Capítulo 5 CAPITULO 5

Santiago tenía en sus manos el informe del detective. -. Amelia no merece esto -susurro pasando las hojas de la carpeta que tenía en esos momentos en sus manos.

La preocupación le invadió de nuevo cuando recordó la última página del informe. Según la investigación, Andrés había intentado sacar a la pequeña Megan de la guardería de la empresa sin el permiso de Amelia. ¿Qué quería de ella?

La idea de que quisiera usar a la pequeña para quedarse con la herencia de su abuelo o poner en peligro a la niña para que nadie supiera, que es su propia hija, se encendió una ira en su interior que no podía controlar.

En ese momento, escuchó los golpes en la puerta y vio entrar a su padre junto a Darío. Ambos parecían angustiados, y Santiago sabía que algo se avecinaba.

-¿Qué pasa? ¿Por qué esas caras están llenas de angustia? -preguntó Santiago, tratando de controlar su tono.

Su padre intercambió una mirada con Darío antes de hablar. -Nos acabamos de enterar de que el testamento de tu abuelo tiene una cláusula y si no la cumples, todo pasa a manos de Andrés Miller, su ahijado -explicó su padre, con voz grave.

-¿Qué? -Santiago se levantó de golpe, golpeando su escritorio con el puño-. ¡No le puedo dejar nada a ese desgraciado de Andrés!

-La solución es que te cases -dijo Darío con cautela-, y eso lo veo imposible, hijo.

Santiago se quedó en silencio por un momento. Casarse... una idea que había estado alejando de su mente durante tanto tiempo, y ahora parecía ser la única salida. Pero, ¿con quién podría hacerlo?

Un matrimonio por conveniencia era la única opción, y Santiago sabía que no sería fácil encontrar a alguien dispuesto a aceptar. Fue entonces cuando la puerta se abrió de nuevo y apareció Amelia, empujando suavemente la puerta con su silla de ruedas mientras sostenía una bandeja en sus piernas.

-Perdón, ¿interrumpo algo? Solo les traje café -dijo con una sonrisa tímida, siempre tan servicial y atenta.

Santiago no pudo evitar mirar a Amelia y una idea paso por su cabeza en ese momento, como si todas las piezas del rompecabezas encajaran de repente.

Amelia... ella podía ser la solución a su problema. -No interrumpes nada, Amelia -respondió Santiago, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza-. Ven, déjame ayudarte.

Santiago rápidamente se paró de su silla y tomó la bandeja de las piernas de Amelia, evitando que se derramarán los cafés. El contacto, entre ellos, fue breve, pero suficiente para que una chispa recorriera su piel.

-No quiero que te quemes algún día de estos, Amelia -dijo, entregando un café a su padre y otro a Darío. -Gracias... -Amelia le sonrió antes de retroceder con su silla-. Bueno, los dejo. Si me necesitan, estaré en mi oficina. Permiso.

Cuando Amelia cerró la puerta detrás de ella, Santiago se giró hacia su padre y su abuelo. -Ella es la indicada -susurró, más para sí mismo que para ellos. -¿Estás loco, hijo? -respondió su padre, incrédulo-. Amelia es una mujer que merece ser amada de verdad, no usada para un contrato.

-Papá, ¿quién dice que no puedo llegar a amarla? -replicó Santiago, mirándolo fijamente-. ¿Y qué pasaría si ya me gusta? Santiago asintió lentamente, y una sonrisa se dibujó en el rostro de Darío. -Bien, entonces hablemos de cómo vamos a plantearle esto a Amelia.

Esa misma tarde, Santiago llamó a Amelia a su oficina. -¿Me necesita para algo más, señor Santiago? -preguntó ella, mirándolo con esos ojos curiosos y atentos.

-Amelia, ubícate aquí, por favor -dijo él, señalando el lugar frente a su escritorio-. Necesito hablar contigo de algo muy serio. Amelia ubicó su silla de ruedas, luciendo un poco preocupada.

