Tras 5 años de la tragedia, Samantha decidida a buscar otros caminos, dispuso mudarse a la ciudad, pidiéndole nuevamente a la amiga de su abuela que cuidara de ella ante su ausencia, le pagó por ello, dejándole una buena suma de dinero por adelantado tanto para ganar su confianza como por motivo de agradecimiento. Debía conseguir un mejor empleo y ganar más si quería seguir apoyando a su abuela con su salud, tenía esperanzas de ver mejoras para seguir con vida.
Pensaba que algún día ya no podría más, dejaría al destino y al tiempo decidir el destino de ambas, pero si estaba en su posibilidad, no se rendiría. Se mudó y rentó una habitación junto a una chica llamada Isabell Hill, al instante que se conocieron establecieron una gran amistad, se comprendían y entendían mutuamente. Samantha le había contado el accidente que había sufrido y lo poco que sabía de su pasado, pensaba de sí misma que era una mala persona, sin embargo, Isa, como le decía ella de cariño, no la juzgaba por eso. No creía que Samantha pudiera haber sido de esa manera, y sí lo fue, ya eso habría quedado atrás, así que no había motivos de no comenzar una vida nueva y diferente llena de felicidad.
Samantha e Isabell eran inseparables, iban juntas a todos lados. Un día, sin ningún motivo exacto, Samantha le obsequió a su compañera un perfume hecho con sus propias manos, poniendo en práctica todo lo aprendido. Isabell impresionada y conmovida por el detalle le agradeció.
- ¡Wow amiga! Que bien huele, ¿Dónde lo compraste? - Exclama.
- En ningún lado. Lo hice yo misma, Isa.
- Júramelo. Su aroma es increíble, me estás mintiendo, parece perfume de marca reconocida. ¿Cómo lo haces?
- Aprendí el arte de las fragancias en el pueblo de donde vine, soy una fanática de las esencias. La combinación de lo dulce, lo cítrico, lo delicado de las rosas, entre muchísimas otras cosas más que podrías usar como ingredientes me vuelve loca. Podría decir que puedo hacer cualquier perfume que se me ocurra.
- ¿Puedes hacer uno con olor a Samantha? - Expresa Isabell bromeando.
- Puedo - Contesta entre risas.
Ambas ya tenían la suficiente confianza para hacerse bromas. Su amiga al quedar fascinada con la fragancia le mencionó por qué no conseguía trabajo en una de las perfumerías más prestigiosas e importantes del país, tenía un excelente don y debía aprovecharlo. Samantha lo consideró y planificó su visita al lugar. No quería ir vistiendo cualquier prenda a pedir trabajo. Pensó una y otra vez cómo lo iba a solicitar con anhelo, pero a la vez no quería verse tan necesitada.
Salió con su amiga de compras y gastaron en ropa casual de oficina, pero bastante elegante, digna de una empresaria. Llevaron algunas joyas y accesorios para combinar. Samantha compró un maletín y lo llenó de varios frascos de perfumes de diferentes tipos, decidida a llevar a cabo una presentación y dar muestras a los entrevistadores. Quería dar una gran impresión y obtener un buen puesto de trabajo que le permitiera generar más dinero de lo que estaba haciendo antes y así poder por fin solventar los gastos de su abuela hasta el día que muriera, era algo que cargaría con ello hasta el fin.
Llegó el día cuando Samantha se dirigió a la empresa, estaba entusiasmada e iba con la mejor vibra. Tomó un taxi, para estar allí a primera hora, el conductor asintió, viendo la expresión en su rostro, cosa que le pareció tierno e inocente. Ya en el sitio, notó lo elegante que era al momento de entrar por el edificio de la compañía. Las puertas principales eran de vidrio de más de más dos metros de alto, la recepción era amplia y con tope de mármol blanco, el porcelanato color beige claro casi tirando a blanco estaba en el piso de todo el lugar, las barandas de las escaleras eran de vidrio, al igual que las mesas de espera, había mucho cristal en toda la arquitectura y mucha claridad.
Al dirigirse a conversar con la recepcionista acerca de las vacantes de trabajo, le mencionó sus experiencias y creaciones de perfumes. Al cabo de unos minutos conversando, en un instante escuchó el timbre del ascensor, parecía ser privado, se abrieron las puertas y observó a un caballero alto y guapo vestido de traje elegante, cabello corto, pero bien peinado y arreglado, contextura gruesa y fuerte, rostro perfilado y ojos café.
Enseguida sintió atracción por él, aquel hombre la hipnotizó por algún motivo que desconocía, tuvo una sensación de escalofríos casi como si al verlo le trajera algún recuerdo de su pasado. Detrás de él, había una dulce niña cabello enrulado color rubio y ojos verdes como los de ella. Aquella escena le pareció tierna, ver a un padre con su niña en el trabajo era algo de admirar.
La persona que estaba atendiendo en la recepción al ver que Samantha traía consigo una pequeña presentación de perfumes, llamó por su nombre al hombre que estaba mirando Samantha.
- Señor White. ¿Podría venir un momento por favor? - Dirigiéndose al caballero.
- Claro, ¿En qué puedo ayudar?
- ¿Podría oler esto? son fragancias que acaba de traer la señorita Keane. Se nota que es muy buena y sabe lo que hace.
- ¡Vaya! Realmente huele muy bien - Expresa con asombro.
Mirando fijamente a Samantha se presentó.
- Soy Gerald White. ¿Y tú quién eres?
Sin saber que era el mismísimo dueño de todo el lugar y sin siquiera saber ambos que algún día estuvieron juntos en un tiempo pasado que no recordaba ninguno.
- Samantha Keane. Un placer. Vine a buscar trabajo - Se presentó extendiendo su mano.
Sin pensarlo dos veces le mencionó que estaba buscando trabajo, mientras la interrogaba, ella se dio cuenta que la niña no le quitaba la mirada de encima, estaba entre oculta de una pierna y agarrada de su padre de una mano, pero sus ojos curiosos estaban allí. Pasaron 15 minutos de preguntas sobre como Samantha había aprendido a elaborar aquellas sustancias tan exquisitas al olfato sin haber estudiado maestrías o algún doctorado. Para Gerald era imposible, él no podía creer que alguien podía hacerlo sin estudios de grados avanzados previos.
Le cayó bien la chica, hasta le pareció muy atractiva, pero no podía reclutar a una persona para la vacante que estaba aspirando sin tener un certificado al menos para corroborar lo que había aprendido.
Samantha destrozada por dentro le dio las gracias, dándose media vuelta para marcharse, casi rompería en llanto al salir de aquella desilusión que tuvo, pero algo repentino pasó.
La niña se soltó de su papá para salir corriendo tras Samantha.
- ¡Connie! - Gritó Gerald, su padre.
Sin hacerle caso, siguió corriendo hasta aferrarse a Samantha casi en la salida del edificio, donde ella sorprendida se volteó y vio a aquella niña con ojos de no querer que se marchara. Samantha se agachó y Connie la abrazó fuertemente diciéndole, como por instinto alguno: "Mamá".