Años atrás, salir de allí había sido doloroso y necesario. Se había marchado no solo para protegerse a sí misma, sino también al niño que llevaba. Al hijo que había decidido criar por su cuenta, lejos de las miradas y de las preguntas. Sabía que, de quedarse, jamás habría encontrado la paz ni el valor para empezar de nuevo.
El tiempo había sido su mayor aliado. Le permitió estudiar, trabajar y ascender en el competitivo mundo de los negocios. Ahora, regresaba como una mujer diferente, con un currículum impecable y una propuesta de gerencia en una de las empresas más grandes de la ciudad: *Velasco Enterprises*. Lo que ella no sabía, lo que ni siquiera se imaginaba, era que el dueño de esa empresa, el hombre que ahora dirigía todo, no era otro que Adrián Velasco. Su antiguo jefe y el padre de su hijo.
Entró en la recepción y se dirigió a la mesa de bienvenida. Una recepcionista joven y sonriente la miró con cordialidad.
-Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla?
-Tengo una cita con el gerente de recursos humanos -respondió Natalia, intentando mantener la voz firme. Su entrevista formal había sido la semana anterior, pero hoy era el día en que se reuniría con el equipo directivo. La verdadera presentación, el inicio de un desafío que había deseado tanto tiempo.
La recepcionista la guió hacia un ascensor y pulsó el botón del último piso. El ascensor subió lentamente, y Natalia sintió cómo sus manos temblaban. Recordaba ese mismo trayecto años atrás, solo que entonces era una simple secretaria, y las miradas la trataban como parte invisible del paisaje. Hoy, su cargo le daba otro lugar, un respeto que había ganado con trabajo duro y sacrificio.
Las puertas del ascensor se abrieron, y Natalia se encontró en un pasillo elegantemente decorado. Sus pasos resonaron en el suelo de mármol hasta que llegó a la oficina indicada. La puerta estaba entreabierta, y al asomarse, encontró a un hombre revisando documentos, de pie junto a una mesa.
-Disculpe, ¿es aquí donde se encuentra el equipo de gerencia? -preguntó, al no estar segura de estar en el lugar correcto.
El hombre levantó la vista, y en un instante, todo a su alrededor pareció detenerse.
Adrián Velasco. Él estaba allí, mirándola, con la misma expresión penetrante y esa presencia imponente que recordaba tan bien. Cinco años no habían cambiado su mirada ni la intensidad en sus ojos. Lo que sí era diferente era el leve toque de sorpresa que se reflejó en su rostro al verla. Adrián la miró con los ojos entrecerrados, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
-Natalia... -murmuró, su voz baja y casi ronca-. ¿Eres tú?
Natalia sintió que las palabras se le atoraban en la garganta, y su mente daba vueltas buscando una salida a esa situación que jamás había anticipado. No se había preparado para esto. Se suponía que todo sería profesional, se suponía que esto era un trabajo nuevo.
-Señor Velasco -respondió finalmente, con la voz apenas contenida-. Es un placer verle de nuevo. No sabía que usted... -Se interrumpió, buscando las palabras- no sabía que esta empresa era suya.
Él sonrió, y ella reconoció ese gesto que alguna vez le había robado el aliento. Ahora, solo le producía una inquietud que no podía explicar.
-Yo tampoco sabía que serías tú quien asumiría el puesto de gerencia. Hubiera querido darme el gusto de elegir personalmente, Natalia.
El ambiente se volvió denso, y ambos sabían que esas palabras tenían un significado más profundo. Natalia intentó mantener la compostura, convencida de que él no debía enterarse de nada. Era un capítulo cerrado; su hijo y ella ya estaban bien, y esa conversación no debía reabrir puertas que habían quedado cerradas.
-Bueno, aquí estoy. Lista para comenzar y para contribuir a los nuevos proyectos -dijo ella, esforzándose por mantenerse en terreno seguro-. He tenido la suerte de poder prepararme en estos años y espero que mi trabajo aquí sea de su agrado.
Él la miró con intensidad, como si intentara descifrar algo en su rostro. Finalmente, asintió con una leve inclinación de cabeza.
-Vamos a revisar algunos detalles -señaló a la mesa, donde una carpeta con documentos aguardaba-. Supongo que querrás conocer las expectativas de la empresa, el equipo y el plan de trabajo para el próximo trimestre.
Natalia asintió, agradecida por el cambio de tema. Se sentaron uno frente al otro, y Adrián comenzó a hablar sobre la estrategia de la empresa, su voz adoptando un tono profesional que ella trató de seguir con atención. Sin embargo, había algo en su mirada que la hacía sentir incómoda. No era la misma indiferencia de antes; había algo distinto, algo que ella no sabía descifrar. ¿Sospechaba? No, era imposible.
-Has cambiado -dijo de pronto, rompiendo el hilo de su explicación-. Eres diferente. Me imagino que estos cinco años te han tratado bien.
Ella contuvo el aliento, intentando no dejar ver el nerviosismo que se había apoderado de ella.
-Sí, la vida me enseñó muchas cosas -respondió con cautela-. Me preparé, trabajé y aprendí. Volver aquí es una oportunidad que agradezco.
-¿Por qué regresaste? -preguntó él, y esta vez su tono era bajo, como si hubiera dejado caer la máscara profesional por un instante.
Natalia dudó, pero sabía que la mejor respuesta era una simple verdad a medias.
-Regresé porque quiero avanzar en mi carrera, y esta es una gran oportunidad -dijo, manteniendo la mirada firme en él. No iba a dejar que su pregunta la pusiera nerviosa.
Adrián la observó en silencio, asintiendo lentamente, como si intentara aceptar su respuesta sin cuestionarla. Pero ambos sabían que el silencio de aquella oficina no era natural, que en el aire había palabras no dichas y secretos que habían sobrevivido a los años.
Finalmente, Adrián volvió a ponerse en pie y extendió la mano hacia ella.
-Bienvenida, Natalia. Sé que este será un buen comienzo para ambos -dijo, y aunque sus palabras eran correctas, ella notó una sombra en su expresión.
Natalia estrechó su mano, sintiendo el peso de la tensión que emanaba de ese contacto. Durante un segundo, sus ojos se encontraron, y ella creyó ver una chispa de algo en su mirada. Algo que le hizo recordar la conexión que, años atrás, los había unido, aunque ambos se hubieran negado a reconocerlo como algo más que una simple atracción.
Al soltar su mano, se sintió más firme, más decidida. Había regresado para construir una nueva vida, y nadie, ni siquiera él, la haría retroceder. Aquel secreto que guardaba era suyo, solo suyo, y aunque Adrián estaba más cerca de lo que había imaginado, ella sabía que sería capaz de mantenerlo protegido. Sin embargo, en el fondo, Natalia temía lo que podía suceder si él llegaba a descubrir la verdad.
Cuando salió de la oficina, se permitió exhalar el aire que había contenido durante toda la conversación. Afuera, el bullicio de la empresa le dio una falsa sensación de normalidad, de rutina, pero en su interior sabía que nada de eso era real. En algún momento, Adrián volvería a preguntarse por qué había regresado ella. Y cuando lo hiciera, cuando se enfrentara a las piezas de un rompecabezas que él desconocía, Natalia tendría que tomar la decisión de si revelar o no el secreto que había guardado durante tanto tiempo.
Pero hasta entonces, intentaría vivir su vida como si esa verdad no pesara sobre sus hombros. Como si fuera solo otra profesional más, sin la sombra de un pasado que la perseguía y que, tarde o temprano, podría alcanzarla.