Capítulo 3 CAPITULO 3

Cuatro años después

Santiago Del Monte

De nuevo en mi país,en mi lugar, los recuerdos del pasado aún me atormentan mientras caminaba por el aeropuerto.

Habían pasado cuatro años desde que dejé todo atrás, y aunque había tratado de borrar la traición de Laura el dolor, el recuerdo que ella dejó en mi ser.Seguía aferrado a mí como una sombra que no podía quitarme de encima. Su traición, me había marcado ya por muchos años la forma en que la encontré con uno de mis amigos, había roto algo dentro de mí que pensé que nunca podría sanar.

Ahora, de regreso a esta ciudad que una vez llamé hogar, sabía que no solo enfrentaría los recuerdos, sino también los reproches de mi padre. Sus constantes peticiones para que volviera habían sido una fuente de discusiones entre nosotros. Pero al final, me resigné a la idea de no dejarlo más tiempo solo. Sabía que debía dejar nuestras diferencias en el pasado.

Apenas salí del aeropuerto, sentí cómo el aire de la ciudad me envolvía, trayendo recuerdos inolvidables. Quería recorrer la ciudad, visitar los sitios que alguna vez compartí con mis amigos de la universidad. Pero mis planes se vieron interrumpidos por el sonido insistente de mi celular. Al mirar la pantalla, vi el nombre de mi padre.

-Ya llegaste -fue lo primero que dijo, sin siquiera un saludo cordial.

-Hola, papá -intenté sonar amable, aunque mi corazón palpitaba con ansiedad-. ¿Cómo estás?

-Bien. Yo también -respondí cortante-. Santiago, por favor, te espero en la empresa.

Y antes de que pudiera decir nada más, colgó. Observé la pantalla por unos segundos, tratando de procesar la frialdad de sus palabras. Definitivamente mi padre no había cambiado en lo más mínimo.

-¿Estás bien?¿quién te llamo? -La preguntá de Darío me sacó de mis pensamientos. Él es mi único amigo, uno de los que no había traicionado mi confianza. Sus ojos, llenos de preocupación, me miraban con atención.

-Era mi padre -le contesté el quiere que vaya de una vez para la empresa -Comente, con un suspiro que dejaba ver qué no quería verlo por ahora.

-Lo suponía -respondió Darío, asintiendo lentamente-. Con una sonrisa, la verdad no esperaba menos de él. ¿Quieres que te acompañe?

-No, prefiero enfrentar esto solo. Pero gracias.

Darío me observó un momento más antes de asentir. Nos conocemos desde niños , y sabía que no había necesidad de decir más. Con un abrazo y apretón de manos, me despedí de él y me dirigí directo a la empresa.

El camino hacia la empresa fue un enfrentamiento con mis recuerdos. Cada recuerdo me llegaba a la mente en cada esquina, en cada semáforo, que pasaba me traían de un pasado que trataba de olvidar. Al llegar al frente del gran edificio, potente y majestuoso sentí un nudo formarse en mi garganta. No solo por lo que representaba, sino porque sabía que al cruzar esa puerta me enfrentaría nuevamente a mi padre, y con él, a todos los reproches que había dejado atrás.

Al entrar, la recepcionista me dedicó una mirada cortés.

-El señor Bruno lo espera en su oficina, señor Santiago -me informó con una sonrisa forzada.

-Gracias -respondí, y tomé el elevador con una mezcla de resignación y determinación. Al llegar al piso más alto, respiré hondo antes de golpear la puerta.

-Adelante -la voz de mi padre se escuchó con la misma autoridad que siempre había tenido.

Entré y lo ví , detrás de su gran escritorio, con el mismo semblante que siempre había mostrado, de un hombre fuerte y rigoroso. Tampoco no había envejecido tanto como esperaba, pero se le veían las líneas del cansancio más marcadas. Levantó la mirada y me observó en silencio durante unos segundos que se sintieron eternos.

-Santiago -dijo finalmente, inclinándose hacia adelante, me imaginó que ya sabes porque te hice volver a casa de nuevo-.Para ser honesto, no estoy seguro de que haya un solo motivo, papá -respondí, tratando de mantener la calma-. Pero sé que estás esperando que me haga cargo de la empresa.

-Exactamente -asintió-. La empresa ha crecido en estos cuatro años, pero necesito que mi único hijo esté al frente, alguien que comprenda lo que significa todo esto para nuestra familia.

-¿Y qué esperas de mi , papá? -sentí un amargo sabor en la boca al decirlo-. ¿Vas a seguir a querer meterte en mi vida de nuevo y querer imponer tus órdenes?.

-No es cuestión de imponer, Santiago -su tono se suavizó, algo raro en él-. Es cuestión de responsabilidad. Esta empresa es el legado de nuestra familia, y no quiero que se pierda.

