el sonido del motor de un vehículo-. Lo vi todo. Siendo honesto contigo, me sentí un poco decepcionado. Creí que eras virgen.

-¡Gilipollas! ¡Mi sexualidad no le interesa! -Un calambre perforó mi estómago una vez lo tuve encima.

El castaño acercó su nariz a mi pecho para luego alejarse con una sonrisa.

-¿Eres un depravado? -pregunté con la voz temblorosa-. ¡Voy a llamar a la policía! ¡Enfermo!

El enorme sujeto agarró mi muñeca para, en un abrir y cerrar de ojos, quitarme mi teléfono.

-Hasta aquí puedo oler tu virginidad, Emilia James. ¿Ese novio tuyo es tan malo que ni siquiera quieres tener sexo con...? -Un golpe en seco em su cara obligaron a cada una de sus palabras a morirse en el acto. Su carne ahora yacía enrojecida por el puñetazo que le acababa de dar.

Elijah me miró con la cara arrugada.

-¡No sé qué se esté imaginando, señor, pero no puede venir a mi casa a insultarme!

-Tienes agallas, Emilia. Ahora entiendo por qué mi papá te desea tanto en la empresa.

-¿Para patearte el culo cada vez que te creas mejor que los demás?

Un silencio prolongado se instaló entre nosotros.

-No puedo negar que eres demasiado valiente. -Acarició su mejilla hinchada-. Nadie se había atrevido a llegar tan lejos conmigo. Debo admitir que eres un imán de problemas.

Bufé y me sorprendí al meter la mano en mi americana de repente y encontrar las llaves de mi casa.

-No sé qué haces aquí, pero ya vete. -El británico bajó la cabeza, incrédulo-. Hoy no estoy de ánimos para escuchar tus estupideces. Ya estoy asqueada de tu presencia. -Metí mis llaves dentro de la cerradura-. ¿Qué haces? -musité al verlo pegado detrás de mí.

-Voy a entrar a tu casa -respondió, y miró el interior de mi casa por encima de mí.

Volví a cerrar la puerta de golpe.

-Estás loco si crees que vas a entrar a mi casa. ¡No eres bienvenido aquí!

-¿Entonces dónde soy bienvenido? -Dio un par de pasos lejos de donde yo estaba.

-¡No lo sé! ¡¿Quién querría a un tipo tan arrogante como tú?!

-Auch, eso me dolió, tablita.

«Hijo de puta».

-No me llames así -advertí-. ¿Necesito llamar a la policía para que te largues de mi propiedad? ¡Te recuerdo que me fui de tu empresa por su culpa! -Empujé su cuerpo a un costado del camino. Mis brazos se cruzaron a la altura de mi pecho y mi vista se centró sobre el cielo oscuro de la noche. Iba a llover pronto-. ¿Qué es lo que realmente haces aquí, señor Walker?

Un suspiro largo chocó contra mi oreja izquierda. Salté sobre mis propios pies. El magnate se encontraba peligrosamente cerca de mí. Hasta ahora no me había fijado bien en el azul de sus ojos. Su mirada era tan cristalina como perturbadora. Imposible de creer que un tipo tan arrogante pudiera tener la maravilla de Dios en sus ojos.

-¿Ya te enamoraste de mí? -Rompió el poco encanto que tenía-. Papá te quiere de vuelta. Si no te llevo, le dejará toda la herencia a mi hermano menor, y nadie quiere eso.

-Antonio te come el mandado y se queda con todo. Qué buen tipo -me burlé, y caminé hacia la autopista. Tenía un poco de hambre, así que iría a un restaurante mexicano en donde hacían unos tacos de birria demasiado deliciosos.

-No sé qué quisiste decir con eso antes, Emilia, pero te aseguro que Antonio jamás haría algo para hacerme daño.

Para este punto, no solo deseaba asesinar a ese bastardo con mis propias manos, sino también molerlo a golpes hasta que el juicio y la razón volvieran a poseer su cuerpo.

-Allá tú. Realmente ese no es mi problema. -Me paré al frente del aclamado local de doña Paquita, una anciana de Guadalajara que vino a los Estados Unidos desde joven, trayendo consigo la mejor gastronomía de su país.

-¿Qué hacemos aquí? -susurró a un costado de mí.

