Capítulo 2 LA CALMA ANTES DE LA TORMENTA

Además, Ilán era tan maravilloso y complaciente en todo, sin reprocharle el abandono causado por su dedicación al trabajo.

-No te preocupes y parte tranquila. Amaya es como una madre para mí; verás que tus temores son infundados -afirmó, mientras destapaba el vestido-. La boda está cerca. Te voy a echar de menos, pero no te pediré que hagas ese viaje y dejes todo atrás. Mi suegra tiene razón; este es el momento ideal para lanzar mi marca allí y sé que no hay nadie mejor que tú para representarme.

Amelie guardó silencio. Ivory estaba completamente cegada por su suegra y su novio, Ilán. Aunque no tenía pruebas concretas que sustentaran sus sospechas, algo no la convencía del todo acerca de esos dos. Rezó fervientemente para estar equivocada. Amaba a Ivory como si fuera su hermana y la había visto sufrir demasiado. Solo deseaba que, en verdad, su amiga pudiera crear la familia que tanto anhelaba.

-¡Es precioso y único! -exclamó ante el hermoso vestido de novia, una creación de la propia Ivory-. Serás la novia más bella de todas. No olvides llamarme por video ese día para verte, ¿de acuerdo?

-De acuerdo -respondió Ivory-. Quién sabe, quizás pueda posponer la boda para que tengas tiempo de regresar; no tengo a nadie más. Me he alejado de todos nuestros amigos -dijo, pasando la mano por la fina tela blanca con añoranza-. Todavía no entiendo cómo me dejé convencer para casarme con Ilán tan rápido, ¿verdad?

Amelie no respondió directamente. Ella sabía cómo había sucedido: la suegra de Ivory había insistido en que se casaran lo antes posible. La conversación fue interrumpida por la entrada de Dafne, la asistente que sustituiría a Amelie.

-Es precioso tu vestido, Ivory -dijo con una familiaridad que hizo que ambas giraran la cabeza hacia ella-. Perdón, señorita Ivory. Soy Dafne, la asistente recomendada por la señora Amaya. Aquí tengo mis papeles.

Los días que transcurrieron fueron un torbellino: la partida de Amelie, los preparativos de su desfile, la organización de la boda. Afortunadamente, Dafne era tan eficiente como le había dicho su suegra. Le aliviaba mucho trabajo, y por ello le estaba profundamente agradecida. Todo había sucedido tan rápido, reflexionaba Ivory mientras observaba su imagen en el espejo. El día que había soñado y temido a partes iguales había llegado: un día que prometía ser el umbral de una vida compartida, de un "nosotros" en lugar de un "yo".

Ivory Cloe se encontraba frente al espejo, su reflejo vestido de blanco puro, una visión de esperanzas y promesas. "Mamá, mírame", susurraba a la imagen que le devolvía la mirada, buscando en ella el eco de una presencia que ya no estaba. "Gracias por cada gota de sudor, por cada noche sin descanso. Mírame, mamá, tu legado vive en mí."

Las palabras flotaban en el aire cargado de perfume y nostalgia cuando Amaya, su suegra, irrumpió en la habitación con la gracia de quien está acostumbrado a poseer el espacio a su alrededor.

-¿Con quién conversas, querida? -preguntó con una sonrisa que no alcanzaba a tocar sus ojos.

-Oh, solo le estaba diciendo a mi madre cuánto desearía que estuviera aquí hoy -confesó Ivory, mientras una lágrima traidora amenazaba con desbordar el dique de sus pestañas.

-Ah, pero no arruines ese hermoso maquillaje -advirtió Amaya con un tono que pretendía ser ligero, extendiéndole un pañuelo de seda-. Hoy es un día de alegría, al menos para mí -dijo con una sonrisa velada-. No te demores; yo acompañaré a Ilán al altar -se detuvo un instante y añadió-: Tu madre estaría orgullosa de verte seguir sus pasos.

"¿Sus pasos?" Ivory repitió para sí misma mientras Amaya la examinaba con una sonrisa estudiada. No era que se avergonzara del trabajo honrado de auxiliar de limpieza que había desempeñado su madre para darle un futuro mejor, al igual que su padre, que fue jardinero.

-¿Sus pasos? ¿Qué quiso decir con eso, suegra? No olvide que, gracias al enorme sacrificio que hicieron mis padres, pude estudiar para no seguir sus pasos. Soy la dueña de una cadena de tiendas de lujo, así que no me veo limpiando pisos como ella. Aunque no sentiría vergüenza si tuviera que hacerlo -dijo Ivory, sonriendo ante la mirada fría de su suegra-. De acuerdo, ya voy, mi suegra. ¿O debería empezar a llamarla madre a partir de hoy? -preguntó con una sonrisa inocente.

Amaya no respondió; se limitó a observar a Ivory en silencio, un silencio que, por un instante, a Ivory le pareció más pesado que las palabras.

-Solo no te demores, Ivory. Verás por qué te acabo de decir que serás a partir de hoy como tu madre -contestó Amaya con una sonrisa que no llegaba a sus ojos-. Te he preparado una grata sorpresa, al menos para mí lo es.

-¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa? -Ivory se giró para verla salir-. Suegra... ¿qué sorpresa? No me gustan las sorpresas...

Pero esas palabras no la prepararon para lo que la esperaba en el altar. Aquello no podía ser verdad. Debía tratarse de una broma de muy mal gusto.

El prometido de Ivory era Ilán Makis, en la plenitud de su juventud y único heredero de una de las dinastías empresariales más renombradas, se encontraba en la cúspide de su vida cuando un temblor inesperado, que con el pasar de los días se hizo cada vez más intenso, lo dejó confinado a una silla de ruedas, sin vislumbrar un atisbo de recuperación.

Aquel domingo, como era costumbre, se hallaba en su habitación. El crepúsculo se cernía sobre el día y él se sumergía en la lectura a la tenue luz de una lámpara, aguardando la ayuda necesaria para realizar su aseo nocturno. De repente, la puerta se abrió con estrépito.

-¡Mamá! -exclamó al verla irrumpir en la estancia junto al chofer, portando un traje de gala-. ¿Qué... qué significa esto? Recuerda que aborrezco salir... y tampoco dis...fruto recibir visitas aquí, en mi refugio per...sonal. Así que, por favor, de...secha cualquier plan que tengas al respecto -articuló con dificultad, luchando contra el tartamudeo que su condición le provocaba.

Su madre, imperturbable y sin ofrecerle una mirada compasiva, dictó una orden cortante al chofer. Sin mediar palabra, procedieron a despojarlo de sus ropas y a vestirlo con el traje elegante. Ilán se encontraba indefenso, consumido por la indignación y el llanto que brotaba de su ser. Los guardias habían sido despedidos más temprano, con la promesa de una noche tranquila de descanso, y ahora su propia progenitora perpetraba lo que él sentía como un abuso.

-Nos dirigiremos a la iglesia -declaró ella con una firmeza inquebrantable-. Todo está dispuesto. Tu prometida te espera allí. No te aflijas; dudo mucho que ella consienta en aceptarte, así que no pongas esa expresión de desdén. Estoy al tanto de tu aversión al matrimonio.

-¿Qué... qué disparates estás diciendo, mamá? -preguntó Ilán mientras era cacao de su habitación.

            
            

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