AMOR PROHIBIDO
img img AMOR PROHIBIDO img Capítulo 2 2
2
Capítulo 6 6 img
Capítulo 7 7 img
Capítulo 8 8 img
Capítulo 9 9 img
Capítulo 10 10 img
Capítulo 11 11 img
Capítulo 12 12 img
Capítulo 13 13 img
Capítulo 14 14 img
Capítulo 15 15 img
Capítulo 16 16 img
Capítulo 17 17 img
Capítulo 18 18 img
Capítulo 19 19 img
Capítulo 20 20 img
Capítulo 21 21 img
Capítulo 22 22 img
Capítulo 23 23 img
Capítulo 24 24 img
Capítulo 25 25 img
img
  /  1
img

Capítulo 2 2

Veintitrés años era una edad avanzada para que una muchacha fuera presentada ante la sociedad. Pero tampoco demasiado tarde, y menos en el caso de una joven con la delicada belleza y el carácter dulce de Rosalba, la cual percibiría una generosa dote.

Diego no tenía realmente motivos para temer por ella. Pero Habat...

-No me mires así, Diego -dijo ésta cuando él fijó sus ojos en ella mucho antes de que éstos pudieran asumir una expresión de molestia

-Accedí a venir. Incluso accedí de buena manera, puesto que deseaba ver Nueva Esparta y visitar todas las bellezas que rodean esta Ciudad, incluso reconozco que me complacerá que me vista una modista que probablemente conoce su oficio, de la que Sharloth me ha hablado muy bien. Y, por supuesto, será interesante asistir a bailes. Pero te advierto que nada, absolutamente nada, conseguirá convencerme para que ocupe mi lugar en el mercado del matrimonio. Te lo agradezco, pero no estoy en venta -dijo Habat

Diego suspiró muy profundo. No había ningún rasgo delicadamente atractivo en Habat. Era una belleza impresionante, un hecho sorprendente dado que de niña tenía el pelo de color dorado y antes de que él abandonara su hogar se había convertido en una joven larguirucha y desgarbada, pecosa y con unos dientes enormes que no concordaban con su rostro. Pero a su regreso Diego había comprobado que su pelo había experimentado una interesante transformación, pasando del color dorado a un rojo vivo, que las pecas habían desaparecido, que sus dientes, fuertes, blancos y regulares, concordaban perfectamente con su rostro, realzando su belleza, y que su figura armonizaba con su estatura.

A lo largo de los años Habat, que tenía Veintiseís - había rechazado probablemente a todo buen partido, y a algún que otro caballero menos adecuado, Habat no tenía la menor intención de casarse jamás, según había declarado.

Diego empezaba a creer en aquellas palabras declaradas anteriormente. Era una idea deprimente.

-No pongas esa cara de tristeza, Diego -dijo Podrías librarte de mí en un abrir y cerrar de ojos si no fueras tan obcecado y me entregaras mi fortuna. ¡Por el amor de Dios, tengo veintiséis años ya!

-Habat no menciones el nombre de Dios en vano -dijo Rosalba con tono de reproche y molestia.

-No tengo derecho a manejar mi fortuna hasta que me case o cumpla treinta años -continuó-. Si papá viviera aún, sería como para matarlo por haber incluido una cláusula tan gótica en su testamento.

Diego estaba de acuerdo con ella. Pero no podía alterar el testamento que ya había dejado su padre. Y aunque podría haber permitido que su amiga instalara su residencia en algún lugar bajo su vigilancia -tal como ella anhelaba, aunque sospechaba que lo de «vigilarla» no entraba en los cálculos de la joven -prefería verla casada con alguien que se hiciera cargo de ella y le procurara cierta felicidad. Habat no era feliz.

Rosalba sofocó una exclamación de asombro antes de que él pudiera responder. Lo cierto era que no tenía nada que decir que no hubiera dicho hasta la saciedad durante los dos últimos años -e hizo que miraran de nuevo por la ventanilla. -¡Fijaos! -exclamó.

-. ¡Ay, Diego! Tenía las manos oprimidas contra su boca mientras contemplaba las calles y los edificios de Bella vista como si estuvieran realmente pavimentados con oro.

-Que hermoso, Confieso que Nueva Esparta mejora con cada kilómetro -declaró Habat.

Diego inspiró profundamente y espiró despacio. A su regreso había comprobado inopinadamente que la vida en el campo le complacía, pero se alegraba de haber vuelto a la ciudad. Y aunque su hermana y su amiga creían que él había venido con el único propósito de presentarlas en sociedad y buscarles marido, sólo acertaban en parte. Sus cuatro mejores amigos iban a venir también a Nueva Esparta y le habían escrito y rogándole durante meses que fuera a reunirse con ellos. Habían trabajado juntos como empresarios durante la guerra económica y habían entablado una amistad basada en experiencias compartidas y habían celebrado durante varios meses el que los cuatro hubieran sembrado y cocechado una linda amistad.

Kenedit Mohad, vizconde de Copria, Endy Silva, conde de Mundo Azul y Gregorio Rivera conde de Zarpa se habían casado. Los tres tenían hijos. Raid Corn, caballero de Venen, estaba soltero y no había sentado aún cabeza, y era el único que experimentaba todavía el deseo y la necesidad de gozar de todos los placeres que podía ofrecer la vida que al principio habían sentido todos.

Diego no había visto a ninguno de ellos desde hacía casi tres años, pero todos habían permanecido en estrecho contacto. Los otros cuatro iban a pasar la Primavera en Nueva Esparta. Diego no había tardado mucho en decidir que se reuniría con ellos allí, tanto más dado que había estado dándole vueltas a la sugerencia de Sharloth. Pero había otra razón por la cual había venido a la ciudad. La idea de casarse le producía un fuerte rechazo, aunque había varias muchachas solteras que vivían cerca de su propiedad y tenía numerosas parientas más que dispuestas a hacer de casamenteras. Es más, Sharloth había declarado abiertamente su intención no sólo de buscar marido para Rosalba y Habat en Nueva Esparta, sino de buscar una linda esposa a su hermano.

Pero durante los tres últimos años había vivido rodeado de mujeres. Anhelaba el momento en que su casa le perteneciera a él solo, entrar y salir cuando quisiera, ser ordenado o desordenado, apoyar sus botas sobre el escritorio en su biblioteca si lo deseaba, e incluso sobre el mejor sofá del cuarto de estar. Anhelaba el momento en que pudiera entrar en cualquiera de los saloncitos que utilizaba durante el día sin mirar a su alrededor temiendo ver otro pañito bordado o de ganchillo adornando la superficie de una mesa. Anhelaba el momento en que pudiera permitir que un par de sus perros favoritos entraran en la casa. No tenía la menor intención de sustituir a sus hermanas y a su hermana por una esposa, la cual permanecería forzosamente a su lado el resto de su vida, encargándose de la intendencia de su hogar para la supuesta comodidad de él. Estaba decidido a seguir soltero, al menos durante varios años más. Ya él tendría tiempo de casarse cuando hubiera cumplido los Treinta y cinco, suponiendo que para entonces no pudiera reprimir el sentimiento de culpa de no haber procurado tener un heredero para Esperanza.

Pero aunque estaba firmemente decidido a no casarse, sentía una necesidad casi brumadora de tener una mujer. A veces habían momentos que le asombraba e incluso alarmaba percatarse de que hacía casi tres años que no había tenido una. Sin embargo, durante los años que había pasado en el exilio había sido un joven tan fogoso, e incluso más, que sus compañeros y a él nunca les habían faltado mujeres dispuestas a acostarse con ellos.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022