Enamorada de un asesino
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Capítulo 4 IV

A partir de entonces él me esperaba todas las mañanas en la puerta del conservatorio donde aprendía música. Me traía peluches, flores, chocolates y dulces pero hablábamos muy poquito, a lo más quince palabras, porque yo le escapaba pues jamás podía hilvanar frases coherentes impresionada de él, viéndolo tan sobrio y majestuoso, enorme como una torre con sus espléndidos brazos, tanto que ansiaba acostarme en sus pechos y arroparme entre sus manos.

Supe que se llamaba Johnson, que estaba sin pareja y que yo le gustaba mucho, je.

Mis amigas me fastidiaban mucho. -Estas hecha una tarada por ese hombre-, reían mofándose de mi incertidumbre. Ellas también suspiraban por Johnson, porque era hermoso y muy dominante, codiciado y deseado igual al alfa de una manada de hembras.

Él iba, además, a todos los conciertos de "Las golondrinas". Lo veía siempre confundido en las primeras filas, imantado a mis piernas, mis sentaderas, mis pelos y a todo mi escultural belleza. Yo le encantaba y me gustaba demasiado lo mucho que me miraba y admiraba embelesado, rendido a mis curvas y a la caricia de mi voz tan dulce y melódica.

Al final de los conciertos, se despedía con un besote grande en la mejilla, acariciando con embeleso mis brazos. -Te veo en la facultad-, apenas me decía pero yo sentía su voz como una orden que obedecía enceguecida y como les digo, hecha una tonta.

A mi padre no le gustaba Johnson. Él me esperaba siempre en su carro para ir a casa. -¿Quién es ese tipo que te hace la corte?, estrujaba su cara, lo veo falso, un tipo pedante y tirano-

-Ay papá, es solo un fanático más-, lo defendía, pero mi padre lo veía petulante, déspota, ogro e incluso enigmático.

Cuando "Las golondrinas" se fracturó y decidimos ya no seguir juntas, Johnson fue mi paño de lágrimas. Primera vez que me abrazó. Cuando lo encontré en la puerta de la facultad, no me contuve y llorando a gritos, me enterré en su pecho y le conté que las chicas habían decidido disolver el cuarteto lo que me dejaba en el aire, sin posibilidades de seguir cantando.

Johnson me abrazó entonces y lo sentí como un abrigo excitante que me estremeció tanto o más que una gran descarga eléctrica que me remeció hasta el último átomo de mi adorable ser.

-Ya habrán otras oportunidades, Meliha-, me dijo conmovido, sin saber qué hacer ni qué decir, tan solo acariciar mis pelos.

Me sentí, entonces, atraída a Johnson. empezó a gustarme demasiado. Lo veía muy protector, paternal, dulce y me encantaba cómo hacía brillar sus ojos cuando me miraba embelesado y prendado de mí. Un viernes decidí no ir a clases e ir a pasear con él por las arenas de la playa. A él le encantaba el mar, le seducía su inmensidad y decía que el océano es lo más majestuoso que hay en la Tierra, incluso más que el firmamento o los valles o los cerros empinados.

-El mar es increíble, jamás se se seca, está siempre allí, imponente, inmenso, maravillando con sus brillos y sus olas tan grandes, golpeando la arena-, me decía, acaramelado a mis pupilas, rindiéndome con su voz tan potente, como un ciclón, que me despeinaba constantemente. Los fuegos me caldeaban y juntaba los dientes extasiada. Me rendía a él. Quería que me haga suya a todo instante.

Me besó, por primera vez, una tarde en el parque, cuando chillaban, en forma intensa, miles de pajarillos, cantando muchas canciones que hablaban de amor. Yo no lo esperaba aunque sabía que le gustaba demasiado que estaba rendido a mis ojos, mi sonrisa, mi pelo y por supuesto a mis amplias carreteras que adornaban mi voluptuoso cuerpo. De repente tomó mi mentón y sin que lo esperara me dio un besote enorme, sabroso, delicioso, candente y tan erótico que me volví, de inmediato en una antorcha.

No sabía qué hacer con las piernas ni con las manos mientras saboreaba sus labios tan viriles y masculinos de él que me turbó por completo. Frotaba mis muslos y mis dedos jugaban con el viento. Cerré los ojos eclipsada y empecé a sollozar maravillada, porque nadie me había besado así, jamás en mi vida, con tanta pasión y encono, vehemente, estremeciéndome igualito como si me cayera un rato en medio de la cabeza.