-¿Hice algo mal? -No, para nada -Santiago la tranquilizó de inmediato-. Al contrario, Amelia. Eres la persona más eficiente y dedicada que he conocido. Pero hay un asunto personal del que necesito hablarte.

- El testamento de mi abuelo tiene una cláusula que me obliga a casarme en un periodo de tiempo determinado, o todo pasará a manos de Andrés Miller.

-Lo siento mucho, Santiago, no tenía idea. -Es algo que me afecta mucho más de lo que puedes imaginar -admitió él-. Y la única solución que veo es un matrimonio por conveniencia.

Amelia frunció el ceño, tratando de procesar lo que le estaba diciendo.

-¿Y por qué me lo cuenta a mí? Santiago tomó aire antes de soltar la pregunta que había estado dándole vueltas en la cabeza todo el día. -Quiero que seas tú, Amelia. Quiero que te cases conmigo.

-¿Qué?-preguntó Amelia un poco en shock.

-Es una locura, y que no es lo que esperabas -dijo Santiago rápidamente-. Pero escúchame. No será un matrimonio real.

Será un contrato, algo temporal. Serás libre de marcharte cuando todo esto termine, y te prometo que me aseguraré de que estés protegida y que no te falte nada mientras dure.

Amelia bajó la mirada, claramente abrumada por la propuesta. -No sé qué decir... esto es demasiado para asimilar. -Sé que es mucho pedir -dijo Santiago, acercándose un poco más-. Pero, Amelia, eres la única mujer en la que puedo confiar, no quiero que todo lo que trabajo mi abuelo y construyó termine en manos de alguien como Andrés.

Todo quedó en silencio por un momento antes de que Amelia finalmente hablara.

-¿Y qué hay de Megan? -preguntó en voz baja-. Ella es mi prioridad, Santiago. -Lo sé, y por eso te prometo que tanto tú como tu hija estarán protegidas.

Megan será tratada como mi hija también. Quiero que ambas estén seguras.

Los ojos de Amelia se llenaron de lágrimas.

-No sé si puedo hacerlo... -No te estoy pidiendo que me respondas ahora mismo -dijo Santiago suavemente, tomando su mano-. Solo piénsalo, por favor.

Amelia asintió, claramente abrumada, y se alistó para irse.

-Lo pensaré, lo prometo.

Una Samana después Amelia entro a la oficina de Santiago.

-He leído el contrato -dijo, entregando el sobre -. Tengo algunas condiciones. Santiago la miró con una mezcla de sorpresa y admiración.

-Dime, Amelia.

-Primero, quiero asegurarme de que Megan siempre esté a salvo. Quiero que en el contrato quede claro que ella tendrá todos los derechos y privilegios de tu apellido mientras dure este matrimonio.

-Hecho -respondió él sin dudar.

-Segundo, quiero mi independencia.

Quiero poder seguir trabajando y mantener mi espacio, mi vida.

-Por supuesto.

Amelia respiró profundamente antes de decir la última condición.

-Y tercero... no quiero que esperes que me enamore de ti. No quiero falsas esperanzas, Santiago.

Esas palabras dolieron más de lo que él esperaba, pero asintió.

-No te pido eso, Amelia. Solo quiero que estés a salvo. Si aceptas, haré todo lo posible para que te sientas feliz y protegida.

Amelia asintió lentamente, y Santiago sintió un peso menos en sus hombros cuando ella dijo.

-Entonces, acepto.

Santiago la miró fijamente, tratando de leer sus pensamientos. Sabía que este era solo el primer paso de muchos, y aunque Amelia lo veía como un simple contrato, él estaba dispuesto a luchar para que, algún día, ella pudiera ver más allá de eso.

-Gracias, Amelia -dijo finalmente, sonriendo con sinceridad-. Te prometo que no te arrepentirás.

Amelia lo miró un instante más antes de sonreír levemente.

-Eso espero, Santiago. Eso espero...

Continuará...

                         

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