Enamorada de un asesino
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Capítulo 3 III

-Ya, socio, es buena cantante, tiene mucho talento, me gusta mucho su timbre, además es muy guapa, hermosa, al público les va a encantar, es bastante graciosa-, dijo contento Müller, con una larga sonrisa dibujada en sus labios.

-Quiero que se convierta en una estrella, que el público la aplauda y que sus discos se vendan como pan caliente-, le dijo un sujeto a manera de orden desde la otra línea.

-Por supuesto, pero te voy a decir algo, ella sola labrará su futuro porque ya te digo, tiene muchísimas condiciones, lo bueno que tiene sus propias canciones, es completa y en esas condiciones triunfará, te lo aseguro-, estaba demasiado entusiasmado Müller,

-Lo sé, por eso te la recomendé, ya sabes que tengo un fino olfato para las estrellas también je je je-, subrayó el tipo.

-Y para las mujeres también, ja ja ja-, quiso ser ocurrente Müller.

-Ella es mía-, se puso serio el sujeto de la otra línea.

-Era solo una broma, no tienes por qué ponerte en guardia-, supo Müller que había metido la pata.

-No olvides nunca quién soy, si me da la gana, te meto ahora mismo un balazo en la cabeza y te la hago estallar como una calabaza, jamás olvides eso-, dijo el tipo y colgó. Müller empalideció, quedó pasmado y sintió erizarse sus pelos. -¡¡¡Giovanna!!!-, llamó a su secretaria.

-Dígame, señor-, sonrió ella con encanto.

-Esa mujer, Pamela, alista el estudio, contrata la orquesta, llama a Robert para la dirección, tiene que ser un trabajo perfecto, esa chica tiene que ser una estrella por sus cuatro costados-, ordenó entre azorado y pasmado.

A ella le dio risa. Asintió y salió. Fuera de la oficina de su jefe, estiró una larga sonrisa. Sabía que Müller se estaba jugando la vida con esa chica.

*****

A Johnson lo conocí en un concierto de "Las golondrinas", en un coliseo en las afueras de la ciudad. Asistió mucho público que disfrutó, enfervorizado, nuestro espectáculo. Éramos muy coquetas en realidad. Nos cimbreábamos en la tarima con encanto y sensualidad, usábamos los vestiditos muy ceñidos, cortos y de mucho escote y los aficionados deliraban con nuestros esculturales cuerpos, siempre ataviadas con botas enormes y con los pelos revueltos igual a melenas de león. Yo era la vocalista principal del cuarteto y las otras chicas se dedicaban a cimbrearse y conquistar al público con sus esculturales anatomías.

Yo me hacía llamar Meliha. En realidad es mi segundo nombre, je. Yo soy Pamela por mi madre y Meliha por mi abuela materna. Cuando opté por la música decidí llamarme, entonces, Meliha a secas.

Siempre me gustó hacer música. Cuando terminé el colegio, de inmediato postulé al conservatorio musical y aprendí todo lo referente a las claves, los tiempos y los pentagramas. Le cantaba al amor y al romance. Yo me había enamorado muchas veces cuando joven y resumía mis experiencias con mis novios y enamorados, en sentidas canciones. Además era muy soñadora y recreaba emociones y pasiones en versos que luego se transformaban en melodías sugestivas y candentes.

Esa noche estuvimos arrolladoras, impecables y lucimos muy sensuales y sexys, mis canciones además entusiasmaron a la platea que terminó vivando mi nombre ¡Meliha! ¡Meliha! ¡Meliha! y eso, creo, que no le gustaba mucho a mis amigas que integraban el cuarteto, esa fue, también, otra de las razones de que el grupo se desintegrara al poco tiempo.

Terminamos de cantar esa noche, recuerdo, pasadas las dos de la mañana. Yo estaba muy cansada y me dolían los pies por que las botas que usábamos tenían unos tacazos tan enormes que parecían zancos. -Yo me voy sola, chicas-, les dije a mis compañeras porque quería quedarme un rato para recuperar el aliento. Sudaba, tenía mi corazón acelerado y estaba demasiado cansada por el intenso despliegue en el escenario. Ellas se fueron sin despedirse, fastidiadas, en la camioneta junto a los otros músicos. Llamé a mi papá para que me recoja.

Me saqué las botas, las pantimedias y cuando me disponía a sacarme el vestido, allí estaba él, mirándome.

-¡Oiga! ¡Qué hace allí!-, me enfurecí, tapándome de inmediato con una toalla.

No me dijo nada. Solo sonrió y se marchó dejándome furiosa, iracunda, echando fuego de mis ojos. Salté y cerré bien la puerta del vestidor. Me recosté en las tablas. Pese a mi ira, sin embargo, me había gustado el porte tan elegante y pulcro, majestuoso y señorial, igual a un dios helénico, con su barba deliciosamente marcada en su rostro adusto y varonil de aquel hombre insolente que invadió nuestro camerino. Me encantaron sus brazos grandes, sus manos enormes y su espalda gigante, tanto o más que la de un mastodonte. Junté los dientes y sentí las llamas alzándose en mis entrañas, calcinándome en un santiamén.

-Estoy en la puerta, hija-, me llamó mi papá al móvil, pero yo estaba extraviada en las nubes, entre fulgores de estrellas y campanas al vuelo repicando dulcemente dentro de mi cráneo, como una melodía que hablaba de romance y amor.

Pensé ya no verlo, que todo había sido un efluvio, un espejismo, una jugarreta del destino hecha tan solo para hacerme sufrir cuando, de pronto, días después lo volví a encontrar cuando iba a mis clases de música, en el conservatorio. Él me esperaba en la esquina en donde está la facultad. Al principio pensé que era otro tipo esperando a alguien y recién, cuando vi sus ojos enormes, profundos e hipnóticos, lo reconocí. Quedé pasmada y mi corazón comenzó a rebotar en mi busto como un caballo desbocado.

-Hola Meliha-, me dijo, y su vozarrón me pareció un viento cálido y tórrido que me despeinó por completo.

-Pamela, soy Pamela, Meliha soy solo en el escenario-, no sé lo que dije porque estaba embobada, boquiabierta, pasmada y turbada, toda en una, por él.

-Cantas muy bonito, Meliha-, insistió el sujeto con mi nombre artístico.

-Gracias-, estaba estupefacta. Sentía mis pechos erguirse como montañas y brotaron mis cascadas excitada por los bíceps de él, tan insinuantes, enormes, viriles, volviéndome loca. Yo mordía los labios, golpeaba mis rodillas, juntaba los muslos, me sentía muy tonta.

Corrí de prisa a la facultad, no porque le tuviera miedo, sino que estaba demasiado embobada frente a él.

            
            

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