-¿Qué hacemos? No -saqué mi billetera-, qué hago yo aquí. Y, si no te has dado cuenta, a estos lugares se viene a comer. -Hice una pausa-. ¿Te pintas el cabello?

-¿Por qué la pregunta?

«No te rías, Emilia, al menos no todavía».

-Es que la única respuesta que tengo para que seas tan estúpido y pendejo es que el amoníaco se haya comido tu cerebro. -Y, sin más, lo dejé atrás.

La dueña del local apenas me vio me ofreció una mesita a un costado de una enorme ventana. El sitio era como un pedazo de México en este país frío.

-¿Lo de siempre, señorita? -consultó la anciana, y me miró con los ojos cristalinos.

Su piel arrugada y las canas sobre su cabeza mostraban el deterioro de su cuerpo. Sin embargo, el brillo en sus ojos se aferraba fervientemente a la vida.

-Sí, señora. Tacos de birria. ¿Saben que son los mejores de la zona?

Su enorme sonrisa ante mis palabras me estremeció el corazón.

Cuando la mujer se alejó, el hambre se me espantó al ver al señor Walker agarrar una silla de una de las mesas dentro del local con asco y sentarse justo a mi lado.

«Más ceca de lo que me hubiese gustado».

Sus ojos recorrieron todo el sitio con repulsión. Era obvio que el restaurante no tenía ni siquiera una estrella michelín, pero había algo que lo hacía único y especial: la calidez de su comida.

-Si comes algo de aquí, de seguro te dará una infección estomacal. -Me vio llevar un pedazo de tortilla de maíz a la boca, la cual mastiqué lentamente con la intención de fastidiarlo.

-Sí estás aquí para que vuelva a la compañía, te puedes ir largando de una vez. -Sonreí y bajé la voz en cuanto la dueña del restaurante me trajo mi pedido.

Una bandeja llena de tacos de birria, consomé del mismo, chiles, limón, salsa verde y roja, y, lo mejor de todo, ¡cebolla en tiras!

-¿Vas a pedir algo? -inquirí por cortesía.

-No, amo mi vida.

Entorné los ojos.

-Eres un cretino, ¿lo sabías?

-Es la primera vez que me lo dicen.

Su falsa sonrisa me provocó náuseas.

-La gente a tu alrededor te tiene miedo -repliqué, y llevé un pedazo de manjar a la boca.

Mi mandíbula se tensó al sentir la explosión de sabores dentro de mí. Esto era tan parecido a un orgasmo, aunque solo había leído sobre esto antes.

-¿Miedo? ¿Por qué me tendrían miedo?

-Poder. -Lo señalé con la misma mano en donde sostenía mi delicioso y exquisito taquito-. Todas las personas a las cuales puedes manejar con tu dinero, por obvias razones, van a lamerte los pies.

-¿Y tú me tienes miedo?

Aquella pregunta golpeó mi cabeza, pero terminé negando.

-Para nada, señor Walker. Usted no tiene autoridad sobre mí -dije convencida de mis palabras-. Si me quedo sin trabajo, consigo otro. Así de fácil. No eres mi Dios.

«Dios».

Así era como el resto del mundo lo miraba, menos yo.

-¿Dinero? ¿Quieres dinero para volver a la compañía? -Se cubrió la nariz cuando me llevé un par de hilos de cebolla a la boca-. Eres asquerosa. ¡Nadie en su sano juicio comería esa porquería de cebollas! ¡Odio las cebollas!

Mastiqué con mayor fuerza; alcé la tonalidad del sonido de la cebolla siendo triturada por mis dientes.

-Podría volver con condiciones, no por dinero.

-¡Dilo! -Golpeó la mesa con sus manos por la emoción.

-Son muy fáciles. -Miré la taza de tiras de cebollas a un costado de mi plato-. Primero, no permitirás que tu prometida me ofenda o me ponga una mano encima.

-Está bien. ¿Qué sigue?

Asentí.

-No quiero que me pongas apodos y mucho menos que me humilles delante de otros empleados.

Sus ojos se cerraron por un momento.

-Bien.

-Lo siguiente es... -deslicé la taza de cebollas para que quedara delante de él- cómete todo el plato y tendremos un trato.

Iba a disfrutar tanto esto.

            
            

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