Capítulo 9 La cebolla

Capítulo 9

La cebolla

Apreté rápidamente mis muslos internos para no reírme antes de tiempo. El señor Walker le echó un par de vistazos al pedazo de cebolla a un costado de mi plato. Entretanto, observé la determinación en sus ojos. Pude notar en su mirada ese fuego cegador que lo haría explotar en cualquier momento.

El empresario dirigió su vista hacia mí. Lo sabía, no lo haría, pero al menos fue un buen intento. Sus manos se cruzaron a la altura de sus hombros, detrás de mí. El sonido eufórico de los relámpagos cayendo sobre la tierra nos avisó que pronto iba a comenzar a llover.

Odiaba los aguaceros nocturnos, me hacían sentir demasiado ansiosa y asustada.

-¿Entonces? -volví a incitarlo.

Sin embargo, una sonrisa rapaz me obligó a pasar saliva en seco. Este hombre era más intimidante de lo que pensé, pero no estaba dispuesta a dejarlo ganar esta batalla.

-Siempre creí que Antonio Walker era mejor que su hermano mayor.

Hasta aquí pude escuchar su pesada respiración. Le había dolido lo que le había dicho, ¡y me encantaba!

-¿Qué acabas de decir, niña?

Un gemido que brotó de mi boca resonó por toda la habitación. Para este punto, mis tacos de birria estaban tan fríos que no se me apetecían ya.

-Antonio es inteligente, carismático. Además, estoy más que segura de que será mejor presidente que tú.

¡Obvio no pensaba nada de eso de aquel gilipollas!

Solo necesitaba mantener mi actuación el mayor tiempo posible y rematar mi golpe cuando viera una pizca de duda sobre él.

Elijah dejó reposando su mano sobre su nuca para luego mirar perdidamente a todas las personas a su alrededor.

-Te estás vengando de mí, ¿verdad?

-Un poco -respondí con descaro.

-Cuando sea presidente, te voy a despedir.

Me encorvé de hombros.

-No creo que algún día llegues a ser presidente de Go Space. -Bebí un poco de horchata.

-¿Por qué estás tan segura?

«¡Bingo!».

Había duda en su mirada.

-Porque el señor Henry te colocó como condición llevarme de regreso a la compañía para mantenerte como el candidato potencial para ser su sucesor. En cambio, no has sido capaz de cumplir mi petición para darte ese poder. -Volví a deslizar el plato de cebolla hacia él.

-¿Y si no lo hago? -volvió a encarar-. ¿Qué sucede si no lo hago?

Mis labios se fruncieron por un instante.

-Señor Walker, seamos honestos, yo podría conseguir un trabajo en cualquier parte del mundo, pero ¿y usted? ¿Podrá vivir viendo cómo el hombre que le come el mandado ahora es el presidente de la empresa por la que trabajó tanto tiempo?

-¿Que me come el mandado? -repitió mis palabras-. ¿Qué significa eso?

-¿De verdad no lo has investigado?

«¡Le quiero tirar mi tacón en la cara al verlo negar a mi pregunta!».

-Le dije que mi hermano no sería capaz de causarme algún daño, señorita James. Si está insinuando que mi prometida y él tienen algo, déjeme decirle que la puedo demandar por calumnia.

Respiré profundo.

Lo que Elijah tenía de hermoso lo tenía de idiota.

-Realmente ese es su problema, señor. -Bufé y terminé de beber mi bebida-. Ahora bien, ¿se va a comer esa cebolla o no? ¡Dice que Antonio jamás le haría daño, pero mírese aquí, haciéndole daño a él!

Un silencio prolongado se instaló entre nosotros. El empresario observó sus manos con detenimiento al comprender que yo tenía la razón. Ambos fueron criados por los mismos padres. No obstante, el hambre de poder los convirtió en esto.

-¿Te presentarás a trabajar mañana si hago esto?

Asentí. No tenía nada que perder.

-Bien. -Agarró con asco el plato de cebollas, así que saqué mi móvil para grabar este maravilloso momento.

Mi corazón galopeaba a mil por hora al ver cómo aflojó el nudo de su corbata para así arrancársela y dejarla a un costado de donde se encontraba en pie. Elijah sacudió salvajemente sus hombros para quitarse la americana que adornaba el traje de tres piezas que llevaba puesto hoy.

Lo escuché respirar profundo y luego me dio un vistazo.