-Disculpa, no pude resistirme, estás muy bella-, se puso él rojo como un tomate. Yo me paladeé los labios extasiada y luego me colgué en su cuello y le devolví el beso, aún con más pasión y encono que él, ahora turbado y pasmado.

Me enamoré de Johnson. No lo podía evitar. Él era hermoso, enorme, fornido y tenía todo lo que una mujer busca en un hombre. Era romántico, muy dulce, preocupado y estaba siempre riendo, haciendo chistes. -El colmo de un sastre es que le corten la línea de teléfono ja ja ja-, me hacía reír sin poder contenerme.

Contaba los minutos para verlo y apenas lo veía en la esquina, cerca del conservatorio, me lanzaba a sus brazos, febril y encandilada, tan solo para que me bese, me acaricie y poder embriagarme con sus labios tan varoniles que me llevaban a las estrellas, rodeada de muchos fulgores, luces y colores.

Me hizo suya un miércoles por la noche. Me llevó a un hotel exclusivo, con jacuzzi y una cama enorme, donde conquistó hasta el último rincón de mi deliciosa anatomía. Fue una noche mágica, delirante y muy apasionada, de besos, caricias, poesías y melodías encantadas. Johnson me sacó el vestido con la pericia de un cirujano. Yo estaba encandilada besando su boca, extraviada entre muchos luceros, cuando, de repente, estaba totalmente desnuda y a su merced. Ni sé en qué momento él corrió la cremallera de mi vestido, me sacó las pantimedias, el sostén y el calzón. Yo estaba demasiado obnubilada en realidad, besando a Johnson, acariciando su espalda maciza como una meseta, con los ojos cerrados, extraviada en el espacio sideral, haciendo tobogán en el arco iris y rodeada de nubes y fulgores, sin darme cuenta que estaba sin ropas, conquistada por su encono.

Johnson lamió mi cuerpo, provocando mis incesantes y reiterados gemidos, haciendo que eche humo de mis narices, meneando la cabeza febril y azorada, después besó mis pechos erguidos como grandes colinas y disfrutó de mis posaderas tan redondas y firmes que lo encandilaban y le eran un desafío en poder sentir su magia entre sus manos. Por eso me estrujó las posaderas una y otra vez, hasta convencerse que, en efecto, yo era plenamente suya.

Deliraba, ya les digo, a merced de Johnson. Yo era una gran antorcha ardiendo en la cama, chisporroteando fuego por todos ms poros, encandilada, mordiendo mi lengua, sollozando y echando mucho humo hasta de las orejas. Todo era divino en él. Sus bíceps gigantes, sus músculos poderosos, su pecho enorme alfombrado de vellos, su piel áspera que me excitaba y extasiaba y su espalda gigante como la de un mamut. Mordía mis labios queriendo que me haga suya, una y otra vez, y pertenecerle por completo.

Y así fue. Johnson inició la conquista de mis abismos convertido en un gran tornado, arrasando con todas mis defensas, dejándome sin aliento, suspirando como una loca tanto que me arranchaba los pelos sintiendo su virilidad llegando hasta las más lejanas fronteras de mis ansias y de mis intimidades.

Aullé, literalmente, igual a una mujer lobo, cuando alcanzó ese clímax que ansiaba tanto, que deseaba mucho y que anhelaba con desesperación. Fue tal la excitación que tuve en ese momento que le mordí el brazo furiosa porque estaba completamente obnubilada.

Me sentí la mujer más sexy y sensual que nunca, explotando mi feminidad, mientras Johnson me hacía suya, hasta convertirme en una gran pila de carbón humeante después de arder en mis propias llamas.

Quedé rendida, extasiada, complacida, sudorosa y respirando con dificultad, con mi corazón rebotando en mi busto como una pelota de baloncesto, despeinada y parpadeando reiteradamente, soplando fuego en mi aliento.

Johnson también quedó rendido tumbado sobre mi pecho, aplastándome sobre la cama, también duchado en sudor, complacido de haberme poseído hasta mi aliento y mis sollozos. Todo lo mío ahora le pertenecía a él.

            
            

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