Capítulo 3 Entre la curiosidad y el deseo

El sol comenzaba a esconderse tras las colinas, bañando el cielo de un naranja profundo que contrastaba con las aguas tranquilas del lago. Desde mi lugar en la orilla, observaba cómo las sombras crecían lentamente alrededor de la casa de campo. El sonido del agua me calmaba, pero no era suficiente para acallar el tumulto que llevaba por dentro desde que Isa había vuelto a nuestras vidas.

Había algo diferente en ella este verano. Algo que me desconcertaba, me inquietaba, y, por encima de todo, me atraía de una forma que no sabía si estaba dispuesto a aceptar.

Miré hacia la casa, donde Valeria estaba seguramente preparándose para otra salida nocturna, mientras yo seguía aquí, a solas, dejando que mis pensamientos me consumieran. No era la primera vez que veía a Isa, claro, pero hasta este verano siempre había sido "la amiga de mi hermana", una chica simpática, dulce, con una risa fácil y una presencia constante en nuestra casa. Sin embargo, algo había cambiado.

No sé si fue el modo en que la vi aquella mañana al llegar, cuando bajó del coche con su cabello suelto y esa mirada algo perdida, como si estuviera buscando algo que ni ella misma sabía. O tal vez fue su risa, que resonaba diferente esta vez, más suave pero más profunda, como si escondiera algo detrás. La cuestión es que, desde ese primer momento, no podía dejar de pensar en ella.

La había observado en el lago, durante el desayuno, en la fiesta... como si cada uno de sus movimientos, cada palabra que decía, estuviera diseñada para hacerme cuestionar todo lo que sabía. Pero la pregunta más insistente era: ¿qué era lo que realmente sentía por ella? ¿Era solo curiosidad? ¿O había algo más, algo que no estaba listo para enfrentar?

Decidí que ya no podía estar dando vueltas a esos pensamientos sin actuar. Si algo había aprendido con los años es que las preguntas no se respondían solas. Tenía que acercarme a ella, averiguar si lo que me atraía era solo la novedad de verla crecer, de darme cuenta de que ya no era una niña, o si había algo más profundo ahí, algo que no podía dejar pasar.

Me levanté del suelo y me sacudí los pantalones, sintiendo la ligera brisa del atardecer contra mi piel. Sabía que Isa solía salir a caminar al atardecer, una costumbre que había adoptado desde que era niña. Le gustaba perderse entre los árboles, escuchar el canto de los pájaros mientras el sol se apagaba. Decidí seguirla, no de una manera intrusiva, sino como una excusa para hablar con ella, para entender lo que me estaba pasando.

Caminé por el sendero que rodeaba la casa, y, efectivamente, la vi a lo lejos, avanzando hacia el bosque. Llevaba una blusa blanca de lino y unos shorts de mezclilla, su cabello suelto ondeaba suavemente con el viento. La imagen era tan natural que por un segundo me olvidé de por qué había venido. Me detuve en seco. ¿Qué estaba haciendo?

Respiré hondo, intenté aclarar mi mente. Sabía que me estaba jugando algo peligroso, pero no podía ignorarlo más. La seguí en silencio, dejando que la distancia entre nosotros se redujera lentamente.

-Isa -la llamé cuando estuve lo suficientemente cerca.

Ella se detuvo de inmediato y se giró, sorprendida de verme allí. Sus ojos, grandes y oscuros, me miraron con una mezcla de curiosidad y, tal vez, una pizca de nerviosismo. No la culpaba. Nuestra interacción había sido extraña desde que llegó, y ambos lo sabíamos.

-Lucas -respondió ella, sin dejar de mirarme, como si intentara descifrar por qué estaba allí.

Me acerqué un poco más, sintiendo cómo el silencio entre nosotros se alargaba de una manera incómoda, pero al mismo tiempo cargada de algo más, algo que no podía definir del todo.

-¿Puedo acompañarte? -pregunté, intentando sonar casual, aunque sabía que no lo era en absoluto.

Ella sonrió, una sonrisa pequeña pero genuina, y asintió.

-Claro, siempre eres bienvenido.

Caminamos en silencio por un rato, ambos intentando ignorar la tensión que se había instalado entre nosotros desde hacía unos días. Isa caminaba con los brazos cruzados, mirando hacia adelante, pero de vez en cuando lanzaba rápidas miradas en mi dirección, como si estuviera igual de perdida que yo. Era obvio que algo pasaba, pero ninguno de los dos parecía saber cómo abordarlo.

Después de unos minutos, decidí que era el momento de hablar. No podía seguir evitándolo.

-Isa, he estado pensando en ti estos días -dije, sin rodeos.

Ella se detuvo en seco y se giró hacia mí, claramente sorprendida por mi declaración.