Sus ojos me aniquilaron al notar cómo agarraba una cebolla entera hasta hacerla viajar a la comisura de sus labios. No quería hacerlo, se le notaba, pero no le quedaba más remedio que esto. Lo comía o se quedaba sin el poder.

Hundí la tecla de grabar en mi móvil al observar su vacilación. Esto le costaba, aunque yo lo disfrutaba demasiado. Sus ojos se cristalizaron de un instante a otro, quizá por el ácido sulfúrico que contenía la cebolla al entrar en contacto con la humedad de nuestros ojos.

-Mierda -susurró.

Aunque intenté aguantar la respiración para no reírme, no pude. ¡Elijah se tallaba los ojos porque le ardían! Apreté la mandíbula porque por nada del mundo podía desviarme de mi propósito.

-¡Me quema! -gritó entre gemidos.

-¡No seas llorón y cómete la cebolla!

El señor Walker inhaló aire para, acto seguido, abrir su boca y tragarse casi la cebolla entera. Me levanté de mi asiento para colocar mi cámara sobre su cara. Todo su rostro estaba rojizo por el ardor que, al masticar, le producía el bulbo de la planta. Mi estómago se contrajo. Esto era demasiado divertido, tanto que llamamos la atención de los clientes del restaurante de doña Paquita.

-Trágalo -ordené al ver su intención de vomitar-. Trágatelo, señor Walker, y tenemos un trato.

¿Me pasaba con esto? Sí.

¿Él se lo merecía? ¡Por supuesto que sí!

Mi jefe levantó la mirada. Sus ojos suplicantes me miraron con determinación. Él quería que detuviera esto, pero no tenía intenciones de hacerlo. Fui humillada ante su presencia, me golpearon siendo yo inocente de todo... No podía dejar pasar esto tan fácil.

Y, sin más, lo escuché vomitar.

El británico apoyó sus manos sobre el piso, dejándose ir una y otra vez. Algunas de las meseras corrieron hacia él para ayudarlo a respirar, mientras que yo solo lo veía tal cual era: un niño llorón que deseaba ganar siempre.

Aunque este juego hoy lo gané yo.

-Tenemos un trato, señor Walker -dije al verlo limpiarse el sudor y la humedad de su rostro-. Cuando creí que no eras tan hijo de puta como lo pensaba, vienes y me sorprendes.

¿Hacer todo esto para qué? ¿Para sacar del camino a su hermano menor y así tener el poder absoluto de la compañía de su familia? ¡Elijah Walker no solo era un bastardo, sino que también se merecía lo que otros le hacían!

-Mañana te espero a primera hora en la oficina.

Doña Paquita se acercó a cobrarle al tipejo junto a mí todo lo que me había comido. Ella lo sabía también: aquel hombre era un hijo de perra.

Caminé hacia mi casa mirando una y otra vez el video que saqué del británico en mi teléfono. Estaba más que segura de que esta era la primera vez que alguien le devolvía un poco de su propia medicina, y estaba más que feliz por haber sido yo.

«El karma es una perra», diría mi madre en este momento.

Llevaba más de cuatro horas dentro del baño con una diarrea que me sacaría hasta lo último de mi pobre alma. Mis manos apretaron las paredes de azulejos a mi alrededor al sentir aquel dolor profundo invadir todo mi cuerpo de nuevo. Una capa de sudor se instaló sobre mi frente.

«Voy a morir, lo sé».

Maldije una y otra vez el nombre de Elijah Walker. En una hora debía presentarme en las oficinas de Go Space. Si no, tendría que ver el mundo arder luego de la humillación que le hice pasar ayer. Rodeé mi estomago con impetuosidad al escuchar el sonido de mis tripas comiéndose mi interior.

«Tacos de birria... Los amaba, pero ya no».

Después de media hora, mi cuerpo comenzó a volver a la normalidad, aunque me sentía demasiado débil para siquiera dar un paso. Bajé las escaleras que daban a mi sala y me arrastré, en teoría, hacia mi cocina. Saqué del refrigerador un poco de suero pediátrico para mantenerme despierta.

Me bañé rápido para acto seguido, alcanzar mi bolsa y salir lo más veloz posible de mi casa hacia la compañía Walker. Mis manos colocaron la tarjeta de acceso en la entrada de la empresa. Sin embargo, me detuve cuando el dolor me invadió de nuevo.

«No hoy. No ahora. ¡Ayuda, me voy a morir!».