-¿Y si no quiero seguir ese legado? -Lo dije antes de poder detenerme, la rabia acumulada saliendo a la superficie.

Él me observó, y por un momento, pensé que respondería con la misma dureza de siempre. Pero en lugar de eso, suspiró y se recostó en su silla.

-No te pido que sigas exactamente mis pasos -dijo finalmente-. Solo quiero que encuentres tu lugar, aquí o en cualquier otra parte.

Sus palabras me sorprendieron. Nunca había escuchado al gran señor Bruno Del Monte hablar así. Pero antes de que pudiera contestar sus palabras, alguien golpeó la puerta.

-Adelante -respondió mi padre.

La puerta se abrió y entro una bella , hermosa mujer de ojos azules como el mar, en una silla de ruedas. Llevaba una carpeta en sus piernas y un aire de superioridad que no podía ignorar pero tampoco podía dejar de mirarla.

-Señor Bruno , aquí están los documentos que me pidió revisar -dijo, con la voz firme y segura.

-Gracias, Amelia. Te presento a mi hijo, Santiago.

Amelia me miró, y durante un segundo, nuestros ojos se encontraron. Había algo en su mirada, hizo que mi corazón y todo mi ser ,tuviera un vuelvo como si pudiera ver más allá de mi alma.

-Un placer conocerte -dijo, entendiendo la mano.

-El placer es mío -respondí, estrechando su mano. Era cálida, firme, y por un momento, sentí una extraña electricidad recorrer todo mi cuerpo.

-Espero que puedan trabajar juntos en el próximo proyecto -intervino mi padre, observando con atención.

-Claro, señor -Amelia sonrió antes de volver a su postura profesional-. Santiago, estaré a tu disposición para cualquier cosa que necesites.

-Gracias -contesté, sintiendo cómo el ambiente se volvía más tenso.

Ella asintió y salió de la oficina, dejándonos nuevamente en silencio.

-Es muy buena asistente Santiago cuida mucho de ella ,-dijo mi padre, rompiendo la tensión-. Confío en que aprenderás mucho de ella.

-No dudo de eso -respondí, aún pensando en la breve conexión que había sentido con Amelia.

Los siguientes días fueron un torbellino de actividades y responsabilidades. Amelia resultó ser no solo eficiente, sino también inteligente y apasionada por su trabajo.

Un día como todos en la empresa, mientras revisamos unos proyectos en su oficina, Amelia se quedó en silencio, mirándome con una seriedad que me desconcertó.

-Santiago, ¿por qué te fuiste hace cuatro años? -preguntó de repente con su voz temblorosa .

-Es complicado -respondí, tratando de desviar la conversación-. No es algo de lo que me guste hablar.

-No crees que es hora de abrir tu corazón la verdad no me gusta ver cómo te encierras en ti mismo -dijo, cruzándose de brazos-. Eres un hombre increíblemente talentoso, trabajador , pero cargas con un peso que no te permite avanzar.

Su sinceridad me dejó sin palabras. Nadie había sido tan directo conmigo en años. Sin querer, le conté mi historia con Laura, de cómo me había traicionado con uno de mis mejores amigos, de cómo salí huyendo para escapar del dolor.

-Lo siento mucho, Santiago -dijo Amelia, tomando mi mano-. Nadie merece pasar por eso.

-Es el pasado -murmuré-. He tratado de dejarlo atrás, pero...

-Pero aún te persigue -completó, y en su mirada vi una comprensión que me sorprendió-. Tal vez, es momento de dejar de huir y olvidar.

Esas palabras se quedaron conmigo durante días. Y aunque aún no sabía cómo hacerlo, sentí que, por primera vez en mucho tiempo, tenía una oportunidad de sanar.

Mi padre, aunque aún firme en sus palabras, el parecía haberse suavizado un poco con mi regreso. Nos encontramos trabajando juntos, compartiendo ideas, y poco a poco, sentí cómo la brecha entre nosotros se iba cerrando.

Una tarde, mientras revisamos unos documentos, se detuvo y me miró con una expresión que rara vez mostraba.

-Santiago, lamento si alguna vez fui demasiado duro contigo -dijo, su voz quebrándose ligeramente-. Solo que quiero lo mejor para ti.

-Lo sé, papá -respondí, sintiendo un nudo en la garganta-. Y lamento haberme ido.

Nos quedamos en silencio, pero esta vez, fue un silencio cómodo, uno que marcaba el comienzo de un nuevo capítulo para nosotros.

-Está por salir el testamento de tu abuelo -dijo mi padre saliendo de mi oficina ...

Continuara ...

            
            

COPYRIGHT(©) 2022