-¿En mí? -preguntó, con una mezcla de incredulidad y algo más que no pude identificar.

Asentí, sintiendo cómo el peso de mis palabras colgaba en el aire.

-Sí, en ti. No puedo evitar notar que... has cambiado. Este verano, todo se siente diferente. Tú te sientes diferente.

El rostro de Isa se sonrojó ligeramente, y sus ojos se clavaron en el suelo por un momento antes de volver a encontrarse con los míos.

-Bueno, supongo que todos cambiamos con el tiempo, ¿no? -respondió, en un intento por quitarle importancia, pero ambos sabíamos que no hablaba de simples cambios superficiales.

Di un paso hacia ella, reduciendo aún más la distancia entre nosotros. Podía sentir la tensión vibrar en el aire, como una cuerda tensa a punto de romperse.

-No es solo eso, Isa. No me refiero a que hayas crecido o cambiado físicamente. Es... todo. Hay algo en ti que no puedo dejar de notar, algo que me tiene... confundido.

Ella frunció el ceño, claramente desconcertada por mis palabras.

-¿Confundido? -repitió, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.

Suspiré, pasándome una mano por el cabello, frustrado por no encontrar las palabras correctas.

-Sí, confundido. No sé qué es lo que me pasa cuando estoy cerca de ti. Es como si no pudiera evitar mirarte, pensar en ti. Pero no sé si es solo porque te veo de una manera distinta ahora, o si hay algo más, algo que va más allá de lo que debería sentir.

Isa me miró en silencio, procesando lo que acababa de decir. El silencio se volvió casi insoportable, y por un momento pensé que había cometido un error, que no debí haber dicho nada. Pero entonces, ella habló.

-Yo también he sentido lo mismo, Lucas -confesó, su voz apenas un susurro-. No sé qué está pasando entre nosotros, pero desde que llegué aquí, no puedo dejar de pensar en ti. Y eso me asusta.

Su confesión me tomó por sorpresa. No esperaba que ella estuviera pasando por lo mismo. Pensaba que era yo quien estaba atrapado en esta confusión, en esta lucha interna por entender lo que sentía. Pero saber que ella también lo sentía, que compartía mis dudas y mis miedos, me hizo darme cuenta de que esto no era solo curiosidad. Había algo más, algo real.

Me acerqué un poco más, hasta estar lo suficientemente cerca como para que nuestros cuerpos casi se tocaran. Podía ver la incertidumbre en sus ojos, pero también algo más, algo que reflejaba lo que yo sentía.

-Isa, no sé si esto es una buena idea -dije en voz baja, luchando contra el impulso de acercarme aún más-. Somos diferentes, nuestras familias, nuestras vidas... Tú eres la mejor amiga de mi hermana, y esto...

No terminé la frase, porque en el fondo sabía que era una excusa. Podía enumerar mil razones por las que esto no debía pasar, pero ninguna de ellas me parecía lo suficientemente convincente.

-Lo sé -respondió ella, su voz temblando ligeramente-. Pero no puedo evitarlo. No puedo dejar de sentirlo.

Hubo un silencio prolongado, en el que ambos nos quedamos quietos, respirando el mismo aire, compartiendo la misma tensión que nos rodeaba. Sabía que debía dar un paso atrás, ponerle fin a esto antes de que fuera demasiado tarde. Pero, al mismo tiempo, todo en mí gritaba lo contrario.

-Lucas -susurró ella, su voz apenas audible-. ¿Qué vamos a hacer?

No tenía una respuesta. No sabía qué debíamos hacer, porque, por más que intentara racionalizarlo, mi cuerpo, mis emociones, me traicionaban. Quería acercarme a ella, sentirla más cerca de lo que era prudente, su olor me despertaba sentimientos que no conocía, quería abrazarla, tocarla. Pero algo me retenía, una pequeña parte de mí que aún intentaba pensar con claridad.

-No lo sé -admití finalmente, con la voz rota por la confusión.

Isa bajó la mirada, mordiéndose el labio, y por un segundo pensé que iba a dar un paso atrás, que se alejaría y dejaría que todo quedara en una incómoda confesión. Pero en lugar de eso, dio un paso adelante, reduciendo la distancia entre nosotros a nada.

Sentí su mano rozar la mía, y fue como si una descarga eléctrica recorriera todo mi cuerpo. Mi respiración se aceleró, y antes de que pudiera detenerme, nuestras miradas se encontraron de nuevo, llenas de deseo, de incertidumbre, de todo lo que habíamos estado intentando ignorar desde que llegamos aquí.

Era un momento suspendido en el tiempo, uno en el que cualquier decisión que tomáramos podría cambiarlo todo.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022