Apreté las piernas, dando pasos pequeños y tensos hacia mi oficina. Mis compañeras me miraron, quizás dándose cuenta de lo pálida que me veía. Una de las asistentes me dejó una bandeja con dos cafés sobre mi escritorio y me dio la orden de que debía llevarla a la sala de juntas, donde ahora mismo el señor Henry Walker estaba reunido con su hijo mayor.

Maldición...

Si me llegaba a pasar un accidente -«Sí, hablo de cagarme»- delante de aquellos hombres, me iba a matar, ¡lo juraba!

Tensé la mandíbula y le di un par de golpes a la puerta de aquel lugar. Después de medio segundo, logré entrar. El presidente de la empresa tenía las facciones de su rostro serias. Entretanto, su hijo no decía nada.

-Un heredero. Cásate con ella y dame un heredero -escupió el anciano de repente.

-¡Te dije que es muy pronto para casarme con Carlotta!

«Ay, caray, chisme».

Ahogué una sonrisa cuando ambos me miraron fugazmente.

-Si Carlotta Grimes sigue sin embarazarse, hay otros métodos, hijo, pero ¡deberás casarte con la madre de tu hijo! Hoy en día la ciencia está tan avanzada. Toma. -Elijah abrió los ojos al ver el papel que su padre le había entregado-. Esta clínica es muy buena. Ahora están usando el método ropa para que las mujeres, en este caso, tu prometida, donen su óvulo y la madre que elijan lleve a término su bebé.

-¡Estás demente si crees que haré eso!

Mis piernas temblaron al verlos levantarse de golpe.

-¡No tienes opción, Elijah! ¡Tienes treinta y cinco años! -entonó el hombre iracundo-. ¡Es ahora, u olvídate de mi herencia! ¡Le dejaré todo al inútil de tu hermano Antonio!

-Carlotta no produce óvulos, papá. Es imposible que un bebé sea de ella y mío.

Mi corazón golpeó mi pecho.

-Pero no puedes dejarla. Necesitamos el apoyo de su familia para nuestros negocios.

Silencio.

Un silencio prolongado se instaló en el lugar.

-Encuentra a una chica, págale lo necesario y tráeme un heredero.

Elijah caminó hacia mí para luego agarrarme de la mano y obligarme a dejar la bandeja de cafés sobre una pequeña mesa de centro. Mi jefe caminaba tan rápido que me era casi imposible seguirle el paso. Cuando llegamos al estacionamiento, su carro sonó, y en un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba dentro.

Ambos estuvimos sin decir nada por un largo tiempo.

-Cancela todas mis citas de hoy -declaró mientras yo sacaba mi iPad de mi bolsa.

-¿Las paso para mañana?

-Sí.

-¿Para dónde vamos?

-A cumplir los deseos de mi padre.

-Los millonarios son extraños. -Me mordí el labio inferior al darme cuenta de lo que acababa de decir.

-¿Por qué? ¿Porque tengo que embarazar a una desconocida para poder recibir lo que me corresponde? Esto es mucho más complejo de lo que piensas, señorita James.

El tono de voz que usó fue algo tosco.

-Ilústrame -lo reté.

Apretó la mandíbula con fuerza.

-Antonio tiene treinta años, pero sigue comportándose como un crío. -«Dímelo a mí, que lo vi follar con tu prometida en la misma silla en la que te vi sentado ayer»-. Mi padre me está presionando para darle un heredero porque no cuenta con mi hermano. A él... solo le interesa gastar dinero, irse de viaje y a fiestas.

-Típica cosa de chicos ricos.

Me gané la mirada juzgadora de Elijah.

-La cuestión es que, si hago las cosas mal y papá no tiene más opción que darle todo a mi hermano menor, la fortuna que fue acumulada por décadas por la familia Russo-Walker se verá despilfarrada en segundos.

-No le costó demasiado al señor Timoteo Russo, el padre de tu bisabuelo, crear todo esto para nada, ¿cierto? -La fortuna de su familia venía de su madre, no de su padre.

-Por fin entiendes algo, tablita.

-¿Qué dijimos sobre los apodos, gruñón?

-Bien, lo siento. -Parqueó su coche en un lugar que conocía perfectamente-. No puede ser -escupió al darse cuenta en dónde estábamos.

El hospital de Negan. Su padre lo envió al hospital de mi novio.

Espera, ¡otra vez volvió mi diarrea!

                         

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